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Julio César contra Vercingétorix: fin de mil años de civilización celta y un millón de muertos
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un verano griego y romano III

Julio César contra Vercingétorix: fin de mil años de civilización celta y un millón de muertos

El historiador francés Laurent Olivier publica la historia definitiva de la conquista de la Galia, una de las grandes convulsiones de la Roma Antigua

Foto: 'Vercingétorix ante César', Lionel-Noël Royer. (1852-1926)
'Vercingétorix ante César', Lionel-Noël Royer. (1852-1926)

César apenas bebe ni come. No duerme. Al anochecer ronda por el campamento fortificado e intercambia algunas palabras con los soldados armados que hacen guardia. No puedo verlos, pero sabe que, frente a ellos, en la formidable meseta del altiplano, se atrincheran más de cien mil enemigos galos con Vercingétorix al frente. Sabe también que sus posibilidades de vencerlos son prácticamente nulas. Siempre elegante y presumido, de vivos ojos negros brillantes e incipiente calvicie, intenta disimular ante sus hombres que la situación es desesperada. Ya no es un hombre joven. A sus 48 años y en medio de estas montañas lejanas está perdiendo la batalla. Y en Roma, donde su mujer Calpurnia le espera desde ya más de siete años, ha dejado deudas enormes por valor de millones de sestercios y acumula montones de demandas. Es un hombre condenado con una única salida: la victoria.

De hecho, Cayo Julio César sufrió su mayor derrota en los días siguientes del año 52 a. C. en Gergovia. Pero logro reagrupar sus tropas, tomar Alesia tras un formidable asedio, obligar a su enemigo mortal Vercingétorix a humillarse arrojando las armas a sus pies, cruzar ilegalmente el Rubicón de regreso al hogar como gran conquistador y convertirse en el amo y señor de Roma tras una cruenta guerra civil. Atrás quedaba la Galia doblegada entre sangre y ceniza: más de 800 ciudades conquistadas, 300 tribus sometidas, un millón de esclavos, otro millón de muertos y mil años de civilización celta borrados de la historia. Fue, vio y venció como relató él mismo en sus 'Comentarios a la Guerra de las Galias', una obra fascinante en la que el autor engrandece la altura de sus enemigos para alimentar la suya al derrotarlos que, sin embargo, tiene más de propaganda y construcción de la personalidad que de historiografía. ¿Cómo lo hizo en realidad?

placeholder 'César contra Vercingétorix'. (Punto de Vista)
'César contra Vercingétorix'. (Punto de Vista)

El historiador francés Laurent Olivier (1958) ha reunido todo lo que sabemos de aquella contienda, desde los registros y obras clásicas hasta los más recientes descubrimientos arqueológicos, en 'César contra Vercingétorix' (Punto de Vista Editores, 2021), el libro definitivo sobre la conquista de la Galia, unos hechos cruciales no solo para la historia posterior del Imperio romano, sino también para la configuración de Europa hasta hoy cuya importancia no ha sido lo suficientemente enfatizada. Convertida en un motivo pop por los inolvidables tebeos de Astérix, apartada en una posición vicaria respecto a los grandes temas de la historia de Roma, de Cartago a las invasiones bárbaras, casi olvidada por la historiografía hasta su recuperación interesada en el XIX por el romanticismo y el nacionalismo francés, ha llegado el momento de valorar en su justa medida una invasión en la que coinciden tanto la gesta como lo que hoy no dudaríamos en calificar de genocidio.

Mientes, César

Las fuentes antiguas son siempre problemáticas como advierte Olivier: "Testis unus, testis nullus', proclama el derecho romano; si solo hay un testigo de los acontecimientos de la guerra de las Galias y la vida de Vercingétorix —en este caso, César—, entonces no podemos estar seguros de nada respecto a ellos. Debemos buscar en otra parte el apoyo de fuentes independientes, que no sean la repetición ni la adaptación de datos proporcionados originalmente por el conquistador romano. Y, sin embargo, esta información histórica debe ser suficientemente creíble y, sobre todo, demostrable. Siete autores de la antigüedad, en total, han mencionado la existencia de Vercingétorix. Desafortunadamente, ninguno de estos testimonios es contemporáneo a los hechos. Pero estas fuentes posteriores aportan nuevos datos sobre los acontecimientos de la conquista de la Galia, que César no había dado. Y algunos, incluso, contienen revelaciones que el vencedor de Vercingétorix sin duda hubiera preferido que permanecieran en la sombra".

