'Yucatán': cornudos, estafadores y camisas hawaianas en un crucero demasiado largo
Daniel Monzón vuelve a contar con Luis Tosar y el guionista Jorge Guerricaechevarría en esta comedia de enredo a bordo de un transatlántico
Desde que en el año 2002 estrenó 'El robo más grande jamás contado', Daniel Monzón no había vuelto a probar las dinámicas de la comedia. Precisamente, esa película supuso la primera colaboración entre Monzón y el guionista Jorge Guerricaechevarría, ese hombre que en España lo escribe todo y que en apenas un año ha estrenado 'Perfectos desconocidos', 'El cuaderno de Sara', 'El aviso' y el título que nos concierne: 'Yucatán'. La premisa, sobre el papel, prometía una cinta de enredo, de estafadores y estafados y planes sin fisura que acaban haciendo aguas, con el aliciente del barroquismo 'kitsch' que se le presupone a un crucero como localización, epítome del turismo de sobreexplotación de bufé libre, fauna bufa y bingo final con bote acumulado.
En 'Una noche en la ópera', los hermanos Marx ya experimentaron con las posibilidades dramáticas del microcosmos itinerante y de obligada y enfebrecida felicidad que es un transatlántico, con la libertad de tejer una red de tramas tan amplia como el número de camarotes. Además de la multiculturalidad que ofrece un viaje intercontinental y el abanico de personajes potencialmente caricaturescos sacados del pasaje y la tripulación. Por camisas hawaianas y aventuras extramatrimoniales, que no quede: las leyes del mar eximen del protocolo mesetario.
Sin embargo, en un filme con tantos personajes, es esencial mantener un rumbo, y 'Yucatán' no consigue contener, por un lado, un superávit de personajes, algunos de los cuales parece que el director se ha visto obligado a sacrificar —como el matrimonio formado por Toni Acosta y Xavi Lite—, y por el otro, los circunloquios en el desarrollo de la trama, que es de digestión pesada. Monzón no acaba de encontrar el ritmo en el ir y venir de los camarotes y el guion recurre a gags tan achicharrados como el del laxante en la comida, que cualquiera presupondría ya superados. El crucero de 'Yucatán' da tantos golpes de timón a lo largo de la película que, aun sabiendo dónde quiere llegar, trasluce una sensación de extravío, de abusar de accesorios para encubrir carencias. Eso sí, los números musicales —que los hay, y muchos— tienen su gracia.
Un personaje humilde recibe una gran suma de dinero que atrae el interés de facinerosos de todo pelaje con objetivos muy lucrativos
'Yucatán', como indicador a grandes rasgos, tiene más de Mariano Ozores que de David Mamet. Como en 'Jenaro, el de los 14', la película de Ozores de mediados de los setenta —su época de máximo estajanovismo—, un personaje humilde recibe repentinamente una gran suma de dinero que atrae el interés de facinerosos de todo pelaje con objetivos muy lucrativos. Sin renunciar a los diálogos explícitos, Monzón no deja de recordar que no es ya que el dinero no da la felicidad, sino que muchos de los ganadores de premios grandes de la lotería han acabado "en la ruina, en la cárcel o muertos". La riqueza como maldición, consuelo de pobres.
Antonio (Joan Pera, doblador habitual de Woody Allen y Rowan Atkinson) es un panadero que en un golpe de suerte gana en la lotería más de 160 millones de euros. Hombre humilde y curtido en la cultura del esfuerzo, decide continuar con su rutina de vida y dedicar su fortuna a financiar causas solidarias. Como pequeño lujo personal, decide pagarse un viaje en un crucero junto a su familia —yernos incluidos— para visitar México, un país con el que tiene una fuerte vinculación emocional, pero que hace medio siglo que no visita. Pero en el crucero también viaja un grupo de estafadores entre los que se encuentran los personajes de Luis Tosar y Rodrigo de la Serna, que intentarán sacarle al bueno de Antonio todo lo que puedan.
Los personajes de Luis Tosar y Rodrigo de la Serna intentarán sacarle al bueno de Antonio todo lo que puedan
Porque Antonio es un hombre bueno: Monzón acierta con la elección de 'casting' —la familiaridad de la voz del acto y su físico vulnerable en seguida despiertan empatía— pero, por si no se dan cuenta a la primera ni a la segunda, la película insiste. Y por si siguen sin interiorizar la idea, el guion no deja de subrayar esa 'entrañabilidad' mediante escenas que detienen el ritmo y lastran el relato. Por otro lado, el hieratismo de Tosar casa muy bien con la interpretación sanguínea de De la Serna, en una vuelta al contraste de las parejas de la comedia clásica, y la tercera en discordia, la actriz peruana Stephanie Cayo, exprime lo que puede de un personaje insulso de planteamiento, que solo sirve para azuzar filias y fobias y para resolver toscamente el embrollo. Con unos actores tan efectivos y una localización tan cinematográfica, resulta imposible no proyectar aquello que pudo ser y no fue: 'Yucatán' no es un desastre y tiene destellos de gracia, pero le falta afinación. Y saber atar cabos.
Sobre todo hacia el final, 'Yucatán' tiene mucho de esa retórica 'coelhiana' de la felicidad como estado mental y el dinero como abstracción. Porque no hay otra forma de enfrentarse a una resolución tan desprovista de sentido. La desorientación es tal que aquí la redención se consuma a golpe de inmoralidad y pelillos a la mar. Si al principio la película se empeña en demostrar que si hay dinero de por medio no hay amigos ni yernos ni amores que valgan, al final parece que, bueno, en fin, hijos de puta somos todos y que tampoco hay que tener rencores y que cosas más raras se han visto. Y en un crucero, más.
Desde que en el año 2002 estrenó 'El robo más grande jamás contado', Daniel Monzón no había vuelto a probar las dinámicas de la comedia. Precisamente, esa película supuso la primera colaboración entre Monzón y el guionista Jorge Guerricaechevarría, ese hombre que en España lo escribe todo y que en apenas un año ha estrenado 'Perfectos desconocidos', 'El cuaderno de Sara', 'El aviso' y el título que nos concierne: 'Yucatán'. La premisa, sobre el papel, prometía una cinta de enredo, de estafadores y estafados y planes sin fisura que acaban haciendo aguas, con el aliciente del barroquismo 'kitsch' que se le presupone a un crucero como localización, epítome del turismo de sobreexplotación de bufé libre, fauna bufa y bingo final con bote acumulado.
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