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El detective que halló los caballos de Hitler: "El arte nazi debe estar en los museos"
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El detective que halló los caballos de Hitler: "El arte nazi debe estar en los museos"

El holandés Arthur Brand, que colabora con la policía en el rescate de obras de arte, publica la historia de cómo recuperó el mayor tesoro escultórico del dictador

Foto: Uno de los caballos en la puerta de la cancillería del Tercer Reich
Uno de los caballos en la puerta de la cancillería del Tercer Reich

El 20 de mayo de 2015 dos enormes esculturas de caballos fueron halladas por la policía en un viejo almacén de Bad Dürkheim, una ciudad al oeste de Alemania. No era un descubrimiento cualquiera: esculpidas por Josef Thorak, habían pertenecido a Adolf Hitler y durante años presidieron la cancillería del Tercer Reich. Tras la batalla contra los soviéticos en 1945, en la que Berlín y todos los restos nazis fueron aniquilados, se perdieron y se dieron por desaparecidas. Hasta que a comienzos de la pasada década alguien puso sobre la pista de estos caballos a Arthur Brand, el holandés conocido como el Indiana Jones del mundo del arte que fue quien finalmente dio con las figuras. Ahora lo cuenta en ‘Los caballos de Hitler’ (Espasa), la historia de aquella tremenda peripecia que se lee como un auténtico thriller en el que brillan todo tipo de personajes, desde neonazis a ex espías de la KGB y la STASI. Las verdaderas cloacas del mundo del arte.

placeholder Arthur Brand con el caballo en miniatura (Eline Bootsma)
Arthur Brand con el caballo en miniatura (Eline Bootsma)

Brand nació en los Países Bajos, pero en Granada le conocen como “el gitano holandés”. Vivió allí durante un tiempo en su juventud. Y fue allí donde encontró su vocación como detective de obras de arte perdidas (o expoliadas). Tenía 19 años cuando -según cuenta en perfecto español y a través de videoconferencia- “unos gitanos me invitaron a ir con ellos a hacer unas excavaciones ilegales”. Encontraron unas monedas romanas y todo aquello le entusiasmó. De vuelta a su país empezó a coleccionar antigüedades y se dio cuenta de que se movían muchísimas falsificaciones. Eso le llevó a entrar en contacto con Michel Van Rijn, durante años uno de los mayores criminales del arte, pero ya entonces del lado de la policía. Él fue quien le metió en la empresa de recuperar obras maestras. Y no se le ha dado nada mal. Ha encontrado obras por valor de más de 220 millones de euros, entre ellas Picassos - “cada día me llegan pistas de dos o tres perdidos, aunque la mayoría son falsificaciones”-, y ahora colabora con las fuerzas de seguridad españolas para hallar los Francis Bacon robados al banquero José Capelo en su casa de Madrid en junio de 2015. Los ladrones hurtaron cinco lienzos y quedan dos desaparecidos.

Los caballitos nazis

La búsqueda de los caballos nazis fue toda una aventura que casi desde el principio adquirió tintes novelescos. Sobre todo por todos los personajes -algunos bastante estrafalarios- que aparecen y los recorridos que Brand tuvo que hacer por toda Europa en busca de las pistas que le condujeran a las esculturas. Porque al principio, cuando le llegó la noticia de que estos caballos podían existir y que estaban en poder de unos nazis que los pretendían vender en el mercado negro -el arte nazi no se puede vender en subastas- no se fió.

En 1988 unos nazis de la Alemania del Oeste contactaron con los rusos para comprar los caballos

“Contacté con un intermediario y me hice pasar por un americano que le decía que tenía un cliente con mucho dinero al que le daba igual que fuera arte robado. El tipo me mandó una foto de los caballos. Tuve reuniones con él que grabé con cámara oculta y ahí me di cuenta de que los caballos eran de verdad”, sostiene Brand. Había un detalle que no le había pasado desapercibido: en las últimas imágenes de Hitler vivo, grabadas en la cancillería berlinesa solo dos meses antes de la batalla contra el Ejército Rojo, en el lugar en el que estaban los caballos había un guardaespaldas. Eso le llevó a pensar que podían haber sido trasladadas antes de la destrucción total. Y, efectivamente. Se habían llevado al norte de Berlín donde los soviéticos los habían escondido en una base rusa. “Y ese tipo me contó que en 1988 unos viejos nazis de la Alemania del Oeste se habían puesto en contacto con los rusos para comprar los caballos. Hicieron contrabando y los pasaron por el Muro. Y él representaba ahora a los nuevos propietarios”, cuenta Brand, que añade: “Se habla mucho de ideologías, pero al final lo que prevalece es el dinero. Es todo un mundo secreto donde también estaba Gudrun Himmler, la hija de Himmler que murió el año pasado”. De película.

Arte nazi perdido

Aunque esté prohibido, el arte promovido por los nazis y especialmente por el propio Hitler, como las esculturas megalomaniacas de artistas como Thorak o Arno Breker, tiene adeptos por todo el mundo. “Hitler fue el gilipollas más grande de la historia, al menos uno, porque hay más, por supuesto. Pero lo único bueno, si se puede decir algo, es que tenía gusto para el arte. Veía la belleza del arte, pero también lo usaba como propaganda. Se dio cuenta de que el arte es muy bueno para usarlo como propaganda”, admite Brand. Ahí está el caso de la cineasta Leni Riefenstahl.

