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Qué tiempo perdido, qué pronto se fue: Carlos Álvarez y la plenitud de la zarzuela
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Qué tiempo perdido, qué pronto se fue: Carlos Álvarez y la plenitud de la zarzuela

El barítono se reencuentra 30 años después con el montaje que lo puso en órbita,'La del manojo de rosas', con toda la audacia escénica de Emilio Sagi y toda la sensibilidad musical de García Calvo

Foto: 'La del manojo de rosas' (Javier del Real)
'La del manojo de rosas' (Javier del Real)

No es cuestión de ponerse nostálgicos ni sentimentales entre las paredes del túnel del tiempo, pero sugestiona e impresiona la experiencia de encontrarse con un espectáculo lírico que se programó hace 30 años y que recupera su vigencia con los principales artífices de entonces. Que si la dramaturgia sensible de Emilio Sagi. Que si la escenografía costumbrista de Gerardo Trotti. Que si la voz imponente de Carlos Álvarez.

El barítono malagueño se ha convertido en una primerísima figura de la ópera, pero hace tres décadas comparecía como debutante, una promesa circunstancial que se alistaba en el reparto de 'La del manojo de rosas'.

Nos acordamos muy bien de la “alternativa” quienes estuvimos en el teatro de La Zarzuela entonces. Y razones tenemos para conmovernos tres décadas después. Un pasadizo temporal. Una regresión eufórica y traumática. Eufórica porque el montaje de la zarzuela de Sorozábal funciona como el primer día. Traumática porque que impresiona la sacudida del tiempo. Los espectadores que no están. Los que hemos envejecido. Los actores que murieron. Los cantantes que se retiraron. Y el estupor que suscita un pasaje implacable del libreto: “Qué tiempos aquellos, qué tiempo perdido, qué tiempo querido, qué pronto se fue”. Lo interpretaron al alimón Ruth Iniesta y Carlos Álvarez. Y se produjo un silencio catedralicio en el teatro, no ya como contraste de los momentos hilarantes que jalonan la zarzuela y que tachonan la dramaturgia, sino como una expresión dolorosa de la nostalgia y la resignación.

placeholder Carlos Álvarez (EFE)
Carlos Álvarez (EFE)

Nadie mejor que Carlos Álvarez para confortar el desasosiego. Su plenitud vocal, su carisma, su calidez, aliviaron los vaivenes de la regresión. Nos rejuvenecía a los demás. Él estaba allí hace 30 años. Y permanecía en 2020, como si el personaje de Joaquín habitara entre los pliegues de su piel. Y como si el maquillaje le devolviera la imagen de un barítono prometedor.

Le aclamaron a semejanza de un exorcismo. E hizo bien en reconocérsele la constancia con que ha pastoreado en ultramar el repertorio de la zarzuela, víctima -la zarzuela- de un malentendido cultural y conceptual que pone en clara evidencia la resurrección necesaria de 'La del manojo de rosas'.

Porque se trata de un montaje ejemplar. Y porque la calidad escénica y la cualificación musical rescatan la propia zarzuela de las condiciones de maltrato y de desprecio que tantas veces han conspirado contra el género.

Zarzuela en La Zarzuela

La posibilidad y la oportunidad de un espacio propio representan la mejor garantía. La Zarzuela es el centro de gravedad de la zarzuela. El teatro que homologa, canoniza, reivindica, recupera y vela por el repertorio. Unas veces desde la transgresión y la vanguardia. Otras desde la conciencia patrimonial y de las lecturas clásicas. La dramaturgia de Sagi forma parte de la segunda categoría en la mejor acepción. Una producción meta-madrileña, costumbrista, refinada. Podría decirse que el director de escena imita la estética 'Amar en tiempos revueltos' si no fuera porque el montaje ha cumplido tres décadas y porque el Madrid de Sorozábal (1934) permite a Sagi enfatizar la emancipación de la mujer, la sensualidad del subtexto, las diferencias de clase, aunque lejos de toda propaganda y oportunismo.

Predomina la elegancia, la sensibilidad e impresiona el esmero del trabajo de los actores

Predomina la elegancia, la sensibilidad. E impresiona el esmero del trabajo de los actores. No ya el camarero Espasa (Ángel Ruiz) en su magnetismo y locuacidad, sino la flexibilidad de los personajes secundarios y la coreografía original de Goyo Montero. Ya no vive para para bailarla. Ni lo hace la figurinista Pepa Ojanguren. Tampoco lo hace el maestro Miguel Roa, artífice en el foso de aquellas funciones premonitorias de 1990.

Su lugar lo ocupa Guillermo García Calvo, cuya reputación en los grandes fosos europeos -Viena, Berlín, París- es tan evidente como las limitaciones logísticas en las que ha tenido que desenvolverse. El coronavirus ha diezmado la orquesta. La ha restringido a 23 efectivos.

Prevalece, por tanto, una versión esmerada, en ocasiones camerística y de orfebería cromática, pero también se disfruta en plenitud la audacia compositiva de Sorozábal, tan heterogéneo en los recursos y los estilos -la farruca, el pasodoble, el foxtrot-, como homogéneo en la naturalidad y en la inspiración. Puede entenderse así mejor el entusiasmo de la velada. Y la atmósfera de complicidad con que los espectadores de La Zarzuela apenas podíamos esconder las carcajadas debajo de la mascarilla. El libreto de Ramos y Cuadrado conserva la agilidad, la agudeza y el veneno. Lo que no es sencillo es traducirlo. Tratan de hacerlo los sobretítulos en inglés, aunque los neologismos, las expresiones castizas y los pasajes en caló convierten 'La del manojo de rosas' en una madrileñísima zarzuela... universal.

No es cuestión de ponerse nostálgicos ni sentimentales entre las paredes del túnel del tiempo, pero sugestiona e impresiona la experiencia de encontrarse con un espectáculo lírico que se programó hace 30 años y que recupera su vigencia con los principales artífices de entonces. Que si la dramaturgia sensible de Emilio Sagi. Que si la escenografía costumbrista de Gerardo Trotti. Que si la voz imponente de Carlos Álvarez.