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La historia de este poeta te explica el actual ocaso del imperio ruso
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La historia de este poeta te explica el actual ocaso del imperio ruso

Detrás del rechazo ucraniano al venerado poeta ruso del siglo XIX, Aleksandr Pushkin, hay una historia mucho mayor sobre la decadencia imperial del país liderado por Putin

Foto: Busto de Vladímir Putin en un mercado de San Petesburgo junto a los del poeta Alexander Pushkin y el líder soviético Joseph Stalin. (EFE/Anatoly Maltsev)
Busto de Vladímir Putin en un mercado de San Petesburgo junto a los del poeta Alexander Pushkin y el líder soviético Joseph Stalin. (EFE/Anatoly Maltsev)

El mes pasado me paré en la esquina de lo que solía ser la calle Pushkin de Kiev. Tras la invasión a gran escala de Ucrania por Vladímir Putin en 2022, ha pasado a llamarse calle Yevhen Chykalenko, en honor a una importante figura del movimiento independentista ucraniano de principios del siglo XX. A los amantes de la literatura y la ópera, la cancelación de Alexander Pushkin, poeta y autor de Eugenio Oneguin, puede parecerles un poco exagerada. Putin, sí, pero ¿por qué Pushkin?

Sin embargo, para los ucranianos, inmersos en una lucha existencial por su independencia contra la guerra de recolonización rusa, Pushkin es un símbolo del imperialismo ruso que niega desde hace tiempo el derecho de Ucrania a una existencia nacional separada. Pushkin fue un gran poeta, pero también un poeta del imperialismo ruso, al igual que Rudyard Kipling fue un gran poeta, pero un poeta del imperialismo británico.

Foto: Mural con la imagen de Vladímir Putin como Voldemort en Polonia. (EFE/Jakub Kaczmarczyk)

La obra Poltava de Pushkin, describe al hetman (segundo mayor comandante militar desde el siglo XV al siglo XVIII en Polonia, Ucraniay el Gran Ducado de Lituania) cosaco ucraniano Iván Mazepa como un traidor voluble al heroico zar ruso Pedro el Grande. Sin embargo, triunfó sobre los suecos en la batalla de Poltava de 1709 y 12 años más tarde fundó formalmente el imperio ruso.

El poeta favorito de Lavrov

Mientras las fuerzas rusas bombardeaban Ucrania el año pasado, un vídeo distribuido oficialmente mostraba al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, recitando versos de A los calumniadores de Rusia de Pushkin, un poema en el que fulmina a los partidarios occidentales de los eslavos que se rebelan contra Rusia. El vídeo también incluía imágenes del presidente estadounidense Joe Biden y de una cumbre del G7, dejando así claro el mensaje. Cuando las fuerzas rusas ocuparon Jersón, se desplegaron carteles con imágenes de Pushkin en una campaña de propaganda que proclamaba que Rusia estaba "aquí para siempre".

No es de extrañar que algunos ucranianos se refieran ahora en las redes sociales a los pushkinistas que lanzan ataques con misiles contra sus ciudades. Por ejemplo: "Los pushkinistas no nos dejaban dormir bien: había mucho ruido en Kiev". (Después de un par de madrugadas en un refugio antiaéreo, yo mismo no me sentía muy amigo de los pushkinistas).

Detrás de este rechazo ucraniano a Pushkin hay una historia mucho más amplia. En retrospectiva, podemos ver que el declive del imperio ruso ha sido uno de los grandes motores de la historia europea de los últimos 40 años. Y con visión de futuro, deberíamos esperar que siga siendo uno de los mayores retos de Europa durante al menos los próximos 20 años, si no otros 40.

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Tras la Revolución Rusa de 1917, el imperio ruso continuó bajo una forma bastante peculiar: la Unión Soviética. Cuando se fundó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, Vladímir Lenin había decidido que debía ser un estado de igualdad teórica entre las repúblicas que la componían. Joseph Stalin, como Putin cien años después, quería que Ucrania formara parte de la Federación Rusa. Después de la Segunda Guerra Mundial, esta novedosa versión del imperio dominó los países de Europa central y oriental hasta llegar a un telón de acero que atravesaba el centro de Alemania. Desde Varsovia hasta Washington, la gente lo veía como un imperio tanto soviético como ruso.

En la década de 1970, esta superpotencia imperial todavía parecía ser un rival formidable de Estados Unidos, incluso en partes de África y América Latina, pero en la década de 1980 ya estaba en visible declive. Los intentos de reforma de Mijaíl Gorbachov culminaron, entre 1989 y 1991, en el colapso pacífico más espectacular de cualquier imperio de la historia. Este colapso disolvió no solo el control soviético/ruso de Europa central y oriental, sino también los lazos imperiales mucho más antiguos entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Inusualmente, y precisamente debido a la compleja relación entre lo soviético y lo ruso, fue el líder de la nación imperial central, el ruso Boris Yeltsin, quien dio el empujón final.

Foto: Monumento a la Patria con el Tridente en el escudo en el museo de la II Guerra Mundial de Kiev. (EFE / Sergey Dolzhenko)

Ingenuamente, muchos en Occidente asumieron que era el final de la historia, pero los imperios en decadencia no se rinden sin luchar. Los primeros indicios de un retroceso aparecieron ya en 1992, con la ocupación por el ejército ruso de lo que todavía es el territorio secesionista de Transnistria, en el extremo oriental del nuevo Estado soberano de Moldavia, así como posteriormente en dos brutales guerras para someter a Chechenia dentro de la Federación Rusa.

