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La estelada vuelve al baúl en Cataluña: el PSC ancla a ERC en el autonomismo
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EL TABLERO SE REUBICA

La estelada vuelve al baúl en Cataluña: el PSC ancla a ERC en el autonomismo

En la calle se habla en pasado del 'procés'. El eje izquierda-derecha irá ganando peso frente a los bloques independentista-no independentista

Foto:  El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el líder del PSC, Salvador Illa, al sellar el pacto de presupuestos. (EFE/Andreu Dalmau)
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el líder del PSC, Salvador Illa, al sellar el pacto de presupuestos. (EFE/Andreu Dalmau)
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Punto final al quinquenio de la rectificación. El 29 de octubre de 2017, dos días después de la fake declaración de independencia de Cataluña, el periódico AVUI publicaba un artículo de opinión de Oriol Junqueras titulado En el camino que nos queda por recorrer. En el texto, escrito cuatro días antes de ingresar en prisión preventiva por orden de la juez del Tribunal Supremo Carmen Lamela, el presidente de ERC reconocía de facto que la república catalana era una entelequia y anunciaba que a partir de entonces deberían tomarse decisiones que "no siempre serían fáciles de entender" para los independentistas. Hasta ese artículo, que no era más que el reconocimiento de un engaño y un fracaso a pesar de toda la prosopopeya épica que lo adornaba, hay que viajar para entender la Cataluña del 2023. Los cinco años y tres meses transcurridos desde entonces no han sido otra cosa que un lentísimo caminar hacia atrás en busca de la normalidad perdida. El último paso, la guinda del pastel, ha sido el pacto ERC-PSC para la aprobación de los presupuestos de la Generalitat del presente ejercicio. Un acuerdo que ancla todavía más a la política catalana en el autonomismo y la aleja, indefinida aunque no definitivamente, de nuevas veleidades independentistas.

La fotografía de Pere Aragonès y Salvador Illa esta semana rubricando el acuerdo de presupuestos significa muchas cosas. Entre las más notables, el final formal de la política de bloques y de los cordones sanitarios a las fuerzas políticas constitucionalistas y el desplazamiento de placas hacia el eje izquierda-derecha en detrimento del identitario. Pero provoca también una reubicación definitiva en el tablero de juego de todas las formaciones políticas que operan en Cataluña en la disputa por asegurarse la representatividad y el futuro control de las instituciones, a las puertas de un nuevo ciclo electoral que empezará en mayo con las municipales, seguirá en noviembre con las generales y culminará en mayo de 2024 con las elecciones europeas.

El camino a las municipales y la batalla de Barcelona

En esta primera contienda los grandes competidores —PSC, ERC, JxCAT y en el caso de Barcelona también los Comunes de Ada Colau— librarán la guerra sin apenas presencia de esteladas. Incluso JxCAT, a petición expresa de muchos de sus alcaldables, obviará la cuestión independentista y las cuitas del puigdemontismo, para centrarse en la amenaza para el bienestar que suponen los tripartitos de izquierda. El caso más paradigmático es Barcelona, ciudad en la que Xavier Trías, el último gran convergente en activo, ha exigido a su partido que haga mutis por el foro en campaña para no interferir en sus ambiciones.

placeholder Trias, candidato de JxCAT a la alcaldía de Barcelona. (EFE)
Trias, candidato de JxCAT a la alcaldía de Barcelona. (EFE)

Hay que tomar nota de ello: en la Cataluña del 2023, JxCAT está obligado a silenciar su radicalismo independentista si quiere evitarse el ridículo en las grandes ciudades. ERC y el PSC harán sus apuestas en el eje social. Los primeros echando mano de Gabriel Rufián y su izquierdismo de verbo lerrouxista como ejemplo de lo que ofrecen en el área metropolitana, los segundos intentando sacar provecho del propagandismo social de Pedro Sánchez. Las alcaldías van a pactarse, como ya pasó en 2019, sin que el independentismo sea una variable a considerar. Si Trías fuese el candidato más votado en Barcelona, opción de lo más plausible dado que es el único candidato que garantiza la expulsión de Ada Colau del consistorio, aceptaría sin pestañear los votos del candidato socialista, Jaume Collboni. Así pues, el discurso independentista, en esta primera batalla, ni está ni se le espera. Ni tan siquiera en los entornos rurales, con las excepciones que quieran contarse en algunas comarcas muy específicas y con un peso de población marginal en relación con el conjunto de Cataluña.

Velando armas para las elecciones generales

El eje identitario volverá a coger peso de cara a las elecciones generales. Los socialistas pivotarán en Cataluña sobre un doble discurso: ellos son la vacuna contra el independentismo y contra la precariedad. Sacarán pecho por haber normalizado la agenda catalana desinflamando el conflicto y también del conjunto de políticas sociales y económicas de Pedro Sánchez.