La crónica que el propio César escribió de la conquista es una formidable máquina de guerra destinada a fijar su versión de los hechos

César escribió su crónica de la conquista en apenas tres meses del año 52, justo después de la victoria en Alesia y mientras sofocaba los últimos rescoldos de la insurrección gala que se había levantado contra él aquel mismo año. La sobriedad aparente del título —'Comentarios a la guerra de las Galias'— resultaba engañosa pues aquel libro constituía una formidable máquina de guerra destinada a fijar su versión de los hechos en su beneficio y liquidar los chismes e intrigas de sus adversarios políticos —los conservadores que le odiaban frente al partido del pueblo que le adoraba— que no querían volver a verle en Roma ni en pintura. La obra es tan vibrante como poderosa, y con una innovación brillante: está escrita en tercera persona, un trampantojo estilístico muy eficaz que disocia en la mente del lector al autor del texto generando así una ilusión de imparcialidad y objetividad.

Además de los 'Comentarios' contamos para el necesario cotejo con las versiones de Tito Livio, Estrabón, Plutarco, Floro, Polieno, Dion Casio y Orosio. Todas ellas se separan en unos u otros aspectos de la versión cesariana y, en especial, en el asunto crucial por su carga simbólica de la rendición del caudillo Vercingétorix, que no queda claro si se entregó o lo entregaron y que, en cualquier caso, casi con seguridad, no ocurrió como muestra el celebérrimo cuadro de Lionel-Noël Royer que ilustra esta pieza o como nos dibuja Uderzo en los álbumes de 'Astérix y Obélix' cuando el galo le hace picadillo los juanetes al romano al tirar sus armas encima.

placeholder Viñeta de Uderzo y Gosciny para 'Astérix y el Escudo Arverno'.
Viñeta de Uderzo y Gosciny para 'Astérix y el Escudo Arverno'.

Según explica Laurent Olivier, la visión plural que ofrece la suma de estas fuentes antiguas sobre la rendición de Vercingétorix es la de una parábola variable: "Con Plutarco, es la Galia barroca y salvaje la que viene a ofrecerse al conquistador romano, borrando el vergonzoso recuerdo de Roma tomada por los galos. Con Floro, la Galia incluso toma la palabra para reconocer la superioridad del vencedor y recordar, al mismo tiempo, que ella era superior en valor. El significado dado a la escena se modifica con Dion Casio, y luego sobre todo, con Orosio; mientras que los acontecimientos de las guerras galas empiezan a ser muy distantes en el tiempo. Aparece Vercingétorix como víctima, tanto por la intransigencia de César (en Dion) como por la cobardía de sus propios partidarios (en Orosio). El tema de la traición, evidente desde la relación de César, ahora aparece de manera explícita, haciendo pasar a Vercingétorix, gradualmente, del estado de enemigo perjuro al de mártir".

¿Y hoy? Los avances de la renovación historiográfica y los descubrimientos de la arqueología y sus ciencias actuales hacen que los perfiles de lo ocurrido sean cada vez más nítidos, como los de la presa indefensa a la que se aproximan, tan sigilosos como firmes, los lobos de la manada.

Una aproximación actual

Desde la llegada de César a la Galia con cuatro legiones en el año 58 a. C. hasta la sublevación general de Vercingétorix en el 52, se podría calificar la situación como de una sostenida calma tensa. Los romanos dividían el país, como enumera el memorable arranque de los 'Comentarios', en tres partes —belga, aquitana y celtas/galos— que poblaban en realidad una miríada de centenares de tribus de avanzada cultura material, prósperas, ricas y ferozmente enemistadas entre sí. Durante los primeros años de la contienda, bastó la superioridad bélica romana exhibida en unas pocas batallas —Arar, Bibracte, Bosgos y una temeraria primera incursión en las nieblas de Britania— para dominar la situación e imponer a los galos una conquista más o menos soportable. Pero algo ocurrió en el 54 a. C.

