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Noventa minutos para decretar el Holocausto del pueblo judío: la Conferencia de Wannsee
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Noventa minutos para decretar el Holocausto del pueblo judío: la Conferencia de Wannsee

El acta de aquella reunión de 1942 son quince folios con el poder de helar la sangre a los lectores, tanto por su contenido como por la calculada frialdad de la prosa

Foto: Imagen del campo de concentración de Auschwitz. (Bundesarchiv)
Imagen del campo de concentración de Auschwitz. (Bundesarchiv)

Ese martes 20 de enero de 1942 hacía mucho frío en Berlín. El mercurio marcó una máxima de doce grados bajo cero y una mínima de dieciséis. Los protagonistas de esta historia no sufrían las penalidades de tantos soldados en el frente oriental.

A las doce del mediodía de esa jornada se reunieron quince jerarcas del Tercer Reich en una villa de Wannsee, suburbio de la capital alemana. Debían decidir protocolos, métodos y formulación de la conocida como Solución Final al problema judío. La expresión valió durante casi un lustro como eufemismo.

El significado de esa cumbre, quizá hasta la misma, se ignoró hasta 1947, cuando Robert Kempner, abogado alemán devenido asistente del fiscal estadounidense en los Juicios de Núremberg, encontró entre los archivos incautados al Ministerio de Asuntos Exteriores nazi un documento de carácter confidencial. Era el acta de esa cimera, redactado tras la clausura de la misma por el SS Obersturmbannführer Adolf Eichmann. Son quince folios con el poder de helar la sangre a los lectores, tanto por su contenido como por la calculada frialdad de la prosa, sutil en su despliegue, como si se temiera hablar demasiado claro sobre un asunto tan espinoso y asumido por todos los presentes.

Foto: Jerarcas nazis acusados en los Juicios de Núremberg.

La Conferencia de Wannsee, punto definitivo para dar rienda suelta al Holocausto, duró noventa minutos exactos. Se había programado en primera instancia para el 9 de diciembre de 1941, pero los acontecimientos bélicos aconsejaron demorarla ante el desmorone a las puertas de Moscú y la entrada de Estados Unidos en el conflicto tras el ataque japonés a la base hawaiana de Pearl Harbor.

Los reunidos no dudaban de la inminente victoria del Eje, es más, su visión del contexto era triunfal. La irrupción de la potencia nipona aseguraba la estabilidad del marco europeo y una debilidad del enemigo ante las ofensivas del Imperio del Sol Naciente. Se equivocaban con la ceguera del fanático convencido de un destino marcado en cartas y astros.

La Conferencia como conclusión de un proceso

Lo escrito por Eichmann traza una línea cronológica sobre las medidas tomadas desde 1933. Sin embargo, los historiadores prefieren buscar declaraciones y motivos previos para comprender mejor esos anales de infinita crueldad. Hitler, en su discurso del Reichstag del 30 de enero de 1939, advirtió que “Si los financieros judíos internacionales consiguieran nuevamente empujar a las naciones hacia una Guerra Mundial, la consecuencia sería el exterminio judío en toda Europa”. Definió esas palabras como una profecía, repitiéndolas en otras circunstancias, públicas y privadas.

La Operación Barbarroja era la idónea catapulta para cumplir sus macabros sueños. Los encargados de concretizarlos eran los Einszatgruppen, comandos móviles compuestos por SS, misioneros de la muerte con un balance final de más de un millón de víctimas en su haber. Carecían de cobertura legal y tenían como precedente el exterminio de la inteligencia polaca en otoño de 1939 para diezmar las posibilidades de resistencia del país recién conquistado, acción compartida en su formulación por lo perpetrado por el Ejército Rojo en el mismo territorio.

placeholder La villa de Wannsee, donde se celebró la reunión. (Wikicommons)
La villa de Wannsee, donde se celebró la reunión. (Wikicommons)