Cataluña será una comunidad clave para las aspiraciones de Pedro Sánchez por mantenerse en la Moncloa y los socialistas van a batirse el cobre en esta comunidad a base de bien. ERC resucitará su personalidad independentista en la carrera hacia el Congreso. Intentará rentabilizar su estrategia del diálogo de la presente legislatura —indultos y reforma del código penal— y explicará que si Pedro Sánchez continúa como presidente de España, pero en una posición de debilidad, será el momento ya definitivo para arrancarle al Estado la celebración de un referéndum. Veremos cambios en JxCAT, que seguirá fiel a su irredentismo pero menos. Intentará reubicarse en el tablero como una opción útil —no como ahora— en las negociaciones con el futuro gobierno del Estado y en la política española en su conjunto.

Los tres partidos coincidirán en que con un gobierno del PP —con Vox o sin él— Cataluña volverá a una zona de riesgo. Los Comunes, agrupados en lo que sea que acabe siendo el invento de Yolanda Díaz, también formarán parte de este pack, con un discurso similar al de ERC, partido al que cada vez se parecen más.

Foto: Pedro Sánchez, durante el acto de Villaverde, en Madrid. (EFE/Fernando Villar)

El PP bajará el tono, aunque seguirá siendo uno de los ejes de su campaña, antinacionalista de anteriores comicios y jugará esta vez también la carta de las políticas sectoriales y la amenaza de desastre que supondría seguir en manos de un Pedro Sánchez entregado con entusiasmo a sus socios. Y será de este modo —apuntando también al eje izquierda-derecha y no solo al independentismo— que obtendrá mejores resultados. Ahora tienen dos únicos diputados al Congreso de un total de 48 que se disputan en Cataluña. Desaparecido Cs, Vox será el partido que sacará cabeza con más agresividad contra el soberanismo, lo que afianzará la convicción de que este es ya un asunto que sigue siendo importante para todos los partidos pero que ha pasado a vivirse obsesivamente únicamente en los márgenes.

Así que en las generales, a diferencia de las municipales, sí se oirá hablar de independencia. Pero Cataluña no vivirá de nuevo una campaña monotemática como sí lo han sido de manera reiterada las últimas convocatorias de estos comicios. Entre otras cosas porque esta comunidad autónoma no se mantendrá ajena a la lectura bipartidista con la que se va a acudir a las urnas —PSOE o PP—, derecha o izquierda, lo que a la práctica beneficiará mayormente a los socialistas en perjuicio de los independentistas.

Nuevas cartas para el nuevo tempo político

Tras las elecciones generales, y dejando de lado los comicios europeos, el mapa de poder se habrá completado en el plano municipal y en las instituciones del Estado. Si Pedro Sánchez consiguiese revalidar mandato, y requiriese, como en la presente legislatura, los votos de ERC, la legislatura catalana podría llegar hasta el 2025. Los socialistas siempre primarán los intereses del gobierno de la nación que no las prisas por disputar a ERC la presidencia de la Generalitat.

El acuerdo de presupuestos Aragonès-Illa no es un pacto de legislatura. Así que un cambio de gobierno en España o una alteración de la política de alianzas de Pedro Sánchez abocaría a unas elecciones autonómicas en Cataluña a partir de mediados de 2024. Pero este es ya, por lejano, terreno desconocido.

Foto: Pere Aragonès y Salvador Illa. (EFE/Enric Fontcuberta)

Un gobierno de los populares, por el contrario, dejará al independentismo sin la carta de la negociación y, en consecuencia, es muy probable que desde el soberanismo volvieran a activarse los altavoces de la confrontación dialéctica como primer paso para intentar una reactivación de las grandes movilizaciones y el reagrupamiento de las diferentes familias y sensibilidades del independentismo que ahora están completamente divididas.

Las semillas trumpistas que se han plantado en Cataluña —también en España en el eje derecha-izquierda— de considerar legítimo únicamente a aquel gobierno que resulta complaciente con la propia cosmovisión de cada uno, anticipa escenarios que, sin llegar a los vividos en el pasado, significarían una reactivación de las tensiones del soberanismo. Todo ello dependerá de como se repartan las cartas en las elecciones generales y también de cuan interés tenga el PP en jugar la carta independentista para su propio beneficio electoralista. No hay que olvidarse de que abanderados del cuanto peor mejor los hay en todas las familias: en el independentismo, en el constitucionalismo, en la derecha y en la izquierda.

