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La explosión del ataque en la NBA y la era de la defensa indefensa
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LA ERA DE LA IMPOTENCIA DEFENSIVA

La explosión del ataque en la NBA y la era de la defensa indefensa

La actual hoguera ofensiva propicia un enorme desequilibrio que pone en jaque a los cuerpos técnicos, incapaces de hacer algo que no sea sumarse a ella

Foto: Ilustración genérica de lanzamientos triples.
Ilustración genérica de lanzamientos triples.

Ayuda una escena arquetípica en edad escolar. El niño al que han sustraído un objeto, pongamos una mochila o un balón, trata de recuperarlo mientras varios compañeros en corro se lo van pasando de mano en mano. Cuanto más desesperado está por rescatar el botín, más lo rehúye, llegando tarde a cada intento y agotando al perseguidor, que ni habrá podido rozar a uno solo de sus verdugos. Si la víctima está acompañada de un segundo o un tercer apoyo con que adelantarse al destinatario, bastará al corro separarse y moverse para perpetuar la maniobra.

Esta simple metáfora que anida en el recuerdo de cada uno ilustra bien el baloncesto de hoy, y, en particular, el desamparo que padecen los jugadores en defensa, porque mientras puedan desvivirse por recuperar el balón, seguirán obligados a proteger el aro. Y no es otro el elemento que decanta la desventaja numérica.

Para mejor entenderlo, conviene recordar lo ocurrido en la NBA en los últimos 30 años. La explicación del proceso se ha repetido no pocas veces, pero merece la pena volver a hacerlo.

Foto: Irving, durante un partido de los Warriors la pasada temporada. (Reuters)

Los Pistons de Chuck Daly, campeones en 1989 y 1990, elevaron la intensidad y frecuencia de los contactos defensivos a niveles para los que el reglamento no estaba preparado. Súbitamente dejaron al descubierto un inmenso territorio inexplorado de potencias defensivas que hasta entonces no había sido necesario reprimir. El éxito de aquel modelo corrió a extenderse y el principio devino en dogma, configurando en los siguientes quince años un panorama destructivo, una batalla generalizada de músculos atrincherados en los aledaños del aro que no ahorraban en defensas en último término violentas, como dictaba la no lay-up rule de Pat Riley, que impedía una sola bandeja liberada aun a costa de un puñetazo. Del espléndido baloncesto de los Pistons tan solo se recogió una parte, la más simple, la que precisaba menos talento, pero igualmente la más eficaz. El baloncesto NBA puso así fin a más de cuatro décadas de inocencia, todo el universo ofensivo terminó infartando y para finales de siglo la anotación y el ritmo de juego descendieron a mínimos históricos. Coincidiendo con el adiós de Michael Jordan audiencia y mercado corrían serio peligro. La cúpula directiva de la NBA entendió la gravedad de la situación y el jefe supremo, David Stern, se puso manos a la obra a través de un comité experto para liberar al baloncesto de aquella mazmorra. Aunque fuera necesario intervenir en las raíces mismas del juego.

En un primer paquete de medidas la defensa ilegal fue suprimida, se estableció la prohibición de pastar en la zona más de tres segundos, el posteo pujante de espaldas —apoyo de los jugadores más fuertes en el 'bully ball'— se limitó a cinco segundos y el tiempo para cruzar la media pista se redujo a ocho. A aquel tímido primer paso seguiría la supresión del hand checking y una penalización creciente de los contactos al cuerpo rival. Reducidas y por separado parecían poca cosa, pero juntas y a la espera de algún adelantado, suponían dejar la puerta abierta.

Y como en toda revolución se precisa una vanguardia, los Suns de Mike D’Antoni y Steve Nash lo harían de manera radical, acelerando ritmo, transición y tiro, para lo que redujeron el tamaño de las piezas, como si una pareja de interiores patrullando por la zona fuera lastre que soltar. Si el baloncesto apuraba los 24 segundos de posesión ellos despreciaban más de la mitad, impidiendo reaccionar a una defensa a la que, de pronto, neutralizaban por velocidad. Era como descubrir un filón de oportunidades largo tiempo ignorado. En el fondo, la obra que recogía aquel nuevo modelo —'7 seconds or less'— iba a resultar más emblemática de lo previsto, alumbrando así el baloncesto del nuevo siglo. Y al igual que los Pistons configuraron un periodo de acero, los Suns derribaron los barrotes liberando las potencias ofensivas que el baloncesto había sepultado.

