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De líder a tirano: cómo la guerra de Ucrania acabó con la dictadura perfecta de Putin
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Medio dictadura, medio democracia

De líder a tirano: cómo la guerra de Ucrania acabó con la dictadura perfecta de Putin

El presidente ruso ha sido el paradigma de un régimen híbrido que mezclaba elementos represivos con otros representativos de la democracia, pero su modelo ya no se sostiene

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Mikhail Klimentyev)
El presidente ruso, Vladímir Putin. (Reuters/Mikhail Klimentyev)
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México vivía en una dictadura perfecta. Eso es lo que quiso plasmar el director de cine Luis Estrada en su película de comedia y sátira política que lleva ese mismo nombre. En 1990, el escritor Mario Vargas Llosa describió de la misma forma el sistema político mexicano en un debate hoy célebre en el que también participaron Octavio Paz y Enrique Krauze. "La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México".

El intelectual peruano se refería al modo en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) había conseguido establecer un mecanismo político electoralista sin muchas de las demás características de una democracia, una combinación entre democracia y autocracia que limitaba los excesos de ambos sistemas. Para entonces, el PRI llevaba más de seis décadas ininterrumpidas en el poder y aún resistiría otra más antes de ser derrotado por el Partido de Acción Nacional (PAN) de Vicente Fox en el año 2000, lo cual era una prueba evidente de la solidez del modelo.

Foto: Diego Fonseca en una entrevista en Ciudad de México. (EFE/Sáshenka Gutiérrez)

La anécdota viene a colación porque en la euforia de la posguerra fría se prestó gran atención a la reducción de la cantidad de dictaduras convencionales, tanto civiles como militares, al tiempo que se producía una explosión del número de democracias en todo el planeta. Pero lo que pasó mucho más desapercibido, en paralelo a estas dos tendencias, fue el incremento de regímenes híbridos que mezclaban elementos represivos con otros característicos de las democracias, como la celebración de elecciones o la existencia de cierta oposición tolerada o de una prensa moderadamente libre. Y durante mucho tiempo, el paradigma fue la Rusia de Vladímir Putin.

Un puñado de politólogos lleva algunos años estudiando este fenómeno, sobre cuyas características no terminan de ponerse de acuerdo. Aleksandar Matovski, profesor asociado del Centro Davis de Estudios Rusos y Euroasiáticos de la Universidad de Harvard, denomina a estos regímenes "autocracias electorales". Otros académicos, como Steven Levitsky y Lucan A. Way, también de Harvard, han acuñado el término "autoritarismo competitivo". Otras fórmulas utilizadas para definirlo han sido "semidemocracias", "democracias virtuales", "pseudodemocracias", "democracias iliberales", "semiautoritarismo", "autoritarismo suave", o la que utiliza la ONG estadounidense Freedom House, "parcialmente libre".

Foto: Alexander Dugin. (Cedido)

Sea como fuere, lo que está claro es que si hoy apenas quedan dictaduras clásicas en el mundo, estos regímenes híbridos son los grandes supervivientes de este nuevo contexto. La propia Freedom House lleva 17 años constatando una reducción constante en el número de democracias plenas, al tiempo que los modelos mixtos no dejan de ganar tracción. "El autoritarismo electoral ha sido asombrosamente exitoso allí donde los regímenes de partido único y dictaduras militares, aparentemente más robustos y amenazantes, han fracasado. Se han expandido no mientras la democracia estaba en retirada, sino durante su mayor expansión", afirma Matovski en su libro 'Dictaduras populares', publicado a finales de 2021.

Una de las definiciones más interesantes la aportan el economista ruso Sergei Guriev y el politólogo estadounidense Daniel Treiman, que hablan de lo que ellos denominan 'spin dictators', que podríamos traducir como 'dictadores del relato', en contraposición a los 'dictadores del miedo' clásicos: mientras estos últimos gobiernan mediante la represión y la brutalidad, los primeros se enfocan en controlar las narrativas que perciben sus ciudadanos, presentándoles bajo una luz favorable en todo momento y culpando a la oposición, o a algún enemigo externo, de todo lo malo que sucede. Así, al tiempo que la característica primordial que define a los tiranos clásicos es que son temidos por sus pueblos, estos innovadores consiguen ser genuinamente populares.

Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley

"Estos nuevos dictadores contratan a encuestadores y consultores políticos, montan espectáculos donde reciben llamadas de los ciudadanos y envían a sus hijos a estudiar en universidades occidentales. No han dejado de atenazar a la población, al contrario, han trabajado para diseñar formas más efectivas de control. Pero lo hacen mientras actúan como si fueran demócratas", señalan Guriev y Treiman. "El objetivo central sigue siendo el mismo: monopolizar el poder político. Pero los autócratas de hoy se dan cuenta de que en las condiciones actuales la violencia no es siempre necesaria o incluso útil. En lugar de aterrorizar a los ciudadanos, un gobernante habilidoso puede controlarlos reformando sus creencias sobre el mundo. Puede engañar a la gente para que obedezca e incluso muestre un apoyo entusiasta. En lugar de la represión cruda, los nuevos dictadores manipulan la información", explican estos expertos.

