Es noticia
Las crecidas del Ebro son ahora más dañinas, pero la culpa no es solo del cambio climático
  1. Tecnología
  2. Ciencia
¿SIRVE LIMPIAR EL RÍO?

Las crecidas del Ebro son ahora más dañinas, pero la culpa no es solo del cambio climático

La ocupación de la zona de inundación natural para usos humanos, incluyendo viviendas, multiplica los riesgos ante aumentos del caudal que siguen siendo como antes

Foto: El Ebro, en Zaragoza. (EFE/Javier Cebollada)
El Ebro, en Zaragoza. (EFE/Javier Cebollada)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La crecida del río Ebro de los últimos días, incluso sin llegar a tener carácter extraordinario, como se temía inicialmente, ha provocado daños importantes y ha obligado a movilizar a la Unidad Militar de Emergencias (UME). No es una gran novedad. La situación cada vez es más frecuente: las localidades de la ribera se inundan sin remedio cuando se incrementa el caudal, generando cuantiosas pérdidas agrícolas y ganaderas, e incluso poniendo en riesgo zonas urbanas. Los vecinos se quejan de que nadie pone soluciones y tienen muy claro cuál es el problema.

Así, en la localidad navarra de Buñuel, justo en el límite de la provincia con Zaragoza, decenas de agricultores se manifestaron la semana pasada, justo cuando la riada comenzaba a anegar sus tierras, contra la gestión de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE). La pancarta que portaban resumía perfectamente su punto de vista: "Por culpa de la Confederación nos vemos en esta situación. Limpieza integral ya". La percepción de la población es correcta: el río causa más daños que antes. Sin embargo, el análisis del problema que realizan los expertos revela que las causas del problema son mucho más complejas de lo que parece.

Foto: El pueblo de Buñuel (Navarra), con el río a escasos metros de las viviendas durante la riada de 2018. (Gobierno de Navarra)

Alfredo Ollero Ojeda, investigador del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza, lleva décadas estudiando las crecidas del Ebro y sabe que el problema principal es que, en la actualidad, se registra “una ocupación mucho mayor del cauce”, explica en declaraciones a El Confidencial. Las zonas de ribera que antiguamente se dejaban libres porque eran susceptibles de quedar anegadas ahora se utilizan para diferentes fines agrícolas y ganaderos. En las últimas décadas, incluso se han urbanizado terrenos inundables. “El cauce se ha estrechado, no solo en el Ebro, sino en todos los ríos, y esto implica más exposición y vulnerabilidad, un mayor número de personas y bienes en la zona de riesgo”, añade.

Uno de los estudios de su grupo de investigación, publicado en la revista Geographicalia, resulta especialmente ilustrativo. Los científicos pudieron analizar los cambios en el cauce en los últimos 80 años a través de fotografías aéreas tomadas en 1927, 1957 y 1998. El Ebro se caracteriza por ir acompañado de una extensa llanura que se inunda en las crecidas: la anchura media es de 3,21 kilómetros, pero el máximo es casi del doble. Sin embargo, este corredor ribereño ha descendido drásticamente, de manera que no llega al 58% de lo que era hace un siglo. La investigación muestra que la masiva construcción de defensas ha estabilizado el trazado del cauce menor (el que se mantiene constante a lo largo del año) y ha favorecido la invasión humana del espacio fluvial que ocupan las aguas cuando aumenta el caudal.

placeholder El Ebro, en Zaragoza. (EFE)
El Ebro, en Zaragoza. (EFE)

¿Por qué nos hemos vuelto tan locos como para ocupar terrenos que sabemos que se inundan periódicamente? El experto de la Universidad de Zaragoza considera que gran parte del problema está en los embalses, porque han generado una falsa sensación de seguridad. Es toda una paradoja, porque uno de los fines de los pantanos es reducir el riesgo de inundaciones, pero “lo que hemos hecho es aumentarlo, generando expectativas de control”, cuando realmente estas infraestructuras tienen un poder limitado. “Solo sirven algunas veces”, comenta, pero poco pueden hacer en la mayoría de las ocasiones. El resultado es que, “desde mediados del siglo XX, hemos incrementado la exposición dentro de las zonas inundables y cada vez hay más daños”.

