'El cuaderno de Sara': el mal y ultraviolento viaje de Belén Rueda a las minas de coltán
El realizador gallego Norberto López Amado dirige un guion de Jorge Guerricaechevarría sobre las guerrillas paramilitares que controlan el negocio del coltán en el Congo
Existen los malos viajes y luego está el periplo de Belén Rueda en 'El cuaderno de Sara'. Desde que Laura, el personaje al que interpreta, pone un pie en África, el propio continente se revuelve en su contra. Faltan dedos para contar las desdichas, tiroteo tras tiroteo, masacre tras masacre. Porque, además, la violencia es de un explícito y literal apabullante, casi agotador, tanto que una empieza a preocuparse por la salud mental de una forastera que supera la injusticia, la muerte y la miseria que la rodean con demasiada entereza. Todo está jodido en África, viene a decir, y no hay nada que pueda cambiarse. Se cae el alma a los pies.
Laura llega a África —en un principio no queda muy claro en qué país aterriza— en busca de su hermana Sara (Marian Álvarez), una cooperante desaparecida un par de años atrás a la que han podido fotografiar unos reporteros durante un reportaje sobre las minas de coltán en Virunga, en el Congo. Ni las Naciones Unidas, ni el Gobierno ni ninguna autoridad quieren implicarse en el rescate de Sara; la zona de las minas es un punto caliente en la antigua colonia belga, con las guerrillas paramilitares disputándose la zona y las explotaciones del preciado metal, ese que está en todos nuestros teléfonos móviles, gestionadas por señores de la guerra que someten a los trabajadores —niños incluidos— a condiciones de esclavitud mientras hacen negocios con empresas occidentales que hacen la vista gorda. Aquí todo el mundo quiere sacar tajada.
Lejos de su casa, de la comodidad de un buen trabajo y una buena casa, Laura decide emprender, prácticamente a solas, la busca de Sara en un entorno hostil y desconocido. Y a Rueda parece costarle entrar en su personaje, aunque al final acaba haciéndolo suyo. En su tercer largometraje como director, el realizador gallego Norberto López Amado consigue algo que no es baladí: que el entorno, que el escenario, que el retrato visual que hace del África Central sea verosímil. Hay muerte, pero también hay vida, y no parece todo un escenario de cartón piedra. Con una puesta en escena entre el documental y la película de acción —las referencias a 'Diamante de sangre' o el cine de Peter Greengrass son innegables—, 'El cuaderno de Sara' logra que el espectador se sumerja en el bullicio y el color de las selvas y las callejuelas congoleñas y ugandesas, y también en la falta de infraestructuras y sus paupérrimas condiciones de vida: la cinta en realidad se rodó entre Uganda y Tenerife. Una producción sorprendente y con una muy buena factura.
'El cuaderno de Sara' logra que el espectador se sumerja en el bullicio y el color de las selvas y las callejuelas congoleñas y ugandesas
Sin embargo, y a pesar de que el guion de Jorge Guerricaechevarría —sí, el guionista fetiche de Álex de la Iglesia— reincida en situaciones de extrema violencia, queda la sensación de que la realidad social del Congo es solo un apoyo ambiental en la carrera de obstáculos de la protagonista, sin que en ningún momento haya intención de conocer el trasfondo de los personajes que se encuentra. Eso sí, el espíritu de denuncia es claro, sobre todo respecto a la permisividad de las instituciones extranjeras, distanciadas —o sobrepasadas— por el estado de una región incontrolable, en la que resisten, como francotiradores, los idealistas solitarios de las ONG y las misiones, jugándose día a día el pellejo. Y a veces lo más útil no es lo que parece más obvio. Y si los niños del Primer Mundo se enfrentan a la problemática de ir al colegio con o sin móvil —y con las consecuentes manos adultas a la cabeza—, en el Congo las guerrillas reclutan a los niños soldado de los poblados que arrasan a base de plomo, mientras aquí bostezamos. Eh, pero a la infancia hay que protegerla.
En su odisea transafricana, Laura reconstruye los últimos pasos de su hermana a través de, primero, un buscavidas colombiano (Manolo Cardona) y de un exnovio de Sara (Nick Devlin), que decide acompañarla hasta el corazón de Virunga. El viaje se tuerce y Sara recurre entonces a la ayuda de Jamir (Iván Mendes), con quien inicia un viaje que enfrenta a Laura al límite de sus fuerzas, de sus esperanzas, de sus privilegios, prejuicios y de su falta de comprensión de la realidad de la miseria de una mujer blanca occidental y privilegiada. La supervivencia depende casi más de la suerte, de que las guerrillas se despisten en el camino de entrada a la aldea, que de la pericia.
Y aunque 'El cuaderno de Sara' es un gran trabajo de puesta en escena, el guion avanza reiterativo y, en algunos momentos, inverosímil: demasiados encontronazos. Además, según se acerca el final, la historia se embrolla en idas y venidas que enturbian el discurso, para acabar en un drama de autosuperación con la voz en 'off' de rigor explicando la enseñanza que el espectador debería extraer de la película. El relato acaba resultando demasiado ensimismado, demasiado complaciente y hasta un poco hipócrita. Una historia para remover conciencias sin dejar de lado el tirón del cine de acción que entretiene, pero no conmociona.
Existen los malos viajes y luego está el periplo de Belén Rueda en 'El cuaderno de Sara'. Desde que Laura, el personaje al que interpreta, pone un pie en África, el propio continente se revuelve en su contra. Faltan dedos para contar las desdichas, tiroteo tras tiroteo, masacre tras masacre. Porque, además, la violencia es de un explícito y literal apabullante, casi agotador, tanto que una empieza a preocuparse por la salud mental de una forastera que supera la injusticia, la muerte y la miseria que la rodean con demasiada entereza. Todo está jodido en África, viene a decir, y no hay nada que pueda cambiarse. Se cae el alma a los pies.