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Ya no nieva como antes: por qué las nevadas 'torrenciales' han llegado para quedarse
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ADIÓS A LA RESERVA DE AGUA

Ya no nieva como antes: por qué las nevadas 'torrenciales' han llegado para quedarse

Aunque la cantidad total de nieve en alta montaña se mantiene, las nevadas están marcadas ahora por la irregularidad, con episodios intensos que complican la gestión de los recursos

Foto: Nieve en Formigal, Huesca. (EFE/Javier Blasco)
Nieve en Formigal, Huesca. (EFE/Javier Blasco)

En estos momentos, las montañas españolas acumulan, más o menos, tanta nieve como sería esperable al final de un invierno normal. Las estaciones de esquí, a rebosar en últimos días, esperan alargar la temporada algunas semanas gracias a las abundantes nevadas que ha dejado la borrasca Mónica. Sin embargo, este arreón de última hora no puede ocultar que el manto blanco ha sido extraordinariamente escaso los meses anteriores. Al analizar el periodo invernal al complejo, uniendo lo que ha sucedido antes y después, 2024 se convierte en el mejor ejemplo de la nueva tendencia que se vislumbra en los datos y estudios de las últimas décadas.

A pesar del cambio climático, en las zonas de alta montaña nieva, en promedio, tanto como antes; pero lo hace de una manera mucho más irregular y brusca. La nieve es un fenómeno reservado cada vez a cotas más altas y a episodios puntuales muy abundantes. Como las lluvias torrenciales, también vamos hacia nevadas de este tipo que se concentran en el tiempo y en el espacio, lo que tiene repercusiones en el negocio del esquí y consecuencias a más largo plazo para toda la sociedad con respecto a las reservas de agua.

Foto: Un hombre pone las cadenas a su vehículo en la carretera comarcal CA-183. (EP/Pedro Puente)

“Cada temporada es distinta, no hay un patrón claro, así que algunos años este tipo de nevadas tan copiosas no se producen justo en esta época, sino que pueden llegar al principio o a mitad de temporada; pero, en general, sí que observamos un comportamiento más irregular”, explica José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored y divulgador científico, en declaraciones a El Confidencial. Con respecto a las nevadas, que antes se repartían de una manera más uniforme a lo largo de los meses de invierno, estamos viviendo un “cambio de patrón meteorológico”, asegura, que conecta con el resto de las alteraciones del clima registradas en los últimos años.

Una atmósfera diferente

Según detalla el experto, dos factores fundamentales están alterando los inviernos en las zonas de sierra. Por una parte, “la imparable subida de las temperaturas afecta claramente a la cota de nieve, que tiende a subir”. De hecho, los responsables de las estaciones de esquí lo tienen muy en cuenta. “Mantener la actividad de las pistas en cotas de entre 1.600 y 1.800 metros empieza a ser muy complicado”, apunta Viñas, solo por encima de 2.000 metros tienes una cierta garantía, aunque sea con nieve artificial, pero por debajo de esa altitud es muy difícil”.

Por otra parte, ese mismo mecanismo está haciendo que, en las escasas ocasiones en que se producen las condiciones adecuadas, nieve de forma más abundante. Básicamente, el aire es más cálido de lo habitual en invierno, pero esto supone que también contiene más vapor de agua. Así, la entrada de una masa de aire polar (tal y como ha sucedido en estos últimos días) se encuentra con un aire cargado de humedad y el resultado de ese encuentro es una gran cantidad de nieve, más de la que es habitual en estas latitudes.

Dicho de otra forma, “ahora tenemos dorsales de aire cálido en pleno invierno durante muchas semanas y, a veces, no llegan ni borrascas”, comenta el meteorólogo. Esta situación provoca “que no haya precipitaciones o que, si las hay, sean en forma de lluvia incluso en cotas muy elevadas”. Sin embargo, “cuando entra una vaguada de aire frío y choca con el aire cálido cargado de humedad, se producen estas grandes nevadas”.

placeholder Nieve abundante en Orense. (EFE)
Nieve abundante en Orense. (EFE)

El parecido con las DANA que descargan en forma de grandes tormentas al final del verano y en otoño, especialmente en la costa mediterránea, salta a la vista. “Hay sitios en los que no llueve durante meses y de repente caen en un día la mitad de las precipitaciones del año”, señala el experto. Con la nieve podría estar pasando algo parecido en otras épocas del año. No obstante, aún hay que estudiar si este nuevo patrón que comienza a atisbarse se va a consolidar como una característica permanente de nuestro clima.

Las tendencias mundiales y la pista de Sierra Nevada

Por el momento, los datos científicos van por ese camino. Un estudio publicado en la revista Remote Sensing of Environment recopila las variaciones que está sufriendo la nieve, a nivel global, en lo que llevamos de siglo XXI. El 78 % de las áreas montañosas del mundo están experimentando una disminución importante en dos parámetros: el área cubierta de blanco, que desciende hasta un 13%, y la duración de esa capa, que baja hasta en 43 días. Hay varios factores que explican el cambio: las temperaturas no solo funden la nieve, sino que aumentan la evaporación; cada vez llueve más sobre la capa de nieve, favoreciendo un rápido derretimiento; y en muchos lugares, en lugar de mantenerse una masa de nieve uniforme, se acumulan varios ciclos de nieve durante un año.

