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La exposición que muestra algo que tenía Alejandro Magno e hizo llorar a Julio César
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La exposición que muestra algo que tenía Alejandro Magno e hizo llorar a Julio César

Rey en Europa y en Asia, como una estrella del rock lució ropajes de faraón, de Zeus, de Dionisio, de sha de Persia, de rajá de India... Una exposición en el Museo Arqueológico Nacional en Nápoles repasa ahora su figura

Foto: Fresco con filósofo, Alejandro y Asia, de la Villa P. Fannius en Boscoreale. Siglo I a.C. (MANN/Luigi Spina)
Fresco con filósofo, Alejandro y Asia, de la Villa P. Fannius en Boscoreale. Siglo I a.C. (MANN/Luigi Spina)

Cuentan que cuando Julio César se encontraba en Hispania y vio una estatua de Alejandro Magno, se apartó del grupo que lo acompañaba y se echó a llorar. Sus amigos le preguntaron por el motivo de sus lágrimas. César respondió entonces que a su edad el héroe de Macedonia ya había conquistado medio mundo y reinaba sobre infinitos pueblos, mientras que él se las veía y se las deseaba para mantener a raya Hispania.

Las gestas de Alejandro Magno (356-323 a.C.) fueron ciertamente asombrosas. Fue rey, filósofo (su maestro fue Aristóteles), invencible estratega y valeroso guerrero. Conoció mejor que ningún otro dirigente los usos y costumbres de los pueblos de Europa y de Asia y, en poco más de 10 años y acompañado siempre por sus fieles lugartenientes, logró reinar en ambos continentes. Como una estrella del rock, lució ropajes de faraón, de Zeus, de Dionisio, de sha de Persia, de rajá de Taxila y de India… Amó tanto a Asia como a Europa y, tras sus conquistas militares, promovió la paz y la unión de los pueblos bajo su dominio.

placeholder Estatua de Alejandro Magno en combate a lomos de Bucéfalo. Probable copia en miniatura de una estatua de Lisipo, siglo I. (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles/Giorgio Albano)
Estatua de Alejandro Magno en combate a lomos de Bucéfalo. Probable copia en miniatura de una estatua de Lisipo, siglo I. (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles/Giorgio Albano)

Pero, sobre todo, Alejandro Magno consiguió lo más difícil, la ardua empresa que la historia solo reserva a unos pocos elegidos: crear el mito de sí mismo. Celebrado en vida, se convirtió inmediatamente después de su muerte en modelo a seguir para soberanos y dirigentes (tanto Julio César como Pompeyo se disputaban el título de ser su heredero) y, posteriormente, logró entrar en el imaginario popular y atravesar el tiempo y el espacio. No hay expresión artística —de la literatura a la música, de las artes figurativas al cine— ni época ni latitud que no hayan narrado al rey macedonio y sus hazañas.

Pompeyo, Julio Cesar y Augusto son solo algunos de los que se inspiraron en Alejandro Magno, lo imitaron, copiaron sus modos y soluciones, se apropiaron de sus monumentos y estatuas. Pero Alejandro, por supuesto, también tenía sus propios mitos, sus propios héroes. El más importante: Aquiles. Cuando llegó a Troya, hizo un sacrificio a Atenea y liberó a algunos presos en su honor. Pero, sobre todo, quiso visitar el túmulo bajo el cual se decía que reposaban los restos mortales de Aquiles. Acudió al lugar desnudo, como un héroe antiguo, con el cuerpo untado de aceites. Y, corriendo, dio varias vueltas alrededor del montículo. Posteriormente, en el templo junto al sepulcro, dejó su lanza y su coraza y se llevó las armas atribuidas a Aquiles. Homero lo describe en el canto XVIII de la Ilíada.

placeholder Mosaico de la batalla de Gaugamela entre Alejandro y Darío encontrado en la Casa del Fauno en Pompeya.  Siglo II a.C. (MANN/Luigi Spina)
Mosaico de la batalla de Gaugamela entre Alejandro y Darío encontrado en la Casa del Fauno en Pompeya. Siglo II a.C. (MANN/Luigi Spina)

De Lisipo han sobrevivido varias esculturas de Alejandro, algunas de las cuales se pueden contemplar en la exposición del MANN. De Apeles no ha llegado, sin embargo, a nuestros días ningún retrato de Alejandro Magno, únicamente el gran mosaico de la batalla de Gaugamela. Ahora mismo, el mosaico no se puede contemplar: acaba de darse el pistoletazo de salida de la segunda fase de su restauración y lo único que se puede ver es una reproducción. Pero en los próximos meses, los visitantes del MANN sí que podrán ver los últimos trabajos de rehabilitación de ese gran mosaico, que se espera que concluyan en marzo de 2024.

