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Carne impagable y fútbol desangrado: dos paradojas explican la perenne crisis argentina
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De las barras bravas al asado

Carne impagable y fútbol desangrado: dos paradojas explican la perenne crisis argentina

La debacle del mercado cárnico, así como la violencia y la corrupción que rodean al fútbol, representa la empobrecida realidad de un país que tradicionalmente fue líder exportador de carne y cuna de futbolistas de élite

Foto: Aficionados de Boca. (Reuters/Agustín Marcarian)
Aficionados de Boca. (Reuters/Agustín Marcarian)

"Mirá, no te maté sólo porque no lo quise...". Son las 15:00 de la tarde en la terraza de una conocida parrilla frente al Mercado de Frutos, en la zona de Tigre, en el norte de Buenos Aires. Cinco comensales celebran uno de los rituales argentinos más tradicionales: hablar de política y de fútbol (porque en Argentina, el fútbol y la política van de la mano) alrededor de una tabla de carne. Con ellos está el dueño del local y les muestra fotos con el chef vasco Karlos Arguiñano, entre otros amigos célebres. De pronto, llegan la comida, las cervezas y el vino, y él cuenta la anécdota con la que abre este texto.

Esas palabras corresponden nada más y nada menos que al líder de los barrabravas del equipo del que es fanático, el Club Atlético Tigre. La advertencia saltó tras un rifirrafe causado por algún malentendido en el parking de la parrilla. Pero ser amenazado por un líder barrabrava no es cualquier cosa, porque en Argentina los mandamases de los oscuros poderes que mueven a las hinchadas de fútbol son intocables e irreductibles. Para muchos argentinos, el modus operandi mafioso en el fútbol representa todo lo que está mal en el país.

placeholder Afición de Club Atlético Tigre durante un partido. (EFE)
Afición de Club Atlético Tigre durante un partido. (EFE)

El ritual continúa. Carne, política, vino, fútbol, así como historias de ‘tanos’ (italianos) y ‘gallegos’ (españoles) que llegaron con nada y, años más tarde, convirtieron a su nuevo hogar en una potencia agroexportadora, uno de los países más ricos del mundo (durante la primera mitad del siglo XX), y una fábrica de estrellas futbolísticas (que emigran siendo aún niños) a los clubes de élite europeos. Lo curioso de este ritual es que ahora se trata de un lujo; se trata algo que cada vez menos gente se puede permitir.

¿A qué se debe este fenómeno? Pues a que los tópicos argentinos, es decir, carne y fútbol, son paradojas que explican el desastre generalizado del único país americano que hoy es más pobre que hace 100 años. Es por eso que para tantos argentinos hablar de Europa (desde hace dos décadas) es sinónimo de emigración y no de inmigración. Siete de cada diez jóvenes –de entre 16 y 24 años– quiere irse del país, según un trabajo de la Universidad Argentina de la Empresa y la consultora Voices.

La paradoja de la carne

La carne de vaca se ha convertido en un producto de lujo debido a sus precios prohibitivos para la cada vez más golpeada clase media: hace un año, su consumo estaba en los niveles de 1920. Históricamente, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, el país vivió épocas de bonanza gracias a que fue un exportador masivo de productos del campo (carne –de vaca y cerdo–, trigo, soja) hasta prácticamente poco menos de una década. Hay un dato que lo deja todo más claro. Durante la década de los cincuenta, los argentinos comían un promedio de más de 100 kilos al año de carne; la cifra, en 2020, no llegó a 50 (según los datos de la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (CICCRA).

Otro dato duro es que 2021 fue el año que menos carne se consumió per cápita en Argentina debido al 75% de inflación interanual, según el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (en noviembre el precio subió 11%, respecto a octubre). Y los datos preliminares para este año no son nada alentadores.

Foto: Casa Nacional del Bicentenario, Buenos Aires. (M.H.)

