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João Pedro Rodrigues, el Almodóvar portugués: "En las monarquías no hay nadie abiertamente gay"
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João Pedro Rodrigues, el Almodóvar portugués: "En las monarquías no hay nadie abiertamente gay"

El cineasta portugués estrena el 31 de marzo 'Fuego fatuo', una comedia a ratos musical con mucha piel, algo de sexo, alguna que otra coreografía y un humor muy personal

Foto: El director lisboeta João Pedro Rodrigues es un habitual de Cannes. (Diego Sánchez)
El director lisboeta João Pedro Rodrigues es un habitual de Cannes. (Diego Sánchez)

João Pedro Rodrigues, después de más de veinte años de carrera, tiene entidad suficiente como para no necesitar comparativas. Pero, ya saben aquello de que España vive de espaldas a Portugal y, por ello, y porque si dicha comparativa sirve para que alguien se acerque a su cine, habrá merecido la pena: para quien no lo conozca, Rodrigues podría ser —con sus muchas diferencias— el Almodóvar portugués. Uno de los cineastas más transgresores del cine europeo —sobre todo en la desinhibición de la representación de la sexualidad—, Rodrigues irrumpió en el largometraje con el milenio, con O Fantasma, una película asfixiante y oscura que sigue a un joven trabajador del vertedero de Lisboa incapaz de conectar emocional ni sexualmente con ningún ser humano y que se embarca en un descenso a los infiernos del sadomasoquismo y, finalmente, la depravación. O Fantasma participó directamente en la Sección Oficial de Venecia, midiéndose con directores como Julian Schnabel, Jafar Panahi, Stephen Frears y Kim Ki-duk. Con su segundo largo, Odete (2005), participó en la Quincena de realizadores de Cannes, un festival por el que ha pasado con casi todos sus trabajos, también con el último, Fuego fatuo, que participó en la Quincena de realizadores, que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sevilla y que este 31 de marzo llega, por fin, a los cines españoles.

El cine de Rodrigues es difícil de encajonar en un género. Sus películas son híbridas y mutantes, fluyen la misma libertad formal que sexual. No se pueden encuadrar como dramas o thrillers o comedias. Siempre hay algo pretendidamente bastardo. Se mueven entre el cuerpo, lo físico, la carne, y lo evocador. Entre lo sucio y lo mágico: una de las secuencias más memorables de su filmografía ocurre en un momento de Morrer como um homem (Morir como un hombre, 2009), que participó también en Un certain régard en Cannes, cuando María, la protagonista, llega a un claro del bosque a la luz de la luna y el tiempo se suspende como en un hechizo. Los personajes de Rodrigues sobreviven en los márgenes, empujados tanto por el deseo como por la búsqueda de su propia identidad.

placeholder Mauro Costa y André Cabral, en un momento de 'Fuego fatuo'. (Vitrine Filmes)
Mauro Costa y André Cabral, en un momento de 'Fuego fatuo'. (Vitrine Filmes)

Fuego fatuo es, sin duda, su película más alegre, más gai, que dirían los franceses, una navegación pirata que pasa desde el tableau vivant hasta el musical, siempre atravesada por el humor y la ironía. Rodrigues plantea un cuento moderno de príncipes y amores imposibles, esta vez entre Alfredo (Mauro Costa), el heredero de un rey sin reino, y Afonso (el bailarín André Cabral, que se pone por primera vez delante de la cámara), un bombero negro. En Fuego fatuo, el príncipe Alfredo, concienciado con la ecología a raíz de los fuegos que arrasan Portugal, decide convertirse en bombero. Al principio lo toman como una broma, pero el chico comienza su formación en un cuerpo —nunca mejor dicho— en que el sudor, los músculos, la fuerza son el eje testosterónico sobre el que se cimenta la figura del bombero, del héroe, del salvador. Y los vestuarios y las duchas de un parque de bomberos, un lugar muy fértil para las fantasías homoeróticas. En Fuego fatuo hay muchos cuerpos desnudos, muchos culos esculpidos, muchas pollas —algunas de verdad, otras de plástico— y mucho, mucho toque de piel con piel.

Rodrigues ha rodado esta vez en un parque de bomberos real. Incluso algunas escenas, como las que registran las rutinas y los entrenamientos de los bomberos, están protagonizadas por bomberos de verdad. "Les contamos que era una historia de amor homosexual y para ellos no les supuso ningún problema, lo que demuestra que algo hemos avanzado. Me sorprendió". Hemos avanzado, aunque no del todo. "En las monarquías, sin embargo, no hay nadie gay. Creo. Porque tampoco me interesan mucho las monarquías".

