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Ser joven es mejor que ser viejo y lo que no te gusta de ti a los 35 lo añorarás a los 45
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Ser joven es mejor que ser viejo y lo que no te gusta de ti a los 35 lo añorarás a los 45

Nora Ephron escribió dos libros sobre el proceso de envejecimiento, siempre con el sentido del humor que la caracterizó

Foto: Meg Ryan y Billy Cristal, en una de las escenas más famosas de los ochenta, escrita por Nora Ephron. (Filmin)
Meg Ryan y Billy Cristal, en una de las escenas más famosas de los ochenta, escrita por Nora Ephron. (Filmin)

Se escriben muchos libros sobre el envejecimiento. Sobre cómo revertirlo, cómo disfrutarlo, cómo aprovecharlo. Pero, probablemente, pocos sean tan frívolos, divertidos y al mismo tiempo tristes como No me gusta mi cuello, de Nora Ephron. Publicado en inglés en 2006 (y ahora traducido por primera vez al castellano), parece escrito en una era tan distinta a la nuestra que resulta envidiable: habla de un tiempo no tan lejano en el que no todo tenía que ver con la política ni con las batallas ideológicas.

Ephron (1941-2012) empezó a trabajar como periodista en varios periódicos estadounidenses durante los años sesenta, fue becaria en la Casa Blanca de Kennedy y se hizo famosa en la época dorada de las revistas populares. En ellas, se forjó la reputación de ser una mujer independiente y feminista que, al mismo tiempo, era perfectamente capaz de reírse de los miedos femeninos. Contó sus numerosos divorcios y matrimonios en artículos y novelas, escribió guiones de películas célebres como Cuando Harry encontró a Sally y Tienes un e-mail (ambas protagonizadas por Meg Ryan) y conformó el estereotipo del neoyorquino judío y de izquierdas, culto y de clase alta, que vive atrapado por preocupaciones que, vistas desde fuera, parecen banales y fruto del privilegio. Pero que, al mismo tiempo, se parecen a las nuestras, aunque tengan lugar en pisos inmensos del Upper West Side. Tras dedicar buena parte de su vida profesional a hablar de cuestiones que identificamos con la juventud o una mediana edad activa y exitosa, escribió dos libros sobre el difícil arte de envejecer, ambos conformados por artículos y ensayos breves, humorísticos y brillantes: No me acuerdo de nada (publicado en castellano el año pasado) y este No me gusta mi cuello, ambos en la editorial Libros del Asteroide.

Una decadencia engorrosa y divertida

Este último habla, sobre todo, de la decadencia física. Ephron cuenta, en el artículo que da título al libro, que tiene el cuello lleno de arrugas y pellejos y se pone jerséis negros para ocultarlo. Cuenta que no solo se desespera porque necesite gafas para leer un libro o el prospecto de una medicina, sino porque las pierde todo el rato y acaba cabreada con su marido, como si fuera culpa de él. Cuenta que, a pesar de haber sido una entusiasta de internet a finales de los años noventa, ya no se entera de cómo funciona su teléfono móvil. Habla de la presencia constante de la enfermedad y la muerte, del fallecimiento de una amiga a la que un día le encontraron un bulto en la lengua y, un año después, ya no estaba con ella. El gran talento de Ephron es que pasa del registro cómico al dramático en unos pocos párrafos. La decadencia le parece terrible, pero también divertida: "De vez en cuando leo un libro que habla de la edad, y quien lo escribe siempre dice que ser mayor es estupendo —escribe—. Es estupendo ser una persona sensata y sabia y serena; es estupendo entender por fin qué es lo importante en la vida. No soporto a la gente que dice estas cosas. ¿En qué estarán pensando? (...) Por supuesto, es cierto que los años me han vuelto sensata, sabia y serena. Y también es cierto que comprendo sinceramente qué es lo importante en la vida. Y ¿adivinan qué es? Es mi cuello".

placeholder Portada de 'No me gusta mi cuello', de Nora Ephron. (Libros del Asteroide)
Portada de 'No me gusta mi cuello', de Nora Ephron. (Libros del Asteroide)