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Sierra Nevada. (Europa Press)

“Curiosamente, la tendencia global se parece cada vez más a lo que ocurre tradicionalmente en las zonas mediterráneas de montaña”, apunta Rafael Pimentel Leiva, investigador de la Universidad de Córdoba. “En Sierra Nevada, siempre hemos tenido diferentes ciclos de acumulación de nieve durante el año; es decir, que nieva y se funde; vuelve a nevar y se vuelve a fundir”, comenta. Según explica, todo parece indicar que esa tendencia se está extendiendo al norte de España, pero también a Europa y a gran parte del resto del mundo.

No obstante, uno de sus estudios más recientes se centra, precisamente, en lo que ha ocurrido en las cumbres de Granada durante las últimas seis décadas, desde 1960 a 2020, y muestra claves muy importantes. “Aquí la cantidad de nieve no es menor, pero sí hemos visto que en los últimos años se concentra de manera muy diferente”, explica. Para definir el fenómeno habla de “nevadas torrenciales”, justo lo que ha sucedido este año, ya que “no hemos tenido nieve y, de repente, ha caído mucha en cuatro días”.

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Nevada. (EFE)

Sierra Nevada, “una isla de nieve en mitad de un clima semiárido”, afirma Rafael Pimentel, es una especie de laboratorio natural. “Lo que estamos observando aquí es el anticipo de lo que pasará en otras zonas de Europa dentro de un tiempo, la temperatura va a aumentar, según apuntan los escenarios de cambio climático, y las precipitaciones cambiarán”, recuerda el profesor de la Universidad de Córdoba. Conocer esos detalles puede ser importante para el mundo del esquí, pero al resto de la sociedad le interesan mucho más las consecuencias: de qué manera afecta esto al volumen de agua que se va a fundir, cómo lo va a hacer y qué impacto tendrá en los embalses y en los ríos.

Graves consecuencias en la gestión del agua

De hecho, este experto en ingeniería hidráulica estudia la dinámica de la nieve en las zonas de montaña, pero está interesado sobre todo en su impacto hidrológico. Los cambios en la forma de nevar modifican de manera radical el entorno. “Siempre se dice que el paquete de nieve actúa como un embalse natural que acumula reservas en invierno y las va soltando en primavera y en verano”, recuerda. Pues bien, con las nuevas condiciones, esa afirmación está en duda. El hecho de tener diferentes ciclos de nieve acaba con ese almacén de agua, ya que el deshielo se convierte en un fenómeno recurrente, incluso en pleno invierno.

Foto: El Ebro, en Zaragoza. (EFE/Javier Cebollada)

Las consecuencias se ven, por ejemplo, en la cuenca del Ebro y en otras del norte de España: cuando se funden grandes cantidades de nieve, se producen inundaciones, algo cada vez más frecuente en meses supuestamente fríos. “Las confederaciones hidrográficas suelen tener controlado este problema, perro hay que estar alerta para pronosticar cuál va a ser el volumen de nieve que se va a derretir y cuándo llegará a los ríos”, señala el experto.

En ese sentido, los estudios realizados en Sierra Nevada son reveladores, porque “no todo llega al río, sino que gran parte acaba en la atmósfera”. Las rachas de viento y la radiación solar hacen que se evapore hasta el 30% de la nieve que se acumula en las montañas de Granada, según una reciente investigación. Lógicamente, este fenómeno es más intenso a medida que hay más horas de luz, de manera que la nieve de marzo durará mucho menos que la de diciembre o enero. Todo es cuestión de “la cantidad de energía” que está incidiendo en la desaparición de la cubierta de nieve.

Este factor también repercute en los embalses de manera indirecta. “Lo ideal es que se acumule la nieve en los meses más fríos, de forma compacta”, señala Viñas, porque de esa forma se va filtrando en la tierra poco a poco. En cambio, aunque caiga la misma cantidad total, si lo hace de manera brusca y seguida de altas temperaturas, no solo desaparecerá más rápido, sino que generará otros muchos problemas, como los aludes. De hecho, este lunes la estación de esquí de Sierra Nevada catalogó de “extrema” la situación de riesgo por avalancha.

En estos momentos, las montañas españolas acumulan, más o menos, tanta nieve como sería esperable al final de un invierno normal. Las estaciones de esquí, a rebosar en últimos días, esperan alargar la temporada algunas semanas gracias a las abundantes nevadas que ha dejado la borrasca Mónica. Sin embargo, este arreón de última hora no puede ocultar que el manto blanco ha sido extraordinariamente escaso los meses anteriores. Al analizar el periodo invernal al complejo, uniendo lo que ha sucedido antes y después, 2024 se convierte en el mejor ejemplo de la nueva tendencia que se vislumbra en los datos y estudios de las últimas décadas.

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