"Cuando empecé a hacer cine, con mi primer corto en 1997, me pregunté por qué el sexo y los desnudos están tan ausentes en el cine", contesta Rodríguez a la pregunta sobre su forma tan física de representar a sus personajes. "Entiendo que antes del Código Hays el cine era mucho más libre —hablo del cine americano porque es el más global y el que influye al resto del cine—, con lo que hubo una especie de censura, hasta que en los años setenta se intenta tocar temas más controvertidos. No todas mis películas tienen sexo explícito, pero en todas hay una corporalidad, está la carne. Los actores y actrices que tengo delante de la cámara están hechos de carne, de sangre, de músculos, son cuerpos palpables. Y a mí me interesa mucho la fisicidad del cine. En otras artes, como en la pintura, el desnudo es muy habitual. En el arte clásico. Más el desnudo femenino que el masculino. Yo nunca quise hacer un cine queer —cuando yo empezaba, este término no se usaba y ahora es una etiqueta que lo generaliza todo—. En O Fantasma, mi primera película, el cuerpo y el desnudo era una forma de poner en escena los sentimientos de un personaje que tenía una obsesión con el sexo, el deseo y la soledad. Esta es una historia de amor entre el príncipe y el bombero. Y el amor pasa por el tacto, por la corporalidad. Cuando llegas a la escena más física, se plantea desde el humor, con penes falsos. ¡Aunque hay gente en Francia que pensaban que eran de verdad!".

placeholder Otro momento de 'Fuego fatuo'. (Vitrine Films)
Otro momento de 'Fuego fatuo'. (Vitrine Films)

En su película, Rodrigues se imagina una distopía en la que sigue habiendo unos reyes, en las que el apocalipsis climático arrasa Portugal. Algo, no sé qué, recuerda levemente al cine de Ado Arrieta. Probablemente el espíritu punk y contestatario y, a la vez, la extrema elegancia plástica de su mirada. Pero ¿por qué imaginar esa distopía de un Portugal monárquico? "En Portugal no tenemos Monarquía desde 1910. Pero los descendientes salen en las revistas del corazón, parecidas al ¡Hola!, y salen en la televisión y enseñan sus casas y cómo viven. Me gustaba esa idea de qué imagen quieren dar hacia afuera. Cómo te pones en escena ante el mundo. Para mí era importante esa teatralidad, porque, además, tenemos a un príncipe en busca de su identidad. Son una familia que vive una ficción, porque en Portugal no hay reyes. Viven en el pasado", explica.

Toda la película propone, además, una reflexión sobre la identidad colonial del país vecino. Es más, Fuego fatuo comienza con la exposición de un lienzo que retrata la boda de Doña Roza, la enana de origen africano favorita de la reina con Don Pedro. "Es un cuadro racista del siglo XVIII", contextualiza. "Yo no lo conocía. Es de un pintor portugués que se llama José Conrado Roza. Pertenecía a una familia aristocrática que lo vendió a finales del siglo pasado a un museo en Francia. Ahora está en el Museo del Nuevo Mundo en La Rochelle, que está dedicado al tráfico de esclavos entre Europa, América y África. El título original del cuadro era algo así como El casamiento de la negrata rosa —o el término peyorativo que uséis en España—, pero ahora se llama La mascarada nupcial, porque ya no se pueden usar esos términos. Fue esa misma aristocracia la culpable del tráfico de esclavos. Es un símbolo del pasado colonial portugués, que siempre está presente. En la película intentamos jugar con la ironía, siempre".

placeholder Detalle de 'La mascarada nupcial'.
Detalle de 'La mascarada nupcial'.

El trasfondo colonialista también se esconde en las canciones que componen la banda sonora. "He utilizado canciones que tienen importancia para Portugal. Por ejemplo, la primera, de Un árbol, un amigo, es una canción infantil de los años ochenta, de la era preecológica. Antes no se hablaba tanto de cuidar en medioambiente y esta era una forma algo naíf de inculcar el cuidado de la naturaleza. La cantaba un cantante muy popular, que era Joel Branco, que es el mismo que hace del príncipe anciano, cuando está muriendo. Hay también un tema de Amalia Rodrigues, que es una canción popular que también es racista, que suena en el momento más carnal entre ellos, y que contradice lo que están haciendo ellos. La última canción es un fado, O Novo Fado do Embuçado, del encapuchado, que tiene una tradición aristocrática y que habla de un rey que se mezcla con gente normal. También quería jugar con la idea de que el bombero negro pudiese llegar a presidente y de que Portugal tuviese un presidente negro".