De la opulencia al hambre. Las cíclicas crisis que han golpeado al país una vez por década (por lo menos), lo han llevado a un empobrecimiento paulatino. Durante los últimos años del siglo XIX y en la década de los sesenta del siglo XX, Argentina figuró como uno de los países con el PIB más alto del mundo, pero hoy de eso poco queda. Hace cuatro años, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), entre uno y tres millones de argentinos padecían hambre. Hoy, la cifra que da la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), entre 2018 y 2020, fueron 16 millones de personas las que se fueron a la cama sin probar bocado. Otras fuentes elevan el dato a 18 millones. ¿La paradoja? Argentina, en 2018, producía comida para 440 millones de personas (10 veces su población).

Por otra parte, aún con el registro más bajo en 70 años durante el año pasado, este país ha sido tradicionalmente de los que más carne de vaca consumen por habitante, junto a Estados Unidos, Brasil y Uruguay. Pero, ¿qué sucedió en 2021? En mayo, cuando la devastación comercial, debido al frenazo económico causado la pandemia, se prolongaba (con una contracción de la economía en 10% –una de las tres más altas de la región–, y fue el tercer año consecutivo de recesión), Alberto Fernández decidió intervenir el mercado de la carne, restringiendo las exportaciones. ¿El objetivo? Frenar las subidas de precio y no afectar más al consumidor. ¿El resultado? Un fracaso. El precio siguió subiendo, y el país dejó de percibir ingresos por más de 400 millones de dólares, debido al menor volumen de carne exportada.

placeholder Carnicería en Argentina. (EFE)
Carnicería en Argentina. (EFE)

Pero, ¿por qué la carne se convirtió en un bien prohibitivo? Néstor Grindetti, intendente de Lanús, exministro de la Ciudad de Buenos Aires (bajo el gobierno local de Mauricio Macri), recibe en su despacho a El Confidencial y explica: “No es sólo que el precio de la carne suba, sino que el dinero es el que vale cada día menos”. Además, añade que las exportaciones se han caído debido a la falta de incentivos para el comercio exterior, una situación provocada por la abismal diferencia que existe entre el dólar oficial y el dólar ‘blue’ (el no oficial), casi del 100%; el oficial se cambia a 124 pesos por dólar, y el ‘blue’ a 206. El ‘blue’ es el valor real del dólar, y el oficial es el que fijó el gobierno, por eso, al momento de cobrar por las exportaciones, los ganaderos sólo reciben la mitad y eso desincentiva la actividad exportadora. ¿La consecuencia? Que Uruguay, y, sobre todo, Brasil, se han convertido en las potencias exportadoras de carne de Sudamérica. Argentina solo se salva porque China, hasta ahora, sigue comprando 7 de cada 10 kilos que exportan los ganaderos argentinos.

La carne es para los ricos; los pobres prefieren el alcohol

‘Gallego’ e ‘Iki’ son el reflejo mismo de las dos Argentinas actuales. El primero come carne porque la puede pagar; el segundo pide dinero para pagar sus vicios. ‘Gallego’ gasta, aproximadamente, 1.000 dólares al mes en comidas, salidas, diversión. Es empresario, tiene 37 años, y su negocio le deja buenos dividendos en dólares. No se va de su país natal porque sabe que difícilmente podría comer la misma carne y tener el mismo nivel de vida, por ejemplo, en Lugo, de donde es su familia paterna.

Los dos restaurantes predilectos de ‘Gallego’ son Bestia y Kansas, dos parrillas modernas y lujosas, donde los comensales parecen salidos de una serie rodada en California, o recién desembarcados de Milán. Una comida opípara allí, para dos personas, cuesta entre 50 y 60 euros. Recordemos que el salario mínimo en el país apenas pasa de los 250 euros al mes.

Foto: Una mujer muestra billetes de dólar en Caracas. (EFE)

Además, en esos sitios se ofrecen cortes de carne exclusivos, y que tradicionalmente son de exportación (principalmente a Europa, México y Estados Unidos), como el ojo de bife o el lomo. Los llamados ‘cortes populares’, como el asado, la falda, matambre y el vacío, están subsidiados, pero eso ha impedido que muchos productores se vean afectados en el mercado.

