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'Pequeño cúmulo de abismos': imaginación desbordante y, por fin, la conciencia de clase
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'Pequeño cúmulo de abismos': imaginación desbordante y, por fin, la conciencia de clase

Tras 20 años de trayectoria artística en los márgenes, Cris Blanco estrena en el CDN una obra que mezcla su biografía con la ciencia ficción

Foto: Rocío Bello (izquierda) y Cris Blanco (derecha), en un momento de la obra. (CDN)
Rocío Bello (izquierda) y Cris Blanco (derecha), en un momento de la obra. (CDN)

¿Se imaginan haber trabajado toda su vida en condiciones de precariedad, pidiendo favores a amigos, sin presupuesto ni medios ni nada parecido y que llegue el Centro Dramático Nacional, te encargue y produzca una obra y lo primero que hagas, nada más llegar, sea un agujero en la pared del escenario del Teatro María Guerrero?

Esto es lo que pasa en Pequeño cúmulo de abismos, de Cris Blanco, y ese agujero en la pared del Teatro María Guerrero es un agujero negro, un agujero que modificará el tiempo y el espacio como si aquello que sucede en escena fuera una peli de ciencia ficción, pero también será ese gesto que hace alguien educado para no molestar, para no llamar la atención ni hacer ruido, el gesto loco e imprevisto de Cris Blanco, criada en un barrio obrero con parques y descampados repletos de jeringuillas en los ochenta, hija única de madre soltera y peluquera, una cría que jugaba sola, que leía el Superpop y la Ragazza en el baño de la casa de una abuela que dejó su pueblo en el Bierzo junto con su madre y su tía para buscarse la vida en Madrid, mujeres que “saben leer y escribir de casualidad” y que trabajaron mucho para salir adelante.

placeholder Cris Blanco, en 'Pequeño cúmulo de abismos'. (CDN)
Cris Blanco, en 'Pequeño cúmulo de abismos'. (CDN)

Y ahí, en ese lugar, a esa cría le nacen las ganas de dedicarse al teatro y trabaja de teleoperadora, de camarera, de leprosa en mercados medievales y de payaso en comuniones, y monta su primera pieza con 24 años y se tira más de 20, desde entonces, estrenando obras que no son teatro ni danza ni performance, pero son todo eso, y estrena en España y fuera de España, sin apenas medios, y monta escenografías con cosas de la basura y le pide a sus colegas artistas que le hagan las luces o le dejen una cámara para sus obras y, de pronto, alguien del Centro Dramático Nacional va a Conde Duque a ver su pieza Grandísima Illusione y, después de aquello: oye, hemos pensado que nos gustaría coproducirte una obra nueva junto con el Festival Grec con más de cien mil euros de producción. Y ella dirá que sí, claro, y pensará “no he visto tanto dinero en mi puta vida”, y llegará a ese teatro, el María Guerrero, en un barrio de pasta en el centro de Madrid tan lejos del suyo, el de La Coma, pegado a Pitis y a Peña Grande, y lo primero que hará es un agujero en la pared del escenario. O sea, lo que hará es molestar y cagarla.

Un agujero negro y David Hasselhoff

Ese escenario en el que todavía no hay un agujero es un espacio desnudo, con algunos objetos amontonados por ahí de cualquier manera, y con dos puertas. Por una de ellas aparece Cris Blanco, que se coloca en el centro y nos dice que es la autora y la directora de todo esto y que va a contarnos su vida y que le da vergüencilla, que nunca lo había hecho antes en ninguna de sus obras, pero que ahora tiene la necesidad de “volver al barrio, a las raíces” y hablar de su abuela Dora, su madre Ángeles y su tía Amparo, que tenía un póster gigante de Felipe González en el comedor de su casa, y que ella ha crecido comiendo junto a la imagen de “ese señor con pinta de comercial de Naturgy” y que, cuando se murió su tía Amparo, “dos días antes, en la residencia, se tiró un pedo y dijo pa’ Rajoy, os lo juro”.

La autora tiene la necesidad de hablar de su abuela Dora, su madre Ángeles y su tía Amparo, que tenía un póster gigante de Felipe González

Y en ese escenario sonarán canciones de Mari Trini, de Guns N' Roses, de Franco Battiato y de Las Grecas, y habrá un botijo, como en todas las obras de Cris Blanco, y unos telones chillones de alguna obra de Marta Pazos y un David Hasselhoff tamaño gigante. Y aparecerá la actriz Rocío Bello (formidable, como siempre) interpretando a una técnica del CDN, con sus pantalones imposibles de Shein, su camiseta animal print, su chaleco con bolsillos y sus casquitos para comunicarse con los otros técnicos de la sala, que probarán luces mientras Cris Blanco prueba escenas y que pasarán de ella cuando les pida que estaría bien que, cuando cante en el karaoke, la música y la letra fueran acompasadas. Y aparecerá Íñigo Rodríguez-Claro, en la piel del director del CDN, para pedirle a Blanco una sinopsis de la obra, y en la patilla de sus gafas y sus calcetines, el color amarillo corporativo del teatro. Y una guardia de seguridad pegada a su walkie, Ohiana Altube, que, cuando descubra ese agujero en la pared del teatro, no sabrá explicar con palabras lo que ha visto al otro lado y se pondrá a bailar un solo de danza hermoso porque es bailarina y “este trabajo es solo temporal” y el tiempo entrará en bucle y pasarán cosas raras y habrá gente en ese escenario que vea al público en el patio de butacas y gente que no lo vea, reventando esa vetusta convención teatral de la cuarta pared.

