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La nostalgia imperial que alimenta la guerra de Putin: el precio de volver a ser potencia
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La cruzada por recuperar la Gran Rusia

La nostalgia imperial que alimenta la guerra de Putin: el precio de volver a ser potencia

Volver a ser una superpotencia tiene un precio, que asumirán principalmente los ciudadanos rusos, pero Vladímir Putin está decidido a continuar su cruzada en Ucrania

Foto: Mural con la imagen de Vladímir Putin como Voldemort en Polonia. (EFE/Jakub Kaczmarczyk)
Mural con la imagen de Vladímir Putin como Voldemort en Polonia. (EFE/Jakub Kaczmarczyk)
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"Ahora, el problema ha desaparecido: Ucrania ha vuelto a Rusia". Así comenzaba un artículo publicado en la agencia estatal de noticias rusa RIA el sábado por la mañana. Era una celebración por la toma de Kiev tras una derrota ucraniana que no se había producido y sigue sin producirse. "La catástrofe de 1991 [la caída de la URSS] ha sido superada", sentenciaba su autor, Petr Akopov. "La escisión de pueblo ruso está llegando a su fin", añade a lo largo de un texto en el que se hace eco de las demandas del presidente ruso, Vladímir Putin, sobre la necesidad de unir a rusos y ucranianos. Es decir, de que los primeros sometan a los segundos.

Horas más tarde, cuando se vio que la capital ucraniana iba a resistir más de lo esperado, la agencia borró el texto —que aún se puede leer en Sputnik, otro medio de la propaganda rusa, o en la propia RIA Novosit a través de archive.org—. Este análisis no solo muestra que el Kremlin esperaba una victoria rápida con una operación relámpago, sino que también es un esclarecedor compendio del argumentario que Putin había preparado para vender en casa un 'invasión necesaria' y su visión geopolítica de la oportunidad: recuperar ahora Ucrania y Bielorrusia para la causa o quedar condenados a la irrelevancia. Putin quiere abrir un nuevo capítulo en la historia.

placeholder Captura de la página de RIA Novosti a la que enlaza el link del artículo original.
Captura de la página de RIA Novosti a la que enlaza el link del artículo original.

Tras un ataque masivo por tierra, mar, aire y ciberespacio, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, insiste de puertas afuera en que Moscú no quiere ocupar Ucrania: el objetivo es su "desmilitarización" y "desnacificación". Durante las últimas semanas, con casi 200.000 efectivos acumulados en la frontera, desde Rusia también aseguraban que no había intención de lanzar una invasión. El 16 de febrero, la web del canal RT publicó un artículo titulado 'La invasión rusa de Ucrania que no sucedió: cómo las noticias falsas inundaron la prensa occidental'.

Solo unos días más tarde, el Ejército ruso cruzó la frontera y empezó la guerra. Una 'operación militar especial', como la llama el presidente ruso, para derrocar al Gobierno de Volodímir Zelenski y garantizarse que la OTAN no se expanda al este. Tras semanas de especulación con la búsqueda de un 'casus belli', a Putin le ha valido como pretexto para invadir que Ucrania es un estado “fallido, genocida y nazi”.

La catástrofe del 'ruskiy mir'

“La caída de la URSS fue la peor catástrofe geopolítica del siglo XX”, aseguró Putin en el discurso con el que preparó a la población rusa para anunciar el despliegue de tropas. En los años 90, con la desintegración soviética, Rusia pasó de ser una superpotencia a un país pobre, inestable y permeado por un potente crimen organizado. Un país al borde de la quiebra con una menguante influencia en el mundo. El 'ruskiy mir', el mundo ruso, parecía haber desaparecido.

A principios del milenio, el orgullo de los rusos seguía bajo mínimos. Quedaron repartidos en Estados que algunos no consideraban su patria, habían dejado de ser un referente para el mundo, perdieron su forma de vida comunista y, con ella, las garantías del sistema socialista (casa, comida, educación) dieron paso a la pobreza. Aunque durante cierto tiempo fueron más libres que en la época soviética, todo cambió con la llegada de un exagente secreto del KGB al poder.

Foto: Imagen de refugiados en la frontera de Polonia con Ucrania. (EFE/Biel Aliño)

La carrera de Putin fue meteórica. En 1998 llegó a la dirección del FSB, organismo de espionaje e inteligencia sucesor del KGB, y al año siguiente se convirtió en primer ministro. El 31 de diciembre de 1999, Yeltsin renunció a la presidencia y lo nombró sucesor. Pasó de ser un desconocido a ostentar el máximo poder, en gran parte gracias a la guerra de Chechenia, lanzada por Putin para acabar con los movimientos separatistas. Una buena muestra de que para él y su círculo, por encima la situación económica, la corrupción o el crimen, estaba la misión histórica. Hacer de Rusia una superpotencia otra vez. Y para ello necesitaba —y necesita— recuperar una esfera de influencia propia donde ejercer su poder. Para Moscú, su esfera natural son los 14 estados que formaron la URSS en el este de Europa, el Cáucaso o Asia Central.

