Olivenza, una tragedia evitable
Un episodio surrealista acontecido durante la llamada Guerra de las Naranjas con un pueblo en el extremo este de la comarca del Alentejo como protagonista
"La igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea precisado a venderse".
Jean Jacques Rousseau.
En la huerta mental de algunos descerebrados, sembrar una forma decente de pensamiento puede ser un ejercicio de alto riesgo. Es sabido que Godoy cursó sus estudios en bodegas, se doctoró en burdeles y, con las escasas habilidades que le quedaban a juzgar por su deficiente manejo militar, debió de hacer un curso por correspondencia para servir en la milicia. Tenía un apagón mental inversamente proporcional al calentón de su herramienta genital.
Esto viene a colación de un episodio surrealista acontecido durante la llamada Guerra de las Naranjas. La historia de la fortaleza y pueblo de Olivenza en el extremo este de la comarca del Alentejo está alimentada en las rencillas fronterizas y una inquina recíproca en salmuera. En la segunda mitad del siglo XIII, nuestro magnífico rey Alfonso X el Sabio (este no estaba tarado) tras una comilona y un apretón de manos llegó a la conclusión que el río Guadiana podía delimitar de manera sencilla y económica la parte Sur de sus reinos. Pero había zonas donde las rencillas se producían por temas menores, como es el caso de las lindes y el pago de tributos a una u otra administración. Los accidentes geográficos distorsionaban la definición exacta de la frontera, y la buena voluntad de los dos reyes se veía constantemente comprometida por las trifulcas entre sus súbditos.
Siglos más tarde: Tratado de Madrid. Firmado en el año 1801, tenía todos los visos de ser una alianza contra natura, habida cuenta la escasa simpatía que les teníamos a nuestros vecinos galos. En algún renglón torcido de ese documento decía sin ambages que, en el caso de que nuestros hermanos portugueses albergaran naves inglesas en sus puertos, nos veríamos impelidos a declararles la guerra a nuestros entrañables 'vecinitos'.
Napoleón vivía bajo una dualidad de alta tensión. Por un lado, quería que la ilustración se propagase de forma natural entre sus vecinos fronterizos, so pena de aplicarles una somanta de palos o algo peor. En esencia, las corrientes intelectuales nacidas tras las degollinas posrevolucionarias tenían el encanto de revelarse altamente instructivas y con ideas muy novedosas y refrescantes. La defensa del uso de la razón y la lógica como medios de conocimiento estaban bien empaquetadas y precedidas del excelente trabajo de una pléyade de estudiosos que amplificaron, mediante La Enciclopedia (Diderot y d`Alembert), un esquema de pensamiento como pocas veces se ha visto en dotación y esfuerzos en la humanidad, salvo en la Edad de Oro de la filosofía griega.
Lógicamente, enfrente tenían a dos pesos pesados, el anciano Régimen Absolutista que todavía pataleaba en sus últimos estertores y como no, la inveterada iglesia inasequible al desaliento, trabando cualquier evolución que no pasara por la autoría intelectual del altísimo. A todo esto, había que añadir que se habían cepillado al Borbón local y a su pizpireta parienta la de los pasteles, si, la que con cierta sorna dijo que si no le llegaba el pan al pueblo hambriento que comiera pasteles; antecedentes estos que causaban cierta inquietud y desasosiego por estos lares.
"Lo de exportar pensamiento crítico tenía su aquel, pero fatal eso de imponerlo a sangre y fuego"
Napoleón pasó como una apisonadora por encima de estos elefantes reaccionarios, e hizo bien en ventilar las seseras de los parroquianos de este lado de los Pirineos, que estaban 'pelín' apolilladas. Lo de exportar pensamiento crítico tenía su aquel, pero fatal eso de imponerlo a sangre y fuego, un dislate incontestable el despropósito de este encogido genio.
Como decíamos, por el Tratado de Madrid de 1801, forzado con calzador por los franceses, los españoles, en una alianza contra natura con nuestros frecuentemente vilipendiados vecinos transpirenaicos, nos veríamos obligados a declarar la guerra a nuestros hermanos portugueses caso de dar cobijo a las naves inglesas, con cuyo país habían firmado un pacto de amor entregado y sin concesiones a terceros; vamos, que no les gustaban los tríos.
Obviamente, los lusos estaban hasta la coronilla con nuestras atrabiliarias conductas de alborotadores, aspecto en el que siempre hemos sido unos destacados campeones. Estos malos hábitos del lado este de La Raia (La Raya) los condenaba a vivir su peculiar tranquilidad, durmiendo siempre con un ojo abierto, habida cuenta de las trifulcas a las que éramos- somos – tan aficionados -.
Mientras tanto, Godoy, al que siempre le faltó un hervor, que se hizo colega de toda la vida de la cabreada turbamulta gala especializada en rebanar los cuellos de algunos despistados aristócratas que creían que la Revolución Francesa era una moda pasajera. Este semental amenazó con invadir Portugal y la negativa de nuestros vecinos instalados en su circular cadencia de crepúsculos atlánticos se vio alterada por la supuesta valentía del valido, con el resultado que todos conocemos.
Mientras Napoleón se batía en varios frentes, el ínclito Godoy, que era un mezquino carcunda, en un ataque de enajenación mental transitoria, va el calavera e invade Portugal por la zona del Alentejo, así, como quien no quiere la cosa, para demostrarle a su pasmado rey que su valor subía enteros a costa de llevarse más de 10.000 hermanos portugueses por delante y arrancarles un buen pedazo de territorio en la zona de Olivenza, amén de sembrar la comarca de lágrimas, viudas y huérfanos.
A nuestros entrañables vecinos les pilló la traicionera invasión mientras se apretaban un 'bacalhau', lo que les obligaría a firmar un indeseable armisticio tras la escabechina que este valido de andar por casa organizó para complacer al tarado de su rey. Este acto de matonismo (arrear a un pequeñajo no demuestra mucho estilo y además indica la catadura del sujeto) define al personaje – por decir algo correcto – que era Godoy: un elemento de blanda sesera, escaso de neuronas y con una sonrisa cruzada modelo hiena africana de buen porte.
"Los portugueses siempre han sido gente elegante y de una educación incuestionable, y empezaron por castigarnos con una Damnatio Memoriae"
La 'batallita' del energúmeno se tradujo en la pérdida de un entrañable pedacito de tierra portuguesa en el que hoy se habla castellano desde generaciones. Pero los portugueses siempre han sido gente elegante y de una educación incuestionable. Empezaron por castigarnos con una Damnatio Memoriae y con ese marchamo tan fijado en su peculiar ADN nos borraron con piedra pómez de todas las señales que indicaban la dirección hacia España; esto es, que de la noche a la mañana dejamos de existir para ellos. Este respetable pueblo que, desde su insignificancia geográfica, conquistó buena parte del mundo, se encerró como un caracol. Para ellos España era algo así como el Malleus Malleficarum o un demonio redivivo.
De todas formas, el Tratado de Madrid nunca sería respetado por las partes al no incluir la devolución de la plaza de Olivenza a nuestros 'vecinitos'; en consecuencia y como contrapartida, desde territorio brasileño salió un destacamento portugués que se hizo con la región de Misiones al sur del actual Brasil entre Paraguay y Argentina.
Saramago, desde el plácido sueño de la eternidad, expresó su voluntad de que algún día Iberia fuera una. Habrá que esperar o hacer gestos correctos para un acercamiento sólido y duradero. En la península Ibérica el sol siempre sale por el Este.
"La igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea precisado a venderse".
Jean Jacques Rousseau.