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"Muerte a los judíos" y asalto al aeropuerto: la guerra en Gaza le estalla en la cara a Putin
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Inestabilidad en el Cáucaso

"Muerte a los judíos" y asalto al aeropuerto: la guerra en Gaza le estalla en la cara a Putin

Los disturbios antisemitas en Daguestán suponen un considerable dolor de cabeza para el Gobierno de Vladímir Putin. Uno que podría aumentar conforme la guerra en Gaza se recrudezca

Foto: Reunión del presidente Vladímir Putin con el Consejo de Seguridad tras los sucesos en Daguestán. (EFE/Gavriil Gigorov)
Reunión del presidente Vladímir Putin con el Consejo de Seguridad tras los sucesos en Daguestán. (EFE/Gavriil Gigorov)

Con sus fuerzas estancadas desde hace más de un año a lo largo de un frente de más de 1.000 kilómetros en Ucrania y sin posibilidades de una resolución satisfactoria en el horizonte para su invasión, el Kremlin recibió el inicio de la nueva guerra entre Israel y Hamás como agua de mayo. La esperanza de Moscú es que el estallido de un conflicto en Medio Oriente desviara la atención y el respaldo militar que las potencias occidentales dirigen hacia Kiev, lo que causaría dificultades al Gobierno ucraniano a la hora de controlar su territorio. Sin embargo, las consecuencias más directas de la situación en Gaza más allá de los territorios palestinos e israelí no se han visto en Ucrania, sino en Rusia.

Foto: Imagen de archivo de aviones en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv. (Reuters/Ronen Zvulun)

En la tarde del pasado domingo, unos disturbios antisemitas estallaron en el aeropuerto internacional de Majachkalá, la capital de la república rusa de Daguestán, situada en el norte del Cáucaso y con más de un 80% de población musulmana. Durante las 24 horas previas, el aviso de la llegada de un avión procedente de Tel Aviv había corrido como la espuma en las redes sociales de la región, junto a una teoría de la conspiración que afirmaba que "refugiados de Israel" planeaban quedarse en la región. Los manifestantes irrumpieron en el recinto ondeando banderas palestinas, inundaron la pista de aterrizaje y rodearon múltiples aviones —ninguno de los cuales era el correcto— exigiendo la lista de pasajeros.

Uno de los ciudadanos israelíes a bordo del vuelo desde Tel Aviv, Shmuel, de 26 años, dijo a la publicación israelí Ynet que, tras aterrizar, la policía metió a los pasajeros en un autobús para garantizar su seguridad. Sin embargo, el vehículo fue perseguido por la turba durante su recorrido por el aeropuerto y los daguestaníes lograron abordarlo. "En un momento dado, cientos de personas vinieron y detuvieron el autobús. Entraron, fueron de persona en persona y preguntaron si eran musulmanes o judíos. Yo dije que era musulmán, porque estaba muerto de miedo. Afortunadamente, me creyeron y continuaron", relató al medio.

Pese a las espectaculares imágenes que dieron la vuelta al mundo, los altercados no acabaron en tragedia. En total, en torno a 20 personas resultaron heridas, incluidos nueve agentes de policía y ninguno de los pasajeros, según las autoridades y agencias de noticias locales. El Ministerio del Interior de Rusia anunció este lunes que había identificado a 150 personas que participaron en los disturbios y que 60 de ellas habían sido detenidas. Sin embargo, los disturbios en esta región, donde las que las fuerzas armadas rusas lucharon en 1999 contra una insurgencia separatista e islamista, suponen un considerable dolor de cabeza para el Gobierno de Vladímir Putin. Uno que podría aumentar considerablemente conforme la guerra en Gaza se recrudezca.

Con una población superior a los tres millones, Daguestán es, con diferencia, la mayor de las repúblicas caucásicas. Y desde hace más de una década es, también con diferencia, la más conflictiva. De acuerdo con un reporte elaborado por el Instituto Alemán para Asuntos Internacionales y de Seguridad, el territorio se ha convertido en “el centro ideológico y logístico del yihadismo del norte del Cáucaso”, superando a una Chechenia que el Gobierno de Putin ha sabido mantener a raya gracias a la complicidad de su líder, Ramzán Kadírov.