Tratando de reforzar este argumento, algunas voces incluso sostienen que hace décadas las crecidas del Ebro eran mayores, pero Ollero advierte de que eso también es un mito motivado por un problema metodológico. “Los caudales no eran mayores antes, el problema es que se medían mal y llegaron a sobredimensionarse hasta un 25%”, explica. La corrección ha llegado a partir de los años 90. Aunque es cierto que el caudal medio ha descendido en todos los ríos —por efecto del cambio climático, el aumento de regadíos y otros usos del agua, así como por la evaporación en los embalses—, las crecidas del Ebro son igual de importantes.

Construcciones desde los años 80

En cualquier caso, las aguas se van a encontrar con construcciones que no existían hasta hace pocos años. “El área inundable se ha transformado fundamentalmente en cultivos, pero también en viviendas”, comenta Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante. Hay casas y urbanizaciones enteras que “no han respetado el espacio natural de inundación del río y eso trae consecuencias”, apunta. En el litoral mediterráneo sucede algo parecido con las lluvias torrenciales, aún más peligrosas, pero el fenómeno es el mismo, “un efecto del desarrollo económico que hemos tenido en España”.

Hoy en día, la legislación no permite ocupar espacios de inundación, una prohibición que es fruto de una Directiva europea de 2007 y, especialmente, de la Ley del Suelo de 2008 y la Ley del Suelo de 2015. Sin embargo, en las décadas anteriores hubo mucha permisividad. Desde los años 80 y hasta bien entrado el siglo XXI, “no se ha respetado el espacio de inundación”, lamenta el experto. Las cartografías de riesgo llegaron muy tarde y, en general, los ayuntamientos hicieron la vista gorda coincidiendo con el boom inmobiliario.

placeholder Río Ebro. (Europa Press)
Río Ebro. (Europa Press)

La ribera del Ebro no es una excepción. “Cerca de Zaragoza hay unas cuantas urbanizaciones que quedan bastante comprometidas frente a algunas crecidas”, confirma Ollero. También abundan las casas aisladas: “Lo que deberían ser casas de labranza, destinadas a albergar aperos, se han convertido en auténticos chalés”. Algunas localidades han construido incluso residencias de ancianos y centros de salud en zonas inundables. Los daños en zonas agrícolas son un motivo de preocupación menor, pero la cuestión se complica cuando hay granjas de animales, que han proliferado muchísimo, y se convierte en un asunto muy grave si afectan a viviendas, infraestructuras y servicios.

No obstante, frente a las riadas que pueden provocar las lluvias torrenciales en el Mediterráneo, en las zonas aledañas a los grandes ríos, las inundaciones pueden estar relativamente controladas, porque los técnicos pueden prever con cierta antelación la altura que alcanzará el agua. “La inundación se va viendo venir, es lo que pasa en el Ebro, pero también en el Duero y el Tajo”, comenta Olcina. En ese sentido, los daños suelen ser materiales y no personales.

Las complejas soluciones

En muchos tramos, los ríos están constreñidos, reducidos a un cauce artificial que, la mayor parte del tiempo, guía las aguas. Hasta que llegan las crecidas que superan las barreras. “Las obras de defensa ya han demostrado su inutilidad durante décadas. No hay que gastar en hormigón, sino en adaptación”, apunta el experto de la Universidad de Zaragoza. En ese sentido, lo mejor para adaptarse es “imitar al río”, asegura. “La que tiene que perder energía es desbordándose e inundando zonas, así que lo mejor que podemos hacer, donde sea posible, es darle espacio”, añade.