A continuación, el imperio devolvió el golpe con decisión, traspasando las fronteras internacionales, con la ocupación de dos grandes zonas de Georgia en 2008, la anexión de Crimea y el inicio de la guerra en el este de Ucrania en 2014, y la invasión total de Ucrania el 24 de febrero de 2022. En sus discursos y ensayos, el líder ruso deja perfectamente claro que su principal punto de referencia es el imperio ruso. Sorprendido por la decisión de su jefe el pasado febrero, el ministro de Exteriores, Lavrov, murmuró supuestamente a un oligarca amigo que Putin solo tiene tres asesores: "Iván el Terrible, Pedro el Grande y Catalina la Grande".

Más allá de Ucrania

Esta historia no habrá terminado aunque Ucrania recupere cada metro cuadrado de su territorio soberano, incluida Crimea. Seguirá existiendo Bielorrusia, un país de más de nueve millones de habitantes que a principios de esta década fue testigo de uno de los esfuerzos de resistencia civil más sostenidos de la historia moderna, contra el Gobierno cada vez más autocrático del presidente Alexander Lukashenko. También están los Estados postsoviéticos independientes de Moldavia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, así como los de Asia Central. Dentro de la Federación Rusa, hay repúblicas como Chechenia, Daguestán y Tatarstán. De momento, el líder checheno Ramzan Kadyrov es uno de los secuaces más leales de Putin, pero si Rusia entra en una "época de problemas", Kadyrov podría empezar a hacer otros cálculos.

Las democracias occidentales tienen una tendencia crónica a sobrestimar su capacidad de influir en la política de los regímenes autoritarios

En Occidente no debemos engañarnos pensando que podemos gestionar el declive de este imperio nuclear, como tampoco pudieron gestionar las potencias europeas el declive del imperio otomano a finales del siglo XIX y principios del XX. Las democracias occidentales tienen una tendencia crónica a sobrestimar su capacidad de influir en la política interna de los regímenes autoritarios. Nuestras posibilidades de influencia directa son especialmente mínimas en la Rusia actual, una dictadura personalista en un avanzado estado de paranoia y represión. Después de Putin, y quizá de sus sucesores inmediatos, debería llegar un momento en que tengamos más posibilidades de compromiso constructivo, y deberíamos prepararnos para ello. Pero pasará mucho tiempo antes de que Rusia acepte finalmente que ha perdido un imperio y empiece a encontrar un papel.

Lo que podemos y debemos hacer, mientras tanto, es garantizar que los países que buscan un futuro mejor fuera de un imperio ruso en declive puedan hacerlo en paz, seguridad y libertad. La geopolítica, como la naturaleza, aborrece el vacío. A largo plazo, incorporar a Ucrania y a sus vecinos más pequeños tanto a la Unión Europea como a la OTAN, asegurándolos así frente a cualquier intento futuro de recolonización, será un servicio también para Rusia. Con la puerta del imperio finalmente cerrada, podrá iniciar el largo camino hacia la condición de Estado-nación. Sin embargo, ese camino será especialmente difícil porque, a diferencia de antiguos Estados europeos como Francia y Portugal, que adquirieron y luego perdieron imperios de ultramar, Rusia no tiene un Estado histórico, geográfico o constitucionalmente bien definido al que volver.

Foto: El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg, en la Cumbre de la OTAN en Vilna.(Reuters/Ints Kalnins)

Otro futuro posimperial era posible. La literatura en lengua rusa podría haberse enriquecido con la obra de escritores ucranianos y otros escritores poscoloniales, como la literatura inglesa se ha enriquecido con la obra de escritores del sur de Asia, África y el Caribe. Intentando restaurar el mundo ruso por la fuerza, Putin lo ha destruido. En mayo de 2013, el 80% de los ucranianos afirmaba tener una actitud general positiva hacia Rusia. En mayo pasado, solo el 2% de los ucranianos a los que aún podían llegar los encuestadores dieron esa respuesta. Y la calle Pushkin ha cambiado de nombre, Putin ha acabado con Pushkin.

Solamente cuando Ucrania esté firmemente abrazada por los dos brazos fuertes del Occidente geopolítico, la UE y la OTAN, sus ciudadanos podrán dormir tranquilos en sus camas, como hacen los estonios y los lituanos, sin ser molestados por los ataques nocturnos de los pushkinistas. Entonces los ucranianos podrían incluso volver a leer Eugene Onegin con placer.

*Análisis publicado originalmente en inglés en el European Council on Foreign Relations por Timothy Garton Ash titulado "Putin, Pushkin, and the decline of the Russian empire".

El mes pasado me paré en la esquina de lo que solía ser la calle Pushkin de Kiev. Tras la invasión a gran escala de Ucrania por Vladímir Putin en 2022, ha pasado a llamarse calle Yevhen Chykalenko, en honor a una importante figura del movimiento independentista ucraniano de principios del siglo XX. A los amantes de la literatura y la ópera, la cancelación de Alexander Pushkin, poeta y autor de Eugenio Oneguin, puede parecerles un poco exagerada. Putin, sí, pero ¿por qué Pushkin?

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