Es noticia
Bobby Fischer, el genio malogrado que fue actor involuntario de la gran guerra del ajedrez
  1. Deportes
  2. Otros deportes
UNA HISTORIA LLENA DE MATICES

Bobby Fischer, el genio malogrado que fue actor involuntario de la gran guerra del ajedrez

Entre una abrumadora soledad y el agresivo olor de un negocio de restauración, Bobby, el jugador de ajedrez más hierático e inescrutable que existió, creció entregado a su sueño

Foto: Bobby Fischer, contra el ruso Tal, en 1960. (Creative Commons)
Bobby Fischer, contra el ruso Tal, en 1960. (Creative Commons)

Eran años duros y la II Guerra Mundial estaba en su apogeo. Cinco semanas antes, el ejército alemán había claudicado ante la intransigencia de su demencial líder y la feroz resistencia del ejército rojo. Eran los comienzos de otro año negro (1943) para la humanidad. Un niño prodigio amanecía en medio de ese gran tumulto mientras, comenzaba a explorar su alrededor sin complejos. La economía norteamericana despegaba en paralelo al suministro de armas a los aliados y ya quedaban lejos los años de penuria y miles de suicidios que acompañaron al crack bursátil. El país había sacado de la pobreza los aspectos feos de la contabilidad social y muchos parados reconvertidos en soldados se dejaban la vida en la lucha contra un régimen de terror en un lejano lugar secuestrado por un iluminado.

Una madre afanada, mujer solitaria, trabajadora pluriempleada, intentaba sacar adelante la precaria economía doméstica a base de meter horas. Helvética, de origen judío, venia del este de la Europa comunista tras una incursión ideológica en un país, que, como otros, hacía del terror su bandera. Entregada a sus hijos Joan y Bobby, los chicos crecieron en la soledad más absoluta con una presencia materna efímera. De la paterna, mejor no hablar.

Foto: Qué son los mates en la apertura. (Pixabay)

Regina Wender Fischer era una médica de atención primaria, sin titulación homologada por ser judía. Así se las gastaba el NKVD con las minorías rusas. Compartía un desvencijado apartamento en Moscú con Joan Rodker, una periodista educada en un comunismo férreo, saturada del proverbial discurso ideológico hormigonado que no acababa de despegar, en el cual o estabas dentro o fuera. Pocas alternativas había. Bueno, sí, los resorts que poblaban la lejana Siberia, una fosa anónima blanqueada por nieves permanentes, el complicado exilio, una visita a la triste prisión de la Lubianka para hacer horas extra cantando... Un régimen totalitario es lo que tiene, un menú poco imaginativo.

Además, uno de los grandes terroristas de estado que ha alumbrado la historia, Iosif Stalin, estaba purgando a pleno rendimiento la entera estructura de la hoy extinta Unión Soviética. Militares, poetas, pensadores, campesinos. Nadie escapaba a su tenebrosa y enfermiza manía de interpretar el papel de un dios miserable que, como en la simbólica obra de Goya Saturno devora a sus hijos, cual bestia desatada, fagocitaba todo lo que se movía.

El chico espigado que en un futuro focalizaría la atención de sus conciudadanos y del mundo entero, se alimentaba un día sí y otro también a base de pasta, pues no había donde elegir. Y así creció.

Foto: La clave para ganar en un final ajustado. (EFE/Vickie Flores)

Con 14 años se hizo con el campeonato de ajedrez de los EEUU y, tras dejar atrás a competidores de la talla de Marshall, Reshevsky o el Dr. Byrne, el azar le situó en un momento de la historia extraordinariamente crítico. EEUU, en su permanente política de expansión ilimitada, usó el ajedrez como una herramienta complementaria subordinada a los designios del Departamento de Estado.

El comienzo de la leyenda

Pero no hay que olvidar que el siglo XX nos dejará la idea de que hubo dos siameses separados al nacer, Némesis de su monstruoso alter ego. No obstante, había un tercero en la contabilidad que sigue trayendo mucha desgracia a la humanidad. Regina Wender, la madre de la estrella y undécimo campeón de ajedrez del mundo, se aferraba a la idea de que en La Tierra Prometida todo sería posible, pero la terca y abrumadora realidad no era otra cosa que un trampantojo burdo lleno de tópicos envenenados. Del dúctil óleo colorido de Miró o Kandinsky, se pasó a un carboncillo barato. Regina Wender Fischer se dio cuenta tarde de que se estaba instalando en medio de una mentira despiadada, el american dream. La fórmula de aquel prometedor capitalismo no era tan mágica, todo se reducía a una especie de camina o revienta. La madre, en solitario, con dos hijos, Joan y Bobby, comenzaba una larga singladura en su travesía por la pobreza.