Foto: Los problemas de espalda impedirán que Nash juegue en la temporada que está a punto de comenzar (Efe)

A aquel juego pequeño, entregado ahora a la frecuencia, la transición y el tiro, vino a sumarse la introducción de la analítica, cuya ecuación más simple y veraz se basaba en recordar al baloncesto que existía el triple, otro yacimiento descuidado, y que tres era mayor que dos. Aquello fue suficiente para desatar el perímetro. Y si en 2010 el triple apenas suponía el 20% de la anotación, una década después el volumen se ha duplicado en una línea ascendente a la que no se avista cima.

En esta repentina abundancia, que abría los espacios como nunca, los equipos comenzaron a ampliar su caudal de tiro, lo que unido al incremento de posesiones, el necesario movimiento de balón y la precisión de la distancia, dio como resultado la mayor explosión ofensiva desde el establecimiento del reloj de posesión en 1954.

placeholder Stephen Curry es obstaculizado en un lanzamiento. (EFE)
Stephen Curry es obstaculizado en un lanzamiento. (EFE)

La explosión de los Warriors, de la mano de un pequeño arma nuclear llamada Stephen Curry —el reverso de Shaq en los años del plomo—, estimuló aún más la revolución hasta coronar la idea con el más rotundo éxito. Nadie cristalizaría mejor lo que el nuevo escenario normativo había pretendido favorecer hasta alumbrar la era del pace & space, que desertizaba enormes áreas y ampliaba la pista sin tocar sus dimensiones.

Lejos de detenerse, los legisladores continuaron su obra. Y a medida que el universo ofensivo se extendía sin límites, el cuerpo arbitral era instruido para penalizar nuevas formas de contacto, como los closeouts al tirador, roces mínimos en los triples, el descenso en el listón de las faltas flagrantes, el indulto al gather step y un sinfín de nuevas ventajas, que el reglamento ha seguido incorporando, desde el clear path a los catorce segundos tras rebote ofensivo. En definitiva, el milagro obra de la ingeniería táctica superó con creces toda previsión inicial. Y podría estar menos cerca del final que de su ecuador.

Foto: Dibujo de Carmelo Anthony con la selección de Estados Unidos.

Acertaba Justin Verrier en señalar que vivimos hoy la tercera ola de la revolución ofensiva, traducida en indicadores de ataque para los que no hay precedente ni freno a la vista. Más allá de que la anotación generalizada es la mayor desde hace medio siglo, la temporada actual en la NBA presenta el porcentaje de tiro efectivo más alto de la historia y son ya seis temporadas seguidas superándose a sí mismo. Es decir, que a mayor volumen mayor acierto, lo que normaliza marcadores hinchados de 130 o 140 puntos.

Consecuencia de todo este gigantesco proceso el baloncesto actual ha disparado los ataques dos o tres generaciones por delante de las defensas, pudiendo provocar un desequilibrio mucho mayor al que inicialmente pretendieron resolver. Como si ideales y realidades pudieran separarse en exceso, un síntoma habitual de muchas invenciones.

Foto: Los Warriors han ganado dos de los tres últimos títulos de la NBA. (Reuters)

En aquella necesaria intervención inicial despuntaba un objetivo, el más elevado de todos: promover la destreza sobre la fuerza y la creación sobre la destrucción. Como recordaba Stu Jackson, miembro de aquel comité de salvación, “tan solo queríamos que el juego pudiera respirar”. Convencido el informe preliminar de que el baloncesto se había infectado por la libertad destructiva de los defensores, una de sus líneas maestras impondría la supresión de agarrones, empujones, contactos de carga y envolturas que impidiesen el avance o redirigiesen por fuerza bruta al atacante. Eran principios que gradualmente ampliar hasta tatuarlos al reglamento como insignias. En pocos años el baloncesto escapó de sí mismo, pero sin nuevos diques la fuga se desbordaría fuera de control, presentando una gran lucidez en la autonomía de los pasos que los legisladores ni soñaron ver. Así ocurrió que el juego se fue dopando de nuevos recursos, desatando un agitadísimo cuadro de ampliación espacial, ritmo frenético, inclinación al perímetro, triplismo y la ruptura de la lógica posicional hacia una socialización de las funciones. Hasta fundir las tres posiciones altas en aleros multifunción que cubran tareas antaño destinadas al base, como si cada vez fuera más difícil distinguir unas de otras en un molde uniforme donde playmaking y shot creation lo justifican todo.

