El brillo judío de Al-Ándalus destruido por los árabes (mucho antes de su expulsión por los Reyes Católicos)
Una exposición analiza el periodo dorado de los sefardíes en la España musulmana, aniquilado por la llegada de los almohades a mediados del siglo XII
En 1896 dos gemelas inglesas, Agnes Lewis y Margaret Lewis, volvieron de un viaje a El Cairo con un fajo de fragmentos de papel de hacía al menos diez siglos y con un pergamino que habían comprado a un marchante de antigüedades. Era la época en la que en Egipto se vendía de todo, desde piezas increíbles del Antiguo Egipto hasta elaboradas falsificaciones, una industria que seguía la reciente pasión europea por la arqueología. Pero Agnes y Margaret eran dos viudas expertas en el estudio de manuscritos y dedicadas al coleccionismo, por lo que reconocieron el valor de aquellos papeles, que no tenían nada que ver con los antiguos faraones.
Lo que tenían en sus manos era un fragmento del Libro del Eclesiástico de Ben Sira, el original en hebreo, una joya perdida. No dudaron en enseñárselo a Solomon Schechter, rabino y académico de la Universidad de Cambridge, quien organizó rápidamente un viaje a El Cairo para recuperar el resto de legajos. Schechter sospechaba que el documento, del siglo II a. C., podía haber salido de la Guenizá de la sinagoga de Ben Ezra en El Cairo, de donde algunas bibliotecas y la propia Universidad de Cambridge ya había recuperado algunos documentos, pero ante el hallazgo de Ben Sirá, y con la financiación de un matemático, Charles Taylor, decidió comprarlos todos.
Es precisamente esa montaña de papiros y manuscritos de gran antigüedad con la que se retrató a Schechter (y que ilustra este artículo) la imagen que abre la exposición que el Centro Sefarad-Israel en Madrid dedica al esplendor de los judíos en Al Andalus y la posterior destrucción de ese periodo dorado por parte de los almohades a mediados del siglo XII, es decir, tres siglos y medio antes del edicto de expulsión de los Reyes Católicos en el siglo XV. Lo que contenía esa pila de manuscritos era la crónica de los sefardíes de Al Andalus así como los textos del gran filósofo Maimónides y otras pistas sobre un pasado judío en la Península bastante desconocido. Incluían cartas, informes judiciales, contratos de matrimonio y testamentos que permitieron a los investigadores crear un retrato de cómo eran las comunidades judías del Mediterráneo durante los siglos X, XI y XII.
Lo explica a El Confidencial José Martínez Delgado, catedrático de estudios semíticos de la Universidad de Granada y comisario de la exposición: “La Guenizá es un habitáculo que tienen que tener los cementerios o las sinagogas judías para depositar en ellos los textos sagrados que no pueden ser destruidos. Cuando por ejemplo la encuadernación de una Biblia se rompe y ya no se puede reparar, los judíos no pueden tirarla, cualquier cosa de carácter religioso que esté en hebreo no se puede tirar a la basura porque es sagrada. Hay que depositar esos textos en una Guenizá y, con el tiempo, sacarlos a través de un ritual y enterrarlos”.
Pero no ocurrió así en el caso de Ben Ezra, de los textos de la sinagoga de El Cairo. Tenían que haber sido enterrados, pero se conservaron en cambio durante 900 años y, lo que es aún más sorprendente, no sólo contenían textos sagrados, sino también una colección impresionante de papeles que documentaban la vida de los judíos y más concretamente, de los judíos de Al Andalus: “Por una razón desconocida, se fueron acumulando durante 900 años todo tipo de textos”, comenta José Martinez. “Con la suerte además de que El Cairo, por su clima, ayudó a que se conservasen. Además, la localización geográfica de El Cairo convertía a esa ciudad en un puente: todo el que quisiera viajar de Al-Andalus a Bagdad, por ejemplo, tenía que pasar por El Cairo”.
El falso mito de las tres culturas
El resultado es que en aquella Guenizá tan lejos de Al Andalus quedó ampliamente documentada la vida de los judíos árabes en aquella parte de Sefarad. Entonces, ¿existió realmente durante varios siglos ese mito de las tres culturas que convivían? José Martínez es tajante: “No, nunca existió eso de las tres culturas, porque esos judíos eran árabes, es decir, todo el que vivía en un estado árabe era árabe, otra cuestión es que fuera musulmán, así que la Edad de Oro de los judíos andalusíes se produce porque están plenamente integrados en la cultura árabe, que es la dominante y no admite discusión”.