El espíritu de estos sistemas políticos híbridos se resume en una frase de origen incierto pero a menudo citada en contextos latinoamericanos: "Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley". Un ejemplo temprano de este tipo de nueva autocracia sería la impuesta por Alberto Fujimori tras su autogolpe en 1992, a la que han seguido muchos otros casos, como la Venezuela de Hugo Chávez o la Turquía de Recep Tayyip Erdogan. Pero un nombre que nunca falla en estas listas es el de la Rusia de Vladímir Putin, quien durante años ha demostrado ser el gran pionero en este modelo político. "El régimen de Putin, que ya dura más de 20 años, es diferente [al de la URSS]. No se basa en una censura al estilo soviético. Uno puede publicar periódicos o libros que llaman dictador al inquilino del Kremlin. El truco está en que la mayoría de la gente no quiere leerlos", afirmaban Guriev y Treiman hace apenas unos meses.

Foto: Ejercicios militares conjuntos con Rusia en Bielorrusia. (EFE vía Ministerio de Defensa bielorruso)

Poco después de llegar al poder, Putin —o, más en concreto, su asesor político Gleb Pavlovski— se dio cuenta de que (por aquel entonces) no era necesario cerrar medios de comunicación: era mucho más efectivo asegurarse el control de la televisión (el medio por el que en aquella época se informaba exclusivamente alrededor del 90% de la población) y tolerar una prensa independiente cuyo impacto era insignificante, lo que permitía al Kremlin asegurar en los foros internacionales que en Rusia existía libertad de información. Y si un periodista se pasaba de la raya, por ejemplo investigando la corrupción de algunos políticos bien posicionados, era más sencillo —y ejemplarizante— orquestar su asesinato que su encarcelamiento.

En ese sentido, el régimen de Putin ha sido el gran innovador de las últimas décadas en este tipo de prácticas represivas. Los opositores al Kremlin han visto cómo se les aplicaban medidas burocráticas abusivas, cómo se les difamaba en la televisión y las redes sociales, cómo se les etiquetaba de "agentes extranjeros" (un término que en Rusia tiene unas connotaciones no muy diferentes de las de traidor), al tiempo que Putin batía récords de popularidad incluso cuando el desdén hacia el notoriamente corrupto partido gobernante Rusia Unida alcanzaba sus máximas cotas.

Un sistema ruso cada vez menos híbrido

Guriev y Treiman elaboran un listado del tipo de medidas que este tipo de autócratas utiliza para perseguir a la disidencia de forma disimulada, desde las acusaciones por delitos comunes (a menudo fiscales o sexuales) hasta las detenciones continuadas de corta duración, que pueden ser igual de devastadoras que los largos encarcelamientos sin la atención indeseada y la condena internacional que estos pueden acarrear. "Encarcelar a activistas populares durante largas temporadas implica un riesgo de crear mártires", señalan estos académicos. Otras técnicas pasan por llevar a los opositores a la bancarrota mediante la imposición de exageradas multas y la congelación de sus cuentas bancarias, acusarles de violencia o de apoyar el terrorismo, acosarles en internet y exponer sus trapos sucios públicamente o imponerles estándares casi imposibles de cumplir. Rusia las ha empleado todas, con gran éxito, lo que le ha garantizado una larga lista de imitadores en el resto del planeta.

Sin embargo, a medida que el putinismo se prolonga en el tiempo, la fórmula ha ido perdiendo lustre. "Putin y su partido Rusia Unida podrían haber ganado una votación libre y justa en casi todas las ocasiones. Pero, aun así, recurrieron a la presión y otros trucos para inflar su victoria por un amplio margen", afirman Guriev y Treiman en su libro. El punto de inflexión, señalan, fue el regreso de Putin a la presidencia en 2011 tras cuatro años como primer ministro, que fue recibido con protestas masivas de hasta 100.000 personas en las principales ciudades rusas. Esta visión puso muy nervioso al líder ruso, que temía una "revolución de colores" en suelo ruso. En consecuencia, Rusia se ha ido deslizando cada vez más hacia una tiranía de corte clásico.

Foto: Alekséi Navalni, en una foto de archivo de 2020. (Reuters/Shamil Zhumatov)

El paradigma de esta evolución es lo sucedido con el líder opositor Alekséi Navalni, que pasó de ser constantemente multado y encarcelado por breves períodos a sufrir un intento de asesinato con agentes químicos, para después ser condenado en firme y enviado a un gulag. "Pero su encarcelamiento fue visto como un acto de desesperación, y las autoridades han seguido presentándole como un criminal ordinario, un estafador que tuvo que ser encerrado por violar su libertad condicional", indican Guriev y Treiman.

