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¿Y si el 11-S fuera hoy? La catástrofe de no haber aprendido nada
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Veinte años después

¿Y si el 11-S fuera hoy? La catástrofe de no haber aprendido nada

¿Ha aprendido algo Estados Unidos en este tiempo? Un nuevo 11-S sería distinto, menos sanguinario pero probablemente más catastrófico

Foto: Memorial por el 11-S en California. (EFE)
Memorial por el 11-S en California. (EFE)

Veinte años después del 11-S, muchos estadounidenses afirman sentirse más seguros frente al terrorismo. Al final y al cabo, no hemos tenido ningún atentado —llevado a cabo por extranjeros no residentes, eso sí— porque nos espían a todos, ¿no? Los terroristas saben lo que les pasará si vuelven a hacernos daño.

Sí, es cierto que es prácticamente imposible que unos barbudos adinerados, con pocos medios más allá de su inquebrantable fe en un Islam medieval y feroz odio a todo lo yanqui, sean capaces de cometer otro atentado a gran escala contra un objetivo estratégico en Nueva York o Washington. ¿Un ataque suicida como el de hace dos semanas en Kabul? Quizás, pero nunca con casi 3.000 muertos.

Si ocurriera hoy otro 11-S, seguramente sería menos sangriento, pero de algún modo también mucho más catastrófico que el de hace dos décadas, porque EEUU ha cambiado mucho de 2001 a 2021, y no a mejor.

Foto: Imagen: Laura Martín.
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Primero, casi se nos ha olvidado que en los días posteriores al atentado, casi todos los políticos de los dos grandes partidos estadounidenses pusieron a un lado sus diferencias y ofrecieron todo su apoyo a la administración Bush para atacar a Al Qaeda en Afganistán. Y eso permitió a Estados Unidos actuar rápido. El consenso duró lo que tardó Bush en amenazar también a Irak, pero aun así fue la última vez que Demócratas y Republicanos se pusieron de acuerdo en algo.

Si ocurriera un 11-S hoy, la respuesta política sería algo así: mientras Trump y su ejército de perritos falderos culparían de todo a Biden y gritarían que hay que deportar a EEUU a todo aquel cuyo tono de piel se asemeje al de los terroristas, el ala progre del otro lado pondría más empeño en que la respuesta militar fuera suficientemente "woke" y en acoger a los refugiados. Mientras tanto, los Demócratas moderados —entre ellos el propio Biden— y el puñado de republicanos racionales que todavía pululan por los pasillos del Capitolio quedarían en fuera de juego.

Un atentado grave se convertiría así en la madre de todas las batallas de las guerras culturales, las únicas populares en EEUU en 2021. Y al contrario que en 2001, cuando casi todos los medios de comunicación dejaron a un lado su agenda ideológica para mostrar un patriotismo apolítico que en España quizás nos parezca rancio, ahora aprovecharán la tragedia para promover sus causas y denigrar las del otro lado.

Foto: Lawrence Wright.

Segundo, imagínense que Estados Unidos es atacada por terroristas extranjeros en pleno apogeo de las redes sociales, y piensen sobre todo en su inmensa capacidad para propagar noticias falsas.

Esta semana planteamos entre los compañeros varios escenarios de historia alternativa al 11-S, y uno de ellos proponía lo siguiente: alguien graba un vídeo que sugiere que las Torres Gemelas fueron derrumbadas por explosivos, no los aviones. Cuando el presidente Bush visita la zona días después, el rumor se ha propagado y ya no está claro quién es el autor del atentado, qué debe suceder en respuesta, y qué información es real o no.

Hubo muchas teorías conspiradoras del 11-S, pero tardaron mucho en salir y solo las propagaron unos cuantos frikis. Ahora vale todo en las redes, y cualquier contenido, por falso que sea, puede llegar a más personas en menos tiempo que las noticias reales que dan los medios. Es más, los algoritmos lograrán que las redes sociales se politicen: los estadounidenses de derechas consumirán una versión de los hechos en Facebook, y los de izquierdas, otra completamente distinta en Twitter. Un desastre.

Foto: Cuerpos de rescate tras el atentado contra el World Trade Center de Nueva York. (EFE)

Tercero, el próximo 11-S pillará a EEUU de nuevo por sorpresa porque no será una explosión sino un atentado virtual perpetrado por piratas informáticos al servicio de un grupo terrorista o estado enemigo —China, Irán o Rusia— que paralizará todo Estados Unidos, no solo Nueva York y Washington.

El pasado mayo, un puñado de hackers interrumpieron durante días el suministro de combustible a toda la costa este estadounidense tras penetrar el sistema informático del mayor oleoducto del país. El precio de la gasolina se disparó por miedo a la escasez, y la empresa tuvo que pagar el rescate. Pero a los culpables no les ha pasado nada… porque todavía no sabemos exactamente quiénes son, dónde están, y cómo atraparlos. Ni la empresa, ni la Casa Blanca, ni nadie (aunque Vladimir Putin quizá sepa cómo contactarles).

Foto: Foto: Reuters.

Igual que en el verano de 2001, los servicios de inteligencia advierten de que es la mayor amenaza para la seguridad nacional, pero el presidente Biden está demasiado ocupado con otras cosas. Y este país ha demostrado que no está preparado para un gran ciberataque. Desde hace años sabemos que la anticuada infraestructura del país es muy vulnerable, pero Trump prefirió gastarse la pasta en construir un muro absurdo en la frontera mexicana y Biden en financiar un estado de bienestar a la europea que muchos estadounidenses rechazan.

No quiero ser pesimista, pero me huelo que en un futuro cercano pasará todo esto. Tras un brutal ciberataque, los estadounidenses, los políticos y sus medios aprovecharán para dividir todavía más a la sociedad, y las redes sociales amplificarán las dudas y el odio. Ojalá me equivoque.

Veinte años después del 11-S, muchos estadounidenses afirman sentirse más seguros frente al terrorismo. Al final y al cabo, no hemos tenido ningún atentado —llevado a cabo por extranjeros no residentes, eso sí— porque nos espían a todos, ¿no? Los terroristas saben lo que les pasará si vuelven a hacernos daño.

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