Pero a esos sitios no va ‘Iki’, cuyo nombre es Ezequiel. Él es cartonero (personas a las que la precariedad extrema las ha orillado a ganarse la vida recolectando cartón en los basurales callejeros para venderlos y ganar unas monedas), tiene poco más de veinte años, y vive en la Villa 31 –una villa marginal nacida en 1932 como un asentamiento irregular con el nombre de ‘Villa Desocupación’–, justo al lado de las opulentas zonas de Retiro y Recoleta. No acepta que le hagan fotos, y tampoco comida. Sólo acepta dinero. Y se patea todos los días la larga y comercial Avenida de Santa Fe, en el centro de la capital, recolectando cartón y rebuscando en la basura.

¿Cómo va el día? Y él responde: “Acá, nomás. Así toca… hay que sudarla para juntar unos pesitos. ¿No me tirás una moneda?". 'Iki' no ha comido, está esperando llegar a casa de su madre. Para él, el asado es una utopía. Sólo come choripán “a veces”, cuando cerca de su casa algún amigo improvisa una parrilla en la calle, pero sus prioridades son otras. “Los pesos que junto son para el ‘escabio’ (alcohol en argentino), eso es lo importante”, dice, desafiante.

La paradoja del fútbol: “El problema no es deportivo”

Para comprender (o, al menos, intentarlo) a Argentina, es indispensable entrar en el tema del fútbol. Aquí es mucho más que un deporte, es una religión, es un negocio, es folclore nacional, y el espejo de sus glorias pasadas frente al crítico presente. Junto con Brasil, este es el país latinoamericano que más jugadores jóvenes exporta (y ha exportado) a las ligas europeas. Según el reporte anual del Observatorio de Fútbol del CIES, en 2021 Argentina fue el tercer país que más jugadores expatriados tuvo; 780 repartidos en las 145 ligas profesionales alrededor del mundo. Sólo le superan Francia (con 946) y Brasil (1287). Hace doce años, Argentina era el número uno en ese ranking.

Así es, el país sigue siendo una de las cunas más prolíficas para los grandes equipos de Europa, pero eso, paradójicamente, se ha convertido en la condena del negocio y la industria. ¿Por qué? Pues porque los grandes talentos emigran cuando apenas son unos chicos de 10 años, aproximadamente. Porque eso, para la mayoría de ellos, sigue representando un sueño y una oportunidad única para sacar a sus familias de la precariedad. Así lo cuenta, Néstor Grindetti, que además de ser político (por el partido de centroderecha, PRO), fue también candidato de la terna para dirigir al club de fútbol Independiente. “El fútbol es un reflejo de lo que pasa en el país. Y su problema no es deportivo, sino de gestión”, afirma.

placeholder Aficionado de la selección Argentina. (EFE)
Aficionado de la selección Argentina. (EFE)

Una cuestión de marca y de negocio. Para él, este es otro de los temas en los que Argentina ya tampoco compite con Europa (o con Brasil). “Independiente cobra 3 millones de dólares anuales por transmitir los partidos a una televisora, mientras que un equipo similar en Brasil cobra 100 millones”, suelta. Luego hace un repaso de la tensa relación entre los dirigentes deportivos, la afición y la idea que esta tiene sobre cómo un club debe de gestionarse. “El problema es de raíz ideológica y se parece mucho a la política. Los dirigentes y el fanático, en general, ven mal que se piense en el fútbol como una actividad económica. Y eso ha generado que los clubes den un pésimo servicio a sus socios y simpatizantes, que se haya perdido el interés, que los estadios sean inseguros y con violencia y drogas, etcétera”, explica. Por eso no sorprende que hoy los niños y los adolescentes, por las calles, lleven muchas más camisas del Barcelona, el Real Madrid o el París Saint-Germain, que de cualquier equipo local.