placeholder El Duero también ha crecido. (EFE)
El Duero también ha crecido. (EFE)

En algunos puntos del Ebro y del Duero, así como en muchos ríos europeos, se han creado espacios de inundación natural. La fórmula consiste en “llegar a acuerdos con agricultores que venden sus tierras a la Confederación Hidrográfica o reciben indemnizaciones cuando pierden la cosecha, pero siendo conscientes de que esto va a pasar”. De esta manera, al menos, “se evita la construcción de encauzamientos de hormigón que han demostrado ser muy poco operativos”. De hecho, “cuando el agua de una crecida rebasa los muros, permanece mucho más tiempo en el campo porque no puede regresar al cauce natural”.

La clave para corregir la situación es avanzar hacia “una correcta ordenación del territorio”, señala el investigador de la Universidad de Zaragoza. En ese sentido, lo cierto es que “la agricultura o una plantación de chopos”, pone como ejemplo, no representan un gran problema. Por el contrario, una granja va a tener pérdidas mayores y, “desde luego, no podemos construir zonas urbanas en lugares inundables, es algo evidente”.

Por qué la limpieza es “un placebo”

En el catálogo de soluciones que proponen los expertos no aparece la limpieza de los ríos que suelen reclamar los vecinos. En opinión de Ollero, no solo es ineficaz, sino negativa. “Precisamente, son las grandes crecidas las que limpian el río, pero, cuando se piden estas acciones, generalmente, significa dragar y quitar la vegetación, y ambas cosas son contraproducentes. De hecho, en una crecida, el sedimento está en movimiento y no ocupa espacio, y la vegetación es flexible y no tiene ningún efecto especial”, explica.

Foto: Vista del paseo de La Rosa, este miércoles, en Toledo. (EFE)

No obstante, este tipo de ideas que “están mal planteadas”, insiste, “forman parte del acervo cultural que tenemos desde el Neolítico y son más bien un placebo”. Es decir, que a veces se realizan para acallar las quejas, aunque en realidad no valen para mucho. “Cuando se hacía en el pasado, a los pocos meses se veía que no servía y, si se hiciera de forma sistemática, sería incluso peligroso”, asegura, porque la fuerza del agua podría causar más destrozos. Por su parte, Olcina concede que, en ciertos casos, sí puede ser útil: “A veces hay vegetación que no es natural o crecidas que arrastran trozos de alambradas que formaban parte de cercas y que pueden dificultar el tránsito del agua en los puentes”, pero, en general, “tiene que existir una cierta vegetación de ribera”.

Otra cuestión es qué influencia puede tener el cambio climático en las crecidas. “Si llueve menos, como sociedad, bajamos la guardia porque pensamos que el Ebro ya no crece como antes y que no pasa nada si sigo ocupando el terreno de inundación”, advierte el catedrático de la Universidad de Alicante. Sin embargo, la realidad es que “el clima de la península ibérica tiende a ser más extremo, puede está sin llover meses y, de repente, te caen 200 litros en 24 horas”. Por eso, “lo que deberíamos hacer es ser más previsores, porque, cuando crezca el cauce, lo puede hacer de forma desbocada y los eventos extremos en forma de tormentas también pueden dar lugar a crecidas rápidas incluso en el Ebro”, advierte.

La crecida del río Ebro de los últimos días, incluso sin llegar a tener carácter extraordinario, como se temía inicialmente, ha provocado daños importantes y ha obligado a movilizar a la Unidad Militar de Emergencias (UME). No es una gran novedad. La situación cada vez es más frecuente: las localidades de la ribera se inundan sin remedio cuando se incrementa el caudal, generando cuantiosas pérdidas agrícolas y ganaderas, e incluso poniendo en riesgo zonas urbanas. Los vecinos se quejan de que nadie pone soluciones y tienen muy claro cuál es el problema.

Río Ebro
El redactor recomienda