José Tomás regresa a los ruedos entre tinieblas
Tres años después de su último paseíllo, el “monstruo” abarrota la plaza de Jaén y protagoniza una tarde frustrada por la precariedad del ganado y por la desconexión de los tendidos
Fue una reaparición entre tinieblas. Ni oscura del todo, ni tampoco clara. A José Tomás se le reconoció en el valor, en el carisma, en la personalidad, pero también se le advirtió desangelado, deshabitado y hasta vulnerable.
Ni siquiera pudo marcharse de la plaza entre clamores unánimes. El desenlace decepcionante de la tarde -palmas, silencio, oreja protestada y oreja- explica que los espectadores le reclamaran un toro de regalo, pero el maestro declinó el plebiscito y se marchó de Jaén tan contrariado como sus partidarios. Ni épica, ni lírica, ni salida a hombros, ni idolatría.
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Los toros elegidos resultaron un fiasco. Por la falta de presencia, de trapío. Y por la precariedad y las limitaciones del juego. José Tomás reaccionaba a la mediocridad del ganado con su "pathos", sus galones y sus cojones, pero se diría que los tres años de ausencia en los ruedos han repercutido negativamente en su lucidez y en su templanza. Quería siempre José Tomás, pero no siempre podía. Una tarde de claroscuro, una reaparición frustrante. Y no por falta de voluntad, sino por la inercia decadente del acontecimiento.
Ni siquiera puede decirse que el público estuviera descaradamente de su lado. Se le recibió con los máximos honores. Se le aclamó con estruendo, pero las regalías del comienzo se fueron desvaneciendo. Y se terminó juzgando a JT con exigencias y hostilidades de primera figura.
La mansedumbre del ejemplar "inaugural" de Victoriano del Río -deslucido a fuerza de echar la cara arriba y de distraerse- malogró el vuelo de la faena. Y apenas permitió a José Tomás templarse con el capote, asombrar con los estatuarios y cuajar un par de series ligadas entre la polvareda del ruedo.
Anduvo JT negligente con los aceros. Y no obtuvo mayor recompensa que unas palmas de cortesía. O sea, que los honores del recibimiento y la sugestión de los partidarios devolvieron la tarde al ambiente exigente de una corrida "normal". Se juzgaba al maestro como a cualquier torero.
Los honores del recibimiento y la sugestión de los partidarios devolvieron la tarde al ambiente exigente de una corrida "normal"
Y se le agradeció poco incluso el esfuerzo en la lidia del segundo de la tarde. Poco toro en cuestión de trapío (492 kilos, poca cara). Mucho toro en cuestión de malas ideas. Tan rebrincada embestía la res de Álvaro Núñez que la faena se resolvió con más voluntad que limpieza.
El veredicto del público silenció la faena de José Tomás. Y despertó las primeras alertas. Porque ya estábamos en el meridiano del acontecimiento. Y porque la combustión de los tendidos -un calor insoportable- agotaba la paciencia del personal en espera de verificarse los milagros.
Fue el contexto en que se escuchó un estruendoso "me aburro" en los tendidos. Y es verdad que el comentario intempestivo reanimó la faena de José Tomás al tercero de la tarde, pero el ejemplar de Victoriano del Río, mal presentado, probón y deslucido, solo fue proclive al magnetismo de JT en las últimas series. Se templaba el matador. Lograba naturales de mérito. Y se enroscaba en distancias y apreturas inverosímiles, del tal manera que la presidencia le reconoció con el premio de un trofeo.
Arreciaron algunas protestas al recibirlo, de tal manera que José Tomás decidió arrojarlo al suelo. Y concederse una vuelta al ruedo de mucha ligereza y de poca enjundia, como si el público y el matador asumieran que la tarde de la reaparición se estaba desdibujando.
No siempre los muletazos surgían limpios, pero las estrecheces aportaban dramatismo
Puede entenderse así mejor el valor y el amor propio con que concibió la cuarta faena. Embestía violento y rebrincado el toro de Juan Pedro Domecq y reaccionaba José Tomás con una quietud pavorosa. No siempre los muletazos surgían limpios, pero las estrecheces aportaban dramatismo a las suertes. Y la sensación de la cogida sugestionaba a los tendidos, de tal manera que al público se le iba el miedo por la boca. No tanto con "olés" y "oles" como con "ays" y "uys", no digamos cuando los estatuarios del epílogo desafiaron las leyes de la física. La oreja fue de ley.