Irredentismo ruso

Además de Ucrania, Bielorrusia es uno de los blancos del expansionismo ruso. A diferencia de otros países de la antigua Unión Soviética, las relaciones son muy buenas entre ambos países y no hay tensiones entre rusos y bielorrusos. En 1999, ambos países firmaron la creación de una suerte de confederación, el Estado de la Unión, vista por algunos analistas como un camino hacia la anexión pacífica y lenta del país como provincia rusa.

“Bielorrusia y Rusia son aliados próximos políticamente, militarmente y económicamente, por lo tanto, es improbable que cualquier acción tomada por las autoridades bielorrusas se lleve a cabo si el Kremlin se opusiera”, explica el analista de riesgo Alex Kokcharov de IHS Markit. El autócrata Aleksandr Lukashenko, quien lleva casi 30 años en el poder, ha dicho en reiteradas ocasiones que quiere ser un aliado de Moscú y no un subordinado. Pero carece de libre albedrío por los crecientes favores que debe al Kremlin.

Foto: Matviy, en el interior del búnker en Lviv. (L. Proto)

Si el autócrata sigue en el cargo es gracias al apoyo ruso durante la oleada de protestas contra su Gobierno en las elecciones de agosto de 2020, denunciadas como fraudulentas por una oposición que ha tenido que exiliarse en gran parte. Además, desde hace años, Minsk recibe créditos blandos y petróleo y gas a precios por debajo de mercado para su consumo o proceso.

Hay otros territorios que pueden correr una suerte parecida. Osetia del Sur, oficialmente parte de Georgia, podría ser absorbida por Rusia. En 2006, en un referéndum no reconocido por el Gobierno georgiano, la población votó a favor de unirse a la Osetia del Norte, dentro de la Federación Rusa. Transnistria, que sobre el papel sigue siendo parte de Moldavia, también votó en 2006 su independencia y sigue habiendo tropas rusas en la región. Las autoproclamadas Repúblicas Populares del Donetsk y Lugansk se encuentran en una posición similar. Por el momento, el Kremlin no ha hecho ningún movimiento para efectivamente incorporar estos territorios a su Estado, pero sí se ha preocupado de aliarse con ellos y “protegerlos” de los respectivos países de los que todavía forman parte, aunque sean 'de facto' independientes.

Sí dio el paso con la anexión de Crimea en 2014, en una operación en la que el Ejército ruso apenas tuvo que lanzar algún disparo, tras un nuevo referéndum que Rusia utilizó como pretexto para ir en rescate de los rusos que por pura voluntad querían regresar a casa. Países como Estonia y Letonia, que tienen importantes comunidades de rusos étnicos, han visto con preocupación cómo Rusia reforzaba su control sobre parte de los territorios que formaron parte de su esfera de influencia.

Colonias rusas

Hay países a los que Rusia no considera anexionar, pero quiere cerca de sí y lejos de Occidente. Son miembros de organizaciones creadas por Moscú, como la Unión Euroasiática Económica (una suerte de UE para el tráfico de mercancías, servicios y personas) o la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la alianza militar que acudió en rescate de Kazajistán a comienzos de este año. Los bálticos, Lituania, Letonia y Estonia, son parte de la OTAN y la UE, ya se le “escaparon”. Georgia intentó hacer lo mismo, sin éxito, y recibió un castigo: Moscú apoyó a dos de sus territorios rebeldes, Abjasia y Osetia del Sur cuando Tbilisi les declaró la guerra. Fueron 12 días de contienda que se consumaron con una rotunda derrota georgiana.

Siguiendo en el Cáucaso, Armenia también intentó distanciarse de Rusia tras la llamada revuelta del terciopelo de 2018, que llevó al proeuropeo Nikol Pashinián al poder. La represalia no llegó hasta 2020, cuando estalló la guerra de Nagorno-Karabakh entre Armenia y Azerbaiyán. El segundo, más rico, con más población y con el apoyo de una potencia como Turquía, dominó durante todo el conflicto que aún hoy vive escaladas puntuales de violencia. Moscú apoyó muy tímidamente a Yereván y Pashinián se vio obligado a firmar un tratado de paz considerado “humillante” para una parte significativa de la población armenia.

Foto: El canciller alemán, Olad Scholz. (EFE/Rainer Keuenhof)
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Asia Central es el patio del Kremlin, pues la mayor parte de los países están estrechamente relacionados con Moscú. Kazajistán, el más grande, recibió el apoyo de la OTSC (en la que Moscú lidera) cuando protestas y disturbios, socorriendo así al autócrata kazajo Kassym-Jomart Tokayev ante el riesgo de derrocamiento. El apoyo fue fundamental para mantener al régimen continuista kazajo y, según cuenta el analista Fran Olmos, “pedir apoyo exterior puede suponer un giro brusco en la política exterior kazaja de los últimos 30 años, una política exterior multivectorial, ya que Tokayev deberá en gran medida su puesto a Rusia y dará un volantazo hacia Moscú”.