En los meses iniciales de la invasión a la Unión Soviética desataron su furia homicida en distintas latitudes. Heinrich Himmler, ministro de Interior y jefe supremo de las SS, asistió a uno de sus tropelías, casi desmayándose por el impacto, hasta reclamar una metodología más eficiente, y como los camiones con gas no bastaban se optó por dividir las funciones de los campos de reclusión. Habría concentracionarios y de exterminio, estos últimos activos desde junio de 1941, tal como testificó Rudolf Hoss, comandante de Auschwitz-Birkenau en distintas etapas del complejo.El sistema debutó en Belzec, Wolzek y Treblinka, donde en el último semestre de ese infausto año se liquidaron ochenta mil hebreos provenientes del Gueto de Varsovia con monóxido de carbono, juzgado insuficiente a posteriori y reemplazado por el tristemente celebérrimo Zyklon B, ácido prúsico en cristales que entraba en esas fúnebres estancias a través de una pequeña apertura, fabricado por la Tesch y la Stabenow de Hamburgo y la Degesch, de Dessau. Los directores de estas fábricas intentaron ocultar su conocimiento del uso de su producto, algo más bien imposible entre la cantidad suministrada cada mes y toda la documentación emitida mientras se enriquecían con estrépito.

Los acuerdos más siniestros

A lo largo de estos últimos decenios se ha planteado la absurda cuestión de si Adolf Hitler podía ser acusado por lo acordado en Wannsee. El debate tiene tintes surrealistas más bien indigestos. Hermann Goering autorizó por escrito al joven Reynhard Heydrich, a la sazón jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la preparación de una solución total a la cuestión judía.

Los quince plenipotenciarios, de varios ministerios y departamentos gubernamentales, reunidos en el cónclave, cumplían así los designios del Führer, quien a diferencia de su sucesor designado se guardó mucho de imprimir ninguno de sus pensamientos, emanados como órdenes verbales a cumplir sin más dilación.

La cita se abrió con un parlamento de Heydrich, quien esgrimió la urgencia de realizar un proyecto relativo a los aspectos prácticos, económicos y organizacionales del motivo del cónclave. A continuación, sintetizó lo conseguido hasta entonces, resaltándose la expulsión obligatoria de los judíos de las áreas fundamentales de la vida alemana, tanto desde lo cotidiano como en lo concerniente al Espacio Vital. Esto se había logrado durante un breve período. Desde el 30 de enero de 1933, cuando Hindenburg nombró a Hitler Canciller de la República de Weimar, hasta el Anchsluss austríaco habían emigrado más de trescientos mil hebreos. Desde marzo de 1938, cuando se consumó la unión de la Gran Alemania, la cifra se incrementó en otros ciento cincuenta mil, a los que se añadieron desde marzo de 1939 otros treinta mil del protectorado de Bohemia y Moravia.

placeholder Heydrich. (Bundesarchiv)
Heydrich. (Bundesarchiv)

Para Heydrich, el gran orgullo era ver cómo los mismos penalizados habían sufragado esa diáspora, con el añadido de regalar al Reich más de noventa y cinco millones de dólares. Pero con eso no bastaba. La guerra había modificado las tornas y concedido la posibilidad de pisar el acelerador. De la inmigración debía transitarse hacia la evacuación al Este de toda la población israelita del Viejo Mundo, desgranada en una lista donde figuraban seis mil españoles. La lista sólo enumeraba a los judíos practicantes de su religión y ponía el acento en la esfera soviética, con cinco millones, tres de ellos en Ucrania.