Y de ley fue el "cariacontecimiento de los 11.000 espectadores, desplazados hasta Jaén con todos los síntomas de una romería. Estaban "todo Madrid" y "todo Sevilla". Acudieron los huérfanos de Barcelona, los aficionados franceses y los taurinos de ultramar, no digamos los mexicanos, cuyo duelo por el cierre cautelar de la plaza del D.F. necesitaba de estímulos compensatorios bajo un sol despiadado en el ruedo jienense.
No es que sea un viejo José Tomás, pero las canas y el aspecto de estatua de Giacometti le confieren un carisma doloroso
Marcaba 44 grados el termómetro de La Alameda unos minutos antes de la "aparición". Y se cruzaban exánimes unos romeros con otros. Saludándose con la mirada. Diciéndose sin decirse "no nos lo podíamos perder". Porque no sabemos cuántas tardes nos quedan de JT, ahora que las administra a cuenta gotas, como la resina primorosa de los árboles viejos.
Y no es que sea un viejo José Tomás, pero las canas y el aspecto de estatua de Giacometti le confieren un carisma doloroso. Y nos recuerdan sus tardes de la extremaunción. Y la sangre derramada. Y las tardes de plenitud. Y la generosidad con que se ha entregado, sin miedo a descarrilar los toros o inmolarse, pisando unos terrenos imposibles cuando no prohibidos.
Y claro que nos gustaría verlo en las ferias. Anunciarse con los rivales. Contextualizar su tauromaquia con la de Morante o la Roca Rey. Nos gustaría ver a JT en Madrid y en Sevilla. No con cuatro toros elegidos por él mismo. Ni rodeado únicamente de sus costaleros ni de sus fanáticos.
Pero no tenemos derecho de reclamarle más vino a un viñedo exhausto. Por eso nos saben a gloria las gotas que evocan -y convocan- aquellas cimas de la tauromaquia. La pureza y la hondura. El temple de la mano izquierda. La esencialidad misma. El toreo nuclear. Y el más caro.
Han debido sentirse desconcertados los vecinos de Jaén. La plaza de La Alameda es "suya", pero no han dispuesto de asientos propios
Lo demuestra el impacto turístico -tres millones de euros en la hostelería-, el trajín de la reventa y hasta el jaleo de las entradas pirateadas. Y el revuelo mediático que ha sabido engendrar el torero menos mediático del escalafón. Ni concede entrevistas ni se deja televisar, aunque el propósito de custodiar el misterio y de ahuyentar las cámaras se resentía en Jaén de la profanación multitudinaria de los móviles que lo escrutaban como si Jimmy Hendrix hubiera regresado de ultratumba. Los putos selfies. La exhibición. El "aquí me tienes". El "no te lo puedes imaginar". Y sí te lo puedes imaginar, porque los vídeos domésticos se amontonan en las redes sociales desfigurando la eucaristía. Y demostrando que el 'josetomasismo' es una secta que amalgama a miembros genuinos, advenedizos, esnobs -valga la redundancia-, aficionados de solera y chavales jóvenes. Que nunca habían visto al monstruo. Y que han prometido personarse en Alicante, 7 de agosto, a propósito de la segunda jornada de la romería.
Han debido sentirse desconcertados los vecinos de Jaén. La plaza de La Alameda es "suya", pero no han dispuesto de asientos propios. Quienes hayan encontrado un asiento solo pudieron conseguirlo cuando salieron las entradas por internet el 17 de marzo. Se agotaron en cosa de dos horas.
Y sobrevino ayer una situación extraña, como si la plaza de Jaén fuera un satélite o una burbuja. Una plaza subarrendada unas horas a los hinchas 'josetomasistas'. Un acontecimiento endogámico. Por nosotros, para nosotros. Y sin otro margen de riesgo que las líneas rojas en las que cobra vuelo la tauromaquia del último samurái.
Fue una reaparición entre tinieblas. Ni oscura del todo, ni tampoco clara. A José Tomás se le reconoció en el valor, en el carisma, en la personalidad, pero también se le advirtió desangelado, deshabitado y hasta vulnerable.
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