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Cuando los remolinos de la historia amenazan la democracia
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Cuando los remolinos de la historia amenazan la democracia

Guillermo Altares combina el terror, la gastronomía, la vivencia, el agujero negro del nazismo y el libro de viajes en un ensayo ameno y trepidante que describe el peligro de subestimar las libertades

Foto: 'Los silencios de la libertad', de Guillermo Altares.
'Los silencios de la libertad', de Guillermo Altares.

Ahora que proliferan tanto los libros de memorias superfluos y superfluas, se agradece el ensayo de vivencias y de memoria que ha escrito Guillermo Altares para reflexionar sobre la anomalía de la democracia.

Anomalía quiere decir que su remota fundación en la Atenas de Pericles —lo recuerda Altares en el embrión de Los silencios de la libertad (Tusquets)— no implica que haya sido relevante en la historia de la humanidad.

placeholder Portada de 'Los silencios de la libertad', el nuevo libro de Guillermo Altares.
Portada de 'Los silencios de la libertad', el nuevo libro de Guillermo Altares.

Es la razón por la que urgiría cuidarla, ahora que la disfrutamos en la insólita plenitud comunitaria. Y el motivo por el que Altares hace inventario de sus amenazas. El nacionalismo feroz que él mismo experimentó en los Balcanes. El yihadismo que ha conmovido Occidente. Y el rebrote xenófobo y supremacista de la extrema derecha. Que ha alcanzado el poder en Italia, como si fuera un apéndice extemporáneo del mussolinismo.

Aparece Benito el César en la portada de Los silencios de la libertad. Y lo hace en compañía del emperador Octavio, artífice de la pax romana en los orígenes del Imperio, pero también arquetipo del modelo autoritario y providencialista que ha definido el rumbo de los pueblos y las naciones.

Antecedentes del nazismo

Guillermo Altares, ameno en la narrativa, didáctico en la enjundia, erudito en la bibliografía, se centra en los casos europeos. Y no solo por circunscribir los límites geográficos de la democracia en el aliento del Mediterráneo, sino porque es en Europa donde acaso se aloja la mayor ignominia genocida —e industrial— de la historia de la humanidad.

Foto: Imagen del campo de concentración de Auschwitz. (Bundesarchiv)

Aludimos al Holocausto igual que Altares alude a los antecedentes del nazismo. No ya ubicando el origen del primer gueto en los puertos tardomedievales de Génova y de Venecia, sino haciendo memoria de las diatribas y discriminaciones que convirtieron a los judíos en el chivo expiatorio de todas las campañas racistas y religiosas. Bien lo sabemos en España. La expulsión antisemita que urdieron los Reyes Católicos consolidó el señalamiento arquetípico de la diferencia y del diferente.

Es un erudito Altares en la materia desquiciada de la Shoah, pero Los silencios de la libertad también contienen un tratado hedonista de la comida siciliana, un libro de viajes en los límites del continente y un manual de exorcismos que no se resigna a la mera caricaturización de los tiranos occidentales.

Altares, periodista y cultureta, identifica la responsabilidad de los ciudadanos en la demolición de su propia comodidad democrática

Guillermo Altares, periodista y cultureta, reflexiona sobre el valor de la coyuntura en el surgimiento de los caudillos e identifica la responsabilidad de los ciudadanos en la demolición de su propia comodidad democrática. No solo por la infravaloración de las libertades y de los periodos de serenidad, sino por la capacidad de adherirse a los fenómenos mesiánicos.

¿Podemos elegir entre la complicidad o la resistencia? Es sencillo para un ciudadano desahogarse en el anonimato de la masa, pero Guillermo Altares evoca a quienes desempeñaron —como él mismo ahora— el papel ingrato de Casandra. Para avisarnos de los demonios. Y para atreverse a combatirlos.

Foto: El polémico selfi de Princess Breanna en Auschwitz.

Es el contexto que justifica la evocación de las hermanas Jedinak en el París ocupado de 1942. Porque las detuvieron en su domicilio como carnaza de una redada ejemplarizante. Porque las delató en su escondite la portera del inmueble donde vivían. Porque fueron conducidas al velódromo del que partían los convoyes hacia Auschwitz. Y porque dos gendarmes franceses hicieron la vista gorda cuando advirtieron que pretendían escaparse.

Podemos ser la portera. O podemos ser los gendarmes. Reviste mucha más valentía la segunda actitud que la primera, aunque todos los artífices del episodio —la portera, los gendarmes y las hermanas Jedinak— tienen en común el estado de inocencia o de ignorancia en que irrumpieron las espuelas de Hitler. Guillermo Altares lo menciona más que a ningún otro dictador. Y no solo para descuartizarlo, sino porque Los silencios de la libertad es un libro de terror que se pregunta sobre la anatomía de los totalitarismos. Los define el fanatismo, pero también la credulidad —o la incredulidad— de los ciudadanos en el ensimismamiento. Nunca somos capaces de adivinar o de admitir la llegada del monstruo, pese a los síntomas que lo caracterizan. La anestesia social y la propaganda predisponen la irrupción del tirano, como si la memoria funcionara con un sesgo determinista: “La historia no se repite, la humanidad cambia, los problemas ancestrales se superan. Pero el pasado deja huellas que nos recuerdan tiempos mucho más felices. El paisaje europeo está marcado por los remolinos del pasado, los viajes de ida y vuelta de la paz a la guerra, de la democracia a la tiranía. No importa la belleza del lugar que escojamos, demasiadas veces se repite el mismo relato: el de alguien que logró su libertad para volver a perderla”, escribe Altares con las pruebas en las manos.

Ahora que proliferan tanto los libros de memorias superfluos y superfluas, se agradece el ensayo de vivencias y de memoria que ha escrito Guillermo Altares para reflexionar sobre la anomalía de la democracia.

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