Los cisnes negros

El cisne negro, por definición imprevisible, es en este caso perfectamente visible y vuela con nombres y apellidos: Carles Puigdemont. El expresidente tiene todavía plena capacidad para desestabilizar el tablero político, como demostró hace poco forzando la salida de JxCAT del gobierno catalán. Hay tres escenarios de futuro a imaginarse respecto a él: mantenimiento de su situación actual, regreso a España con inmunidad garantizada por las instituciones europeas y con plena capacidad de movimiento en libertad o entrega a las autoridades judiciales en cumplimiento de nuevas euroórdenes. A excepción del primer escenario, cualquiera de los otros dos supondría un elemento disruptivo de primer orden imposible de prever en su totalidad. No obstante, la imagen de un Carles Puigdemont levantando por sí solo los ánimos del independentismo para regresarlo a su punto álgido roza la fantasía. La kriptonita del expresidente radica principalmente en su condición de autoexiliado.

Puigdemont tiene todavía plena capacidad para desestabilizar el tablero, como demostró al forzar la salida de JxCAT del gobierno catalán

Las demás cuestiones, como el juicio a Laura Borràs por supuesta corrupción que empieza el próximo viernes —JxCAT ya ha convocado una manifestación de apoyo— o las cuitas judiciales a las que deben enfrentarse los lideres procesistas de segundo y tercer orden, no van a tener ningún impacto sustancial en la agenda política catalana. Si acaso, una sentencia condenatoria a Laura Borràs sí lo tendría en JxCAT, puesto que dejaría más despejado el camino a los miembros de esa formación que porfían por convertirla de nuevo en un partido político reconocible y coherente, alejado ya definitivamente de las tesis torristas y unilateralistas. Tampoco el soberanismo cívico está en condiciones de protagonizar ni tan siquiera medio pulso a los partidos políticos que en su día arrastró al precipicio de la unilateralidad. La otrora poderosa Assemblea Nacional Catalana (ANC) se resquebraja a cada día que pasa un poquito más y ya no tiene apenas influencia en la agenda política, mientras que la otra gran entidad cívica del independentismo, Òmnium Cultural, comparte plenamente el aggiornamento de ERC.

Y mientras tanto a pie de calle

La independencia hace tiempo que ha dejado de formar parte obsesiva de las conversaciones. Se habla del proceso con las formas verbales del pretérito y es residual el grupo de ciudadanos que sigue empeñado en intentar avivar las brasas —cada vez más cenizas— de lo vivido en la última década para provocar un nuevo incendio. La ciudadanía ha pasado mayormente página.

El independentismo de a pie cada vez está más dividido, proliferan los insultos en las manifestaciones y, en realidad, es incapaz de imaginar algo más que no sea la pura resistencia electoral a través de los partidos que siguen llamándose independentistas a pesar de haber apostado claramente, del primero al último, por un nuevo ciclo autonomista.

Foto: El líder del PSC-Units, Salvador Illa. (EFE/Quique García) Opinión

También el constitucionalismo ciudadano ha mutado definitivamente de las posiciones de resistencia de los momentos álgidos del conflicto —que se articularon políticamente a través de Cs— al moderantismo del PSC, cuya estrategia ha consistido en naturalizar al independentismo como actor político y, de esta guisa, inutilizar sus máximas ambiciones. La centralidad del PSC en la política catalana, que ya le llevó a ganar aunque sin gobernar las últimas elecciones catalanas, responde a esta estrategia: vencer al independentismo sin humillarlo. Dejarlo ser independentista en el verbo forzándolo a ser autonomista en los hechos.

El presente roza casi la normalidad y el futuro ya dirá. Por eso en este momento la estelada ya no sirve como la única variable para analizar la realidad y la actualidad política de Cataluña. A estas alturas resulta tan equivocado querer entender lo que pasa en esta comunidad siguiendo la costumbre de los últimos años como intentar hacer lo propio con España a través de las lentes del bipartidismo.

Punto final al quinquenio de la rectificación. El 29 de octubre de 2017, dos días después de la fake declaración de independencia de Cataluña, el periódico AVUI publicaba un artículo de opinión de Oriol Junqueras titulado En el camino que nos queda por recorrer. En el texto, escrito cuatro días antes de ingresar en prisión preventiva por orden de la juez del Tribunal Supremo Carmen Lamela, el presidente de ERC reconocía de facto que la república catalana era una entelequia y anunciaba que a partir de entonces deberían tomarse decisiones que "no siempre serían fáciles de entender" para los independentistas. Hasta ese artículo, que no era más que el reconocimiento de un engaño y un fracaso a pesar de toda la prosopopeya épica que lo adornaba, hay que viajar para entender la Cataluña del 2023. Los cinco años y tres meses transcurridos desde entonces no han sido otra cosa que un lentísimo caminar hacia atrás en busca de la normalidad perdida. El último paso, la guinda del pastel, ha sido el pacto ERC-PSC para la aprobación de los presupuestos de la Generalitat del presente ejercicio. Un acuerdo que ancla todavía más a la política catalana en el autonomismo y la aleja, indefinida aunque no definitivamente, de nuevas veleidades independentistas.

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