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No j**** con Mickey Mouse: Florida se enfanga en una guerra contra Disney
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DeSantis vs. Disney

No j**** con Mickey Mouse: Florida se enfanga en una guerra contra Disney

La campaña 'antiwoke' lanzada por el gobernador Ron DeSantis en Florida, quizá con el objetivo de agitar la guerra cultural de cara a las primarias republicanas, llega a Disney

Foto: Foto: Reuters/Octavio Jones.
Foto: Reuters/Octavio Jones.

La campaña antiwoke lanzada por el gobernador Ron DeSantis en Florida, quizá con el objetivo de agitar la guerra cultural de cara a las primarias republicanas y a las presidenciales de 2024, se ha encontrado con un adversario temible: la corporación del entretenimiento más grande del mundo, la “fábrica de sueños”, el primer empleador de Florida: Disney. Lo que empezó con un roce cultural ha desencadenado una conflagración judicial y política de consecuencias, para DeSantis, imprevisibles, y ha confirmado una de las máximas del mundo corporativo estadounidense: Don’t fuck with the mouse. Dejad en paz al ratón Mickey.

Todo comenzó a principios de 2022, cuando Disney se opuso públicamente a una ley de Ron DeSantis que prohibía a las escuelas públicas tratar cuestiones relativas a la orientación sexual hasta el tercer curso, en el que los alumnos tienen entre ocho y nueve años. Primero la empresa, tradicionalmente caracterizada por no meterse en política, no dijo nada. Pero algunos de sus empleados protestaron y exigieron una respuesta. Poco después, Disney se pronunció y dijo que quería ver esta ley “revocada”. Acto seguido, suspendió sus donaciones políticas en Florida.

Foto: Partidarios de Trump, fuera del evento de Ron DeSantis en Nueva York. (EFE/Justin Lane)

DeSantis, que ya estaba embarcado en una serie de medidas parecidas en el campo de la educación, no se lo tomó bien. “Eres una corporación con sede en Burbank, en California, ¿y vas a utilizar tu fuerza económica para atacar a los padres de mi estado?”, respondió el gobernador, que dice querer devolver peso, en los colegios, a las familias de los alumnos. “Vemos eso como una provocación, y vamos a combatirlo”. Lo siguiente que hizo DeSantis fue, precisamente, pisarle la cola al ratón.

El prototipo experimental

Para entender el contexto de esta batalla, tenemos que volver a principios de los años 60, cuando Walt Disney y su multinacional querían construir una utopía urbana en la naturaleza de Florida. El plan EPOCT, siglas en inglés de prototipo experimental de comunidad del mañana, quería llevar un paso más allá el concepto de company town, en referencia a las localidades levantadas y gestionadas, desde las obras públicas a la seguridad, los servicios y la vivienda, por empresas. Un modelo común hace un siglo en EEUU, sobre todo para mineras, madereras y petroleras.

Foto: Ron DeSantis junto a su familia en la noche electoral. (Reuters/Marco Bello( Opinión

La esencia autocrática del company town, donde todo lo que producen, gastan y consumen los habitantes depende de la misma compañía, transformada en una especie de estado paternalista omnímodo, también definiría a EPOCT. La diferencia es que Disney soñaba a lo grande. Su proyecto no consistiría en una serie de sobrias cabañas, economatos y un vigilante nocturno recorriendo las calles sin asfaltar, sino en una despampanante ciudad de arquitectura rompedora. Un “modelo para el futuro”, según los planes de la empresa, al que no le faltaría de nada: viviendas, industrias, entretenimiento y una red de transporte jamás vista en EEUU.

La biología, sin embargo, se adelantó, y el visionario de tendencias megalómanas que fue Walt Disney falleció en 1966. Sus herederos descartaron EPOCT; en su lugar, utilizaron los 100 kilómetros cuadrados que habían comprado en medio de la nada, cerca de Orlando, para levantar algo más sencillo. Un parque de atracciones similar al original, Disneyland, que habían construido en California en 1955.

El Distrito de Mejora Reedy Creek es el aseado nombre con el que, desde 1967, se conoce a la inmensa extensión comprada y regida por Disney. Si bien EPOCT no llegó a materializarse, la compañía se agenció un poder multifacético sobre esta parcela de tierra, como si fuera un Gobierno. El distrito tiene una independencia casi total: en esta parcela, dibujada entre los condados de Orange y Osceola, la compañía no tiene que pedir permiso a nadie para construir edificios, trazar carreteras, crear códigos postales, gestionar el agua, ofrecer cobertura sanitaria o servicios de lucha contra incendios. El único poder que tiene el estado de Florida es el de cobrar el impuesto de propiedad y el de efectuar inspecciones en los ascensores.

Foto: El gobernador de Florida, Ron DeSantis. (Reuters/Crystal Vander Weiter)

Lo que hizo el gobernador DeSantis, dadas las críticas de Disney a su Gobierno, es intentar arrebatar a la compañía los privilegios que tiene en Reedy Creek desde hace casi 60 años. La ley FL SB 4-C, aprobada en febrero de 2022, eliminó seis distritos especiales, incluido el de Disney. Y daba a sus gestores un año para completar la transferencia de poderes a un consejo dominado por el Gobierno de Florida. El pasado marzo concluyó el plazo, y el Distrito de Mejora Reedy Creek pasó a llamarse el Distrito de Supervisión del Turismo de Florida Central, bajo control del Estado.