Pero en la exposición no faltan representaciones de Alejandro a través de bustos, gemas, esculturas, monedas… Hay por ejemplo una escultura del héroe macedonio procedente del Museo del Louvre, una copia romana de un original de Lisipo, así como la primera reconstrucción completa del peristilo y la sala principal de la enigmática villa romana de Fannius Synistor en Boscoreale, que estaba completamente decorada con frescos del siglo I a.C. que representaban la corte macedonia y donde no faltaba el retrato de un joven en pie en el que muchos expertos reconocen a Alejandro.

placeholder Aspecto de la exposición 'Alejandro Magno y Oriente', en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Aspecto de la exposición 'Alejandro Magno y Oriente', en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Aun así, lo mejor de la muestra es que reconstruye el mito de Alejandro. Viajamos así a las alcobas secretas en las que el destino del rey del mundo fue anunciado por una profetisa a su madre Olimpia y a su padre Filipo II. Olimpia dio a luz a Alejandro en Pella, la capital del reino de Macedonia, el día 6 del mes de Hecatombeón, el equivalente al 20 o el 21 del mes de julio. El nacimiento del niño fue recibido con varios prodigios: el templo de Artemisa en Éfeso se vio envuelto en fuego y su padre, el rey Filipo II, conquistó Potidea tras un largo asedio.

La muestra explora también la profunda relación de Alejandro con su madre, una mujer de armas tomar y carácter volcánico que seguía dando consejos a su hijo cuando este ya era el rey del mundo. Durante toda la vida, madre e hijo se escribieron numerosas cartas repletas de ingenio y confianza. Entre ambos reinaba una increíble complicidad que se reforzó cuando Filipo II, cansado de la indomable Olimpia, decidió repudiarla y obligarla a exiliarse a Epiro, su tierra natal, casándose después con la jovencísima Cleopatra Eurídice, que se convertiría de ese modo en su séptima esposa.

placeholder Estatua de Buda con toga, Pakistán, siglos II-III. Roma, Museo de las Civilizaciones.  (Stefano Castellani)
Estatua de Buda con toga, Pakistán, siglos II-III. Roma, Museo de las Civilizaciones. (Stefano Castellani)

Las gestas de Alejandro y la expansión de su imperio hasta la India están profusamente narradas a través de varias obras de arte, así como el profundo intercambio cultural entre Oriente y Occidente que siguió a sus conquistas. Alejandro fundó numerosas ciudades, universalmente admiradas por su grandiosidad y su elegancia urbanística: Alejandría en Egipto, Alejandría Escate (en el actual Tayikistán), Bucéfala en Pakistán... Entre las obras que ilustran la profunda y duradera fusión cultural que propició Alejandro se encuentra por ejemplo una estatua de Buda, procedente de Pakistán y que se remonta al siglo II-III, con toga y una sonrisa que algunos expertos consideran que representa la de Apolo.Y al revés: también occidente se vio traspasada por las culturas orientales. En Pompeya, por ejemplo, se encontró en el siglo pasado una pequeña y espléndida estatua en marfil de una divinidad hindú, también ahora en la exposición del MANN.

El propio Alejandro fue el primero en quedar fascinado por Oriente, como lo demuestra el que se desposara con la uzbeka Roxane y que estableciera la capital de su imperio en Babilonia. Fue en Babilonia donde, una noche del año 323 a.C., comenzó a sentirse mal. Cuentan que estaba en un banquete y bebió de un trago una jarra con cuatro litros de vino. Once días después, moría. No había cumplido aún los 33 años y había reinado durante 12 años y ocho meses. Muchos (incluida su madre) pensaron que su fallecimiento ocultaba en realidad un asesinato. Los expertos hoy consideran que lo más probable es que muriera de malaria y que la contrajo en una zona pantanosa.

Lo que nunca murió fue su leyenda, aún viva casi 2.500 años después.

Cuentan que cuando Julio César se encontraba en Hispania y vio una estatua de Alejandro Magno, se apartó del grupo que lo acompañaba y se echó a llorar. Sus amigos le preguntaron por el motivo de sus lágrimas. César respondió entonces que a su edad el héroe de Macedonia ya había conquistado medio mundo y reinaba sobre infinitos pueblos, mientras que él se las veía y se las deseaba para mantener a raya Hispania.

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