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Confusión en el 'campo de batalla' de Bruselas ante la rehabilitación política de Puigdemont
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NUEVO GIRO DE LOS ACONTECIMIENTOS

Confusión en el 'campo de batalla' de Bruselas ante la rehabilitación política de Puigdemont

Bruselas fue el gran campo de batalla por el relato entre el independentismo y el Gobierno central. Ahora muchos se sorprenden ante el cambio de guion respecto a Puigdemont

Foto: Carles Puigdemont en el Parlamento europeo en Bruselas. (EFE/EPA/Oliver Matthys)
Carles Puigdemont en el Parlamento europeo en Bruselas. (EFE/EPA/Oliver Matthys)

La imagen de una vicepresidenta del Gobierno caminando sonriente por los pasillos del Parlamento Europeo junto a Carles Puigdemont no era algo que estuviera en las quinielas. Ni en 2017, cuando el líder independentista llegó a Bruselas huyendo de la justicia española, ni hace solamente algunos meses. Una reunión entre un huido de la justicia española y un miembro del Gobierno de España sencillamente no estaba en las cartas. En Bruselas, donde el asunto de la resaca del procés se ha seguido primero con atención y luego con cierto desinterés y aburrimiento, el nuevo giro de los acontecimientos ha confundido a muchos.

La imagen ha sido una sorpresa para un buen número de fuentes diplomáticas y comunitarias que, aunque sabían que el resultado de las elecciones del 23 de julio abría la puerta a que los socialistas tuvieran que apoyarse en los independentistas, también en los diputados de Junts per Catalunya (JxCAT), la formación que lidera el expresident de la Generalitat, ven con cierto nivel de confusión cómo el líder catalán se encuentra con la llave de la gobernabilidad. Pero incluso sabiendo que ese escenario era una posibilidad, la imagen de una reunión entre Díaz y Puigdemont, que muchos en España ven como su rehabilitación política, ha sorprendido en Bruselas. No todos eran conscientes del desmarque del ala socialista, sin diferenciar del todo los roles de Díaz como vicepresidenta del Gobierno y como líder de la formación Sumar.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el presidente de Canarias, Fernando Clavijo, el pasado agosto tras visitar la zona afectada por el incendio en Tenerife. (EFE/Ramón de la Rocha)

Para otros el asunto en general les pilla por completo por sorpresa y les confunde. La independencia de Cataluña fue un tema del que se habló y mucho en Bruselas durante el otoño de 2017, y que de nuevo volvió a levantar cierta polvareda a finales de 2019 y principios de 2020, cuando Puigdemont y los exconsellers Toni Comín y Clara Ponsatí ocuparon escaños en el Parlamento Europeo tras una sentencia favorable del Tribunal de Justicia de la UE (TJUE) en un caso referido a Oriol Junqueras. Durante todo ese tiempo la postura de España fue clara: eran huidos de la justicia y debían ser entregados.

España, tanto durante el Gobierno de Mariano Rajoy como durante la primera etapa de Pedro Sánchez en la Moncloa, hizo presión a todos los niveles desde otoño de 2017 para contrarrestar el discurso independentista, que había hecho una apuesta de largo recorrido por la llamada "internacionalización" del proceso independentista, logrando que su mensaje calara en las instituciones europeas, especialmente en la Eurocámara. Fueron semanas difíciles, pero un esfuerzo combinado y la autoorganización de muchos españoles en otras instituciones, como la Comisión Europea y el Consejo, consiguieron contrarrestar un mensaje muy bien armado al que ayudaron mucho las imágenes de las cargas policiales del 1 de octubre, que no se entendieron en Bruselas.

Con el tiempo, pasada la tormenta de 2017, en Bruselas el procés perdió interés. Nadie prestó demasiada atención al acercamiento entre el PSOE y Esquerra Republicana, el mensaje de los populares de que el Gobierno de Sánchez era rehén de los independentistas no llegó a calar en la capital comunitaria e incluso el cambio del Código Penal para beneficiar a alguno de los líderes catalanes dejó bastante indiferencia en Bruselas, si bien algunos empezaron entonces a prestar algo más de atención.