Ephron también reflexiona sobre la vejez rememorando su juventud. Y entonces es casi más divertida. En uno de los mejores artículos, recuerda cómo era criar hijos en los años ochenta. Entonces, dice, se acababa de inventar el concepto de crianza, y de repente todos los padres y madres se sentían obligados a hacer cosas ridículas con sus hijos. Los padres de Nora, dice, pasaron de ella y de sus hermanos, estaban ausentes y, además, eran medio alcohólicos; ella, en cambio, le ponía Mozart a su hijo cuando aún estaba en la barriga, le acompañaba a los torneos de ajedrez y se gastó fortunas en terapeutas, psicólogos y refuerzos escolares. El resultado fue el mismo: su hijo, dice, tuvo una adolescencia tan estúpida y malcarada como la suya 30 años antes.

Ephron, que ha escrito mucho sobre cocina, recuerda también cómo han cambiado las modas gastronómicas y cómo fue una obsesa de los libros de recetas. Cómo los restaurantes de Nueva York acabaron siendo el escenario de las diferencias de clase: no te daban mesa en un chino de moda, por ejemplo, a menos que fueras famoso, e incluso si la conseguías, la mesa donde te colocaban dependía de tu relevancia social; luego no importaba tanto, dice con su característico humor, porque aunque te pusieran en una buena no pegabas ojo a causa del exceso de glutamato monosódico. O recuerda cuando se pusieron de moda las mechas: ella se puso unas carísimas en su pelo, normalmente teñido de castaño oscuro, y le entusiasmaron. "Pensé que mi marido no iba a reconocerme cuando entrara en casa. Lo que pasó es que ni se dio cuenta de que me había hecho algo". Y siempre está el humor de trasfondo amargo: ¿vale la pena seguir haciéndose las uñas, o el pelo, o cuidándose la piel cuando ya no tienes el menor interés en parecer seductora a los demás? "Esto quizá tuviera sentido cuando éramos jóvenes, cuando la cantidad de tiempo que dedicábamos a ponernos guapas guardaba cierta relación con la cantidad de horas de sexo". Su reacción ante esa idea es ambigua. Quizá no sirva para nada, pero ella sigue poniéndose guapa y riéndose de ello.

Ephron fue una de esas personas afortunadas que se hicieron ricas y famosas escribiendo y saliendo en las revistas

Lo mejor de Ephron es que no reivindica el tiempo pasado, aunque tiene clarísimo que ser joven es mejor que ser viejo. Simplemente, le parece divertido —y engorroso— que las cosas cambien con el tiempo y que uno tenga que decidir si se adapta a ellas a medida que envejece.

Pero, como decía, una de las cosas más llamativas (y agradables) es la ausencia total de la política y el resentimiento hacia una u otra ideología. Ephron no se queja de que los jóvenes pasen de los viejos, ni de que los políticos no mejoren con el tiempo, no le parece que haya que ser activista de nada. Bastante trabajo es envejecer, parece pensar, y los miedos y las debilidades de la vejez son reales por sí mismos, no culpa de la sociedad. Tal vez esto se deba a que Ephron fue una de esas personas afortunadas que se hicieron ricas y famosas escribiendo y saliendo en las revistas. Pero también tiene una lección para nosotros: aprovecha el tiempo divirtiéndote. "Cualquier cosa que no te guste de tu cuerpo a los treinta y cinco años te producirá nostalgia a los cuarenta y cinco". Y, sobre todo: "Los cuatro últimos años de psicoanálisis son dinero desperdiciado".

Se escriben muchos libros sobre el envejecimiento. Sobre cómo revertirlo, cómo disfrutarlo, cómo aprovecharlo. Pero, probablemente, pocos sean tan frívolos, divertidos y al mismo tiempo tristes como No me gusta mi cuello, de Nora Ephron. Publicado en inglés en 2006 (y ahora traducido por primera vez al castellano), parece escrito en una era tan distinta a la nuestra que resulta envidiable: habla de un tiempo no tan lejano en el que no todo tenía que ver con la política ni con las batallas ideológicas.

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