La paradoja en su máximo sentido: ¿puede un dictador revivir la democracia?
Túnez, el país que vio nacer las revueltas de la Primavera Árabe y el único que emergió de ellas como una democracia —aunque imperfecta—, se encuentra ahora en un agónico descenso hacia el autoritarismo
Este lunes, los tunecinos fueron llamados a votar un referéndum para aprobar una nueva constitución en el país. Una encuesta a pie de urna ha revelado que más del 90% de los votantes aprobaron el texto legal, el cual ha sido criticado por su escaso contenido democrático al dar mayores facultades al poder ejecutivo —encabezado por el presidente Kais Said— en detrimento de los poderes legislativo y judicial. No es de extrañar, pues el propio Said afirmó que la anterior constitución de 2014 daba demasiado poder a los legisladores y jueces en el país norteafricano.
La participación, como era de esperar dado el boicot llevado a cabo por la mayoría de los partidos de la oposición, fue baja. Cifrada en un 27,5% de la población tunecina, cuesta creer que Said —quién se negó a establecer un umbral mínimo para que el resultado fuese vinculante—, pueda alegar que ha obtenido el apoyo popular necesario para legitimar el cambio constitucional.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Exactamente hace un año, Túnez sufría la peor crisis política, social y económica de su etapa como democracia. Los contagios por covid-19 estaban en su pico más alto, la economía empeoraba cada día y parecía estar en un callejón sin salida, la desigualdad cada vez era más grande, los servicios públicos apenas funcionaban y un tercio de la población joven estaba desempleada. La tan esperada democracia había fallado en cumplir las expectativas generadas, con parlamentos fragmentados, luchas políticas endémicas y una corrupción generalizada.
Como respuesta, el presidente Said decidió cesar al gobierno de turno y suspender la legislatura. Desde entonces, ha extendido sus poderes extraordinarios, gobernando por decreto y persiguiendo a sus críticos, principalmente el partido demócrata islámico —Ennadha— y el poder judicial, a quien el mandatario tunecino acusa de trabajar en la sombra con la élite política y empresarial.
Un autoritario que no lo aparenta
Lejos de representar la figura de un tirano implacable, Said es un estudioso antiguo profesor de derecho constitucional en sus setenta —apodado ‘Robocop’— y conocido, no por tratar con mano férrea asuntos como el crimen, sino por sus monótonos discursos en un árabe clásico en lugar del dialecto utilizado en Túnez.
Aun así, ha pasado de ser un desconocido político elegido en 2019, con más del 70% de los votos, a convertirse en una figura cuyo papel regenerador de la política es discutido por la población tunecina.
The Tunisian president, Kais Saied, has been celebrating his apparent victory in a referendum on a new constitution that gives him almost unlimited powers. https://t.co/6hZ7ANYElO pic.twitter.com/FaBiKvyOaX
— BBC News Africa (@BBCAfrica) July 26, 2022
Por un lado, sus partidarios le ven como un héroe por “desafiar el status quo” de la corrupción endémica y del inmovilismo político, según explica Sofía Meranto, analista en el ‘think tank’ Eurasia Group. Para ellos, actúa con decisión y “conforme a las normas”, paradójicamente aquellas que pertenecen a la constitución que ahora quiere tirar por la borda.
Por otro lado, sus detractores le acusan de derribar los pilares de un sistema “que los tunecinos han estado construyendo durante más de una década, incluso si era un sistema imperfecto”, explica Meranto. Para ellos, Said “ha hecho desaparecer el sistema de pesos y contrapesos” propios de una democracia parlamentaria por la que los tunecinos pelearon enérgicamente durante la Primavera Árabe.
¿Funciona esta democracia híbrida?
En esta cuestión la población está divida. Si le preguntas a un partidario del presidente, te dirá que está corrigiendo un sistema político totalmente inefectivo en resolver los problemas del país. Además, sus seguidores aprecian sus gestos con tintes populistas, como exigir que los magnates tunecinos devuelvan miles de millones de dólares —que, según él, habrían expoliado del Estado— a cambio de ofrecerles un acuerdo para suspender los procedimientos judiciales abiertos por fraude fiscal.
Mientras tanto, los que se oponen a su gobierno afirman que la economía, ya de por sí en un estado delicado cuando Said llegó al poder, no ha hecho más que empeorar: la inflación se dispara por encima del 8%; las pensiones, subsidios y deuda pública están vaciando las arcas del Estado; y Túnez se encuentra en un serio riesgo de impago si no obtiene un rescate del Fondo Monetario Internacional pronto.
Entre ambas posiciones se encuentran muchos tunecinos indiferentes a las cuestiones políticas que inicialmente estaban dispuestos a conceder a Said una oportunidad, pero que se han sentido defraudados por el empeoramiento de la economía, tal y como explica Meranto. Algunos ni siquiera estaban al tanto del referéndum, lo que en parte explica la baja participación en la votación.
¿Cuál es el siguiente paso?
Ignorando la baja participación en el referéndum, el dirigente tunecino seguramente seguirá adelante con su plan de “romper con el pasado” y celebrando elecciones parlamentarias al final de este año. Pero todavía tiene que publicar la nueva ley electoral en un contexto en el que la nueva constitución ha degradado las competencias atribuidas a los legisladores.
Túnez tratará de salir del paso durante los próximos meses a pesar del agravamiento de la crisis económica y posibles disturbios y revueltas sociales de cara a las elecciones de diciembre, indica Meranto. Pero el gran problema es que, con la población cada vez menos partícipe en el devenir político del país, Túnez está peligrosamente descendiendo hacia el oscuro abismo de la autocracia.
*Este artículo fue publicado originalmente en inglés en GZERO Media. Si te interesa la política internacional, pero quieres que alguien te la explique, suscríbete a la 'newsletter' Signal aquí.
Este lunes, los tunecinos fueron llamados a votar un referéndum para aprobar una nueva constitución en el país. Una encuesta a pie de urna ha revelado que más del 90% de los votantes aprobaron el texto legal, el cual ha sido criticado por su escaso contenido democrático al dar mayores facultades al poder ejecutivo —encabezado por el presidente Kais Said— en detrimento de los poderes legislativo y judicial. No es de extrañar, pues el propio Said afirmó que la anterior constitución de 2014 daba demasiado poder a los legisladores y jueces en el país norteafricano.