Por fin, la conciencia de clase

Y entonces pensaremos en Borges y su Aleph, en Ursula K. Le Guin y en que eso que está pasando es un juego de imaginación desbordante, mucho humor y algo de metateatro, pero no solo, porque lo que hace Cris Blanco es llevar a escena una obra sobre la conciencia de clase, no solo económica y social, sino también teatral, al mismo tiempo que muestra las costuras de la propia creación escénica —todo es un ensayo, el proceso de creación de una obra en vivo— en la que evidencia, también, toda esa burocracia absurda de tantas instituciones culturales, sea el CDN o cualquier otro teatro público.

“Mi madre tenía una peluquería en Malasaña, al lado de una vaquería que ahora es una tienda vintage”, explica Cris Blanco a este diario, “y empecé a pensar en un paralelismo entre mi barrio y este otro de Chueca y Malasaña donde está el María Guerrero y trabajaba mi madre. Un barrio pijo en el que, en los ochenta, también se moría la gente en los portales por sobredosis de heroína, igual que en el mío. Y yo quería hablar de la diferencia de clases, de ese techo de cristal, de pensar que yo nunca iba a estar aquí y al final estar. Yo iba para peluquera o para cajera en el supermercado de mi barrio, que es donde se quedaron mis amigas del cole, pero me he ido escapando y con el tiempo me he dado cuenta de que muchos de mis colegas artistas tenían apoyos familiares no solo económicos, también culturales, pero yo no porque no es solo que venga de un barrio y una familia obrera, es que son gente que viene de lo rural y ahí es donde yo me he criado”. En el proceso de escritura de Pequeño cúmulo de abismos, cuenta Blanco que estuvieron muy presentes dos libros escritos con un enfoque feminista y una mirada sobre la clase trabajadora: Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado (Pepitas de Calabaza), y La mala costumbre, de Alana S. Portero (Seix Barral).

placeholder Cris Blanco y Rocío Bello. (CDN)
Cris Blanco y Rocío Bello. (CDN)

Y desde ese lugar del que viene, económico, social y artístico, Blanco lleva a escena una obra cómica, muy divertida y cero panfleto con muchos de los que han trabajado con ella todos estos años, cuando no había un duro. Ahora, con esos más de 100.000 euros de coproducción, dice que “lo que he podido hacer es algo maravilloso: pagar al equipo muy bien”. Pero, a pesar de eso, los mimbres de Pequeño cúmulo de abismos reivindican la escasez de medios, y el vestuario es barato y no hay dispositivos ni artefactos modernísimos, y late esa sensación de que Cris Blanco está sacando pecho por haber aguantado estos años y por haber insistido en su forma de hacer teatro, pero no solo ella, porque estrenar en el CDN, “para mí, ha sido como si todas las artes vivas y todos esos circuitos underground y de danza que siempre me han acogido entraran aquí, como si nos hubieran abierto la puerta y hubiéramos entrado todas, y por eso también baila Ohiana Altube en la obra”.

Blanco lleva a escena una obra cómica, muy divertida y cero panfleto con muchos de los que han trabajado con ella todos estos años

En ese equipo también estarán Jorge Dutor (vestuario), Miguel Ruz (iluminación), Carlos Parra (espacio sonoro), Marta Orozco (vídeo) y Pablo Chaves (escenografía). Y la dramaturgia de la obra es el resultado de un trabajo colectivo entre Rocío Bello, Cris Blanco, Óscar Bueno y Anto Rodríguez. Y acabará la obra y no sabremos (qué maravilla) si ese agujero negro en la pared del teatro simboliza nuestra infancia y esa imaginación perdida, si es el agujero que se tragó a tantos en aquellos años ochenta de la heroína y el sida, si es ese lugar por el que se escapa lo artístico en medio de tanta burocracia institucional o si es ese baño de la casa tu abuela donde leías a escondidas aquellos reportajes un poco guarrillos que a veces publicaba la Ragazza. Da igual, no importa, pero vayan a verla.

'Pequeño cúmulo de abismos'. Dirección y autoría: Cris Blanco. Dramaturgia: Rocío Bello, Cris Blanco, Óscar Bueno y Anto Rodríguez. Reparto: Oihana Altube, Rocío Bello, Cris Blanco e Íñigo Rodríguez-Claro. Hasta el 12 de noviembre en el Teatro María Guerrero (CDN). En 2024, dentro de la programación del Festival Grec de Barcelona.

¿Se imaginan haber trabajado toda su vida en condiciones de precariedad, pidiendo favores a amigos, sin presupuesto ni medios ni nada parecido y que llegue el Centro Dramático Nacional, te encargue y produzca una obra y lo primero que hagas, nada más llegar, sea un agujero en la pared del escenario del Teatro María Guerrero?

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