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El frente líquido: la guerra del agua en Ucrania va mucho más allá de la voladura de la presa
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El frente líquido: la guerra del agua en Ucrania va mucho más allá de la voladura de la presa

Pero más allá del ahora, este es también el último episodio de una guerra del agua soterrada de Rusia contra Ucrania y cuyas implicaciones van más lejos de cuando se retiren las aguas inundadas en Jersón

Foto: Ucranianos en las calles inundadas de Jersón. (Reuters/Vladyslav Musiienko)
Ucranianos en las calles inundadas de Jersón. (Reuters/Vladyslav Musiienko)

Centenares de kilómetros cuadrados anegados, 80 ciudades inundadas, casas destruidas, más de 40.000 personas afectadas. El gobierno ucraniano ha calificado de “ecocidio” la explosión de la presa de Nova Kajovka, en el río Dniéper, presuntamente por Rusia. Civilmente, las consecuencias son catastróficas. Militarmente, va a obligar a Ucrania a repensar algunos de los escenarios para la contraofensiva que ya está en marcha.

Pero más allá del ahora, este es también el último episodio de una guerra del agua soterrada de Rusia contra Ucrania y cuyas implicaciones van más lejos de cuando se retiren las aguas inundadas en Jersón.

placeholder La presa de Nova Kajovka, en imágenes del satélite español Hisdesat.
La presa de Nova Kajovka, en imágenes del satélite español Hisdesat.

Mientras el mundo se fijaba en los sistemáticos y extensivos ataques rusos contra la infraestructura energética ucraniana, los golpes contra depósitos de agua, sistemas de tratamiento y transporte de agua limpia y residuales e incluso presas de menor tamaño que la de Nova Kajovka, han pasado desapercibidos. Pero, desde el inicio de la invasión, han sido constantes y una pata más de la estrategia militar rusa que ha dejado a millones de ucranianos, especialmente en el este y en el sur, sin acceso regular a agua limpia.

Las colas de la sed

En Lysychansk, la última ciudad ucraniana de la provincia de Lugansk en ser conquistada por los rusos el pasado verano, un puñado de personas — los pocos que todavía no han huido de la localidad—, hacen cola en la estación de bomberos, donde un camión cisterna acaba de traer agua para repartir. Llevan meses sin agua corriente.

Lysychansk es solo un ejemplo de una táctica rusa —que ya desarrolló en Siria y que en Ucrania, su mayor exponente fue en el asedio de Mariúpol— con el objetivo de agotar a la población y minar su moral en el asedio.

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“La táctica [de bloquear los suministros de agua para las poblaciones locales] es atractiva no solo por su rápido impacto, sino también por desmoralizar a las poblaciones objetivo”, señala Mark Zeitoun, director general de Geneva Water Hub, en un informe sobre la situación de la infraestructura hídrica en Ucrania tras la invasión. Durante lo peor de los ataques con drones iraníes contra las ciudades ucranianas el invierno pasado, y en línea con esa táctica de castigar a la población para forzar a la opinión pública a presionar al gobierno de Zelenski para una negociación, la guerra del agua llegaba incluso a Kiev, donde Olek, padre de familia, llenaba una bañera cuando había suministro para poder ir usándola —incluso para beber— hasta el siguiente día que el grifo volviera a funcionar.

En Jersón, unos días después de su liberación de las tropas rusas y cuando la ciudad creía que podría regresar a la relativa normalidad, Rusia apretaba con una nueva campaña de fuego de artillería desde el otro lado del río al que se habían retirado. Uno de esos misiles mató a Denis Fediunin, trabajador de la compañía de aguas de la ciudad. El objetivo era, precisamente, la infraestructura pública del agua.

Foto: Un edificio en Jersón, tras ser bombardeado. (A. A.)

