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Las amenazas de los bancos centrales carecen de credibilidad, pero la culpa es suya
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Fuertes subidas de bolsas y bonos

Las amenazas de los bancos centrales carecen de credibilidad, pero la culpa es suya

Aunque la Fed y el BCE insisten en que queda mucho por hacer, el mercado rezuma confianza en el fin de la crisis, un optimismo con más razones de las que parece

Foto: Foto: EC Diseño.
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A menudo, los intentos de explicar el comportamiento de los mercados alumbran imágenes grotescas. Los esfuerzos por simplificar una realidad inevitablemente poliforme llevan a ignorar variables esenciales para entender la realidad.

Todo esto ha resultado bastante obvio en el giro al alza registrado por los mercados en las últimas semanas. Este movimiento, que ha pillado a muchos expertos con el pie cambiado, ha sido explicado, grosso modo, como el resultado de una repentina creencia por parte de los inversores en que lo peor de la inflación ha quedado atrás y que, más pronto que tarde, los bancos centrales podrán detener —e, incluso, revertir en parte— las subidas de tipos aprobadas los últimos meses. Una idea que los propios bancos centrales han tratado de desactivar de forma infructuosa.

Este movimiento se explica como el resultado de una repentina creencia de los inversores de que lo peor de la inflación ha quedado atrás

En ese contexto, la sucesión de las reuniones de la Fed, este miércoles, y el Banco de Inglaterra y el BCE, el jueves, se presentaba como la ocasión ideal para que los señores de las finanzas mundiales hicieran entender a los mercados su error.

Y no puede negarse que tanto Jerome Powell como Christine Lagarde hicieron serios esfuerzos por convencer a los inversores de que aún les queda trabajo por hacer para doblegar la inflación. Pero en una especie de giro de guion del cuento clásico, los mercados optaron por hacer oídos sordos a los gritos de que avanzan desnudos. La contundente caída de los tipos de los bonos (en el caso del español, registró este jueves su mejor sesión en tres años) y los sólidos avances de las bolsas (con el Ibex en máximos del verano de 2021) evidencian que, lejos de zozobrar, el optimismo de los inversores ha salido reforzado de esta acometida.

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Resulta obvio que los inversores aguardaban estas nuevas citas con los bancos centrales conocedores de que les esperaba una sucesión de advertencias sobre el error de dar por finalizado el ciclo de endurecimiento monetario. Al fin y al cabo, es lo que, en mayor o menor medida, han ido repitiendo los banqueros centrales a uno y otro lado del Atlántico desde sus últimas reuniones, el pasado diciembre. Si los inversores han asumido que no será así, no es, por supuesto, por desconocimiento del mensaje de la Fed o el BCE, sino por considerarlo poco más que palabrería que acabará sucumbiendo a la realidad. Por eso, este miércoles y jueves, prefirieron prestar más atención a las señales de vacilación de Powell (“el pico de las subidas de tipos está cerca”) y Lagarde (“los riesgos para las perspectivas de inflación han llegado a ser más equilibrados”) que a su insistencia en la necesidad de más subidas de tipos.

Una confianza que reposa, sin más rodeos, en una realidad respaldada por los datos: si los inversores creen que la crisis inflacionaria cederá próximamente sin hacer un daño grave a la economía es porque, sencillamente, existen razones para ello. Principalmente, porque las visiones más catastrofistas que sobrevolaron los mercados en 2022 estaban soportadas por una amenaza, la de una crisis energética profunda y prolongada, que hoy se considera mucho menos probable. Por supuesto, el peligro de reactivación de esta u otras amenazas está muy presente, pero en el mercado parece imponerse la idea de que la relación entre el riesgo y la recompensa potencial (teniendo en cuenta las fuertes caídas acumuladas por bolsas y bonos a lo largo de 2022) vale la pena.

No puede obviarse que el giro al alza del mercado nace en octubre, en plena crisis británica

Existe un evidente sesgo optimista en la lectura de la realidad que viene haciendo el mercado, lo que no resulta ni mucho menos una novedad si se valora el historial de la última década. Por supuesto, durante la mayor parte de ese periodo fue la protección ofrecida por los bancos centrales ante cualquier atisbo de turbulencia lo que permitió descuidar las amenazas y lanzarse a comprar todo tipo de activos, casi sin reparar en su precio. Ahora, ciertamente, esa red de seguridad parece mucho menos confiable.

Pero no puede perderse de vista que el actual optimismo del mercado no nace tanto con el cambio de año como a inicios del pasado octubre. Por entonces, la crisis desatada en Reino Unido obligó al Banco de Inglaterra a dar un paso que algunos expertos consideran clave en la renovada confianza del mercado. Al intervenir para aplacar las tensiones en la deuda soberana británica, la institución envió un claro mensaje de que, incluso en un periodo de endurecimiento monetario, los bancos centrales están dispuestos a respaldar el mercado antes de que llegue la sangre al río. Los posteriores movimientos del Banco de Japón o el de China han contribuido también a compensar el drenaje de liquidez ejecutado en los últimos meses por la Fed.

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“En 2022, la supernova de liquidez comenzó a desmantelarse. Pero el viaje de salida está demostrando ser mucho más duro que el viaje de entrada. En octubre pasado, el Banco de Inglaterra tuvo que reanudar el QE [las compras de bonos], mientras hacía QT [ventas de bonos]. Y este año, el Banco de Japón ha tenido que comprar grandes cantidades de deuda japonesa para aplacar a los mercados, que temen el fin del control de la curva de rendimiento. Por lo tanto, los balances de los bancos centrales mundiales están una vez más en ascenso... La explicación fácil de por qué los mercados se están recuperando con tanta fuerza en 2023”, señalaban en una nota reciente Barnaby Martin y Ioannis Angelakis, estrategas de crédito de Bank of America.

En el relato que domina ahora los mercados, son muchas las cuestiones que pueden fallar y revelar excesivo el optimismo ahora imperante. La crisis energética puede resurgir con fuerza a lo largo del año o las presiones inflacionarias reactivarse por cualquier otra razón (la reapertura de China, las estrecheces de los mercados laborales en las economías desarrolladas), la resistencia de la economía hasta la fecha puede acabar resultando un simple retraso del golpe anunciado y, por supuesto, los bancos centrales pueden acabar actuando con mucha mayor dureza de la que se asume (quizá tanta como la que ellos mismos vaticinan).

Pero conviene no perder de vista que en su furor alcista los inversores no se mueven tan desnudos como en ocasiones pudiera parecer. Al menos, no mientras la abundancia de liquidez siga acompañando.

A menudo, los intentos de explicar el comportamiento de los mercados alumbran imágenes grotescas. Los esfuerzos por simplificar una realidad inevitablemente poliforme llevan a ignorar variables esenciales para entender la realidad.

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