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Por qué Europa lo ha hecho bien esta vez: la receta pragmática contra la crisis energética
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RÁPIDA, SIN TABÚES Y CON UN POCO DE SUERTE

Por qué Europa lo ha hecho bien esta vez: la receta pragmática contra la crisis energética

El llenado de reservas, la destrucción de la demanda y el regreso de las fuentes sucias, claves de la resiliencia comunitaria. La catástrofe se ha evitado, pero ¿a qué precio?

Foto: Una torre eléctrica. (EFE/Sergio Pérez)
Una torre eléctrica. (EFE/Sergio Pérez)
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Mientras las terrazas de Berlín vivían un ambiente propio de entretiempo para disfrutar de unos agradabilísimos 18 grados, las reservas subterráneas de gas natural de Alemania crecían como si estuviésemos en la temporada estival. Esta Navidad pasará a la historia por dos fenómenos inéditos que han ido de la mano: las altas temperaturas, que han batido récords en gran parte de Europa para esta época del año, y el excepcional nivel de los almacenes gasísticos, que en el caso de la locomotora continental vuelven a estar por encima del 90%, tras 17 días consecutivos de llenado. El General Invierno no ha aparecido en la guerra energética que libra Rusia, como contaba este periódico el sábado, y ha favorecido el abastecimiento europeo en la situación más crítica desde los años setenta.

La resiliencia comunitaria ha encontrado en el clima a un aliado excepcional, pero no todo se puede achacar a las bondades meteorológicas. Esta vez la UE lo ha hecho bien: si no fuese así, la ausencia de frío se habría antojado insuficiente para afrontar la dramática caída del suministro ruso desde el pasado verano y los vaivenes de un mercado tensionado que, poco a poco, vuelve a niveles cabales. La receta de los Veintisiete ante la crisis energética ha sido el pragmatismo, ir pedaleando para no caerse de la bicicleta, aunque a veces hubiese que sortear los obstáculos sacando un poco el pie para mantener el equilibrio. El problema es que, cuando las circunstancias te marcan el camino, no existe un rumbo fijo: al levantar la cabeza solo se ve un horizonte lleno de incertezas y contradicciones.

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El invierno de 2023 —aquel que se iba a saldar con apagones generalizados, decenas de millones de ancianos pasando frío por no poder encender la calefacción, el colapso industrial y una recesión como la del Gran Confinamiento— está superado, coinciden todos los expertos. Las previsiones más catastrofistas han fallado: la eurozona y la Unión Europea cerrarán el año que acaba de comenzar con crecimiento, aunque exiguo, mientras que Alemania solo perderá seis décimas de PIB, según el último pronóstico de la Comisión. Tras el estallido de la guerra se llegó a hablar de un desplome de dos dígitos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que un tercio de la economía mundial caerá en recesión, por lo que la situación europea no parece especialmente desesperada; más bien va en la línea de una disrupción global en los mercados energéticos y la emergencia de los desequilibrios labrados tras la pandemia. No hay más que mirar a China.

¿Cómo es posible que el Viejo Continente aguante si ha perdido casi la mitad de las exportaciones gasísticas del Kremlin en 2022? Los datos del gigante ruso Gazprom devuelven el tablero al año 2000, antes de que empezara una dependencia enfermiza que llegó a suponer el 40% del abastecimiento. Por el camino se han quedado decenas de miles de millones de metros cúbicos y, en países como Italia, tres cuartas partes del suministro procedente de Siberia. Sin embargo, Oxford Economics descarta que vaya a sufrir racionamientos de gas. Su caso es un buen ejemplo de lo que Europa ha hecho bien, aunque haya sido de una forma poco ortodoxa, pero también de los desafíos que implica el futuro.

Foto: Un soldado del bando ucraniano dispara un RPG durante unas maniobras en el frente cerca de Kreminna el pasado 3 de enero. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)

"A pesar del corte en los flujos de gas natural ruso, la rápida adaptación en las rutas redujo el impacto en el suministro total en 2022. El próximo año veremos una mayor caída en el suministro, pero los altos precios, las medidas regulatorias, las ganancias de eficiencia y el cambio de combustibles deberían controlar la demanda", reza el informe del instituto británico sobre la política de Roma, que bien vale para definir la de Bruselas y la de las principales capitales. Adaptación de las rutas y control de la demanda. He aquí las dos claves.

El mercado persa

El primer acierto europeo consiste en haber sabido moverse con velocidad en la búsqueda de nuevos proveedores, no solo para asegurarse el abastecimiento de hoy, sino también el de los próximos meses. Es decir, en llenar las reservas cueste lo que cueste. La obligación de llegar al inicio de la temporada fría con los almacenes subterráneos al 80% de su capacidad se cumplió con creces —los de algunos países alcanzaron el 100% antes del 1 de noviembre— y está permitiendo afrontar el invierno con garantías de suministro. De hecho, aún están al 83%, mientras que el año pasado a estas alturas se encontraban a la mitad.