La fuerza de este tsunami es tan imperativa que la tendencia dicta un mayor número de triples en tramos cada vez más tempranos de crono, es decir, que ante posibles dudas se reacciona con más ataque. Lo prueba el colosal salto dado por Utah Jazz, el mejor equipo en la primera mitad de temporada, y el paradigma de Brooklyn Nets que destacaba recientemente el Wall Street Journal. Tras acusar severos problemas defensivos la solución pasaba por intensificar aún más el ataque, como si “el mejor ataque fuese un buen ataque y la mejor defensa, un mejor ataque”. En el fondo ese mismo proyecto Nets podría condensar como ningún otro el actual modelo NBA: concentración acordada de talento, poder ofensivo y analítica de vanguardia entregada a extremar el modelo. Cuando la artillería de estos superequipos estalla todo cuanto habíamos conocido, el saber acumulado durante más de un siglo, adquiere de pronto una imagen primitiva, como de anacrónica invalidez. Esto explica que cada vez más equipos superen anualmente marcas históricas en ratio ofensivo.

placeholder Damian Lillard penetra entre los defensores. (EFE)
Damian Lillard penetra entre los defensores. (EFE)

En medio de este panorama arrollador no son pocos los técnicos que reconocen el naufragio defensivo como inevitable. “Defender es hoy más difícil que nunca”, subrayaba Steve Kerr, técnico de los Warriors, admitiendo la indigencia normativa a un lado de la pista y la obscena inclinación de una mayoría de recursos al terreno ofensivo, donde todos pujan por armarse hasta los dientes. “Hay demasiada ventaja para los jugadores en ataque —añadía—, y se trataría de dar a la defensa una oportunidad”.

Mientras la defensa carga dos décadas de penalizaciones en la letra pequeña del reglamento, el curso de la prospección del talento ha dado un salto cósmico, cumpliendo así el destino anunciado por el fenómeno Moneyball. La actual selección de vanguardia discrimina a los jugadores en detalles decimales que la analítica descifra en múltiples áreas de utilidad. En este darwinismo quirúrgico el talento inútil tiende a ser desalojado.

No sin ironía apuntaba Brian Windhorst que la actual fiebre de ataque ha desplazado “a la intelectualidad defensiva a las cuevas heladas hasta descifrar qué demonios poder hacer contra todo esto”. Entre la resignación y la crítica se movía el técnico de los Pelicans, Stan Van Gundy, responsable de una cuota en la revolución actual por su avanzada resolución de las Finales del Este en 2009. “Hoy puede ser sostenible. Pero, ¿y dentro de cinco años? ¿Vamos a ver a cada equipo lanzar 50 o 60 triples por noche? Creo que así vamos en la mala dirección”. Refrendaba con ello una protesta cada vez menos disimulada según la cual los partidos se hacen hoy redundantes.

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El caso de Gregg Popovich, símbolo en sus primeros tiempos del baloncesto de acero, resulta ilustrativo por lo imposible de escapar a este agujero negro. Primeramente calificó el abuso del triple como “aburrido” añadiendo una descripción pesimista: “Cada penetración busca el triple y así cierto arte del juego puede estar perdiéndose. Y todos hacemos lo mismo porque la analítica lo avala. Al final del partido miramos en el box la marca de triples anotados, porque a eso se reduce todo, y hemos dejado de detenernos en rebotes, pérdidas y demás detalles”. Su equipo, los Spurs, lleva años ocupando el fondo de la liga en triples intentados, pero no en acierto, por lo que Popovich también terminaría admitiendo el mayor atajo a la victoria: “Si somos capaces de anotar más triples, lo haremos”. Porque no hacerlo equivale a perder.

En este apogeo de la tormenta perfecta el analista Zach Kram elevaba a titular el mantra que manejan todos los cuerpos técnicos. Que la NBA del triple se ha convertido, más que nunca, en una competición de 'acierto o fallo'. La traducción es simple: ganará quien más triples anote.