Los judíos debían ser conducidos al Este para construir carreteras, sin dudar ni un instante en cómo muchos de ellos perecerían en la labor. Los más resistentes debían ser exterminados para evitar la resurrección de su pueblo. Por lo demás, el documento plantea la problemática del alojamiento y de los grupos de los mayores de sesenta y cinco años, a colocar en guetos como Terezín, aceptándose a los lisiados de guerra y a los condecorados.

placeholder Mapa que ilustraba el informe de Heydrich. (Stahlecker/Dominio público)
Mapa que ilustraba el informe de Heydrich. (Stahlecker/Dominio público)

Durante el encuentro, se discutió sobre cómo desplazar a los hebreos de los países aliados. El lenguaje empleado exhibe una arrogancia sin límites. Los rumanos no pondrían obstáculos. En Francia, la tarea podría llevarse a cabo sin dificultades, mientras en otras naciones como Italia o Hungría debían imponerse consejeros para la cuestión judía, especialistas teutones de la Oficina Central para la Raza y el Asentamiento, encargados de proporcionar una base de orientación general como asistentes temporales agregados de la policía.

Todo el entramado partía de las Leyes de Núremberg de 1935. Los alemanes con dos abuelos judíos, Mischlinge de primer grado, no quedaban eximidos de la evacuación, salvo en excepciones sólo otorgadas si se habían casado con personas de sangre alemana y si de estas uniones nacieron hijos. En los de segundo grado, con un solo abuelo hebreo, se recomendaba fijarse en la apariencia racial, consultar informes negativos y consultar la validez de registros nupciales. Si no eran deportados se insistía en proceder a una esterilización de estos colectivos.

La economía y el Este

En octubre de 1990, la Reunificación Alemana supuso un vuelco absoluto en la concepción de la memoria histórica. El palacio de la Conferencia es, desde 1992, un museo sobre el Holocausto, donde se exponen textos sobre la planificación del mismo, además de libros y microfilmes relativos a lo acordado en esas lujosas habitaciones.

Medio siglo antes, en esa hora y media crucial, dos voces quisieron precisar el programa para dejarlo sin aristas. El Secretario de Estado Neumann, quien más tarde negó su involucración en los hechos, observó lo quimérico de desplazar a los judíos empleados en las industrias de guerra esenciales mientras no tuvieran sustitutos. Esos hombres, imprescindibles para la producción, permanecieron en el Reich, cuyo meollo original tenía prerrogativas de más alcance en comparación con los territorios conquistados, como los del Gobierno Central, término referido a la administración germánica en la Polonia ocupada. Su delegado, El Secretario de Estado Josef Bühler, hizo un alegato sobre lo imperativo de eliminar de su jurisdicción a los judíos por constituir un peligro como portadores de epidemias y causar constantes desórdenes en la estructura económica por sus tejemanejes en el mercado negro.

placeholder Gráfico que explica las Leyes de Núremberg. (Gobierno alemán/Dominio público)
Gráfico que explica las Leyes de Núremberg. (Gobierno alemán/Dominio público)

Por lo demás, esos dos millones y medio eran ineptos como fuerza laboral. La cuestión judía debía resolverse en el menor tiempo posible. En eso, los quince no discrepaban y el colofón fue, siempre desde ese léxico sibilino, analizar cómo podía cristalizar la Solución Final sin levantar alarmas entre la población, prometiéndose apoyo mutuo antes de abandonar la sala. Algunos quedaron libres de cargos tras la rendición incondicional, otros, como Heydrich, fueron asesinados por la Resistencia al ocupante, mientras Adolf Eichmann, huido a Argentina y oculto de su pasado como Ricardo Klement, fue detenido y juzgado en Israel, determinándose su ejecución en mayo de 1962. Lo acaecido durante esos meses sirvió a Hannah Arendt para enhebrar su "banalidad del mal", pues si bien los mandamases fueron los firmantes, quienes ejecutaron lo estipulado fueron hombres y mujeres como todos nosotros, cumplidores de órdenes en pos del exterminio de, al menos, seis millones de judíos europeos.

Ese martes 20 de enero de 1942 hacía mucho frío en Berlín. El mercurio marcó una máxima de doce grados bajo cero y una mínima de dieciséis. Los protagonistas de esta historia no sufrían las penalidades de tantos soldados en el frente oriental.

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