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Cuando el Saler quiso ser Puerto Banús… pero la ciudadanía valenciana lo impidió
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Naturaleza sí, pero no tanta

Cuando el Saler quiso ser Puerto Banús… pero la ciudadanía valenciana lo impidió

En los estertores del franquismo Valencia quiso atraer el turismo de masas convirtiendo su bosque urbano en un enorme 'resort' vacacional

Foto: Dos personas pasean por El Saler, en una imagen del año pasado. (EFE/Biel Aliño)
Dos personas pasean por El Saler, en una imagen del año pasado. (EFE/Biel Aliño)

En el mismo contexto en el que Puerto Banús brotó en Marbella, como foco fastuoso para el turismo de lujo, sobre el territorio del Saler, al sur de Valencia, a la vera de La Albufera, sobrevoló la gran tentación del turismo de masas. Al calor del impulso turístico de Manuel Fraga, con el fin de aprovechar enclaves especiales de la costa, se planeaba convertir la zona natural en una mole hotelera. El Ayuntamiento de Valencia llegó a aprobar en 1965 el proyecto de Cano Lasso para que a lo largo de sus 800 hectáreas de bosque se levantaran 24 hoteles, 56 torres, 2.250 apartamentos, nueve poblados costeros, un campo de golf, un puerto deportivo, un parador, un hipódromo.

Capturar espacios privilegiados para tender una alfombra al capital inmobiliario formaba parte de la fiebre por el desarrollismo. La habitual retahíla de cifras prometía mambo y frenesí para la economía local. El territorio, por mucha riqueza ambiental que reuniera (biodiversidad mediterránea, pulmón verde a apenas unos minutos de Valencia…) era un elemento subsidiario ante la bicoca por llegar. Las inversiones iban a insuflar oxígeno a las arcas de la ciudad y dar paso a una nueva dimensión. Naturaleza sí, pero no tanta.

placeholder Un cartel de 1964. (Cedida)
Un cartel de 1964. (Cedida)

La editorial de las Provincias en el verano de 1970 reforzaba la falsa dicotomía entre conservación natural y progreso económico: “Más probable es que los valencianos piensen que la labor que se impone sea la de conciliar objetivos que parecen antagónicos los unos de los otros, y quizá no lo sean ni poco, ni mucho: que coexistan la urbanización, tan necesaria; la explotación turística, tan deseable; el disfrute popular, tan justo; el esplendor del bosque, tan esencial y tan intangible; el respeto, en fin, a la fauna, tan aconsejable. Pero donde se dice fauna, léase la fauna que ni dañe, ni estorbe, ni prevalezca sobre los restantes fines”.

En ese texto estratégico, bajo el título Como la copa de un pino, el diario venía a considerar que naturaleza sí, pero sin pasarse. Había que aprovechar las oportunidades al vuelo y no andar incordiando con la fauna y flora. A pesar de que el Ministerio de Fraga, la corporación municipal y buena parte de la opinión pública se alinearon para dejar la urbanización atada y bien atada, el Saler no fue Puerto Banús. Y no lo fue, en buena parte, porque terminó dándose una simbiosis entre el alumbramiento de la democracia española y la viabilidad del proyecto.

Foto: La naturaleza marina está directamente amenazada por el cambio climático. (EFE/Carlos López)

Aunque de aquella editorial de 1970 hasta el año 1973 apenas pasaron tres años, la línea del tiempo se aceleró de tal manera que fue la distancia entre dos épocas antagónicas. Si desde el principio activistas ambientales como Gil Corell, Docavo o Mansanet habían advertido del cataclismo que supondría el proyecto (incluso Félix Rodríguez de la Fuente le dedicó un programa en Vida Salvaje), fue a partir de ese 73 cuando las cosas comenzaron a cambiar definitivamente.

El Saler per al poble

Los colectivos contrarios a la actuación lograron vincularse bajo un lema poderoso: El Saler per al poble, que comenzó a arraigar, advirtiendo que en la balanza había costes que pesaban mucho más que las posibles inversiones, auspiciadas por agentes como el Banco Urquijo. Y en esa percepción, Las Provincias jugaría de nuevo un papel decisivo. Su línea editorial, con la llegada al periódico de María Consuelo Reyna, giró radicalmente. Y con ella los misiles cambiaron su dirección. Al igual que ocurriría con el riesgo de urbanización del antiguo cauce del Turia, las misivas de Reyna se oponían a que las infraestructuras turísticas se zamparan los territorios más cualitativos de la ciudad.

Las voces de alarma han comenzado a sonar con fuerza después del planteamiento de la urbanización”, avisaba Las Provincias. “Ha sido en los últimos años, a raíz de la justificada conmoción mundial por los problemas de la contaminación y la ecología, de la destrucción de la naturaleza y el abuso urbanístico, cuando ha comenzado la reflexión sobre el Saler, de modo serio”, escribía el periodista Pérez Puche en sus páginas, en 1973.

placeholder Orden del Ministerio de Hacienda. (Cedida)
Orden del Ministerio de Hacienda. (Cedida)

El diario valenciano había cambiado su postura, pero también la sociedad había comenzado a tener en cuenta que el progreso y el desarrollismo no eran necesariamente la misma cosa. En los estertores del franquismo, más de 15.000 firmas pidieron la paralización de los planes junto a La Albufera. A pesar de que el ayuntamiento había accedido a modificar puntualmente algunos de los principales excesos, el movimiento ciudadano exigió salvar al completo el pulmón verde. En 1974 el Colegio de Arquitectos acogió la muestra El Saler: datos para una decisión colectiva. Su impacto desmintió muchas de las máximas económicas que sostenía la dictadura, pero especialmente mostró todo lo que Valencia perdería convirtiendo su devesa y su bosque en un resort vacacional.

Pulmón verde y democrático

En ese camino en paralelo entre la democratización del país y la conservación del Saler, en 1980 el primer ayuntamiento surgido tras las elecciones terminó con los planes inmobiliarios. En los años siguientes fue creando el armatoste legal para su protección. A pesar de que, en una carrera contrarreloj, los urbanizadores lograron iniciar su obra faraónica con algunos edificios –todavía visibles–, con un campo de golf y con algunos tramos urbanizados, en 1986 la declaración como Parque Natural de La Albufera, incluyendo al Saler, refrendó que, como gritaban aquellos pioneros de los setenta, el Saler era para el pueblo.

Casi medio siglo después, sigue representando una defensa crítica sin la cual Valencia no puede entenderse tal y como es. Por eso la movilización colectiva ha vuelto a ser recordada como ejemplo ante las protestas por los planes de ampliación norte del Puerto, con lemas como más València, menos Puerto. Voces como las de Rodríguez de la Fuente (en este caso Odile, su hija) vuelven a sonar mostrando que a aquella balanza que giró su inclinación se le sigue añadiendo peso.

En el mismo contexto en el que Puerto Banús brotó en Marbella, como foco fastuoso para el turismo de lujo, sobre el territorio del Saler, al sur de Valencia, a la vera de La Albufera, sobrevoló la gran tentación del turismo de masas. Al calor del impulso turístico de Manuel Fraga, con el fin de aprovechar enclaves especiales de la costa, se planeaba convertir la zona natural en una mole hotelera. El Ayuntamiento de Valencia llegó a aprobar en 1965 el proyecto de Cano Lasso para que a lo largo de sus 800 hectáreas de bosque se levantaran 24 hoteles, 56 torres, 2.250 apartamentos, nueve poblados costeros, un campo de golf, un puerto deportivo, un parador, un hipódromo.

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