Es conocida la anécdota de que si le hubieran admitido en la Escuela de Bellas Artes de Viena, donde vivió en su juventud llevando una vida bohemia y pintando en cualquier parte, no se sabe si el mundo hubiera ganado un artista, pero a buen seguro sí hubiera perdido a uno de los mayores dictadores sanguinarios de la historia y a alguien que odiaba el arte que oliera a cierta modernidad (y que llamó ‘arte degenerado’). Como estudió Freud, los rechazos traen frustraciones a veces no bien canalizadas.

Si Hitler hubiera sido admitido en la Escuela de Bellas Artes de Viena a buen seguro se hubiera perdido a uno de los mayores sanguinarios

Otra cosa que sabe Brand es que las obras del Tercer Reich se mueven con fluidez por el mercado negro. O por mercados al aire libre en EEUU donde no existen este tipo de prohibiciones. Así lo ha constatado Brand que se ha encontrado lugares allí donde “había un tercio de gente normal, un tercio de nazis que iban vestidos con uniformes nazis, ¡y un tercio de judios! Los judíos nacidos despues de la Segunda Guerra Mundial solo escuchan historias de los nazis y algunos quieren verlo y tocarlo. Así que imagina ese lugar con los nazis con uniformes nazis y judíos incluso con tirabuzones todos juntos”.

placeholder Últimas imágenes de Hitler vivo señalando el lugar en el que estaba uno de los caballos ocupado por un guardaespaldas
Últimas imágenes de Hitler vivo señalando el lugar en el que estaba uno de los caballos ocupado por un guardaespaldas

En este sentido, Brand reconoce que si los caballos recuperados se vendieran en el mercado “valdrían décimas de millones porque eran las estatuas favoritas de Hitler. Y son símbolos, son los caballos que vieron todo porque alrededor de ellos declararon la guerra”. Por estos motivos, a este detective del arte le disgusta que el arte nazi haya quedado fuera de los museos. Es cierto que buena parte de lo que se hizo en la época fue destruido por los rusos o bien por los propios alemanes que no querían volver a oír hablar del Tercer Reich. Pero hay otra parte que sigue ahí y, según Brand, “no es justo olvidar lo malo. La historia es la historia, no la puedes cambiar y hay que enseñarlo. Los alemanes lo querían olvidar y destruyeron bastante. Es verdad que lo hacían con buena intención. Auschwitz lo querían destruir y se entiende, pero menos mal que no lo han hecho ¡porque hay gente que decía que no existía! Hay que enseñar esa época en los museos si no queremos que vuelva a pasar”, manifiesta.

"No es justo olvidar lo malo. La historia es la historia, no la puedes cambiar y hay que enseñar el arte esta época"

Por supuesto, reconoce que no se puede comparar la destrucción del arte que hicieron los nazis con el expolio que estos hicieron a otra mucha gente, principalmente judíos. “Legalmente es igual, pero por supuesto es otra cosa. Los judíos eran inocentes, solo eran culpables de ser judíos. Los nazis saquearon su arte y aunque algunos pudieron escaparse, los demás acabaron en campos de concentración. Robaron millones de obras de arte a gente inocente y, además, la mataron”, señala. En el caso de los caballos va a tener final feliz y el año que viene serán expuestos en el Museo de Spandau en Berlín.

Precisamente, otro tipo al que le gustaba el arte que hacían los nazis era Josef Stalin. “Vio estas esculturas y le gustaron. Y hasta se puso en contacto con uno de los escultores favoritos de Hitler y le pidió trabajar para él. Pero contestó: “Ya he trabajado para un dictador, es suficiente””, dice Brand un poco entre risas. Al final, tiene mucho que ver con la megalomanía dictatorial, que no deja de tener también algo freudiano. “Está en el arte nazi, en el comunista o en el de Saddam Hussein. Si tú llegas a un país y bajas del avión y ves la escultura de un presidente de diez metros de altura mejor volver en el vuelo de vuelta. Eso sí, ¡es muy importante no destruirlo! Tiene que estar en un museo”, zanja.

El 20 de mayo de 2015 dos enormes esculturas de caballos fueron halladas por la policía en un viejo almacén de Bad Dürkheim, una ciudad al oeste de Alemania. No era un descubrimiento cualquiera: esculpidas por Josef Thorak, habían pertenecido a Adolf Hitler y durante años presidieron la cancillería del Tercer Reich. Tras la batalla contra los soviéticos en 1945, en la que Berlín y todos los restos nazis fueron aniquilados, se perdieron y se dieron por desaparecidas. Hasta que a comienzos de la pasada década alguien puso sobre la pista de estos caballos a Arthur Brand, el holandés conocido como el Indiana Jones del mundo del arte que fue quien finalmente dio con las figuras. Ahora lo cuenta en ‘Los caballos de Hitler’ (Espasa), la historia de aquella tremenda peripecia que se lee como un auténtico thriller en el que brillan todo tipo de personajes, desde neonazis a ex espías de la KGB y la STASI. Las verdaderas cloacas del mundo del arte.