Él recuerda su infancia en el estadio con su padre. Iban a la tribuna juntos; entonces, aquello era un plan familiar. “¡Hoy es impensable que yo me pare allí con un hijo mío!”, confiesa. El ambiente en directo dejó de ser un plan seguro hace un par de décadas, desde que los barrabravas se hicieron con tanto poder. Y, ese, es precisamente uno de los problemas más graves del fútbol y que representa la decadencia social y económica del país: el fortalecimiento de los ultras al amparo de las directivas.

Los barrabravas y el empobrecimiento continuado

“El barrabrava es la consecuencia de los problemas sociales”, dice el intendente. Esta figura, una suerte de fanático extremista mezclado con mafioso de poca monta, poco a poco fue ganando terreno tanto a los dirigentes de los clubes como a los aficionados. Y se convirtió en una fuerza de presión (tanto para los dirigentes como para los aficionados) porque se adueñó del folclore que rodea al fútbol.

El problema es complejo, y tiene un origen en la marginalidad social. Nació en los sectores menos favorecidos y que sólo encontraban un desahogo a sus problemas en los estadios. Pero, como, así lo cuenta Grindetti a este diario, el fenómeno se agravó cuando las directivas comenzaron a regalar entradas a los barrabravas. Después les permitieron vender alimentos y 'merchandising' del equipo, etcétera. Por supuesto, todo de manera descontrolada y operando bajo la ilegalidad. También se hicieron con el poder de las calles, pues hicieron una red de ‘extorsión permitida’ para aparcar en las calles aledañas a los estadios. “Y, hace veinte años, cuando entró la droga, todo se complicó exponencialmente”, agrega. “Los barrabrava fueron haciéndose del poder de todos los espacios que abandonaron quienes gestionan el fútbol”, sentencia.

placeholder Barras de River Plate. (EFE)
Barras de River Plate. (EFE)

Hoy, los barrabravas siguen siendo los dueños del espectáculo del fútbol, de ‘la pasión’, del ‘aguante’. Y cuando éstos se juntan con la corrupción política, fungen también como ‘punteros’ (caudillos populares, manchados por el clientelismo político, asociados a las malas praxis entre los dirigentes y la sociedad). ¿Cuál es la solución? Grindetti responde con “cortar el problema de raíz”, es decir, frenar en seco los fondos y las entradas a los dirigentes de las hinchadas. ¿Funcionaría eso? “Cuando se les prohibió la entrada a los estadios, muchos aficionados decían 'falta algo, falta la pasión'”.

Salvar al fútbol de la violencia y la corrupción

“Impune… falleció de un disparo… Falleció tras recibir una pedrada en la cabeza… asesinado de tres tiros por la espalda…falleció tras caer de la tribuna en un enfrentamiento entre barras…”. Esos son sólo algunos de los motivos de las 341 víctimas de la violencia en este deporte, que incluye la lista publicada por Salvemos al Fútbol –una organización dedicada a luchar contra la violencia que lo asfixia–. ¿Cómo se soluciona el problema de esa violencia en las aficiones futbolísticas argentinas, si es un problema que toca, incluso, a las directivas?

Al respecto, su presidente, el Dr. Diego Murzi, cuenta a este diario: “La cuestión es cómo eliminar el componente violento de las barras. Porque, puesto en contexto, las barras tienen elementos positivos, como el aliento, los cánticos, la pasión y las banderas. Es por eso que algunos aficionados no quieren que las barras desaparezcan; para muchos, representan el folclore y el orgullo de su equipo. Pero a diferencia de los hooligans ingleses, o los ultras en Francia y el resto de Europa, en el caso argentino no se trata de grupos aislados, respecto al poder, sino que son líderes muy bien conectados con otros actores de poder (dirigentes de los clubes, funcionarios policiales, sindicatos, políticos, organizaciones delictivas, asociaciones civiles, etcétera), y eso hace que el problema sea mucho más difícil de resolver”.