La Comisión y los Estados miembros firmaron hasta 56 acuerdos energéticos con 23 países distintos entre enero y noviembre del año pasado

Miguel Ángel Lasheras, economista experto en mercados energéticos, cree que la UE ha emprendido un gran esfuerzo para afrontar este invierno, aunque advierte: "Lo unico que ha hecho es desplazar el problema, veremos qué pasa el otoño que viene". La suavidad del clima ha ayudado, pero el hecho de que algunos países sigan llenando las reservas aprovechando las elevadas temperaturas constata la voluntad de cubrirse las espaldas ante cualquier circunstancia.

Cualquier vendedor es bueno para conseguirlo. Según el European Council of Foreign Relations, la Comisión Europea y los Estados miembros firmaron hasta 56 acuerdos energéticos con 23 países distintos entre enero y noviembre de 2022; dos de cada tres estaban relacionados con el gas. El licuado (GNL), que llega a los puertos a través de barcos metaneros, se ha convertido en la forma más rápida de suplir el suministro ruso. Tanto, que la UE ha disparado sus compras un 58% en 2022, según la base de datos Refinitiv Eikon, con Estados Unidos, pero también algunas satrapías, como grandes beneficiados. Para devolverlo a su estado natural, los Veintisiete han acometido inversiones contrarreloj en plantas regasificadoras: la primera flotante ya funciona en Alemania. En el mercado persa del gas, Bruselas ha tirado de pragmatismo y hasta se ha valido de buques con cargamento siberiano para compensar la caída de las llegadas por tubo, aun a riesgo de seguir financiándole la guerra al presidente ruso, Vladímir Putin.

Foto: Planta de regasificación en Mugardos (A Coruña). (EFE/Kiko Delgado)

Comprar, comprar y comprar. Esa ha sido (y sigue siendo) la premisa. Ignacio Gistau, consultor energético que trabajó en Gazprom hasta la invasión de Crimea, cree que esta estrategia se ha demostrado acertada, pero recuerda que la seguridad de suministro para este invierno se ha conseguido a costa del consumidor. La razón resulta sencilla: el excepcional incremento de la demanda en el momento más bajo del año —el verano—, que coincidió con el cierre de los dos grandes grifos rusos (el Nord Stream y el Yamal-Europa), disparó los precios a niveles históricos, por encima incluso de los 300 euros el megavatio hora (MWh). Los nuevos proveedores y los intermediarios aprovecharon la circunstancia para hacer caja, con contratos a plazo muy por encima de los costes o subastas desorbitadas en el mercado spot. Los barcos metaneros han llegado a cambiar de ruta varias veces para venderse al mejor postor.

El regreso del Estado

Las empresas comercializadoras, presionadas por los Estados para aprovisionarse al máximo —en el caso de España, el mínimo de reservas pasó de 20 días de consumo a 27,5—, tenían dos opciones: o trasladarle el precio al cliente o quebrar. La mayoría apostó por lo primero, pero algunas de las que no lo hicieron, en varios casos obligadas por los gobiernos, acabaron siendo rescatadas. El ejemplo más destacado es el de la alemana Uniper, pero hay muchos más. En el mercado eléctrico se ha repetido un patrón similar, y el presidente francés, Emmanuel Macron, no ha dudado en nacionalizar EDF para —entre otros motivos— mantener el tope al encarecimiento del recibo de la luz.

Las facturas se han disparado en el continente, pero mucho menos que la cotización de los futuros energéticos, gracias a una inédita intervención del Estado que llega a todos los niveles. Los Veintisiete se han gastado desde el inicio de la crisis energética unos 600.000 millones de euros para amortiguar su impacto en los consumidores, ya sean familias o empresas, según el laboratorio de ideas Bruegel. De ellos, casi la mitad corresponde a Alemania, que ha roto la baraja para evitar un estallido social y un resugir euroescéptico como el que recorrió los países del sur tras la Gran Recesión. Pero, sobre todo, para mantener la actividad económica a flote y, a diferencia de lo que ocurrió con España, Portugal o Grecia durante la crisis financiera, evitar que el problema contagiase a todo el tejido productivo y condujese a una década perdida. Los tabúes han caído y el pragmatismo ha perpetuado algunas medidas de emergencia que se tomaron tras la irrupción de la pandemia, como el escudo antiopas sobre las empresas estratégicas o el marco para las ayudas de Estado.

Europa se ha lanzado a acaparar toda la energía posible mientras intenta reducir el consumo

De todas las acciones intervencionistas, las dos que aún no carburan son el impulso de las compras conjuntas de gas y la implantación de un tope para el mercado mayorista. La primera se halla empatanada por las negociaciones con las empresas que están llamadas a participar en la plataforma, mientras que la segunda solo se aplicará en momentos muy excepcionales, después de que los países más afectados por el cierre del grifo ruso, como Alemania, consiguiesen situar el umbral en 180 euros/MWh. Berlín temía que un tope más bajo pudiese desincentivar las ventas hacia Europa, pero lo cierto es que la estabilización de los precios en niveles todavía elevadísimos (70 euros), aunque por debajo de los previos a la guerra, convierte la medida en papel mojado.

