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El día en que Estados Unidos perdió su inocencia
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20 años después del 11-S

El día en que Estados Unidos perdió su inocencia

Ya sea por estar grabado en la memoria, en gigantescos monumentos, en pequeños altares o en la propia piel, el 11 de septiembre de 2001 es un día imposible de olvidar para los estadounidenses

Foto: Imagen: Laura Martín.
Imagen: Laura Martín.
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Los recuerdos de la catástrofe se parecen mucho. Sus testigos suelen mencionar un "gran estallido" y una "nube de confeti": la de los miles de papeles atesorados en los pisos altos de las torres. Sensaciones inconexas de confusión e incredulidad, como las que se producen en la antesala de una pesadilla. Siguieron las "cortinas de cemento y cristal" viniéndose abajo y la enorme, densa, asfixiante nube de polvo y humo, capaz de cubrir, empujada por el viento, barrios enteros de Brooklyn.

La destrucción y la muerte no acabaron ahí. Miles de voluntarios y empleados de los servicios de emergencia se adentraron en las llamaradas, los aludes de hormigón y los vapores tóxicos. El primer día salvaron a 21 personas. Fueron las únicas. Un total de 412 héroes, la mayoría bomberos, perecieron en las labores de rescate. 20 años después, los supervivientes siguen padeciendo traumas y secuelas físicas.

Foto: Cuerpos de rescate tras el atentado contra el World Trade Center de Nueva York. (EFE)

De los más de 80.000 neoyorquinos que estuvieron expuestos al averno y que se enrolaron en un programa para vigilar su salud, casi la mitad, el 45%, continúa padeciendo enfermedades respiratorias o digestivas que se agravan con el tiempo. Los casos de cáncer han crecido un 185% en los últimos cinco años, sobre todo los de colon y de vejiga, y la leucemia. Cerca de 3.500 han muerto.

No solo han sufrido los bomberos, los policías y los voluntarios. Los médicos que analizaron los más de 21.000 restos humanos encontrados entre los escombros, la mayor operación forense de la historia de Estados Unidos, pagaron un precio similar. Respiraron amianto, celulosa, mercurio, plomo y polvo de cemento. La industria chatarrera compró los restos de metal y se los vendió a China.

En los meses siguientes al atentado, las mujeres embarazadas del distrito financiero tendieron a dar a luz de forma prematura. Sus niños nacieron más pequeños de lo normal y pasaron más tiempo en la incubadora. La leucemia mieloide aguda, relacionada con la exposición la bencina, se sigue diagnosticando por encima de la media entre los residentes del Bajo Manhattan.

Además de los monumentos a los caídos diseminados por todo el país, los ciudadanos han erigido pequeños altares en sus salas de estar

Pero quizás las heridas más duraderas sean las psicológicas. Desde los casos agudos de síndrome de estrés postraumático —bañados muchas veces en alcohol y otras adicciones, manifiestos en el insomnio, en la aprensión extrema o en los estallidos de ira o de culpabilidad— hasta la suave melancolía que punza a los neoyorquinos cuando miran al 'skyline', estos daños se revelan de diversas maneras.

Una carga cuyos portadores sobrellevan como siempre se han sobrellevado las cargas: con el poder del ritual y de la memoria. Además de los grandes y costosos monumentos a los caídos, diseminados por todo el país y escenario de solemnes discursos en días como hoy, los ciudadanos han erigido pequeños altares en sus salas de estar, en las rotondas o en las estaciones de policía y de bomberos. Talismanes que absorben la tristeza como esponjas emocionales. Honrando a los muertos. Haciéndoles un guiño. Diciéndoles: nos acordamos, cómo no nos vamos a acordar.

La intimidad del recuerdo también se expresa en tatuajes. Una manera de fijar las sensaciones en la piel, metiéndolas en pequeñas jaulas, exponiéndolas ante los demás. "Sin decirle jamás una palabra a nadie", dijo Tom Canavan, que estuvo sepultado por los escombros y lleva dos enormes torres grabadas en el brazo —con la Estatua de la Libertad en medio— al 9/11 Memorial & Museum. "Van a saberlo. Y van a pensar en el 11-S, y con ello estará en su conciencia".

placeholder Tatuaje de las Torres Gemelas con la Estatua de la Libertad en el centro. (Reuters)
Tatuaje de las Torres Gemelas con la Estatua de la Libertad en el centro. (Reuters)

Unas fauces negras se abrieron ese día sobre los estadounidenses, que se adentraron en ellas. Los corresponsales de entonces recuerdan una explosión de nacionalismo. El país se transformó en una tribu. La popularidad de George W. Bush alcanzó niveles nunca vistos. Un 92%. Ni siquiera Franklin D. Roosevelt, lo más parecido a un emperador que ha tenido este país, vio cifras semejantes. El siglo había sido bautizado con sangre y sonaban tambores de guerra.

