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'Parliament': por qué la UE es un chiste (y por qué todas las series deberían ser así de buenas)
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la serie del fin de semana

'Parliament': por qué la UE es un chiste (y por qué todas las series deberían ser así de buenas)

La brillante coproducción europea mezcla 'The Office' con el cine de tópicos nacionales

Foto: 'Parliament'. (Filmin)
'Parliament'. (Filmin)

Creo que fue Mariona Gúmpert la que se quejó un día en una columna de la competencia de que todas las series tuvieran que ser la serie del siglo. ¿Por qué había que esperar de un simple entretenimiento por entregas algo más que pasar el rato? ¿Todo tiene que estar a la altura de Shakespeare o de la tragedia griega? La idea era agradable, humilde y de buen conformar. Me pareció una columna necesaria. Sin embargo, no puedo estar más en desacuerdo.

En la adolescencia, uno veía series porque había que estarse quieto para merendar, o con el fin de dejar que los padres discutieran a gusto. Las series, en principio, son, efectivamente, una nadería para llenar ese gran vacío que es la vida por las tardes.

Al llegar a la madurez, uno deja de ver dibujos animados y también series, porque de pronto se ve protagonista de una historia más interesante, que es la de su propia juventud. La juventud, como las películas, solo sucede una vez. Las series, por definición industrial, se fundamentan en la repetición. Como decían en Futurama, al final de cada capítulo todo tiene que estar como al principio, listo para una nueva emisión igualmente inane.

Así, desde que inventaron las series de calidad, o se pusieron a hacer más series de calidad de las que uno puede atender simultáneamente, algunos adultos hemos vuelto a ellas. Es decir, hemos vuelto al peligro de una vida ridícula.

Para mí hay pocas cosas más tristes que no tener nada mejor que hacer que ver una serie cualquiera. Deprimirse con todo y llorando y dejando botellas vacías por la casa me parece más digno. La serie del montón (como es obvio, casi todas), que nada te aporta, que no tiene una escena que recordarás siempre (la muerte de Hank en Breaking Bad; el plano-secuencia de True detective), que no te regala grandes frases (“Siento decíroslo, pero no existe la gran mentira, no hay ningún 'sistema'; el universo es indiferente”, Don Draper en Mad Men) es una de las formas de perder el tiempo más miserables que conozco. Es como estar con alguien por estar con alguien, como mirar qué ponen en la tele cuando solo hay anuncios, y los que emiten son de detergentes.

¿Solo hay que ver series excepcionales? Sí. Para pasar el rato ya está un Zaragoza-Real Sociedad o La ruleta de la fortuna.

Parliament

Por todo esto resulta tan emocionante encontrar por fin una serie que merezca la pena. Después de fatigar Netflix y HBO, ha tenido que ser Filmin quien nos la descubra (aunque también pueden verla en Apple +). Se trata de Parliament, una coproducción franco-belga-germana donde se retrata ácidamente el día a día del Parlamento Europeo. Estamos en 2018 y un joven francés llega a Bruselas para trabajar como ayudante de un eurodiputado. Enseguida conoce a la ayudante de una eurodiputada inglesa y al ayudante de una eurodiputada alemana. Los tres jóvenes pasillearán durante dos temporadas tratando de sacar adelante la Unión Europea, algo para lo cual los eurodiputados no tienen tiempo, como sabemos.

La serie, que se inscribe en el género de la comedia, es, en efecto, divertidísima. Se ríe de los catalanes, de los españoles, de los chipriotas, de los alemanes y, quizá sobre todo, de los ingleses (es justo el momento del Brexit). Todo lo que no debe decirse, ha de matizarse o resulta comprometido comentar en nuestro día a día constituye de facto el material sobre el que se levanta esta serie. Resumir a los alemanes en un tópico es ridículo, pero sigue siendo muy gracioso. “El Parlamento Europeo es como la OTAN puesta de speed”, escuchamos en un momento dado.

Todo lo que no debe decirse, ha de matizarse o resulta comprometido comentar es el material sobre el que se levanta esta serie

Parliament podría resumirse como una mezcla muy conseguida de The Office y esas películas que exploran los tópicos nacionales, como Bienvenidos al Norte. Ahora que cada identidad necesita una sobredosis de respeto para no denunciarte, resulta maravillosa una serie en la que precisamente la identidad (nacional) se ve reducida a cuatro clichés gratuitos. “Las nórdicas pueden ser muy agresivas”; “los italianos siempre proponen chorradas”, “el español no soporta a los catalanes”, etcétera.

Además, la serie muestra un mundo laboral casi abstracto, encomendado a una única labor: la palabrería. Los informes, reuniones, discursos y declaraciones constantes (y constantemente traducidas a todos los idiomas de la Unión) no son otra cosa que cháchara, humo y pose. Hay que hablar mucho, emitir muchas palabras, para justificar un salario como eurodiputado. Que la palabrería esté verdaderamente alejada de la realidad es indiferente.

Foto: 'Parliament' ('Parlamento') se puede ver en Filmin.

Los eurodiputados, en efecto, quedan en Parliament como inútiles, vagos, señoritos y bobalicones, cosa que nos parece muy bien. Son el funcionario y el ayudante los que mantienen en pie todo el tinglado.

Con un desconcertante parecido tanto a Woody Allen como a Íñigo Errejón, el actor protagonista de la serie resulta todo un acierto. Xavier Lacaille borda un personaje cándido, idealista, blandengue y entusiasta. La serie va de cómo no conseguir casi nada te deja exhausto.

Todo lo importante se vota porque a cambio de ese voto se obtiene una dádiva

Va también de que ninguna cosa se aprueba en la Unión Europea (ni seguramente en ningún Parlamento) porque sea buena para una mayoría, sino porque se ha conseguido esa mayoría mediante el trueque, la amenaza o la trapacería. Todo lo importante se vota porque a cambio de ese voto se obtiene una dádiva, o se deja de votar porque te han preparado un castigo en caso de votarlo. O al revés. Un asco.

En el capítulo nueve de la primera temporada hay un curioso plagio del mítico monólogo de Edward Norton en La última noche (Spike Lee, 2002). En la película se repasaba con un “fuck you todas las comunidades que componen la ciudad de Nueva York; en Parliament, ese “fuck you” va dirigido, claro, a cada uno de los países (en realidad, se olvidan de los españoles).

La serie, en fin, bebe de numerosas fuentes de humor arriesgado o incorrecto, aunque sin llegar a hacer sangre. Es la serie que necesitábamos para desintoxicarnos de La Casa del Dragón (HBO) o Los Anillos del Poder (Prime), que capítulo a capítulo nos proponen como liturgia diaria un pasaje del catecismo, en lugar de la alegría.

Creo que fue Mariona Gúmpert la que se quejó un día en una columna de la competencia de que todas las series tuvieran que ser la serie del siglo. ¿Por qué había que esperar de un simple entretenimiento por entregas algo más que pasar el rato? ¿Todo tiene que estar a la altura de Shakespeare o de la tragedia griega? La idea era agradable, humilde y de buen conformar. Me pareció una columna necesaria. Sin embargo, no puedo estar más en desacuerdo.

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