Se hace difícil refutar una realidad cada vez más incontestable. Actualmente el equipo que anota la mitad de sus triples se está adjudicando más del noventa por ciento de las victorias, lo que ha llegado a ampliar —en los equipos enrachados al tiro— el promedio de ventajas finales a un nivel también desconocido. En un baloncesto que prodiga como nunca posiciones favorables de tiro una porción cada vez mayor del juego tan solo depende de la precisión del tirador. De otro modo: si la correlación vive de ese mismo volumen de acierto la solución será lanzar más triples.

Pocas escenas simbolizan mejor el actual baloncesto NBA que asistir a defensas impotentes para cubrir las amenazas abiertas en espacios enormes, una constante y angustiosa persecución a los destinos del balón en el perímetro, como la escena escolar inicial.

Donde antaño la defensa aguardaba a colapsar los embudos del ataque, o en el mejor caso, a responder al 1x1 del manejador, ahora debe hacerlo en multitud de puntos que además se mueven, ataques que funcionan como circuitos nerviosos cuya conducción apenas toca el suelo. Hoy día el volumen de pases para desorganizar la defensa ha abierto una distancia sideral con el pasado, lo que se traduce en un colosal número de triples asistidos, el aceite del juego, para lo que se precisa mover el balón a más frecuencia, longitud y velocidad que nunca. “La destreza en el baloncesto actual —añadía el entrenador de los Sixers Doc Rivers— es la mayor que he visto en mi vida”. Así los duelos entre las escuadras mejor equipadas figuran partidas de ajedrez sobre un tablero giratorio.

Foto: Joel Embiid, el gran héroe de los Sixers frente a los Lakers. (EFE)

En medio de esta incesante agitación apenas se ha reparado en el despliegue atlético necesario para contener esa persecución al balón, algo que en última instancia no es humanamente posible. De hecho ese despliegue físico es hoy mayor que nunca y una parte crucial se traduce en la actual era del load management.

Sigue pesando demasiado en el imaginario colectivo el llamado juego físico de los tardíos noventa, una forma simple de camuflar la defensa al contacto y su violento final. En aquella durísima etapa el riesgo lo asumía el penetrador del aclarado hasta embestir a la trinchera de la zona, que malvivía a base de codazos. Por eso, donde antaño eran comunes los rasguños, hematomas y contusiones en costillas y tronco superior, hoy lo son en rodillas, tobillos, pies y tendones, en todas las articulaciones que esta sobrecarga de movimiento pone en juego.

Foto: Wall, durante un entrenamiento con los Rockets. (Reuters)

No pocos analistas y especialistas en fisioterapia han puesto de manifiesto esta inconsistencia, como una miopía histórica, destacando que el desgaste atlético de hoy es dos o tres veces superior al de entonces. Uno de ellos, Seth Partnow, se mostraba lapidario: “La noción de que el juego hoy es menos físico que entonces no resiste un escrutinio básico. Los jugadores se agitan hoy más y más rápido más lejos del aro. Eso supone mayor carga física, más velocidad empleada y colisiones a mayor rapidez”. Pudiendo parecer menos físico ocurre que lo es mucho más. Y en esta misma línea John Hollinger invitaba a la revisión de cualquier partido de los años ochenta para observar a simple vista el contraste. La década siguiente el contraste pudo ser aún mayor, en medio de un estatismo generalizado que aguardaba el momento de la agresión. En el fondo, este eclipse de la memoria forma parte de la legendarización de un periodo marcado por una destrucción ofensiva sin límite. Hoy vivimos en el extremo opuesto.

De manera que conviven dos realidades contrarias: de un lado, el talento ofensivo actual no tiene parangón con el pasado, nunca hubo mejor calidad de tiro ni mayor calidad de pase mientras el ritmo, el triple y el espacio siguen dictando esta carrera. Y de otro, nunca antes la defensa estuvo peor equipada para contener esta gigantesca oleada, como si aún no hubiera vacuna para el triple masivo.

En esta brecha abierta el sector pensante de la liga vive un auténtico quebradero de cabeza.

Foto: Adam Silver (izquierda) y David Stern (derecha) en sala de prensa durante la última edición de las Finales NBA.