Mantenían el hebreo, pero lo cierto es que esos judíos árabes -como el propio Maimónides- florecieron dentro de Al Andalus adoptando la lengua árabe. Todos los miembros de la comunidad judía aprendían el hebreo para poder leer la Torá y participar en el servicio de la sinagoga, pero su lengua materna era el árabe, con el que además se podían comunicar libremente con los judíos de Palestina, Egipto, Siria e Irak actuales y les permitía integrarse plenamente en el amplio mundo intelectual arabófono: en la poesía, la ciencia y la filosofía, en las que en esa época estaban muy avanzados. A diferencia de Europa occidental, donde el latín era la lengua intelectual de los cristianos pero no de los judíos, en el mundo islámico, el árabe era la lengua dominante y no se precisaba traducción, porque era la que todos usaban
Uno de los objetivos de la exposición es de hecho, mostrar como era ese mundo judeo-árabe, que es desconocido y que es muy anterior al de los judíos de la sinagoga de Toledo del siglo XIII. Allí, en Toledo, ocurría lo mismo pero al contrario, ya que existían judíos o árabes pero bajo una dominación de la cultura cristiana, lo que de nuevo no se corresponde con la idea de la tres culturas. La Edad de Oro de esta comunidad sefardí en Al Andalus se produjo en este mundo árabe durante la dinastía de los omeyas, que los integró plenamente en la corte.
Según Martínez Delgado durante los siglos X, XI y primera mitad del XII -los que van de los omeyas a los reinos de taifas- la de Al Andalus era una sociedad relativamente abierta pero no multicultural: “Los musulmanes te proporcionaban independencia religiosa y jurídica si pagabas el impuesto. No se inmiscuían en tu vida ni en tus problemas. Podías ser musulmán, podías ser judío o podías ser cristiano. Cada uno tenía su juez y cada uno tenía sus normas y cada uno tenía su independencia. En eso es en lo que se basaba, en eso que se acabó denominando el respeto de las tres culturas, pero a través de una fiscalización de la de la sociedad. El problema era cuando dos judíos no se ponían de acuerdo y tenían que ir a la autoridad regente. Eso era un problema, un escándalo y un problema. Todo se solía resolver dentro de cada comunidad. Cada uno resolvía sus problemas de manera interna en sus barrios”.
La época dorada de la cultura sefardí en Al Andalus es arrasada por los propios árabes, por la invasión de los almohades del norte de Africa
Sin embargo ese mundo judío, el de la época dorada del pensamiento y de centros como el de Lucena, desaparece, es arrasado por los propios árabes, por la invasión de los almohades del norte de Africa, que son totalmente diferentes. La cultura judía andalusí es decapitada por esta nueva invasión, tres siglos antes de que los Reyes Católicos acaben con el último reino musulmán de Granada, el nazarí, y decidan expulsar a los judíos definitivamente de la Península.
Antes habían tenido que huir por la represión almohade, especialmente los más prominentes como Maimónides, en lo que podría ser un preludio del integrismo: “No es un término del todo adecuado porque con los almohades se tiene que ir por ejemplo Averrroes (filósofo y médico musulmán), pero sí arrasan con esa integración judía —y por supuesto cristiana— y destruyen ese legado sefardí que es el que se recupera con los papeles que se hallan en la Guenizá del El Cairo que es donde se exilian muchos de ellos”, aclara Martínez Delgado.
¿Es destruida Sefarad? No, porque existen judíos que no son andalusíes que después aportan mucho, pero ciertamente es el fin de una era, la de mayor peso de los judíos en la Península. “El edicto de los Reyes Católicos daría la puntilla, claro, de eso no hay duda. Pero por decirlo de alguna forma, aquellos judíos eran los Austrias y los de la época de Isabel y Fernando, los Borbones”.
En 1896 dos gemelas inglesas, Agnes Lewis y Margaret Lewis, volvieron de un viaje a El Cairo con un fajo de fragmentos de papel de hacía al menos diez siglos y con un pergamino que habían comprado a un marchante de antigüedades. Era la época en la que en Egipto se vendía de todo, desde piezas increíbles del Antiguo Egipto hasta elaboradas falsificaciones, una industria que seguía la reciente pasión europea por la arqueología. Pero Agnes y Margaret eran dos viudas expertas en el estudio de manuscritos y dedicadas al coleccionismo, por lo que reconocieron el valor de aquellos papeles, que no tenían nada que ver con los antiguos faraones.
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