Instalados en Manhattan, comen y cenan todos los días espaguetis aderezados con los humos de la cocina del restaurante predilecto de la mafia del momento, el Lucho's. Entre una abrumadora soledad y el agresivo olor de aquel negocio de restauración, Bobby, el jugador de ajedrez más hierático e inescrutable que ha existido, creció entregado a su sueño.

placeholder Bobby Fischer, en 1967. (Philip Rother)
Bobby Fischer, en 1967. (Philip Rother)

Hijo del físico magiar Paul Nemenyi (comparar las fotos de ambos da pasmo), un científico insertado en el macroproyecto Manhattan a quien las huestes de McCarthy, el Gran Hermano, aterrorizaban ora a los artistas de Hollywood ora a los intelectuales e incluso, hasta aquellos que enarcaban la ceja izquierda, motivo más que suficiente para generar malentendidos con el FBI. Comenzaba el destino a atarse los zapatos.

Era un mocoso de 14 años cuando al tímido Bobby se le revela el grandioso escenario en el que su maestría se desenvolverá. Estrella rutilante, comienza a hacer caja e inicia la conquista de la gloria. En un crescendo imparable, se convierte en indispensable del equipo olímpico de EEUU, advirtiendo en una demostración imparable de lo que era capaz. Dos bronces en las Olimpiadas y una medalla de plata (esta última como primer tablero), avalan su trayectoria ascendente, refrendada por unas impresionantes tablas ante el imprevisible y desconcertante genio de Mijaíl Thal, a la sazón, campeón del mundo (1960-61). Pero la cosa no queda ahí. Posteriormente, hace de nuevo tablas con el probablemente más famoso ajedrecista de todos los tiempos por derecho propio, el pentacampeón Botvinnik, maestro de maestros y con el que sería su oponente en un futuro inmediato, el gran Spassky, un caballero donde los haya. En el año 1971, ya no es que se tutee con los rusos, es que los arrasa. Taimanov y Petrosian (excampeón del mundo) caen durante el imparable y brillante ascenso hacia el estrellato y quedan de pronóstico reservado ante esta fuerza desatada de la naturaleza.

Duelo de colosos

Acompañado de una cohorte de avanzados analistas, Spassky era un imponente jugador. Corría el año 1972, dos bulldozers, dos mitos en apariencia invulnerables, representantes de dos ideologías radicalmente opuestas, la URSS y EEUU, se enfrentaban en un duelo crítico con el telón de fondo de la Guerra Fría y el temor al Apocalipsis latente en la tramoya. El torneo era a 24 partidas. Spassky inició el match con una ventaja inicial de 2-0 por incomparecencia del norteamericano, que tenía varios rifirrafes: con la organización (temas pecuniarios), con el árbitro (que no le gustaba) y con uno de los cerebros más brillantes y tenebrosos de la política internacional. La expectación era impresionante.

Foto: Tablero de ajedrez. (Imagen de archivo)

Una llamada de teléfono a una hora intempestiva de la noche, unas palabras amables pero firmes, se dejaron entrever tras aquella potente y persuasiva voz cavernosa. La inapelable habilidad diplomática del Secretario de Estado en una alambicada maniobra de ingeniería financiera y un avión militar de transporte de tropas, convencieron al díscolo y huraño jugador de que el tema iba muy en serio.

Por aquel entonces, el Kremlin basaba su liderazgo de las últimas décadas poniendo el acento en la presunta superioridad intelectual del socialismo y el argumento de su aplastante victoria sobre el nazismo, dos valores, el primero aparente y el segundo convincente, que convertían a la extinta Unión Soviética en un coco que inspiraba mucho respeto frente a la supuesta decadencia del mundo occidental. Como valor añadido a esa teórica supremacía, en el ámbito del ajedrez en particular aquella gris estructura política lo usaba como una herramienta de ingeniería social al transferir esa supuesta evidencia al plano político, con consecuencias demoledoras.

