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'El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro': la mejor antología de terror está en Netflix
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'El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro': la mejor antología de terror está en Netflix

Ocho episodios. Ocho de los mejores directores (y directoras) de cine de género. Una serie que pasa del terror macabro al horror lisérgico sin escatimar en gore y monstruos cósmicos

Foto: Un fotograma de 'El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro'. (Netflix)
Un fotograma de 'El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro'. (Netflix)

De lo macabro y lo romántico. Guillermo del Toro es un autor fuera de su tiempo, como un vestigio de la literatura y el arte decimonónico, de un asombro casi ingenuo y fantasioso. Mexicano de educación católica y lecturas lovecraftianas, Del Toro siempre ha demostrado una inclinación hacia lo monstruoso, pero no desde la repugnancia o el gore, sino desde la fascinación. La criatura como un ser doliente y sintiente, marginada por un mundo que ha perdido la fe. También una atracción por el artilugio y el mecanismo, por entender, más allá del funcionamiento, el poder evocador e invocador de los objetos. Entre los siglos XVI y XIX entre la alta sociedad europea se estilaron los cuartos de maravillas o gabinetes de curiosidades. Colecciones privadas de artículos exóticos viajados desde los confines del mundo, desde juegos de mesa chinos hasta reliquias de santos o sangre de dragón. Hasta principios del siglo XX llegaron las barracas que, como pequeños museos apócrifos y nómadas, mostraban a quienes no podían permitirse el viaje contemplar las maravillas del mundo: cabezas jibarizadas, pinturas en un grano de arroz o restos de supuestos animales míticos.

Guillermo del Toro es dueño, precisamente, de una casa en Los Ángeles batizada como Bleak House -Casa desolada en castellano-, una fantasía neogótica estilo Tudor construida en 1984 y que alberga su colección particular de rarezas. En un artículo de The New York Times de 2016, el cineasta mexicano enseñó esta casa que utiliza como oficina, taller y fuente de inspiración, con bibliotecas sobre ocultismo y novela gótica, habitaciones secretas, bocetos originales de Disney y Miyazaki y figuras a tamaño natural de Frankenstein y H.P. Lovecraft.

Lovecraft es, junto al escritor de terror y ciencia ficción Forrest J. Ackerman, una de las obsesiones literarias de Del Toro desde la infancia. También lo es Alfred Hitchcock, a quién dedicó el ensayo Hitchcock (Espasa, 2009), un repaso cronológico y minucioso a toda la filmografía del director inglés, incluidas menudencias. Todo ese batiburrillo que en Del Toro es genuina devoción lo ha trasladado a la serie 'El gabinete de las curiosidades de Guillermo del Toro', disponible desde en Netflix, la mejor antología moderna de terror, una propuesta que se lleva al terreno del terror victoriano -aunque no todos los capítulos podrían englobarse en este género- el Alfred Hitchcock presenta (1955-1965) que ha marcado a tantas generaciones o el Cuentos de la cripta que hizo lo propio treinta años después y en el que participaron Robert Zemeckis, Richard Donner, William Friedkin o Arnold Schwarzenegger -¡sí, en la dirección!-.

Los capítulos de Alfred Hitchcock presenta comenzaban con una cabecera musicada por la Marcha fúnebre por una marioneta, de Charles Gonoud, y con una breve introducción a cargo del propio Hitchcock, un formato que ha replicado Del Toro para su Gabinete. El mexicano, una vez bien establecido en Hollywood también ha producido a cineastas principiantes -en su momento- como Andy Muschetti -que después de hacer Mama con Del Toro cogió las riendas de una adaptación tan esperada como It- o Jovanka Vuckovic -a la que produjo el corto The Captured Bird y que estrenó su ópera prima, Riot Girls, en 2019-. Por eso El gabinete de las curiosidades es un paso natural como curador de algunos de los cineastas más interesantes del género de los últimos años y algunos de los que no habíamos tenido noticias tiempo ha.

placeholder Un momento de 'The Viewing', de Panos Cosmatos. (Netflix)
Un momento de 'The Viewing', de Panos Cosmatos. (Netflix)

Ocho capítulos dirigidos por ocho de esas voces del terror -Panos Cosmatos, David Prior, Vincenzo Natali, Ana Lily Amirpour, Jenniffer Kent, Guillermo Navarro, Keith Thomas y Catherine Hardwicks- que adaptan relatos de Lovecraft -¡cómo no!-, Henry Kuttner -Las raras del cementerio-, la autora de webcomics Emily Carroll -His Face All Red- y del propio Del Toro.

Entre esos ocho cineastas cuidadosamente escogidos está Panos Cosmatos, director de Mandy, representante máximo del terror cósmico desbarrado con ese clásico instantáneo en el que Nicolas Cage se enfrenta a unos monstruos moteros salidos del infierno colocadísimos de LSD, cocaína y lo que surja. Cosmatos, hijo de George Cosmatos -director de Rambo II, entre otras- participa con un capítulo, The Viewing -el séptimo-, que es una demostración de las nuevas narrativas de terror que van más allá de brujas y vampiros. Con una banda sonora electrónica hipersugerente y envolvente, con la que nos adentra en 1979 en casa de un misterioso archimillonario, al que interpreta Peter Weller -¡RoboCop!- y en la que un escritor de ciencia ficción, una astrofísica, un músico funky y un tipo con altas sensibilidades participan de una fiesta lisérgica en la que consumen todo tipo de estupefacientes para llegar a un estado de conciencia inalcanzable para el ser humano. Spoiler: el experimento no sale bien. Por allí también aparece la sinuosa Sofía Boutella -protagonista del Clímax de Gaspar Noé- y un monstruo liberado que engulle todo lo que toca. The Viewing es una película experimental que no puede compararse con ninguno otro de los capítulos, cuyo ritmo, cuya fotografía, cuya lectura se separa del resto de los episodios, de un terror mucho más convencional.