Foto: Manifestación proucraniana en Tel Aviv, el 20 de marzo de 2022. (Reuters/Corinna Kern)

Los dirigentes daguestaníes, presionados por el Kremlin, están batallando a la hora de responder a la violencia sin alienar a una población musulmana encendida por los miles de fallecidos por los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza. "No es fácil para cada uno de nosotros permanecer de pie y presenciar la masacre inhumana de una población civil, el pueblo palestino... Aun así, instamos a los residentes de la república a no sucumbir a las provocaciones de grupos destructivos y no crear pánico en la sociedad", rogaron las autoridades locales en un comunicado posterior al asalto al aeropuerto.

Pero estos disturbios no fueron un incidente aislado. El antisemitismo se ha disparado en la región del norte del Cáucaso. El sábado, una multitud rodeó un hotel en la ciudad de Khasavyurt, en Daguestán, impulsada por el rumor de que allí se alojaban “refugiados de Israel”. Según los reportes locales, varias decenas de hombres recorrieron las habitaciones para comprobar los pasaportes de los huéspedes. La semana pasada, un centro judío en construcción en Nalchik, la capital de la cercana república rusa de Kabardino-Balkaria, sufrió un ataque incendiario. En las fotografías de los daños difundidas por las autoridades puede leerse un grafiti con el mensaje "Muerte a los judíos".

Mark Galeotti, historiador británico y uno de los kremlinólogos más destacados del planeta, considera en una columna publicada en The Spectator que el Gobierno de Putin “claramente teme el incremento de la violencia” en la región. No solo por la posibilidad de desestabilización, sino también porque “complica todavía más su relación con Israel”. “También teme que los aliados y las agencias de inteligencia de Ucrania, que ya han demostrado su voluntad de cometer actos de sabotaje y subversión dentro de las fronteras de Rusia, tengan pocas razones para no exacerbar este problema. Esto hace que la crisis sea un grave problema de seguridad”, afirma el experto.

Moscú, de hecho, responsabilizó rápidamente de los disturbios a una supuesta "interferencia externa", señalando directamente a Ucrania por desempeñar un “papel clave” en el fomento de la protesta en el aeropuerto. "El régimen criminal de Kiev desempeñó un papel directo y clave en la realización del último acto destructivo", manifestó en un comunicado la portavoz de Asuntos Exteriores de Rusia, Maria Zakharova. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, también anunció una reunión de Putin con el ministro de Defensa y los jefes de espionaje para discutir "los intentos de Occidente de utilizar los acontecimientos en Medio Oriente para dividir a la sociedad rusa". Tras la reunión, el propio Putin aseveró que los líderes ucranianos habían instigado los disturbios "bajo las órdenes de sus patrones occidentales".

Las acusaciones de Rusia se basan en la conexión de Ilya Ponomarev, un exdiputado ruso que ahora vive en Ucrania y es uno de los mayores críticos del Gobierno de Putin, con el canal de Telegram donde se originó la teoría de conspiración sobre los supuestos refugiados israelíes, Morning Dagestan. Tras los disturbios Ponomarev restó importancia a su relación con el canal, aseverando que sólo ayudó a lanzarlo en 2022 y que, desde entonces, funciona de forma independiente. Sin embargo, de acuerdo con el medio independiente ruso The Bell, hace apenas dos meses llamó al medio “nuestro canal” y en mayo dijo a los periodistas que era uno de sus inversores.

Pero sin importar el dedo acusatorio de Rusia, las grietas en su relación con Israel cada vez son más visibles. El embajador ruso en el país judío, Anatoly Viktorov, fue convocado este domingo por el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí debido a la reciente visita de una delegación de Hamás a Moscú. "Alojar a los líderes de Hamás, que son directamente responsables del asesino ataque terrorista del 7 de octubre, del secuestro de rehenes y del derramamiento de sangre de más de 1.400 israelíes, transmite un mensaje de legitimidad del terrorismo contra los israelíes", manifestó el Ministerio.

