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La ley de la proporción que muere en Ucrania: una refinería vs. medio país sin luz
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"¿Por qué deberíamos detenernos?"

La ley de la proporción que muere en Ucrania: una refinería vs. medio país sin luz

En apenas una semana y media, Ucrania ha acumulado nuevos ataques récord contra su infraestructura eléctrica, mientras EEUU le da un toque por sus ataques a refinerías rusas

Foto: La principal presa ucraniana sobre el Dniéper, en llamas tras un ataque con misiles balísticos rusos. (Reuters)
La principal presa ucraniana sobre el Dniéper, en llamas tras un ataque con misiles balísticos rusos. (Reuters)
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El teléfono de Olekander contiene horrores, encarnados en la piel de sus pacientes. Muchos son soldados, pero el último es el rostro de un trabajador que tuvo la desgracia de estar cerca de una subestación eléctrica cuando fue atacada por Rusia. La energía de la explosión le quemó la cara hasta tal punto que le comió los huesos del pómulo y la nariz. “Puede vivir, sí, ¿pero cómo te vas a presentar a la gente, volver al trabajo, a la calle, sin media cara? Cada vez nos encontramos casos más complicados, la guerra nos los trae”, dice Oleksander Vasiliev, cirujano maxilofacial del principal hospital de Kiev.

El viernes 22 de marzo, los ojos del mundo se volvieron hacia una sala de conciertos en la periferia de Moscú, asaltada por terroristas armados. Con 144 muertos, bajo la lluvia de balas o asfixiados en el incendio provocado por los atacantes, se convirtió en el escenario del peor atentado en suelo ruso en dos décadas. Las imágenes desviaron con razón la atención de un último desarrollo de la guerra, muy doloroso para Ucrania: pocas horas antes, Rusia había lanzado el que fue el peor ataque en meses contra infraestructura civil en el país. Más de 60 drones Shahed y casi 90 misiles —algunos de ellos, balísticos— en una sola noche contra centrales eléctricas, estaciones, transformadores y plantas hidroeléctricas. La principal presa del país, sobre el río Dniéper, sufrió el ataque simultáneo de ocho misiles balísticos, incendiando las turbinas que proveen de electricidad a la zona.

placeholder La mayor presa ucraniana, la DniproHES, tras el ataque ruso. (Reuters)
La mayor presa ucraniana, la DniproHES, tras el ataque ruso. (Reuters)

Desde entonces y en apenas una semana y media, Ucrania ha acumulado nuevos ataques récord, abriendo un nuevo capítulo en una guerra que también se juega en la energía. Las consecuencias se ven ahora.

"¿Por qué no podemos responderles?"

Además del golpe contra la presa, Dniproges, y su capacidad hidroeléctrica, Rusia ha logrado destruir “prácticamente toda” la infraestructura energética en Járkiv, la segunda ciudad del país y de mayoría rusófona, dejando a 700.000 personas sin electricidad. Restaurar las atacadas planta térmica CHP-5 y todas las subestaciones eléctricas de la ciudad podría llevar meses. En solo 10 días, los ataques lograron minar casi el 50% de la producción energética de la empresa privada DTEK, la principal eléctrica del país. Los bombardeos se han extendido por todo el país, de este a oeste, de plantas hidroeléctricas a térmicas o de almacenamiento de gas.

“El mayor objetivo ahora del enemigo es la energía”, ha declarado el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. “¿Por qué no podemos responderles? Su sociedad tiene que aprender a vivir sin petróleo, sin diésel, sin energía. Cuando Rusia se detenga [en sus ataques a Ucrania], nosotros nos detendremos”, añadía, en una entrevista con el Washington Post.

Con ese “por qué no podemos responderles”, Zelenski contestaba a los últimos reportes de que Washington habría dado un toque a sus aliados ucranianos para ceder en su campaña de ataques contra refinerías rusas.

Durante el último mes, al menos 11 refinerías de petróleo ruso han resultado dañadas o incluso puestas fuera de servicio tras presuntos ataques ucranianos. La estrategia de Kiev es boicotear las exportaciones rusas, aunque también dificultar el avance de las tropas rusas en un frente cada vez más complicado por la falta de munición y capacidades defensivas antiaéreas. "Es lógico que la industria petrolera sea objetivo. Los productos refinados no solo alimentan los tanques rusos, sino que también proporcionan a los rusos ingresos para financiar la guerra. La suspensión del funcionamiento de las instalaciones de refinado perturbará la logística militar, las fuerzas armadas se encuentran entre los mayores consumidores de combustible para motores y aviones", dijo Olena Lapenko, experta en seguridad energética del Grupo DiXi —un grupo de expertos ucraniano—, a El Confidencial cuando comenzaron los ataques.

Foto: Bomberos extinguen el fuego tras la explosión de una instalación de petróleo en Bryansk por un ataque ucraniano. (EFE)

Sin embargo, esa campaña no habría sentado muy bien en EEUU. Según el Financial Times, Washington teme que los ataques con drones —algunos, contra objetivos bien entrados en territorio ruso— aumenten los precios globales del petróleo o provoquen una escalada mayor (miedo habitual esgrimido por capitales como Washington o Berlín) del conflicto.

“[En los ataques contra refinerías] Usamos nuestros drones. Nadie puede decirnos que no podemos hacerlos", respondía Zelenski a EEUU. “Si no hay defensa antiaérea para proteger nuestro sistema energético y Rusia lo ataca, mi pregunta es: ¿por qué no podemos responderles?”.