La Galia ya no aguantaba más y del sometimiento tolerado giró a la insurrección

Los más recientes análisis en dendrocronología, la ciencia que estudia los nudos de crecimiento de los árboles apreciables en las piezas de madera halladas en yacimientos, se han topado con una inesperada anomalía climática que afectó al crecimiento de los robles en los años 54-53 y de la que puede deducirse una ola de calor excepcional acompañada de una muy baja pluviosidad. Situación, por cierto, que puede cotejarse en la crónica de César quién, respecto al 54 escribe: "la cosecha de este año había sido escasa a causa de la sequía". En tales condiciones, la presión sobre las poblaciones autóctonas imponía la presencia del ejército romano que llegó en un contexto de hambruna, a un punto de ruptura. La Galia ya no aguantaba más y de un sometimiento más a menos tolerado acompañado de episodios de guerra de resistencia giró hacia la insurrección total.

Lo singular de la apuesta de Vercingétorix fue poner en un brete a las todopoderosas legiones con la que tal vez fue la primera guerra de guerrillas conocidas. Hasta que, puesto entre la espada y la pared, César se jugó el todo por el todo atacando el corazón de la Galia en Alesia. Y el caudillo celta acabó primero desfilando cargado de cadenas en Roma y luego estrangulado o con su cabeza en un cesto, lo que, en cualquier caso, no altera el resultado final.

Cómo César heló la sonrisa de los piratas

Suetonio y Plutarco contaron la siguiente anécdota tan ilustrativa sobre la personalidad de César, que recoge Laurent Olivier en su libro:

"Alrededor del año 75, cuando recién se iniciaba en la vida política, el joven César es capturado por los piratas durante una travesía en el mar Egeo. Los bandidos exigen la cantidad considerable de veinte talentos a cambio de su liberación. Medio en serio, medio en broma, César les dice que vale cincuenta y promete, si es liberado, volver y castigarlos. Los piratas se ríen mucho; a estos personajes sin fe ni ley, acostumbrados a cometer los actos más reprobados, 'les gustaba, dice Plutarco, esa franqueza, que tomaban por una sencillez y una alegría natural'. César pasó más de un mes con ellos, más que como rehén como 'un príncipe rodeado de sus guardias', jugando y haciendo su rutina de ejercicios diariamente con ellos. Cuando la ciudad de Mileto hace efectivo el rescate, casi con pesar se separan. Los piratas, sin embargo, pierden la sonrisa cuando enseguida lo ven atracar en su isla, al frente de una pequeña flota, desde la que desembarcan 2000 hombres armados. Casi todos los corsarios son arrestados y se les confisca el botín. César los lleva entonces a Pérgamo y los hace colgar, 'como les había anunciado a menudo en la isla, donde tomaban sus amenazas por bromas'".

César apenas bebe ni come. No duerme. Al anochecer ronda por el campamento fortificado e intercambia algunas palabras con los soldados armados que hacen guardia. No puedo verlos, pero sabe que, frente a ellos, en la formidable meseta del altiplano, se atrincheran más de cien mil enemigos galos con Vercingétorix al frente. Sabe también que sus posibilidades de vencerlos son prácticamente nulas. Siempre elegante y presumido, de vivos ojos negros brillantes e incipiente calvicie, intenta disimular ante sus hombres que la situación es desesperada. Ya no es un hombre joven. A sus 48 años y en medio de estas montañas lejanas está perdiendo la batalla. Y en Roma, donde su mujer Calpurnia le espera desde ya más de siete años, ha dejado deudas enormes por valor de millones de sestercios y acumula montones de demandas. Es un hombre condenado con una única salida: la victoria.

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