Es noticia
Viejo, problemático e... ¿inevitable? Cómo los demócratas pueden reemplazar a Biden
  1. Mundo
Un último recurso

Viejo, problemático e... ¿inevitable? Cómo los demócratas pueden reemplazar a Biden

A ojos de más de un 80% de votantes estadounidenses, Biden es muy viejo para gobernar un segundo mandato. Técnicamente, los demócratas todavía tienen una opción para reemplazarlo

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE/EPA/Bonnie Cash)
El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE/EPA/Bonnie Cash)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Si uno se limitara a seguir la política estadounidense con base en datos fríos, sin ver vídeos ni leer columnas de opinión, probablemente pensaría que Joe Biden ganará las elecciones en noviembre. El octogenario tiene sólidos factores a favor: un periodo de bonanza económica duradera, un historial razonable de victorias electorales y legislativas, una maquinaria partidista bien engrasada y la inercia del púlpito presidencial. Además de un adversario, Donald Trump, que trató de romper la transferencia pacífica de poder y que está metido en cuatro difíciles juicios.

Como se suele decir, “el dinero habla”, y la campaña de Biden tiene a su disposición 130 millones de dólares. Cuatro veces más que los 33 millones de Donald Trump, condenado a pagar, por otra parte, 454 millones de dólares por un caso de fraude. Y otros gastos legales que aumentarán a lo largo del año.

Pero estos factores se ven ensombrecidos por el hecho de que Joe Biden, a ojos de más de un 80% de votantes estadounidenses, incluida una amplia mayoría de demócratas, no está capacitado para gobernar un segundo mandato. En política, las percepciones tienden a convertirse en realidad, y la percepción de que Biden está adentrándose en los difusos caminos de la edad senil va siendo barruntada por más y más reporteros, que recogen las secretas preocupaciones demócratas e informan, por ejemplo, de que Biden tiene que leer tarjetas incluso en los actos privados.

Su equipo lo sabe y por eso ha recurrido a tres tácticas. Primero, limitar aún más sus apariciones públicas, hasta el punto de que Biden no concedió ni la tradicional entrevista de la noche de la Super Bowl. Segundo, reducir la posibilidad de que Joe Biden tropiece en público —como ha sucedido varias veces— haciendo que vea a un especialista, calce zapatillas deportivas y acceda al Air Force One por la escalerilla de la bodega, que tiene menos peldaños. Y tercero, lanzar una bien financiada campaña para rejuvenecer su imagen con memes como el Dark Brandon, para lo cual se ha contratado a un ejército de influencers en TikTok y otras redes sociales.

Algunas voces del progresismo, sin embargo, consideran que esto no es suficiente y que mantener a Biden como candidato presidencial es mucho más arriesgado que reemplazarlo en los próximos meses por un aspirante más joven y dinámico. Así lo argumenta Ezra Klein, periodista de izquierdas y actual responsable de uno de los pódcast más escuchados de The New York Times. Su programa, dedicado a reivindicar un cambio en la cabeza de cartel, sentó como si alguien lanzara una granada de mano en una habitación llena de operativos y opinadores demócratas.

Lo que intenta hacer Klein es romper la omertà del partido: la ley del silencio, el muro elevado en torno a la figura de Joe Biden. Un político de la vieja escuela que, alcanzado por fin el sueño de la presidencia al final de su vida política, no estaría dispuesto a renunciar al poder. Biden nos recuerda que él ya venció a Donald Trump, de lo cual infiere que solo él puede volver a hacerlo. Un argumento que la inmensa mayoría de los votantes, y parte de su partido hablando por lo bajo, no acaba de ver.

Ante el hecho de que el proceso de primarias está casi concluido y que los únicos rivales de Biden, el congresista Dean Phillips y la autora de libros de autoayuda Marianne Williamson, no han alcanzado ni la categoría de notita a pie de página, la pregunta es si todavía hay margen para un cambio. Y la respuesta, técnicamente, es que sí. Los demócratas aún pueden elegir a otro candidato presidencial.

Foto: Joe Biden, el 1 de mayo. (Michael Reynolds/EFE)

Como apuntan Klein y la experta en políticas electorales Elaine Kamarck, esto se puede hacer en la Convención Nacional Demócrata que se celebra a mediados de agosto en Chicago y que sirve para oficializar al candidato presidencial del partido. El proceso habitual desde 1968 es el siguiente: los votantes de cada estado votan en las primarias, luego estos resultados se traducen en delegados y son los delegados quienes, en la convención, eligen oficialmente al candidato ganador de las primarias.

Pero no siempre fue así. Hasta 1968, cuando Lyndon Johnson desató el caos suspendiendo su campaña para la reelección, el Partido Demócrata seleccionaba al nominado presidencial mediante un proceso interno. Las primarias solo eran un método paralelo para calibrar la popularidad electoral de los candidatos, pero la aprobación de los votantes no era la única baza a tener en cuenta. La experiencia de gobierno, los contactos, la opinión de los gerifaltes estatales del partido, etcétera eran lo que finalmente determinaba que un candidato fuera seleccionado.