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Israel lleva décadas manteniendo una relación amistosa, pero tensa, con Rusia. Los gobiernos de Putin y Benjamín Netanyahu, quien en múltiples ocasiones ha denominado al líder ruso como su “querido amigo”, contaban con cierta sintonía e intereses comunes, como la fuerte presencia militar del Kremlin en la vecina Siria o el hecho de que cientos de miles de israelíes cuenten con ascendencia rusa y familiares en el país.

Sin embargo, la creciente cercanía de Moscú hacia Irán, el archienemigo de Tel Aviv, sumado a la decisión de Moscú de no condenar el ataque de Hamás, está llevando los lazos entre estos países al límite. El hecho de que los medios israelíes estén calificando lo sucedido en Daguestán como un intento de pogromo, la palabra rusa que se convirtió en sinónimo de los ataques violentos contra judíos perpetrados por poblaciones locales en el imperio zarista y la Unión Soviética, arroja una gota más a un vaso en el que apenas queda espacio por llenar.

Foto: Un misil ATACMS es disparado durante un ejercicio militar en Corea del Sur. (Reuters/Ministerio de Defensa/Yonhap)

Las consecuencias de una posible ruptura de las relaciones ruso-israelíes prometen ser muy negativas para Moscú. Israel, una de las mayores potencias armamentísticas del mundo, ha expresado su apoyo a Ucrania frente a la invasión y ha proporcionado asistencia humanitaria en múltiples ocasiones, pero siempre se ha negado a enviar ayuda militar. Este balance podría cambiar en un futuro. “Vamos a terminar esta guerra, vamos a ganar porque somos más fuertes. Y después de esto, Rusia pagará el precio, créanme”, amenazó recientemente Amir Weitmann, una figura destacada del Likud, el partido de Netanyahu, en entrevista con la cadena estatal rusa RT. "No olvidaremos lo que estáis haciendo. No lo olvidaremos. Nos vamos a asegurar de que Ucrania venza", agregó.

Más allá de la posible reacción israelí, la inestabilidad en Daguestán cuenta con su propia conexión con la invasión de Ucrania. Hace un año, la ciudad de Majachkalá aparecía en los titulares internacionales por otro motivo: las protestas contra el reclutamiento militar forzado para combatir en suelo ucraniano. Corrían los tiempos de la llamada “movilización parcial” ordenada por Putin, en la que 300.000 personas fueron llamadas a filas. La mayoría de estos nuevos reclutas procedieron de repúblicas como la que protagonizó los disturbios: empobrecidas, alejadas de Moscú y con abundancia de minorías étnicas. Los choques entre los daguestaníes y las fuerzas de seguridad fueron frecuentes y supusieron una advertencia clara para el Kremlin sobre los límites de su estrategia para arrojar más cuerpos a la guerra.

Con este precedente, el retorno de las protestas al norte del Cáucaso resulta particularmente preocupante para Moscú. Como concluye Galeotti, “en un momento en que las fuerzas armadas rusas están comprometidas en Ucrania y la estabilidad futura de Chechenia está en duda debido a los rumores sobre la mala salud del señor de la guerra local Ramzan Kadyrov, cualquier cosa que pueda provocar mayores turbulencias en la región es una pesadilla para el Kremlin”.

Con sus fuerzas estancadas desde hace más de un año a lo largo de un frente de más de 1.000 kilómetros en Ucrania y sin posibilidades de una resolución satisfactoria en el horizonte para su invasión, el Kremlin recibió el inicio de la nueva guerra entre Israel y Hamás como agua de mayo. La esperanza de Moscú es que el estallido de un conflicto en Medio Oriente desviara la atención y el respaldo militar que las potencias occidentales dirigen hacia Kiev, lo que causaría dificultades al Gobierno ucraniano a la hora de controlar su territorio. Sin embargo, las consecuencias más directas de la situación en Gaza más allá de los territorios palestinos e israelí no se han visto en Ucrania, sino en Rusia.

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