Primero destruye, luego destruye otra vez. Los vecinos de Lysychansk que hacían cola para recoger la única agua disponible en el camión cisterna no quieren que se les tomen fotos: los rusos podrían localizar el lugar; poco antes habían disparado contra un mercado, el único otro lugar donde se congregaba gran cantidad de personas. Unos días después se cumplió el vaticinio: "Hoy en Lysychansk, cuando la población civil estaba recogiendo agua de un camión cisterna, los rusos dispararon contra una multitud de personas que usaban Uragan MLRS", informó el gobernador de la provincia. Ocho muertos.

“A España le pediría un tanque de agua”

Estamos en el Donbás, en un pueblo indeterminado en segunda línea del frente. Allí tiene la sede logística el regimiento 1129 de misiles antiaéreos del Ejército ucraniano. “¿Si tuviera que pedirle algo a España, qué le pediría?”, le pregunto al comandante Pavlo Semenov. España acababa de anunciar la entrega de varios sistemas de misiles Hawk, pero todavía se resistía a los Leopards. “Un camión de agua”, respondió.

Al otro lado de la línea del frente, un soldado ruso desplegado cerca de Kreminna (Lugansk) llama a su madre. El audio interceptado por Ucrania dice así: “Mamá, esto es una mierda. Estoy en primera línea de frente. Estamos bebiendo de charcos, todo es un barrizal”.

En la batalla logística que sostiene el esfuerzo militar, el acceso al agua también es clave. Con las infraestructuras destrozadas, son los soldados los que tienen que hacerse cargo. “Tenemos muchos problemas, especialmente para el agua técnica [no para beber]. No hay suficientes tanques de agua para llevarla a los soldados de la primera línea del frente”, explica Semenov. Esta unidad en concreto es afortunada: cada tres días un camión-ducha, una especie de gigantesca caravana con varios cubículos y un sistema de calentamiento del agua pasa por su base y los soldados hacen turnos que no desaprovechan para entrar… hasta que se acaba el agua.

Al igual que otros suministros claves —como la gasolina—, para distribuir el agua a lo largo del frente los militares tienen que elaborar un complejo mapa por carreteras que ni merecen ese nombre, para evitar que los drones y artillería rusa los detecten. En Selídove, a 15 kilómetros de la línea del frente, tiene su base Yevhen, el doctor de la unidad. Ha tenido que comprar un camión cisterna él mismo, con ayuda de fondos de voluntarios.

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Las armas son importantes, pero la moral de los soldados también. Y en un frente de trincheras y barro, poder beber agua limpia (traída en convoyes desde la provincia adyacente de Dnipro) o darte una ducha y lavar la ropa después de más de 78 horas sin apenas descansar, es una capa más de la guerra paralela que horada que un hombre mantenga su posición.

Un campo envenenado para el futuro

Lo urgente es lo urgente, y tras la explosión de la presa de Nova Kajovka lo primero es evacuar y reubicar a los civiles de sus ciudades y pueblos anegados. Pero en algún momento el agua seguirá su cauce y se retirará. Y sin embargo, los efectos de lo que cada vez más indicios apuntan a un ataque ruso son ya para el futuro. La guerra del agua no para ganar la campaña presente, sino para hundir el futuro económico de Ucrania.

El colapso de la presa ha dejado “sin fuente de agua” el 94% de los sistemas de irrigación en la región de Jersón, el 74% en Zaporiyia y el 30% en Dnipro, según datos del Ministerio de Agricultura ucraniano. El Ministerio agregó que la represa conducirá a que “los campos en el sur de Ucrania quizás se conviertan en desiertos”. Reconstruir la presa y levantar de nuevo el sistema de irrigación tal y como estaba antes, en la eventualidad de que Ucrania recupere el control de la zona y acabe la guerra, podría tardar años.

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Ucrania es un país eminentemente agrícola y los oscuros campos del sur de Jersón, la principal zona de producción. Ya este último invierno, Ucrania apenas ha podido sembrar unos 2 millones de hectáreas en todo el país (un 27% del área esperada) y la producción podría caer al menos un 50%, según Alex Lissitsa, CEO de una de las grandes empresas agrícolas ucranianas, IMC.