Pero si bien hay cierta confusión y sorpresa, lo que hay es, fundamentalmente, indiferencia

Sin haber seguido de cerca el asunto durante los últimos años y durante los últimos meses, la visita de Díaz a Puigdemont y el discurso del expresident en un hotel bruselense, que ha vuelto a despertar el interés de la prensa internacional esta semana, ha generado cierta confusión. Muchos dejaron de prestar atención al asunto cuando el Gobierno y las fuerzas constitucionalistas estaban a la ofensiva y se encuentran ahora con un Puigdemont que en un día se reúne con la vicepresidenta del Gobierno en funciones y realiza un discurso duro lleno de exigencias que se consideraban totalmente descartables hace unos años, cuando el objetivo era desmontar su narrativa en la capital comunitaria. Conocieron a un Puigdemont tóxico, con el que nadie quería tener nada que ver, que ni siquiera logró ser incluido en ninguno de los grandes grupos políticos de la Eurocámara, y ahora se encuentra de vuelta en el centro de atención, pero en vez de ser tóxico y evitado es cortejado.

Pero si bien hay cierta confusión y sorpresa, lo que hay es, fundamentalmente, indiferencia. España sufre, de alguna manera, el síndrome de la política italiana. Nadie entiende muy bien lo que está pasando, pero esperan que, de una manera u otra, el país siga funcionando sin prestar demasiada atención a las dinámicas internas de la política nacional. Si llama más la atención es porque gran parte de todo este asunto ha tenido a Bruselas como un escenario principal, pero no porque ahora mismo haya un especial interés o seguimiento de lo que ocurre en España de cara a la investidura.

Proceso didáctico

El pulso de España en la capital comunitaria durante los últimos años fue difícil. A nivel diplomático, el país tuvo que hacer cierta labor didáctica en Bélgica, donde la figura de Puigdemont levantó mucho interés en los meses siguientes a su llegada. Era una figura popular, especialmente entre los flamencos del norte del país, cuyo principal partido, la N-VA, en el Gobierno federal en ese momento, apoyaba abiertamente al líder independentista. Ese esfuerzo, que ha continuado hasta el momento, se realizó entre políticos, entre diplomáticos y también entre periodistas. Puigdemont no era un "exiliado", era un fugado de la justicia, y esa explicación hubo que repetirla miles de veces sin que llegara a calar del todo.

Muchos diplomáticos y técnicos comunitarios no españoles se quedaron en esa etapa de la resaca del procés, cuando los distintos partidos todavía actuaban como un bloque considerado como "constitucionalista" dentro del Parlamento Europeo y trataban de evitar que Puigdemont utilizara las instalaciones de la Eurocámara para construir su mensaje. Una de esas personas que trabajaron desde octubre de 2017 para frenar el discurso independentista expresa su frustración con lo ocurrido en los últimos días, especialmente la reunión entre Díaz y Puigdemont: "Nos quedamos sin narrativa".

Los puentes con Bruselas

La nueva situación también afecta a la estrategia que ha seguido hasta ahora el equipo de Pere Aragonés, president de la Generalitat, volver a construir puentes con las instituciones europeas, dejando atrás la época del procés, es decir, volver a interactuar con Bruselas dando la garantía de que no se la arrastrará a implicarse en el proceso independentista.

En su momento, hace más de una década, la Generalitat tenía una interlocución privilegiada con la Comisión Europea, un trato casi preferencial que sacrificó durante la internacionalización del procés. De hecho, cuando llega el 2017, CiU ya no tenía ningún buen nombre en la capital comunitaria, donde se le habían cerrado todas las puertas. Los que conservaban cierta influencia era Unió Democràtica de Catalunya, no Convergència. En 2011, Artur Mas, por entonces president de la Generalitat, es recibido por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Sería la última vez que las puertas de la planta noble del Berlaymont se abrieran para un dirigente independentista catalán.

Ahora y desde hacía un año, Aragonès trabajaba para reconstruir los puentes. Porque el precio para una región rica como Cataluña de estar tachada de las agendas en Bruselas es muy alto, y no solamente a nivel político: se pierden oportunidades, conexiones, dinero. Y si se quería recuperar la influencia, Aragonès sabía, porque ese era el mensaje del Ejecutivo comunitario, que el asunto de la independencia debía quedar a un lado. Puigdemont, con su órdago, pone en riesgo toda la estrategia de Aragonès, volviendo a situar la cuestión de la independencia como un asunto central de la política nacional después de que desde 2017 se hubiera ido desinflando poco a poco.

La imagen de una vicepresidenta del Gobierno caminando sonriente por los pasillos del Parlamento Europeo junto a Carles Puigdemont no era algo que estuviera en las quinielas. Ni en 2017, cuando el líder independentista llegó a Bruselas huyendo de la justicia española, ni hace solamente algunos meses. Una reunión entre un huido de la justicia española y un miembro del Gobierno de España sencillamente no estaba en las cartas. En Bruselas, donde el asunto de la resaca del procés se ha seguido primero con atención y luego con cierto desinterés y aburrimiento, el nuevo giro de los acontecimientos ha confundido a muchos.

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