El Kremlin basaba su liderazgo de las últimas décadas poniendo el acento en la presunta superioridad intelectual del socialismo

Spassky era una autentica celebridad. Para él, caminar por Moscú era algo heroico. Dos colosos uniformados y dos agentes de la temida KGB actuaban como una falange ante la multitud que solo quería tocarle. En oposición estaba Fischer, que no sabía nada del materialismo dialéctico, pero sí del contante y sonante. Le gustaba —y mucho— la pasta, algo razonable por otro lado para quien había pasado muchas miserias. Sus excentricidades y proverbial falta de modales, acompañadas de unas exigencias rocambolescas, entraban en clara colisión con las de su antagonista ruso (no se manifestaba como soviético) que eran más bien las de un BoBo parisino de aspecto bohemio, políglota, cultivado y elegante. Pero, al margen de estas contradicciones, el americano no paraba de enredar en cuanto podía.

Foto: Ancianos juegan al ajedrez en Odesa, en marzo de este año. (Getty/SOPA/LightRocket/Rick Mave)

Para la historia quedarán dos partidas memorables de un duelo bastante equilibrado que finalmente ganaría el norteamericano. Estas eran la sexta, ganada brillantemente por Fischer, y la undécima, ganada de manera exquisita por Spassky. Ambas son un brillante mensaje por su antología de elementos tácticos, estratégicos y por una clara apuesta por la belleza.

El camino al estrellato

Pero la gran esperanza americana no defraudó. La habitual cacofonía que presidia el día a día de Moscú quedó enmudecida por la pérdida de la añeja hegemonía en detrimento de un representante bronco y sin estilo. El malvado imperialismo les había asestado un golpe de gracia que, tres años después, volverían a recuperar tras una nueva incomparecencia del díscolo elemento. El increíble Anatoli Karpóv emergía imparable para demostrar cómo se juega al ajedrez posicional, actuando como una boa constrictor. Nada de zarandajas.

Años más tarde, en pleno follón y con el telón de fondo de una de las incontables guerras de los Balcanes, ambos jugadores se encontrarían de nuevo con una bolsa de cinco millones de dólares. El resultado sería similar. ¿O no?

placeholder Una de las últimas imágenes de Bobby Fischer con vida. (EFE/Everett Kennedy)
Una de las últimas imágenes de Bobby Fischer con vida. (EFE/Everett Kennedy)

A la petición del gobierno de los EEUU de impedir jugar a su levantisco ciudadano por razones de estado, este respondió con una serie de improperios subidos de tono. Por las mismas, las fuerzas desatadas del imperio perseguirían por tierra, mar y aire al encendido y cabreado fugitivo.

Envejecido, atormentado, perseguido, propietario de una existencia abrumadora, finalmente recibió asilo político en Islandia. En el año 2008 pasaría a mejor vida, si es que esto es posible. Un fallo renal, asociado a otros elementos de comorbilidad, lo llevó a una pequeña tumba en la idílica población de Selfoss, a sesenta kilómetros de Reikiavik, donde probablemente estará siempre rodeado de la multitud de flores con las que el pueblo de Islandia agasaja la memoria del huésped que puso a este país en el mapa, de este humano de profundos matices y grandes contrastes cuya sombra pervivirá para siempre en la gran familia del ajedrez.

Eran años duros y la II Guerra Mundial estaba en su apogeo. Cinco semanas antes, el ejército alemán había claudicado ante la intransigencia de su demencial líder y la feroz resistencia del ejército rojo. Eran los comienzos de otro año negro (1943) para la humanidad. Un niño prodigio amanecía en medio de ese gran tumulto mientras, comenzaba a explorar su alrededor sin complejos. La economía norteamericana despegaba en paralelo al suministro de armas a los aliados y ya quedaban lejos los años de penuria y miles de suicidios que acompañaron al crack bursátil. El país había sacado de la pobreza los aspectos feos de la contabilidad social y muchos parados reconvertidos en soldados se dejaban la vida en la lucha contra un régimen de terror en un lejano lugar secuestrado por un iluminado.

Ajedrez
El redactor recomienda