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De echar a Susana Díaz a la dimisión: el año que acabó con Albert Rivera
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DOCE MESES DE ALTIBAJOS Y UN FINAL

De echar a Susana Díaz a la dimisión: el año que acabó con Albert Rivera

Hace un año Rivera saboreaba la victoria andaluza. Unos meses después le pisaba los talones al PP. Después, llegaron los errores. Tantos que terminaron dando la vuelta a su carrera política

Foto: El exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante el pasado 11 de noviembre cuando anunció su dimisión. (Reuters)
El exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante el pasado 11 de noviembre cuando anunció su dimisión. (Reuters)

Si un año antes hubieran dicho que el final político de Albert Rivera estaba cerca, nadie lo habría creído. Era diciembre de 2018 y el líder de Ciudadanos saboreaba los resultados de las elecciones andaluzas. "Hay diputados para el cambio, vamos a echar al PSOE de la Junta", gritaba justo al lado de Juan Marín. PP y Cs iban a gobernar en Andalucía con el apoyo de Vox por primera vez en 40 años. Ni siquiera la irrupción del partido de Abascal, que debutó con 12 diputados —un resultado que ninguna encuesta anticipó— fue capaz de quitarle la sonrisa de la cara a Rivera. Ciudadanos por fin entraría en un Gobierno autonómico y lo iba a hacer en uno de los más importantes para su formación.

Pero no solo eso. Algo había cambiado. El caso andaluz probaba que la suma de la derecha era posible y hacía pensar que en futuras citas electorales (las autonómicas y municipales de casi toda España el siguiente mayo y, más tarde,se confirmaría la convocatoria de unas generales en abril) ese pacto podía replicarse.

La ejecutiva clave de 2019

El 18 de febrero Ciudadanos celebró una ejecutiva trascendental para el futuro del partido. El cónclave llegaba tres días después de que Sánchez hubiera confirmado la fecha del 28 de abril. La dirección nacional naranja aprobó por unanimidad no pactar con los socialistas tras los comicios. La decisión no tenía vuelta de hoja. "Ningún voto que vaya a Ciudadanos permitirá que Sánchez sea presidente", explicaba el entonces secretario general, José Manuel Villegas. La dureza de la frase y de la propia determinación no se comprendería hasta un tiempo después. Fuentes de la cúpula reconocerían que Ciudadanos se desangraba en las encuestas por la derecha. El núcleo duro de Rivera explicó ante la ejecutiva que era necesaria una "decisión drástica" que convenciera a los votantes y evitar un desastre.

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera (d), junto al secretario general, José Manuel Villegas (i). (EFE)

A partir de ese momento empezó la segunda fase del plan. Ciudadanos había dejado claro que no pactaría con Sánchez y, para terminar de garantizar a su electorado que la prioridad era repetir un pacto a la andaluza, Rivera tendió la mano a Pablo Casado ofreciendo un Gobierno de coalición tras el 28-A. Aún era marzo y faltaban dos meses para las elecciones, pero el líder naranja avanzaba en su firme oposición al PSOE. Por un lado, cortaba de raíz cualquier fuga de votantes hacia el PP e incluso a Vox y, por el otro, rivalizaba directamente con los populares: "Los españoles saben que Ciudadanos no hará presidente a Sánchez. Ahora solo tienen que decidir si quieren que el presidente sea Casado o yo", lanzaba públicamente.

La mejor noche

La decisión fue un acierto a ojos del resultado arrojado en las urnas. Cuando apenas faltaban tres días para las elecciones, el equipo de Rivera no escondía su optimismo. "Las cosas pueden ir muy, muy bien", repetían. Pero ni en sus mejores expectativas —que ya eran muy altas— podían imaginar que se quedarían a solo 9 escaños del todopoderoso PP, hegemónico hasta el momento en el espectro del centroderecha.

Rivera firmaba apenas cuatro años después de haber irrumpido en el Congreso el mejor resultado de la historia para su partido: 57 escaños y casi rozando el 16% del voto. Nada podía empañar aquella sensación de victoria que se respiraba en la sede nacional del barrio de Ventas. Ni siquiera el goteo de titulares que apuntaban a un escenario que Rivera no quería ni escuchar: la suma de PSOE y los naranjas alcanzaba los 180 diputados.Una mayoría absoluta, sólida y que podía garantizar una legislatura estable.

placeholder El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, en el cierre de campaña de abril. (EFE)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, en el cierre de campaña de abril. (EFE)


Mayo, el principio del fin

La tregua duró algo más de un mes. La siguiente cita marcada en el calendario era el 26 de mayo y a ningún partido le interesaba mojarse antes de tiempo. Primero iban las urnas. Los resultados de Ciudadanos fueron los mejores que habían obtenido nunca. Pero, indudablemente, dejaron un sabor agridulce. Crecieron mucho sin consolidar el ansiado sorpaso al PP en ningún territorio. Tampoco hicieron valer su peso a juzgar por el mapa de alcaldías y presidencias que se configuró: solo obtuvieron una gran plaza, la de Granada, haciendo alcalde a Luis Salvador. En el resto de CCAA y ayuntamientos ocuparon las vicepresidencias y las vicealcaldías. El PP resistía, primero en votos, y después en poder institucional gracias a sus socios.