En el noroeste, Finlandia ha sido el último blanco de amenazas rusas. De la misma manera que Moscú se negó a que Ucrania entrara en la OTAN, ahora pone sobre la mesa que no quiere ni a Finlandia ni a Suecia dentro de la Alianza Transatlántica. Los dos países nórdicos se han mantenido fuera de la organización atlantista, pero, ante la actitud agresiva de Rusia, inclinan cada vez más por la entrada y están preparados para solicitarla en caso de una agresión rusa. Moscú ya les ha advertido que, si lo hacen, podrían tomar represalias “militares y políticas” contra ellos. Evitar la adhesión de Ucrania a la OTAN fue uno de los motivos principales para iniciar la guerra, ya que Moscú teme tener misiles tan cerca de su propio territorio. En sus discursos previos a la guerra, Putin aseguró que un misil lanzado desde suelo ucraniano podría impactar en 35 minutos en Moscú, tres si es supersónico.

Foto: Una manifestación anti Putin

El precio de volver a ser grande

Volver a ser una superpotencia tiene un precio, que asumirán principalmente los ciudadanos rusos. De entrada, ya han recibido múltiples sanciones estadounidenses, británicas, japonesas y europeas. Para el Gobierno ruso no es un problema. Así lo aseguró el vicepresidente del Consejo de Seguridad y expresidente de Rusia, Dmitri Medvedev: las sanciones no frenarán la guerra. Además, el Kremlin amenaza con revisar las relaciones con los países que han actuado contra Moscú. También han planteado cortar relaciones diplomáticas y salir del Nuevo Start, un tratado con Estados Unidos para limitar armas ofensivas.

Kiril Shamiev, analista político de 'Riddle Russia', explica que la guerra contra Ucrania puede tensar la situación dentro de la propia Rusia. En primer lugar, las bajas militares. “Si hay muchas bajas rusas, se complica la situación”. En la memoria colectiva rusa está muy presente la guerra de Afganistán y los ataúdes de zinc con los que los soldados rusos fallecidos regresaban a casa. Otro factor importante a tener en cuenta es que los ucranianos y los rusos se ven a sí mismos como pueblos hermanos. “Especialmente los más mayores, que nacieron y crecieron en la Unión Soviética tienen amigos y familiares ucranianos. Esta guerra va a romper estos vínculos, a veces físicamente”, agrega Shamiev.

Foto: Los equipos de rescaten trabajan en la zona de bombardeo en el centro de Járkov. (Reuters/Vyacheslav Madiyevskyy)

El factor que puede ser más decisivo es el económico. Recuerda el analista que “las sanciones afectarán duramente a la economía rusa, lo que repercutirá en el bienestar global del país”. Las sanciones pos-Crimea aún están en la memoria de los rusos. Tras la anexión de la península en 2014, la actitud de mundo hacia Rusia se volvió más hostil, aunque las medidas occidentales se quedaron muy lejos del nivel de presión económica que ha seguido al ataque a Ucrania. Rusia sufre un estancamiento económico que ha terminado con la prosperidad que se alcanzó entre otros por la venta de hidrocarburos. Una década sin crecimiento económico ha agotado anímicamente a los rusos que han visto como sucesivamente les ha golpeado la crisis global, las sanciones y la pandemia.

Ahora, de nuevo, las sanciones, pero esta vez como nunca antes, afectarán a muchos ciudadanos rusos de a pie. La crisis económica que se avecina puede despertar a un país que ha aceptado con resignación a un Putin que está legalmente habilitado para permanecer en el poder hasta 2036. En previsión de este descontento, Shamiev argumenta que el Kremlin, “por supuesto, incrementaría la escala de represión en casa".

De momento ya se ha impedido por la fuerza cualquier intento de protesta en Rusia. El jueves mismo que se declaró la guerra hubo protestas en 53 ciudades rusas que se saldaron con 2.000 detenidos y desde entonces se han sucedido las manifestaciones y las detenciones. Las voces críticas en los medios de comunicación también son perseguidas, pues el Roskomnadzor —el servicio federal de supervisión de telecomunicaciones, TIC y medios de comunicación— ha amenazado con multas y sanciones a aquellos medios y periodistas que usen fuentes diferentes a las oficiales para informar del conflicto y también a aquellos que utilicen las palabras 'guerra' o 'invasión'.

"Ahora, el problema ha desaparecido: Ucrania ha vuelto a Rusia". Así comenzaba un artículo publicado en la agencia estatal de noticias rusa RIA el sábado por la mañana. Era una celebración por la toma de Kiev tras una derrota ucraniana que no se había producido y sigue sin producirse. "La catástrofe de 1991 [la caída de la URSS] ha sido superada", sentenciaba su autor, Petr Akopov. "La escisión de pueblo ruso está llegando a su fin", añade a lo largo de un texto en el que se hace eco de las demandas del presidente ruso, Vladímir Putin, sobre la necesidad de unir a rusos y ucranianos. Es decir, de que los primeros sometan a los segundos.

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