Un futuro de contradicciones

No es la única contradicción en la que han caído los Veintisiete en su intento de asegurar el suministro energético a toda costa, pero a unos precios razonables cuando sea posible. La quema desaforada de carbón para la producción de electricidad —Alemania ha llegado a abrir una nueva central— atenta contra los objetivos climáticos de Bruselas, y también lo hacía la de gas en países como España, donde las centrales de ciclo combinado fueron la primer fuente para la generación de luz en 2022, impulsadas por el incentivo al consumo que supone la llamada excepción ibérica. Sin embargo, tanto este hidrocarburo como la nuclear son ya consideradas energías de transición en la nueva taxonomía comunitaria. Otro movimiento pragmático que, según Gistau, contribuirá a favorecer la inversiones en el sector gasístico, una pieza fundamental a medio plazo para cubrir la demanda cuando China despierte de su letargo económico.

Mientras Europa se lanza a acaparar toda la energía posible, intenta reducir el consumo al máximo. Una estrategia que parece contradictoria, pero que constituye la única vía para suplir el suministro ruso. Los Veintisiete se han comprometido a disminuir en un 15% el consumo de gas con respecto a la media de los cinco últimos años. Y, de momento, lo están consiguiendo con creces. Según corrobora Eurostat, la caída supera el 20%. Las medidas de ahorro y eficiencia energética establecidas por las principales capitales han evitado sacrificios mayores: mejor bajar la calefacción un par de grados durante todo el invierno que tener que cortarla durante unos días porque no hay gas suficiente.

Sin embargo, la verdadera clave podría estar en otro sitio. Gistau considera que la destrucción de la demanda, y no la mayor eficiencia, es la principal responsable de la caída del consumo: "Todo el mundo que podia sustituir el gas por otras cosas lo ha hecho". Con los procesos industriales ya optimizados al máximo en los sectores intensivos en energía, la contracción de la actividad en las factorías europeas ha sido la única salida ante los elevados precios y llevará a una recesión suave en países como Alemania o Italia. El experto reconoce que es muy difícil cuantificar qué parte del descenso del consumo se debe a los diferentes factores, pero lo cierto es que los objetivos marcados por la UE para sustituir al gas ruso se están cumpliendo. De momento.

El nuevo año se presenta lleno de incertidumbre. El incremento de la demanda en Asia volverá a tensionar el mercado, y Europa va a necesitar mucho más gas que en 2022, vaticina Gistau. El hidrocarburo del Kremlin aún ayudó al llenado de las reservas el verano pasado, pero el escaso flujo que todavía sigue entrando a través de Ucrania y Turquía apenas contribuirá a hacerlo en 2023. "El colchón que va a desaparecer habrá que llenarlo con GNL", advierte el antiguo empleado de Gazprom. Pero la capacidad de producción mundial resulta limitada, y la reanudación de algunas inversiones paralizadas durante el covid no tendrá un efecto inmediato. Lasheras advierte: "No está claro que sea suficiente". El estado de las reservas cuando acabe este invierno será una de las claves para afrontar el siguiente con garantías, antes del respiro que generarán en los mercados internacionales el aumento de la oferta, primero, y, ya a largo plazo, la progresiva reducción de la demanda que prevé la Agencia Internacional de la Energía.

"Si promocionas un gas barato, conseguirás que Europa siga funcionando con gas toda la vida"

Europa se afana en surfear un presente todavía gasístico mientras prepara un futuro basado en la autonomía estratégica que aportan las renovables. Y esta quizá sea la contradicción de las contradicciones en esta crisis. Ambos expertos coinciden en que asegurar el suministro de hidrocarburos y reducir la dependencia del exterior al mismo tiempo es como soplar y sorber a la vez. Además, las políticas de los últimos meses han distorsionado la señal de precios. "Si sigues promocionando un gas barato, lo que conseguirás es que Europa siga funcionando con gas toda la vida", lamenta Gistau.

El programa REPower EU, que contempla inversiones millonarias en energías limpias como el hidrógeno verde, convive con el mayor despliegue de subvenciones a las energías sucias que se recuerda. "No puede ser que necesitemos mucho más gas a corto y medio plazo, pero que digamos que se va a acabar con él en cinco o siete años. Es contradictorio", concluye Lasheras. Algunos lo calificarán de pragmático, y esa es la divisa actual.

Mientras las terrazas de Berlín vivían un ambiente propio de entretiempo para disfrutar de unos agradabilísimos 18 grados, las reservas subterráneas de gas natural de Alemania crecían como si estuviésemos en la temporada estival. Esta Navidad pasará a la historia por dos fenómenos inéditos que han ido de la mano: las altas temperaturas, que han batido récords en gran parte de Europa para esta época del año, y el excepcional nivel de los almacenes gasísticos, que en el caso de la locomotora continental vuelven a estar por encima del 90%, tras 17 días consecutivos de llenado. El General Invierno no ha aparecido en la guerra energética que libra Rusia, como contaba este periódico el sábado, y ha favorecido el abastecimiento europeo en la situación más crítica desde los años setenta.

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