Abogados, lanza en ristre

Pero las cosas no son tan sencillas. En el ínterin de esta lucha, la corporación también efectuó algunos cambios y se puso en orden de batalla. El consejero delegado que había cedido a las presiones internas de los empleados progresistas, Bob Chapek, metiéndose en el jardín de la política estatal, fue reemplazado por quien había sido su antecesor: Bob Iger. El artífice de la expansión a China, al universo Marvel y otras rentables aventuras. El general de hierro de Disney. De cara a la galería, Bob Iger mantuvo un tono discreto y se dedicó a resolver otras emergencias que le habían salido a Disney. De puertas adentro, sin embargo, movilizó a los temibles abogados de la empresa para contraatacar en Florida.

La multinacional tenía tres ventajas. La primera, que se trata del primer empleador de Florida, donde planea invertir otros 17.000 millones de dólares y contratar a 13.000 personas más en la próxima década. La segunda, que la disolución del distrito especial pasaría a los contribuyentes una factura de 1.000 millones de dólares en calidad de deudas. Y, la tercera, que Disney es Disney: lleva seis décadas en este feudo y sabe qué palancas accionar.

Foto: Venta de coches eléctricos en California, Estados Unidos. (Getty/Justin Sullivan)

Cuando llegó la hora de pasar el poder a manos del consejo nombrado por DeSantis, resulta que los gestores locales fieles a Disney, gracias a la tenaz ingeniería legal de los abogados, habían cedido sus poderes a la compañía casi a perpetuidad. La fórmula legal empleada es curiosa: los poderes quedarían en manos de Disney hasta 21 años después de la muerte del último descendiente del rey de Inglaterra, Carlos III. Probablemente, si el monárquico nieto vive 80 años, dentro de un siglo.

El primer tanto había sido para DeSantis, que puso contra las cuerdas al timorato Chapek. Pero luego llegó Bob Iger, con casi tres décadas más de edad y de experiencia que el gobernador republicano, y se aseguró de que las riendas de Reedy Creek siguieran en manos corporativas. El distrito ha cambiado, visiblemente, de manos. Pero, a efectos prácticos, sigue siendo dominado por Disney.

Disney vs. Florida

A pesar de la aparente victoria, las acciones de Iger no han terminado. El pasado miércoles, Disney denunció al Gobierno de Florida. Lo acusó de tomar “represalias” contra la compañía por expresar su opinión sobre las leyes estatales, y, por tanto, de violar la Primera Enmienda, aquella que protege la libertad de expresión. Bob Iger especificó el pleito con algunas declaraciones: acusó a DeSantis de mostrar un comportamiento “antinegocios” y “anti-Florida”. En el momento del envío de este artículo, DeSantis aún no había anunciado una respuesta, que podría adoptar distintas formas, desde la creación de peajes en los accesos al territorio Disney, construirle al lado una prisión o incluso un parque de atracciones de la competencia.

Foto: Guardias de la prisión de Rikers Island, en Nueva York, en la unidad de Enhanced Supervision Housing, el 12 de marzo de 2015 (Reuters).

Una de las aristas de este debate es por qué Ron DeSantis decidió cargar contra una empresa tan poderosa y admirada en Estados Unidos; sobre todo, una empresa que genera empleo en Florida y que atrae, cada año, entre 50.000 y 150.000 visitantes diarios. Sabiendo que probablemente Chapek solo quería apaciguar a la célula woke de su empresa para mantener la paz, DeSantis podría haberse limitado a escenificar una crítica a Disney con un discurso y alguno de los gestos mediáticos que suele prodigar. En lugar de eso, fue a por todas. Se atrevió a pisarle la cola al ratón Mickey.

A falta de poder leerle el pensamiento al gobernador, la conjetura general es doble. Por un lado, puede que DeSantis, simplemente, quiera arrebatar a Disney sus derechos especiales y devolvérselos al Gobierno, que al fin y al cabo ha sido votado. Por otro, es posible que DeSantis no esté pensando en términos del estado, sino en términos nacionales. DeSantis, que ganó la reelección el pasado noviembre con casi 20 puntos de diferencia sobre su rival demócrata y que, como consecuencia, llegó a rivalizar con Donald Trump en los sondeos, quiere ser presidente. Y estaría dispuesto a enemistarse con los poderes locales para forjarse una imagen de tipo duro, de gobernador que no se amilana ante nada ni ante nadie. Menos aún ante una empresa que habría sucumbido a la religión de las cuotas y las identidades.

Este parece ser el hilo de plata que recorre muchos de sus gestos y muchas de sus propuestas, como las restricciones ideológicas en colegios y universidades o el polémico envío de inmigrantes sin papeles a Martha’s Vineyard, retiro favorito de la élite progresista. La sed de publicidad nacional, la creación de una hoja de servicios aceptable en la era del populismo. La única manera de arrebatarle el cetro de la atención a Donald Trump y de ser elegido presidente de Estados Unidos en 2024.

La campaña antiwoke lanzada por el gobernador Ron DeSantis en Florida, quizá con el objetivo de agitar la guerra cultural de cara a las primarias republicanas y a las presidenciales de 2024, se ha encontrado con un adversario temible: la corporación del entretenimiento más grande del mundo, la “fábrica de sueños”, el primer empleador de Florida: Disney. Lo que empezó con un roce cultural ha desencadenado una conflagración judicial y política de consecuencias, para DeSantis, imprevisibles, y ha confirmado una de las máximas del mundo corporativo estadounidense: Don’t fuck with the mouse. Dejad en paz al ratón Mickey.

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