Pero la ley de la proporcionalidad muere en Ucrania. Más allá de los muertos civiles y daños materiales que pone el país invadido, también en la batalla energética. A los ataques con refinerías, Moscú responde con agresiones masivas contra la producción energética ucraniana y, con ella, su capacidad de defenderse. No es la primera vez que Rusia se centra en la infraestructura energética ucraniana; ya el año pasado el país sufrió un invierno de apagones generalizados. Pero este año, varios elementos hacen que la crisis sea más aguda y señalan un cambio de estrategia rusa.

Foto: El vapor de las chimeneas de las centrales térmicas se eleva sobre los rascacielos del Centro Internacional de Negocios de Moscú. (Reuters/Maxim Shemetov)

“La precisión de los misiles es impresionante”, afirmaba el director general de DTEK, Dmytro Sajaruk, en una conferencia en Kiev el pasado jueves, en la que describía cómo, si antes impactaban a 100, 200 metros del objetivo, ahora llegaban a apenas un metro.

Los últimos ataques de Rusia son más concentrados, utilizando una combinación de varios tipos de misiles y drones (Shahed, misiles crucero, balísticos, hipersónicos) para un único objetivo. Así, es más fácil encontrar los agujeros de la magra defensa antiaérea ucraniana.

Los modos han cambiado, pero también los objetivos. Si antes se atacaban los nodos de transformadores y transmisión, ahora se trata de destruir la generación energética directamente, con plantas térmicas e hidroeléctricas como objetivo.

En Odesa, el ruido de las alarmas antiaéreas solo rivaliza con el de los generadores. Grandes como un tráiler o pequeños como un perrito faldero, se han convertido en parte del paisaje de la antigua perla de Mar Negro, entre elaboradas balaustradas y fachadas pintadas de azul cielo o rosa pastel. La ciudad, la primera desde las bases rusas origen de los misiles en Crimea, se ha tenido que acostumbrar a los cortes de electricidad. Como en Járkiv, otra de las grandes capitales de óblast ucranianas a tiro de las bases dentro de las fronteras rusas.

Esa preparación, tras el invierno de 2022 de apagones masivos, hace parecer que la situación es todavía menos grave que entonces. Sin embargo, el problema es acumulativo. El daño contra la infraestructura es cada vez más difícil de reparar. Al mismo tiempo, mina también uno de los pocos ingresos de divisas del país, la exportación del surplus energético a Europa.

Foto: Dos operadores trabajan en la sala de control de Ukrenergo, la compañía estatal de electricidad ucraniana. (Reuters/Valentyn Ogirenko)

“Rusia, sabiendo que Ucrania no tiene suficiente ayuda de sus aliados, espera que nuestra defensa antiaérea esté debilitada”, sostiene el exministro de energía ucraniano, Yuriy Prodan, en una entrevista con el medio local Espresso. “Los ataques contra la infraestructura energética dañan, a cambio, nuestro potencial económico y de nuestras empresas… también las que manufacturan material de defensa”, añade.

La reparación de algunos de las infraestructuras tomará meses, incluso años. Por ejemplo, los daños en la presa y central hidroeléctrica Dniproges.

La presa del Dniproges encarna la historia de otras guerras. Construida en 1932, fue destruida primero por los soviéticos en retirada, luego por los nazis, para ser reconstruida después por la Unión Soviética.

Las imágenes de la presa en llamas dieron más de un escalofrío a los ucranianos. Con 760 metros de largo, eleva el nivel del agua del Dniéper en 37,8 metros, creando un depósito de agua de aproximadamente 3,3 kilómetros cúbicos. Aunque según expertos, es prácticamente imposible derribarla desde fuera a base de misiles (sería necesaria una explosión desde el interior de las instalaciones), el recuerdo de la voladura de la presa de Nova Kajovka, río abajo, es indeleble. A los muertos, heridos y desplazados por la inundación se añade la pérdida de suministro y energía de miles de personas en la cuenca del Dniéper, que todavía no ha podido ser reparada.

Foto: Ucranianos en las calles inundadas de Jersón. (Reuters/Vladyslav Musiienko)

“Mis padres siguen, casi un año después, sin agua corriente. Imagínate, vivir en un pueblo que ha sido inundado y sin poder acceder a algo tan básico”, cuenta Vlada, una joven desplazada al interior del país.

Pero aunque no sea derribada, sí se la puede hacer enmudecer. Con el último ataque de hasta 8 misiles balísticos, “se ha perdido más de la mitad de la capacidad energética, más de miles de MW”, admite Prodan.

El alcance de los ataques rusos en el plano de la guerra energética es también un termómetro de otra cosa: la escasez en Ucrania y la lentitud de sus aliados occidentales. Ante los meses de espera antes de que lleguen los jets F-16, que ayudarán a Ucrania a disputar a Rusia el control aéreo, Moscú sabe que inutilizar ahora la infraestructura energética ucraniana drenará las capacidades de Kiev de prepararse para una hipotética contraofensiva (o incluso “defensa activa”) después.

El teléfono de Olekander contiene horrores, encarnados en la piel de sus pacientes. Muchos son soldados, pero el último es el rostro de un trabajador que tuvo la desgracia de estar cerca de una subestación eléctrica cuando fue atacada por Rusia. La energía de la explosión le quemó la cara hasta tal punto que le comió los huesos del pómulo y la nariz. “Puede vivir, sí, ¿pero cómo te vas a presentar a la gente, volver al trabajo, a la calle, sin media cara? Cada vez nos encontramos casos más complicados, la guerra nos los trae”, dice Oleksander Vasiliev, cirujano maxilofacial del principal hospital de Kiev.

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