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'No me gusta conducir': cuarentón al volante, peligro constante
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'No me gusta conducir': cuarentón al volante, peligro constante

La mini-serie cómica de Borja Cobeaga es un excelente retrato generacional lleno de momentos brillantes

Foto: Juan Diego Botto y David Lorente en un fotograma de la serie 'No me gusta conducir'. (HBO)
Juan Diego Botto y David Lorente en un fotograma de la serie 'No me gusta conducir'. (HBO)

Tenía ganas de humor y no sabía si decantarme por el colapso nuclear de Fukushima (Los días, Netflix) o por Juan Diego Botto conduciendo coches (No me gusta conducir, HBO). Los días ganó la partida y era una cosa aburridísima, fácilmente sustituible por la lectura de la entrada en la wikipedia que da cuenta del desastre atómico. Con No me gusta conducir algo me disuadía de darle al play. ¿Qué lección moral querrá darme Juan Diego Botto? Era como que no me apetecía ninguna lección moral más por parte de Juan Diego Botto. Pero al final le di al play a ver qué causa social debíamos mirar de cerca y todo eso.

No había causa social. No me gusta conducir era simplemente buena televisión.

placeholder Juan Diego Botto y Lucía Caraballo en la serie de HBO 'No me gusta conducir'. (HBO)
Juan Diego Botto y Lucía Caraballo en la serie de HBO 'No me gusta conducir'. (HBO)

Supe que iba a ser así cuando leí el nombre de Borja Cobeaga como creador de la serie. También escribe y dirige casi todos los episodios, de apenas media hora de duración. El conflicto de No me gusta conducir es prácticamente de tragedia griega: sacarse la licencia de conducir pasados los cuarenta años. Ni apocalipsis zombie ni asesinatos seriales ni nada así de flojito. Hacemos una serie sobre una autoescuela.

Borja Cobeaga es, a mi juicio, un genio del humor. En películas como Pagafantas (2009) o No controles (2010) consiguió la comedia romántica perfecta. O sea, española. Su oído para el diálogo real de la calle patria es inobjetable, y la naturalidad con la que sus actores hacen el tonto ante la cámara, fascinante. Hasta Juan Diego Botto está excelente en No me gusta conducir, y eso que lo más fascista a lo que se enfrenta es un examinador de la DGT. Y no es poco fascismo, amigos, la DGT, en realidad.

No me gusta conducir nos presenta, en fin, a un profesor de literatura hosco y prepotente que decide sacarse el carné a los 45 años al mismo tiempo que una alumna suya, interpretada encantadoramente por Lucía Caraballo. La autoescuela y sus dinámicas son novedosamente representadas en la pantalla, y es ahí donde el talento de un creador se identifica. Hay que tener bastante perspicacia artística para saber que aún no habíamos hecho la serie/película que una autoescuela de barrio se merece.

placeholder La actriz Leonor Watling en 'No me gusta conducir'. (HBO)
La actriz Leonor Watling en 'No me gusta conducir'. (HBO)

David Lorente interpreta al inolvidable instructor vial del profesor de literatura, caracterizado por la verborrea y las ideas propias, tan peregrinas como ingeniosas. “¿Tú te has dado cuenta de que las expresiones “cuesta arriba” y “cuesta abajo” son las dos malas?”

También comparecen Leonor Watling (cuyo parecido con Carmen Maura me ha desconcertado un poco) y Carlos Areces, que borda su pequeño papel de profesor de autoescuela en Cuenca.

No me gusta conducir es, para el que esto escribe, un delicioso retrato generacional. Como pasaba con las canciones de amor en no sé qué película de Jonás Trueba, todos los episodios de la serie de Borja Cobeaga hablan de mí, y espero que de mucha más gente de mi generación. Los nacidos en los 70 recordamos (así sea en sueños) ese extraño programa de televisión donde los coches se estrellaban contra rocas situadas en medio de la carretera, y la fascinación que nos producía ver el accidente rebobinado al final del programa, como rebobinaba la guerra Kurt Vonnegut en Matadero 5. Era La segunda oportunidad (Rtve, 1978-1979), como explica la propia serie.

También la gente de mi generación llegada a Madrid recuerda esos callejeros tamaño Ulysses, de Joyce, que manejaban los taxistas, mucho antes del GPS; y la rabia que nos daba que el profesor nos hiciera comprar su libro para su asignatura (libro donde plagiaba obscenamente los libros de gente que sí sabía de su asignatura); y a compañeros de facultad que se esforzaban por hablar con un lenguaje impropio de su edad y condición (es lo que caracteriza al personaje de Lucía Caraballo); y sabemos, los de mi generación, qué es el coche fantástico y quién fue Arconada; y vestíamos en los 90 con camiseta y camisa abierta, como Juan Diego Botto en casi todas sus escenas.

Por si fuera poco, la música elegida para cerrar episodios o realzar emociones es de un gusto exquisito: Tindersticks, Astrud, Sr. Chinarro… O sea, es de mi gusto.

Y está el mito del coche de papá, del coche familiar, de las cintas de casette que se escuchaban camino a las primeras vacaciones o campamentos, que en No me gusta conducir resulta catártico, el coche, universal.

La serie de Cobeaga es pura felicidad para, cuando menos, los nacidos en los años 70, que también somos personas y queremos vernos lo viejos que estamos, y el kilometraje que marca el odómetro.

Tenía ganas de humor y no sabía si decantarme por el colapso nuclear de Fukushima (Los días, Netflix) o por Juan Diego Botto conduciendo coches (No me gusta conducir, HBO). Los días ganó la partida y era una cosa aburridísima, fácilmente sustituible por la lectura de la entrada en la wikipedia que da cuenta del desastre atómico. Con No me gusta conducir algo me disuadía de darle al play. ¿Qué lección moral querrá darme Juan Diego Botto? Era como que no me apetecía ninguna lección moral más por parte de Juan Diego Botto. Pero al final le di al play a ver qué causa social debíamos mirar de cerca y todo eso.

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