Foto: La cisterna de un retrete lanzada por los ultras impactó contra un bombero (Foto: YouTube)

¿Cuánto dinero mueven las barras? “Es difícil saber las cantidades exactas. Lo que hay son estimaciones; la mayoría de los beneficios económicos que tienen son producto de actividades no reguladas, como la venta de comida, los parkings en la calle, la indumentaria. Ese dinero jamás se contabiliza en el sistema. También depende del equipo. Los clubes grandes tienen una ‘cartera de actividades’ mucho mayor”, responde. Y después está lo ilegal, como el narcomenudeo. En pocas palabras, han hecho un emporio de toda la actividad informal.

Ser dirigente de una barra, en Argentina, conlleva una suerte de prestigio –incomprensible muchas veces para alguien no argentino–, y eso les permite una cercanía política que los autoriza a gestionar los planes sociales (ayudas sociales) que el gobierno da en los barrios con más desempleo y precariedad. Poder sin control.

¿Es la violencia de los barrabravas un reflejo de los problemas socioeconómicos y políticos del país? “Para mí no es un reflejo directo. Lo que sí me parece es que su forma de organización habla de cómo se construye cierto proceso político en este país. Las barras representan la parte oscura, la no declarada, de hacer política: pintar paredes, intimidar gente. Funcionan como una fuerza de choque y hacen la tarea sucia”, opina Murzi. Sin embargo, hoy muchos jóvenes encuentran en las barras un sitio de pertenencia, un grupo que los acepta, frente a otros espacios que el estadio y el mercado no les ofrece. Y, hoy, muchos barrabravas siguen siendo personajes públicos y admirados por mucha gente, como Rafael Di Zeo, líder de ‘La 12’, la barra brava de Boca Juniors, de quien se rumora que organizó él mismo el funeral de Diegp Armando Maradona.

placeholder Tifo en homenaje a Maradona de la hinchada de Boca. (EFE)
Tifo en homenaje a Maradona de la hinchada de Boca. (EFE)

El 10 de agosto de 2007, el diario deportivo Olé tituló en portada 'Asesinos del Tablón [en alusión a ‘Los Borrachos del Tablón’, la barra de River Plate]. Nadie puede parar la violencia interna en la barra de River: un ataque mafioso provocó la muerte cerebral de Gonzalo Acro'. El caso está considerado como el primer crimen por encargo en el fútbol argentino. Los hermanos William y Alan Shenkler siguen presos por ese asesinato.

En 2011, el periodista vasco Jon Sistiaga publicó, en Canal +, un reportaje sobre la violencia, la corrupción y el clientelismo político de los barrabravas de ese país. ‘La Chiquitona’, uno de los líderes que entrevistó, se drogó durante la entrevista y lo amenazó con un cuchillo. Jamás habló de fútbol, sólo de violencia. Una semana después de la grabación, fue asesinado a martillazos.

El 15 de enero de este año, Juan Calvente, de 36 años, hincha de Independiente, murió de un disparo en el pecho. En el camino hacia la ciudad de La Plata, un piquete detuvo al autobús en el que viajaba con la afición de su club (él no era parte de la barra, El Diablo), hubo un enfrentamiento, y ahí recibió el disparo. Es la víctima 341 en la violenta historia de un deporte que tiene datado su primer asesinato en 1922.

"Mirá, no te maté sólo porque no lo quise...". Son las 15:00 de la tarde en la terraza de una conocida parrilla frente al Mercado de Frutos, en la zona de Tigre, en el norte de Buenos Aires. Cinco comensales celebran uno de los rituales argentinos más tradicionales: hablar de política y de fútbol (porque en Argentina, el fútbol y la política van de la mano) alrededor de una tabla de carne. Con ellos está el dueño del local y les muestra fotos con el chef vasco Karlos Arguiñano, entre otros amigos célebres. De pronto, llegan la comida, las cervezas y el vino, y él cuenta la anécdota con la que abre este texto.

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