placeholder Un fotograma de 'Las ratas del cementerio'. (Netflix)
Un fotograma de 'Las ratas del cementerio'. (Netflix)

También dirige un capítulo Ana Lily Amirpour, reconocida por Una chica vuelve sola a casa de noche, y que en The Outside plantea una fábula siniestra sobre la belleza, aunque la moraleja acaba siendo confusa. Con una estética suburbial de entre finales de los años cincuenta y principio de los sesenta, Amirpour convierte en pesadilla la obsesión de una mujer por ser joven y guapa y por, en definitiva, encajar en este mundo, en general, y en su trabajo, en particular, donde todas sus compañeras son altas, delgadas, estilosas y hablan de las pollas de sus maridos sin ruborizarse. La protagonista, Kate Micucci ('Big Bang'), recurre a una crema que promete milagros -como todas las cremas-, aunque es alérgica a ella. Una voz femenina que da una vuelta de tuerca a la cotidianidad para convertirla en un episodio de body horror, ese tipo de terror en el que el cuerpo y su fisicidad juegan el papel central.

En 1997, Vincenzo Natali dirigió su ópera prima, Cube, un thriller futurista predecesor de Saw. La película se convirtió en un clásico underground y su carrera prometía hasta que en la primera década de los dosmil terminó dirigiendo subproductos de terror sin mucho recorrido. Los últimos diez años los ha pasado dirigiendo capítulos de series como Westworld y Hannibal y ahora regresa del anonimato con la adaptación de Las ratas del cementerio, terror victoriano en estado puro, en el que un saqueador de tumbas para pagar una deuda necesita encontrar un cadáver bien provisto. Pero el cementerio está infestado de ratas que se llevan todo lo que brilla, así que debe ser más rápido que ellas.

placeholder Una imagen de 'Dreams in the Witch House'. (Netflix)
Una imagen de 'Dreams in the Witch House'. (Netflix)

En The Autopsy, el director de making ofs David Prior adapta un relato del diplomático inglés y antiguo jefe de prensa de Isabel II de Inglaterra, Michael Shea, reconvertido en escritor de novela de espionaje y de terror. Este capítulo parte de una historia de morgues más tradicional -un forense debe investigar la causa de las muertes de varios mineros tras un accidente- con un terror cósmico al estilo Lovecraft. Y es a Lovecraft a quien adapta el capítulo Pickman's Model de Keith Thomas ('The Vigil'), probablemente el más flojo de todos con sus pinturas simbolistas y un terror de brujas y rituales no demasiado bien resuelto. Aunque merece la pena por ver cómo Crispin Glover (Regreso al futuro), el actor más extraño de Hollywood, construye un personaje tan inquietante como frágil con el dominio de la voz y de su físico.

Dirige también Catherine Hadwick (Crepúsculo), de nuevo adaptando a Lovecraft, en un capítulo Dreams in the Witch House que apuesta por el terror victoriano de bujas, herencias malditas familiares y opioides. Y Jennifer Kent (The Babadook) dirige el último capítulo, The Murmuring, ambientado en una mansión aislada a la que llegan dos ornitólogos en busca de un gran secreto.

La serie es, como su título indica, un muestrario de excentricidades, algunas más clásicas y otras más arriesgadas, un paseo desde los cimientos del terror clásico pero siempre a la búsqueda de nuevas fórmulas. Tan irregular como sugerente, El gabinete de las curiosidades de Guillermo del Toro es el juguete de un director apasionado por el terror que nos permite, durante ocho horas, adentrarnos en el desorden de su cabeza llena de monstruos. Un poco de fantasía en tiempos de máximo descreimiento; eso sí que da miedo.

De lo macabro y lo romántico. Guillermo del Toro es un autor fuera de su tiempo, como un vestigio de la literatura y el arte decimonónico, de un asombro casi ingenuo y fantasioso. Mexicano de educación católica y lecturas lovecraftianas, Del Toro siempre ha demostrado una inclinación hacia lo monstruoso, pero no desde la repugnancia o el gore, sino desde la fascinación. La criatura como un ser doliente y sintiente, marginada por un mundo que ha perdido la fe. También una atracción por el artilugio y el mecanismo, por entender, más allá del funcionamiento, el poder evocador e invocador de los objetos. Entre los siglos XVI y XIX entre la alta sociedad europea se estilaron los cuartos de maravillas o gabinetes de curiosidades. Colecciones privadas de artículos exóticos viajados desde los confines del mundo, desde juegos de mesa chinos hasta reliquias de santos o sangre de dragón. Hasta principios del siglo XX llegaron las barracas que, como pequeños museos apócrifos y nómadas, mostraban a quienes no podían permitirse el viaje contemplar las maravillas del mundo: cabezas jibarizadas, pinturas en un grano de arroz o restos de supuestos animales míticos.

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