Pero a medida que Putin y su régimen envejecen, el Kremlin se queda sin trucos y se ve obligado a recurrir más y más a las técnicas autocráticas clásicas y a una represión descarnada. El modelo putinista, de hecho, venía mostrando ya un serio desgaste antes de la guerra. Según datos del Centro Levada, la principal empresa independiente de demoscopia de Rusia, en 2021 aproximadamente un 20% de los rusos se declaró dispuesto a participar en manifestaciones por razones políticas o económicas, y el número de protestas laborales fue el mayor desde la llegada de Putin al poder, pese a la pandemia y a una represión creciente. Como explica el profesor Matovski, la confianza en el líder ruso cayó por debajo del 30% por primera vez en la historia, y el porcentaje de rusos que declararon que preferían que Putin se retirase al final de su mandato en 2024 empezaba a superar el de aquellos que querían que siguiese.

La última vez que se había producido una caída de popularidad semejante fue en 2013, una tendencia que se revirtió completamente tras la anexión de Crimea. En ese sentido es altamente probable que Putin, que está obsesionado con la opinión pública y maneja encuestas fiables, haya tratado de repetir la maniobra mediante otra operación militar, con los resultados que todos conocemos. Las revueltas populares en Bielorrusia y, más recientemente, en Kazajistán, habrían contribuido a esa sensación de urgencia y a la decisión última del líder ruso de invadir el país vecino.

¿La fase final del putinismo?

Aunque el proceso viene de hace años, la invasión de Ucrania ha terminado de culminar la transformación del sistema ruso en una dictadura de pleno derecho. Tras encerrar a Navalni y aplastar a su organización anticorrupción mediante leyes antiterroristas, el Kremlin ha dado finalmente el paso de poner entre rejas a Vladímir Kara-Murza e Ilya Yashin, las dos únicas figuras opositoras prominentes que quedaban en Rusia, en ambos casos por cargos relacionados con la difusión de "información falsa" sobre la invasión de Ucrania. En los últimos meses, las autoridades rusas han cerrado todos y cada uno de los medios de comunicación independientes que quedaban en Rusia, así como todas las ONG de carácter político, hasta las más moderadas. Incluso Memorial, la organización más veterana de la sociedad civil rusa, dedicada a investigar en el pasado soviético del país, se vio obligada a cerrar sus puertas en los últimos días de 2021.

Foto: Maria Zajarova, en una foto de 2018. (EFE/Sergei Ilnitsky)

Los periodistas rusos Andrei Soldatov e Irina Borogan, expertos en los servicios de inteligencia de su país y hoy forzados al exilio, consideran que se está produciendo un peligroso reajuste en el seno de los cuerpos de seguridad de Rusia. El FSB, la organización de inteligencia interior, está viendo ampliadas sus competencias de manera masiva, de un modo que más que al KGB, su antecesora, recuerda al NKVD, la policía política de Stalin. La televisión, los espectáculos, el sistema escolar, todo ha sido puesto al servicio de la maquinaria totalitaria que ensalza y promueve la invasión de Ucrania. Y aunque no se puede decir que Rusia haya regresado a la época del Gran Terror, más de 16.400 personas han sido ya detenidas y sometidas a diversos grados de represalias por mostrar su oposición a la guerra.

"Desde que se hizo con la presidencia en 1999, Putin ha sido bastante abierto acerca de lo que quiere: seguir en el cargo tanto como quiera, y que Rusia sea reconocida como una gran potencia. Pero su noción de lo que esto significa y lo que está dispuesto a hacer para lograr sus objetivos ha cambiado con el tiempo, y ahora parece que estamos viendo la fase final y más peligrosa de su deriva como tirano de un estado canalla", escribe Mark Galeotti, uno de los principales expertos del mundo en Rusia, en un reciente artículo. "Es difícil ver ninguna otra reinvención en el futuro de Putin, no digamos una positiva. El putinismo-patrushevismo parece ser la fase final del putinismo", añade, en referencia a Nikolai Patrushev, el radical líder del Consejo de Seguridad Nacional que comparte con Putin una visión conspiranoica sobre el papel de Rusia en el mundo, y una de las pocas personas a las que el presidente ruso sigue escuchando.

De modo que la paradoja es que Putin, cuyo modelo político inicial fue uno de los casos más exitosos de 'dictadura del relato', acabará pasando a la historia como un mero déspota al estilo convencional. La gran lección es que, con el tiempo, no hay narrativa que maquille a un régimen cuyos resultados no están a la altura de las expectativas de los ciudadanos, y cuando eso sucede, a ese Gobierno solo le queda recurrir a las porras y las cárceles de toda la vida.

México vivía en una dictadura perfecta. Eso es lo que quiso plasmar el director de cine Luis Estrada en su película de comedia y sátira política que lleva ese mismo nombre. En 1990, el escritor Mario Vargas Llosa describió de la misma forma el sistema político mexicano en un debate hoy célebre en el que también participaron Octavio Paz y Enrique Krauze. "La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México".

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