La defensa posible

Todo sector de crisis porta en su germen una gran oportunidad. Y gravita hoy en el seno de la NBA la idea de que el equipo que resuelva cómo defender el ataque moderno podría conquistar el futuro. La actual revolución ofensiva no supone que la defensa haya perdido su valor. En realidad nunca lo hará, como prueban los recientes equipos campeones en los últimos peldaños de la competición. Tan solo recuerda el enorme desequilibrio y una impotencia defensiva que suplica recibir el menor daño posible. El veterano asistente en Golden State, Ron Adams, que lleva entrenando más de cincuenta años, lo resumía bien: “Pasan tantas cosas en cada ataque que actualmente no hay guion para detener algo así. Solo cabe luchar para reducir la velocidad inicial y cumplir lo posible si lo has conseguido”. La problemática concierne directamente a la raíz de los cuerpos técnicos, cuyos miembros no fueron formados en ninguna revolución. “Nosotros fuimos enseñados en un marco muy distinto —recordaba Luke Walton, técnico en los Kings—. Si un jugador salía de un bloqueo su par debía plantarse encima, sacarle de su sitio y cortarle las vías. Esos hábitos se han roto y deben ser reformulados”.

En un baloncesto pequeño y expeditivo la búsqueda de la primera oportunidad para anotar prodiga acciones muy simples. Al extremo de ganar ventajas sobre una ventaja para la que aún no había solución, como prueba la repentina proliferación del deep three. Esto abre un enorme déficit en defensa y por ello la terminología más repetida por los técnicos abunda en dos elementos: transition defense y 'switching'. Mientras el primero atañe a la inmediata protección del aro con una primera línea de cuerpos, el segundo es la necesaria respuesta a la rápida inversión del balón que multiplica los desajustes. “El 'switching' parece ser la respuesta de todos nosotros —se resignaba Popovich—, pero es algo que depende en tal grado de los jugadores que hoy resulta muy difícil ejercer de pionero”. El técnico recordaba así los viejos modelos que sirvieron de antibiótico a los dominios del pasado. Y entretanto, como a medio camino, en un patético ensayo por reducir espacios, asiste la defensa NBA al auge de las zonas.

placeholder Principales áreas de tiro entre 2001 y la actualidad. (Gráfica: Kirk Goldsberry)
Principales áreas de tiro entre 2001 y la actualidad. (Gráfica: Kirk Goldsberry)

El switch o intercambio en los cruces defensivos data en realidad de los años setenta, solo que en la práctica el baloncesto NBA lo utilizaría las dos décadas siguientes como un recurso puntual para tramos finales de marcador apretado. La existencia de la defensa ilegal complicaba de veras su uso. Y puede no haber mayor transformación de entonces a hoy. El recurso a esa maniobra —guarecer todo lado débil anticipado— se precisa los 48 minutos de partido por todos los jugadores durante todos y cada uno de los partidos de la temporada. De forma que los equipos menos capaces de 'switching' serán los primeros en perder.

Durante los duros años noventa y primeros dos mil la ecuación residía en el 'shrink' o reducción espacial al atacante, la reacción más simple en un baloncesto de contracción. Aquel recurso pervive hoy como cerrojo de pintura —Raptors y Heat bordaron en dos ediciones sucesivas de 'playoffs' sus cierres sobre Giannis Antetokounmpo—, pero de un tiempo a esta parte, coincidente con la revolución, fue suplantado por el 'stretch', que en la persecución a los atacantes abiertos convierte las defensas en acordeones. Cuando esto funciona buena parte de una posesión, el último aclarado de ataque habrá conseguido aislar al defensor en solitario.

Foto: Draymond Green, una de las grandes razones del éxito de Golden State Warriors (Reuters).

Dado que el switch pasa por la solución más eficaz, es hoy un imperativo a toda estatura, de manera que los hombres altos incapaces de 'switching' han desaparecido y las posiciones tendido a concentrarse en los 'wings' como un estándar de fábrica. Este escenario termina tejiendo un entramado tan complejo que la llamada IQ —la inteligencia aplicada al juego— es más importante que nunca, para lo que se requiere una comunicación incesante y un despliegue físico como la NBA no había conocido. Este factor de desgaste, apenas valorado por el gran público, resulta tan evidente que algunos técnicos, como Tyronn Lue en los Cavaliers, conservaban buena parte de la temporada regular a sus jugadores, ya educados en el 'switching', para detonarlos al máximo en postemporada.