En el filme, además, Rodrigues ha querido incluir varios temas que han herido profundamente el corazón portugués en los últimos años: el covid y los incendios. Lo hace sin solemnidad ni dramatismo, sino, de nuevo, con humor. Tanto que su protagonista se atreve a leer el famoso manifiesto de Greta Thunberg en la cumbre climática: "¡Cómo os atrevéis! Me habéis robado mis sueños y mi infancia con palabras vacías". "Todos los veranos tenemos incendios, pero en 2017 murió mucha gente. El pinar donde rodamos es de verdad un pinar plantado por el rey en el siglo XIII. Se quemó todo. Solo sobrevivió la parte donde rodamos nosotros", lamenta el cineasta lisboeta.

placeholder La coreografía erótica de los bomberos. (Vitrine Films)
La coreografía erótica de los bomberos. (Vitrine Films)

Fuego fatuo, en los escasos sesenta y siete minutos que dura, es un continuo salto en el tiempo en el que todo el tiempo está ocurriendo algo. "El cine de autor se está volviendo aburrido. Es difícil decir esto sin resultar contradictorio, pero creo que hay muchos cineastas que se toman demasiado en serio, que no tienen ironía. Yo me tomo en serio, pero intento hacer autocrítica, no tener muchas certezas. Bueno, yo tengo certezas, pero siempre dudando. Yo voy mucho al cine y me aburro mucho. Hay muchas películas muy largas y muy pocas comedias", defiende. "Almodóvar es importante y ha conseguido hacer una cosa muy difícil, que es hacer cine autoral y tener al público. Es de los pocos ejemplos de ahora que consigue lo que conseguían los grandes clásicos americanos, que hacían un cine autoral, pero muy popular. O Hitchcock, por ejemplo. El cine siempre ha sido un arte popular y debería seguir siendo popular".

Por eso lamenta, también, que los políticos no apoyen al cine en particular y a la industria cultural en general. "En Portugal los políticos no se interesan por el cine. Es un poco triste. Por primera vez, este año, un corto de animación portugués ha concurrido a los Oscar [Vendedores de hielo, de João González]. A mí me encanta. Aunque no me interesan mucho los Oscar. Pero es el único momento en el que los políticos se han manifestado a favor del cine, por cosas así. Me parece un poco provinciano, propio de países periféricos", critica. "La clase política ya no tiene cultura, además. Destinan muy poco presupuesto, cuando debería ser lo contrario, porque una población más culta es una población más libre e informada. Con más cultura habría menos populismo y menos ultraderecha. La gente ya no se avergüenza de ser culta. Ha llegado un momento en el que ser intelectual es negativo. La gente se enorgullece de ser estúpida. Pero eso es una responsabilidad de los políticos. Y hay un fallo de la izquierda, también. Si fuese importante ser culto para las clases políticas, eso se transmitiría a la población, a nosotros".

El cine que ofrece Rodrigues se encuentra en un lugar frágil, a pesar de ser un habitual de Cannes. Es un cine autoral, ambicioso en lo formal y en la intención de llegar al público, pero también es un cine exigente y libre de corrientes y de modelos. "Éste es, creo, mi séptimo largometraje. Pensaba que ya sería más fácil conseguir el dinero. Pero no. La industria de cine portuguesa es pequeña y los presupuestos son muy limitados. No hay dinero. Y si eres un poco ambicioso, necesitas presupuesto. Mi próxima película tendrá lugar durante la Revolución de los claveles, en los años setenta, y trata la cuestión de que, cuando terminó la dictadura, la libertad fue solo para algunos, porque la homosexualidad solo se legalizó en los ochenta. Es esa sensación, de nuevo, que siempre llegamos a todo con retraso".

João Pedro Rodrigues, después de más de veinte años de carrera, tiene entidad suficiente como para no necesitar comparativas. Pero, ya saben aquello de que España vive de espaldas a Portugal y, por ello, y porque si dicha comparativa sirve para que alguien se acerque a su cine, habrá merecido la pena: para quien no lo conozca, Rodrigues podría ser —con sus muchas diferencias— el Almodóvar portugués. Uno de los cineastas más transgresores del cine europeo —sobre todo en la desinhibición de la representación de la sexualidad—, Rodrigues irrumpió en el largometraje con el milenio, con O Fantasma, una película asfixiante y oscura que sigue a un joven trabajador del vertedero de Lisboa incapaz de conectar emocional ni sexualmente con ningún ser humano y que se embarca en un descenso a los infiernos del sadomasoquismo y, finalmente, la depravación. O Fantasma participó directamente en la Sección Oficial de Venecia, midiéndose con directores como Julian Schnabel, Jafar Panahi, Stephen Frears y Kim Ki-duk. Con su segundo largo, Odete (2005), participó en la Quincena de realizadores de Cannes, un festival por el que ha pasado con casi todos sus trabajos, también con el último, Fuego fatuo, que participó en la Quincena de realizadores, que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sevilla y que este 31 de marzo llega, por fin, a los cines españoles.

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