Los problemas de irrigación restan aún más kilómetros cuadrados al menguante terreno disponible en Ucrania, una de las consecuencias de la guerra más allá del combate por qué color sea la bandera que ondea en cada pueblo. Casi el 30% del territorio ucraniano está minado, según datos del Servicio Estatal de Emergencia de Ucrania, diez veces más que antes de que comenzara la invasión. Más de 291 millones de metros cuadrados de tierra están contaminados, ya sea por misiles u otro tipo de destrucción.

Un estudio de la universidad de Christ Church en Canterbury (Reino Unido), estudió como referencia los efectos de la contaminación bélica sobre el suelo de la batalla de Somme, en la Primera Guerra Mundial. Aun a día de hoy, más de 100 años después, los metales pesados y químicos de los explosivos todavía han dejado rastros en el suelo. Los campos de Bajmut, donde el enfrentamiento entre rusos y ucranianos ha sido comparada con los niveles de la Segunda Guerra Mundial, parecen un queso suizo carbonizado. Los proyectiles de mortero han agujereado y dejado kilos y kilos de restos de explosivos (el fenómeno se conoce como ‘bombturbation’ en inglés) en el suelo y, muy probablemente, contaminarán las fuentes de agua subterránea.

placeholder Imagen de satélite de los campos cercanos a Bajmut. (Google Earth)
Imagen de satélite de los campos cercanos a Bajmut. (Google Earth)

El río Siverskiy Donets ya estaba en situación crítica en 2018, cuatro años después del inicio de la guerra del Donbás. Se trata de la principal fuente de agua para toda la región, pero los niveles de metales pesados y alquilfenoles (químicos) eran siete veces más altos de lo aceptable.

En Jersón, la riada arrastra viviendas a su paso, pero también minas y otros explosivos colocados presuntamente por los rusos en la propia presa. Pero la contaminación que va a dejar en los campos va más allá. Dentro de la presa había “cuatrocientas toneladas de aceite de turbina, en las unidades y los transformadores hidroeléctricos” que, dependiendo del nivel de destrucción, “puede filtrarse al río”, ha apuntado Ihor Syrota, director de Ukrhydroenergo, la compañía hidroeléctrica nacional.

“Solo un litro de combustible puede contaminar un millón de litros de agua”, advertía Yevheniia Zasiadko, directora del Departamento de Clima de Ecoaction, en declaraciones recogidas por la cadena CNN. “El combustible se esparce sobre la superficie en una capa delgada que impide que el oxígeno llegue a las plantas y animales que viven en el agua”, añadió. A medida que el Dniéper fluye hacia el Mar Negro, parte del petróleo terminará en el océano donde “afectará el ecosistema marino”.

El agua de Crimea

Pero la guerra del agua no juega solo en una dirección. La pérdida de la presa afectará inevitablemente al suministro de agua para Crimea, una cuestión utilizada precisamente entre las excusas rusas para justificar la invasión. Nova Kajovka alimentaba el Canal del Norte de Crimea, que proporcionaba cerca del 85% del agua a la península, la mayoría para uso agrícola e industrial. Tras la anexión ilegal rusa de Crimea, Ucrania bloqueó el canal, generando problemas de escasez.

Foto: Militares ucranianos evacúan a residentes de Jersón tras las inundaciones provocadas por la voladura de la presa de Nueva Kajovka. (Reuters/Ivan Antypenko)

En el cruce de acusaciones sobre la responsabilidad de la voladura de la presa, Rusia ha defendido que la explosión era un “esfuerzo calculado” de “sabotaje” ucraniano para intentar ahogar a Crimea. Funcionarios rusos ya han informado del descenso de caudal en la península, pero no se espera que cause problemas agudos en el suministro de agua para consumo humano.

Centenares de kilómetros cuadrados anegados, 80 ciudades inundadas, casas destruidas, más de 40.000 personas afectadas. El gobierno ucraniano ha calificado de “ecocidio” la explosión de la presa de Nova Kajovka, en el río Dniéper, presuntamente por Rusia. Civilmente, las consecuencias son catastróficas. Militarmente, va a obligar a Ucrania a repensar algunos de los escenarios para la contraofensiva que ya está en marcha.

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