Uno de los grandes éxitos de los Warriors residió precisamente en este inmenso poder de tapar agujeros. La presencia conjunta de Draymond Green y Andre Iguodala simulaba de forma brillante una batería antiaérea. El caso de Green, su enorme cobertura defensiva, resultaba tan novedoso y cumplía una función de tal valor en el baloncesto de hoy que el analista David Thorpe acabó bautizándola como destornillador. De igual modo P.J. Tucker, un interior de escasa estatura, sobrevive en la élite por su capacidad de 'switching' a niveles extraordinarios. Se trata de poder contener en una misma secuencia a Anthony Davis y Dennis Schröder, a Rudy Gobert y Donovan Mitchell. Esta imperativa versatilidad se ha extendido como primera solución sin que ninguna esté libre de cruzar una nueva frontera. “La rigidez defensiva ha desaparecido —validaba el director deportivo de los Pelicans, David Griffin—. Hoy es una necesidad ser creativo”. Hasta extraer, si es necesario, viejos recursos del baúl táctico. Así Mike D’Antoni creía en los veteranos por esa memoria táctica que, al contrario de los jóvenes, salen a formar un muro a la salida del bloqueo.

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Esta es la razón de que en la nueva selección de jugadores haya una renovada atención a fenotipos de piernas cortas y robustas para el mayor desplazamiento lateral y un fuerte torso para la contención a salvo de manos. Cualidades que primaron en Daryl Morey para contar con Tucker y Gordon, que elevan al primer plano a Smart, Bledsoe o Dort, y que acaban teniendo más importancia que los otrora diamantes por talla, como Bamba o Marjanovic. Pero como la estatura sigue teniendo importancia, el nuevo jugador alto adecuado al medio ambiente oscila entre el tiro, la protección del aro, el 'switching' y el 'playmaking', de manera que los capaces de todo, anfibios de interior y perímetro, son los de mayor valor, al modo de Bam Adebayo.

En este lúcido combate de vanguardia nada se detiene. Y el avance táctico es tan rápido que aquellos equipos que comerciaron protección de pintura y descuido al perímetro (Bucks y Raptors), han sido neutralizados por aquellos que prefieren potenciar el triple y descuidar la pintura (Jazz, Blazers, Clippers o Heat). Por fortuna, para aliviar este actual desequilibrio los 'playoffs' siguen siendo el terreno donde la defensa sigue siendo más efectiva. Casi su único refugio. Esto ocurre por una inhibición natural de los ataques, concentrados mucho más en resolver posesiones de calidad. Y por ello, en esos dos meses de competición final, el ritmo se ve reducido permitiendo a la defensa un cultivo más eficaz.

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Mientras tanto, la tendencia actual prosigue su curso sin límites en el horizonte, de manera que aún puede restar una fase incierta de aproximación a la cima. Parece impensable concebir una intervención de sentido inverso a la que tuvo lugar hace 20 años, pero ante una problemática mayor, un exceso que convirtiera al triple en un virus que combatir, asoman teóricos con ideas para resolver el dilema. Así el principal cartógrafo de tiro en el baloncesto NBA, Kirk Goldsberry, presentaba en la MIT Sloan Sports Analytics Conference de 2019, su obra Sprawlball, en la que además de describir la geografía del baloncesto moderno proyectaba diversas hipótesis, tales como suprimir el triple lateral —prolongando el arco frontal hasta cortar la banda—, aumentar la distancia o estrechar el ancho de la zona, con el fin de promover nuevos espacios en el baloncesto de dos puntos y recuperar una parte del añorado juego interior.

Pero de momento la realidad es que ningún aspecto del juego sufre más esta hoguera ofensiva que la defensa, desguazada irremisiblemente en el colosal avance de aquella. Y contra ese imaginario que repite que en la NBA no se defiende, sí vale recordar la extraordinaria dificultad que atraviesa el orbe defensivo en la NBA de hoy. Un problema de difícil solución cuando el baloncesto tenderá a expandir en mucho mayor grado su arsenal ofensivo a medida que avance el siglo.

Ayuda una escena arquetípica en edad escolar. El niño al que han sustraído un objeto, pongamos una mochila o un balón, trata de recuperarlo mientras varios compañeros en corro se lo van pasando de mano en mano. Cuanto más desesperado está por rescatar el botín, más lo rehúye, llegando tarde a cada intento y agotando al perseguidor, que ni habrá podido rozar a uno solo de sus verdugos. Si la víctima está acompañada de un segundo o un tercer apoyo con que adelantarse al destinatario, bastará al corro separarse y moverse para perpetuar la maniobra.

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