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Sexo y desolación: el eterno retorno de 'Don Giovanni'
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Sexo y desolación: el eterno retorno de 'Don Giovanni'

La audacia escénica de Damiano Michieletto, la tensión musical de Riccardo Minasi y la cualificación del reparto convierten el montaje de Mozart en un hito en Les Arts

Foto: Un momento del 'Don Giovanni' en Les Arts.
Un momento del 'Don Giovanni' en Les Arts.

“Qué bella noche. Es más clara que el día”. Puede que no haya un pasaje de Don Giovanni que identifique mejor la naturaleza ambigua e híbrida de la ópera. La luz en la oscuridad. O el erotismo en la muerte.

El concepto del claroscuro también se aloja en el enunciado del dramma giocoso —drama jocoso— y en el planteamiento atmosférico que Damiano Michieletto ha concebido para Les Arts (Valencia) en asombrosa sintonía con el magma del foso. Allí se encontraba el maestro Riccardo Minasi como alquimista de los colores y los contrastes. Y como mediador de la oscuridad y la delicadeza, el desgarro y el lirismo, la sanguinolencia y la espiritualidad.

placeholder Montaje de 'Don Giovanni', en Les Arts de Valencia. (Miguel Lorenzo/Mikel Ponce)
Montaje de 'Don Giovanni', en Les Arts de Valencia. (Miguel Lorenzo/Mikel Ponce)

La obertura fue una declaración de principios al respecto. Una declaración de guerra. Y el comienzo de un viaje trepidante e intenso que embriagaba el sonido de la orquesta hasta el extremo de la posesión y el sortilegio.

Acude Michieletto a la idea del eterno retorno. Y otorga a la escenografía un movimiento circular antihorario que tanto reúne el principio con el final como predispone un vuelo coreográfico a la propia dramaturgia. Y al desamparo de los actores. Todos ellos muy bien perfilados en la dimensión psicológica.

El montaje de Michieletto —inteligente, impecable en la caracterización de los papeles— redunda en la soledad y en la desolación

La audacia del director italiano transcurre en una escenografía de época. Y en los espacios decadentes e inhóspitos de un palacio diciochesco cuyas paredes laberínticas alojan la impunidad del Minotauro. Representa Don Giovanni el mito erótico y el fenómeno transgresor. Eros y Tánatos. Y también el abismo al que temen asomarse los personajes desamparados de Mozart y Da Ponte.

Nada dice de sí mismo el libertino, pero siempre está en boca de los demás. Fingen capturarlo cuando en realidad lo desean, de tal manera que el montaje de Michieletto —inteligente, impecable en la caracterización de los papeles— redunda en la soledad y en la desolación. Por eso funciona tan bien el reflejo de las sombras en la penumbra, como si fueran la compañía espectral que consuela y vigila a las víctimas de Don Giovanni.

Lectura polarizada

Hace mucho frío en la ópera cuando el canalla se ausenta. Y hace demasiado calor cuando aparece. Se explica así mejor el interés conceptual y musical que contiene la lectura polarizada de Minasi. Extrema en sus pulsiones y hasta feroz, pero también delicada y contemplativa. Las corrientes submarinas de la ópera se perciben con la misma plasticidad que el esmero en los detalles sonoros: la espesura de los chelos, la delicadeza de las maderas, la opulencia del viento en su intimidación.
Homogeneidad y heterogeneidad. Acierta Minasi a la integración de las dinámicas, igual que hilvana el tejido dramatúrgico de los recitativos. No permite bajarse del tren cuando el viaje de ultratumba ha empezado.

Y aprovecha el maestro italiano todos los privilegios de un reparto cualificado. Empezando por la autoridad vocal y escénica del protagonista, Davide Luciano, o por el relieve de los secundarios. Impresiona el Comendador de Gianluca Buratto en su poderío sonoro como estremece la delicadeza de Jacquelyn Stucker (Zerlina), aunque el mayor vuelo vocal de las sesiones mistéricas compete a las arias extremas de Ruth Iniesta (Donna Anna) y de Elsa Dreisig (Donna Elvira). Es magnífico el Leporello de Riccardo Frasi. Y corpulento y sensible el Masetto de Adolfo Corradi.

Se les aplaudió con entusiasmo en el trance de los saludos. Y se reconoció con más énfasis durante la función la impecable línea de canto de Giovanni Sala. El aria del primer acto supuso un ejercicio supremo de sensibilidad y de elegancia, más todavía cuando sobrevinieron los pasajes pianísimos. Y cuando Minasi exigió a la orquesta una tensión inverosímil.

placeholder Otro momento del 'Don Giovanni', que se representa en Les Arts. (Miguel Lorenzo/Mikel Ponce)
Otro momento del 'Don Giovanni', que se representa en Les Arts. (Miguel Lorenzo/Mikel Ponce)

No es fácil inducir una lectura filológica y teatral a una orquesta ajena. Ni es sencillo conseguir en el foso una respuesta tan idónea a la brutalidad y a la ligereza. Nunca decaía el pathos. Prevalecía una dinámica abrumadora, entre la agitación dionisiaca de los primeros compases y el remanso de los pasajes di grazia. La luz en la oscuridad. Y el eterno retorno de Don Giovanni, no tanto un vampiro insaciable —así lo describía un relato de Alessandro Baricco— como el límite moral y penal que una sociedad —cualquiera— está dispuesta a cruzar como remedio a la hipocresía.

La lectura de Michieletto perfora las convenciones. Y atribuye a Don Giovanni el privilegio del hedonismo —la orgía explícita de la escena final— y la tiranía sobre los demás personajes, todos ellos víctimas de su hechizo sexual. Por eso decide resucitarlo cuando se le supone bajo tierra. Y por la misma razón volverá a morir. Y así por los siglos de los siglos.

“Qué bella noche. Es más clara que el día”. Puede que no haya un pasaje de Don Giovanni que identifique mejor la naturaleza ambigua e híbrida de la ópera. La luz en la oscuridad. O el erotismo en la muerte.

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