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El Juli se despide en la plenitud
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El Juli se despide en la plenitud

Madrid, este sábado, y Sevilla, el domingo, jalonan la retirada del hombre-prodigio transcurridos 25 años de su alternativa y después de haberse convertido en el mayor rival de sí mismo

Foto: El diestro Julián López 'el Juli' sale a hombros de la Feria de la Virgen de San Lorenzo de Valladolid el 6 de septiembre. (EFE/Nacho Gallego)
El diestro Julián López 'el Juli' sale a hombros de la Feria de la Virgen de San Lorenzo de Valladolid el 6 de septiembre. (EFE/Nacho Gallego)

No puede sorprender que el Juli haya decidido retirarse cuando celebra 25 años de alternativa, aunque la redondez de la efeméride no implica que haya razones de decadencia para justificar la decisión. Julián López (Madrid, 1982) se marcha en la plenitud, en la mejor expresión de su tauromaquia, cuando más lejos ha llevado su magisterio y su clarivendencia.

Podría haber seguido una temporada más, y otra y otra, pero la lucidez característica del maestro también le ha asistido cuando el niño prodigio se ha convertido en hombre prodigio. El Juli ha llegado hasta el final sin haber malogrado la vocación ni la afición. Y sin haberse consentido el menor atisbo de declive. No ha tenido el Juli principal rival que sí mismo, ni mayor mérito que la capacidad de adaptación a las transformaciones de la tauromaquia en el trayecto un cuarto de siglo. Por el cambio de toro. Por las modificaciones del gusto del público. Por las arbitrariedades de la crítica taurina. Y por los vaivenes del escalafón, hasta el extremo de que Julián López ha rivalizado con Manzanares padre y con el hijo, y ha afilado los espolones para medirse con un matador de Lima en cuya habitación adolescente había un póster que retrataba al Juli en hombros.

Foto: Julian López, 'El Juli', durante una corrida de toros en Manizales, Colombia. (EFE/Jhon Jairo Bonilla) Opinión

Roca Rey, en efecto, tiraniza la época contemporánea como antaño lo hacía José Tomás, pero es el Juli el nexo conductor de una etapa y la otra, la referencia sólida y la expresión arrolladora de las estadísticas.

Procede ordenar el inventario. Y de amontonar las cifras como reflejo de los méritos cualitativos. Casi 1.900 tardes luces. Y 2.900 orejas. Y un centenar de rabos. Y más de 30 toros indultados. Y un millar de salidas a hombros, como si la rutina de abrir las puertas grandes convocara la ironía de Margaret Thatcher: si me vieran andar por el agua, dirían que no sé nadar. Dicho de otra manera: el Juli se pasea en volandas porque no sabe caminar.

placeholder Julián López 'el Juli' con su segundo astado en la plaza de toros de La Condomina en Murcia el pasado día 12 de este mes. (EFE/Marcial Guillén)
Julián López 'el Juli' con su segundo astado en la plaza de toros de La Condomina en Murcia el pasado día 12 de este mes. (EFE/Marcial Guillén)

Tomó la alternativa en Nîmes, fue el ídolo de México e hizo de La Maestranza su templo y su espacio de identificación, pese a la relevancia y contingencia de las contraindicaciones. Porque era madrileño. Porque su tauromaquia discrepaba de la sevillanía. Y porque la proeza de descerrajar siete veces la Puerta del Príncipe no parecía al alcance de un “extranjero” de ademanes toscos… y de ambición desmedida en su camino de perfección.

Madrid, plaza hostil

Tiene sentido que El Juli haya escogido Sevilla este domingo como el escenario de su retirada. Y que sea Las Ventas el destino antecedente este mismo sábado. Ha sido Madrid una plaza hostil al “torero local”. Lo han saboteado el tendido siete y el palco presidencial. Y se ha tardado demasiado tiempo en reconocerse los dogmas de Julián López. Ninguno tan evidente como el poder. O tan elocuente como la clarividencia para interpretar los requisitos de cada toro, como si mediara un espíritu franciscano.

No ha renunciado el Juli a las supersticiones, ni ha tenido tiempo de aburrirse. Ha tenido tiempo de asustarse, de reconocerse frágil y vulnerable

Podrá decirse que el Juli no ha sido un esteta ni un toreo de arte, pero nunca podrá cuestionarse la personalidad y el valor de un matador cuyo sentido del temple ha proporcionado experiencias sublimes en los tendidos.

No ha dejado de ser el Juli el niño precoz que impresionó en la plaza de Chinchón cuando tenía 11 años y aparentaba algunos menos. No ha renunciado a la ingenuidad, a las supersticiones, ni ha tenido tiempo de aburrirse. Sí ha tenido tiempo de asustarse, de acercarse a la sombra, de reconocerse frágil y vulnerable, especialmente cuando lo puso a cavilar y temblar el cornalón que le pegó un toro de Victoriano del Río en La Maestranza (2013). Estuvo en el umbral de la muerte el torero infalible, le pasó muy cerca. Y podría haberse certificado si no llega a intervenir el doctor Valcarreres después de un viaje de urgencia a Zaragoza.

placeholder El diestro madrileño Julián López 'el Juli', el pasado día 20 durante la inauguración de la exposición monográfica que le rinde homenaje en la plaza de Toros de Las Ventas de Madrid. (EFE/Zipi)
El diestro madrileño Julián López 'el Juli', el pasado día 20 durante la inauguración de la exposición monográfica que le rinde homenaje en la plaza de Toros de Las Ventas de Madrid. (EFE/Zipi)

Un cuarto de siglo. Observa el tiempo el Juli con la sensación de haber vivido su carrera y su misterio de una manera muy distinta a la que creía. Una vocación durísima y extrema, pero también sublime e indescriptible. Porque no hay manera de explicar el estado de trance que alcanzó Julián López en la plaza de Las Ventas en la feria de San Isidro de 2022. Le había sucedido algo parecido en México cuando tenía 14 años (llorar… y llorar). Y cuando tuvo que marcharse a América para sustraerse a los límites de edad que establecía la Administración española. Se abandonó el Juli en la México. Y le sucedió lo mismo que en la calle Alcalá. La cima. El éxtasis.

“Cuando me retire, va a morir una parte de mí. Y no cualquiera, sino la más importante”, me decía el Juli con motivo de una charla que mantuvimos en Olivenza al comienzo de la temporada. Adquiría conciencia del vacío que se le avecina, del periodo nihilista que amenaza a los samuráis del escalafón. Y de la orfandad que le aguarda cuando solo ha cumplido 41 años.

Tenía 33 menos cuando se puso delante por primera vez. Aquel renacuajo rubio y de ojos azules celebraba su comunión en un pueblo de Toledo delante de una becerra, quizá subestimando los presagios de gloria que le hicieron los testigos y que rara vez prosperan cuando aparece un niño prodigio entre los gigantes: “Este crío va a ser una figura del toreo”.

No puede sorprender que el Juli haya decidido retirarse cuando celebra 25 años de alternativa, aunque la redondez de la efeméride no implica que haya razones de decadencia para justificar la decisión. Julián López (Madrid, 1982) se marcha en la plenitud, en la mejor expresión de su tauromaquia, cuando más lejos ha llevado su magisterio y su clarivendencia.

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