Los desórdenes de 1968, exacerbados además por las protestas contra la guerra de Vietnam, hicieron que el partido estableciese nuevas reglas: serían los votantes quienes seleccionarían al candidato, adjudicándole delegados en cada estado. Un proceso nuevo del que la flor y nata demócrata se arrepintió cuatro años después, cuando el insurgente George McGovern ganó las primarias frente a la opinión del establishment del partido y fue aplastado por Richard Nixon en las presidenciales. Aquel noviembre de 1972, McGovern recibió 17 delegados. Nixon, 520.

* Si no ves correctamente este formulario, haz clic aquí.

La cuestión es que, como explica Elaine Kamarck, los partidos políticos siguen teniendo, técnicamente, el derecho de nominar a la presidencia a quien les venga en gana, con o sin la aprobación de los votantes, porque así lo recoge el derecho de asociación incluido en la Primera Enmienda. Sobre el papel, los delegados podrían ningunear la voluntad de los votantes y nominar a quien consideraran oportuno.

¿Sería este un retroceso en las libertades democráticas? Hay distintas maneras de verlo. En cierto modo, afirma Ezra Klein, las primarias no son un fenómeno tan democrático. En ellas suelen participar un 5% o un 10% de los votantes, que tienden a ser los más activistas y cafeteros, incluso fanáticos, de las filas demócratas. Una fracción del electorado que no representa necesariamente la demografía ni el pulso político de Estados Unidos, pero que acaba nominando al candidato presidencial.

Al mismo tiempo, esos delegados que representan al votante son miembros del partido: presidentes de comités locales, organizadores de eventos, líderes sindicales, alcaldes de ciudades pequeñas, etc. Ellos ya reflejan el sentir demócrata igual o más que los votantes que acuden, en pequeños números, a las primarias. Por último, si las primarias son un proceso tan democrático, ¿cómo es que los votantes no han tenido una posibilidad real de elegir una alternativa a Biden, una persona que, según la opinión de la mayoría, no es apta para seguir asumiendo responsabilidades?

Foto: Joe Biden en la comparecencia ante la prensa este 8 de febrero. (Reuters/Kevin Lamarque)

Con todo, ignorar de buenas a primeras las reglas fijadas en 1968 y, lo que es más arriesgado, esperar que tenga éxito una rebelión contra la maquinaria partidista que controla la gente de Biden es soñar despierto. Pero ¿qué sucedería si Biden, de repente, se sintiera incapacitado antes de la convención? ¿Y si decidiera que no va a tener la fuerza física ni mental para estar otros cuatro años de presidente?

Cuando Biden lanzó su campaña presidencial anterior, en 2019, se extendió la idea de que solo sería presidente un mandato. Él mismo usó la palabra puente: la suya sería una presidencia puente entre las viejas y las nuevas generaciones. Después de los agitados años de Trump y durante la pandemia de covid, Biden llegaba para estabilizar el país, sanar las heridas en la medida de lo posible y pasar el testigo, cabalgando después hacia una bella puesta de sol. No ha sido así.

Klein y Kamarck piensan que la salida de Biden desencadenaría una breve edad de oro del periodismo político: los periodistas llenarían Chicago esos días de la convención para rastrear las duras peleas entre bastidores y analizar los burbujeantes discursos de los diferentes candidatos. Probablemente, además de Dean Philips y Marianne Williamson, concurrirían los gobernadores Gavin Newsom, Gretchen Whitmer, Josh Shapiro o J. B. Pritzker, quizás el senador Bernie Sanders, por tercera vez, y, por supuesto, la vicepresidenta, Kamala Harris.

Luego habría que confiar en que los dos meses y medio que van de la convención a las elecciones fueran suficientes para que el candidato o candidata consolide su nombre, se haga una reputación nacional y dé a conocer sus propuestas. La opinión de Klein es que, después de unos días de caos, esta novedad, la bocanada de aire fresco de tener a un nuevo nominado, revigorizaría el partido y sacaría a los votantes en masa. Pero habría que contar con la renuncia del actual presidente de EEUU.

Si uno se limitara a seguir la política estadounidense con base en datos fríos, sin ver vídeos ni leer columnas de opinión, probablemente pensaría que Joe Biden ganará las elecciones en noviembre. El octogenario tiene sólidos factores a favor: un periodo de bonanza económica duradera, un historial razonable de victorias electorales y legislativas, una maquinaria partidista bien engrasada y la inercia del púlpito presidencial. Además de un adversario, Donald Trump, que trató de romper la transferencia pacífica de poder y que está metido en cuatro difíciles juicios.

Joe Biden Estados Unidos (EEUU)
El redactor recomienda