La sed de venganza era auténtica. Al menos en el caso de Afganistán. En octubre de 2001 la invasión contó con el respaldo del 88% de los estadounidenses. Se trataba de una operación legal, según el marco de Naciones Unidas. Una campaña para matar a quienes habían organizado o acogido a los responsables del ataque contra EEUU. La invasión de Irak, año y medio después, fue distinta. Su presunto vínculo con Al Qaeda aún está por demostrar y casi la mitad de los estadounidenses se oponía.

Millón y medio de soldados americanos participaron en estas dos guerras. En total, 6.879 de ellos perdieron la vida, amén de los civiles y combatientes locales. En Afganistán, más de 160.000. En Irak, casi 300.000. Las guerras costaron en torno a 4 billones de dólares. Algo así como tres veces el PIB de España. Y sin resultados evidentes.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters)

Barack Obama, Donald Trump después y ahora Joe Biden prometieron, en sus respectivas campañas, terminar estos conflictos: sacar a Estados Unidos de esas fauces oscuras. Solo Biden, con el terreno allanado por sus antecesores, lo ha conseguido. Pero no de la manera en que él soñaba hace apenas unas semanas.

El demócrata, que llevaba años abogando por plegar las velas de la misión afgana, quiso hacerlo de manera ordenada y sentimental: con el rito correspondiente. En el 20 aniversario de los atentados. Con un discurso, un recibimiento, una bandera estadounidense arriándose en Kabul frente a las cámaras de la CNN. Una retirada elegante. La última puntada que cerraría emocionalmente esta vieja herida.

Según la reconstrucción de los hechos efectuada por 'The Wall Street Journal', sin embargo, Joe Biden fue demasiado impaciente. Presionó a sus generales para que acelerasen esa retirada y dejó las decisiones clave en manos de sus hombres de confianza, el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, y el secretario de Estado, Antony Blinken, que tenían escasa experiencia en zonas de guerra.

Foto: Foto de archivo de una ceremonia de recuerdo del 11-S en Kabul, en 2017. (Reuters)

Los halcones y las palomas volaron en direcciones distintas, y los talibanes aprovecharon el desconcierto. La mayoría de los soldados estadounidenses salieron antes que los diplomáticos, la base aérea de Bagram quedó desprotegida y los fundamentalistas se presentaron en Kabul mucho antes de lo que sospechaba Washington. La evacuación fue caótica, sangrienta e incompleta. La coreografía de Biden fue cancelada y su popularidad ha tocado los mínimos de su presidencia.

No es el único culpable. Con la excepción de Kuwait en 1991, Estados Unidos ya no gana guerras. O las pierde o las empata o se marcha a medio camino, dejando un paisaje casi idéntico al que trataba de cambiar. Con pastores barbudos en el poder, burkas y muchas capas de incertidumbre.

Pero la pompa sigue. Hoy habrá discursos, himnos y ramos de flores depositados al pie de los muros de mármol grabados con miles de nombres. Muchos de los supervivientes, mientras tanto, no participarán en las conmemoraciones. Ellos las llevan dentro: en sus pequeños altares o tatuados en su piel. Un recordatorio del día en que la orgullosa América perdió su inocencia.

Los recuerdos de la catástrofe se parecen mucho. Sus testigos suelen mencionar un "gran estallido" y una "nube de confeti": la de los miles de papeles atesorados en los pisos altos de las torres. Sensaciones inconexas de confusión e incredulidad, como las que se producen en la antesala de una pesadilla. Siguieron las "cortinas de cemento y cristal" viniéndose abajo y la enorme, densa, asfixiante nube de polvo y humo, capaz de cubrir, empujada por el viento, barrios enteros de Brooklyn.

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