"Mayo fue el principio del fin". Muchos cuadros del partido apuntan a ese mes como el gran error, no al veto a Sánchez de abril. La segunda ejecutiva más trascendental del año llegaría el 3 de junio. La dirección aprobaba la segunda decisión importante del año: Ciudadanos daría prioridad a los acuerdos con el PP como socio preferente y rechazaba, al mismo tiempo, las mesas de negociación con Vox. Igual que ocurrió en Andalucía, los dirigentes territoriales naranjas se vieron obligados a abrir solo conversaciones con el PP para cerrar acuerdos de Gobierno, a pesar de que los votos del partido de ultraderecha eran igual de necesarios. Los populares negociarían por separado con Vox y así no habría mesas a tres.

Foto: Reunión de la ejecutiva nacional de Ciudadanos. (EFE)

Al final, el que estaba llamado a ser el socio preferente se convirtió casi en único. Todas las plazas relevantes fueron pactadas con el PP, cerrando la puerta a cualquier acuerdo con el PSOE en lugares como Murcia o Castilla y León donde los cuadros territoriales se inclinaban por desalojar al PP del poder, exactamente igual que hicieron con los socialistas en Andalucía. Tampoco Ciudadanos fue capaz de alcanzar un acuerdo con barones nada cercanos al 'sanchismo' como Javier Lambán en Aragón.

La crisis interna más difícil

El partido llevaba tiempo agrietándose por la estrategia inaugurada en febrero, pero en el mes de junio, se rompió en pedazos. Llegó la tercera ejecutiva trascendental y esta, fue especialmente dolorosa. Era 24 de junio y el diputado, miembro de la dirección y del núcleo duro de Rivera, Toni Roldán, comunicaba su dimisión, reconociendo fuertes discrepancias con la ejecutiva y con el "rumbo" que había tomado el partido. Tras la suya, hubo un goteo de nuevas marchas.

El líder del partido llevaba meses algo aislado, "bunkerizado" decían compañeros de escaño y de sede. Aquello fue un jarro de agua fría. La desconfianza aumentó. Rivera no era el mismo. Además, durante los meses de junio y julio la presión mediática, empresarial e institucional en busca de un acuerdo con el PSOE escaló a los niveles más altos.

Foto: El diputado de Ciudadanos Toni Roldán, en la rueda de prensa. (EFE)

A lo largo del verano rechazó hasta en dos ocasiones reunirse con el candidato socialista, generando antipatía en la sociedad y renunciando, dirían más tarde algunos dirigentes del partido, a contar con información de primera mano sobre los planes de Sánchez. Más tarde se confirmaría que el plan eran segundas elecciones. Pero Rivera no lo vio. El líder de Ciudadanos se cerró en banda y no dejó un ápice de duda: la decisión del no a Sánchez era irrevocable. Estaba convencido de que el pacto con Podemos prosperaría. El 12 de septiembre, en una entrevista con este diario, seguía dando por hecho que la investidura saldría adelante.

Unos días más tarde, cuando la sombra de la repetición electoral era un hecho incluso en el cuartel general de Ciudadanos, Rivera lanzó una "solución al límite" proponiendo una abstención conjunta de su partido y el PP a cambio de tres condiciones: romper el pacto en Navarra con Podemos y los nacionalistas, planificar un nuevo 155 en Cataluña y varias medidas económicas. Durante los siguientes días el partido se afanó en explicar esa "solución de Estado" que los ciudadanos, sin embargo, no comprendieron. Ni sus votantes, ni los ajenos. Ahondaron, de hecho, en el recurrente calificativo de "veletas" y dieron un balón de oxígeno al PP para recuperar a todos los electores perdidos y simultáneamente Vox se hacía con el relato 'anti Sánchez' más creíble.

El 10-N y la noche más dolorosa

La campaña electoral del 10 de noviembre fue la más difícil que recuerdan en el partido. El mensaje no varió con respecto a los días anteriores: utilidad, garantizar que España tendría un Gobierno y apostar por la vía constitucionalista de PSOE-PP-Ciudadanos. Era tarde. Ni resultó creíble ni funcionó. Nada funcionaba. Los medios de comunicación, las redes sociales, los grupos de WhatsApp... no había ni una plataforma que no criticara e incluso ridiculizara las propuestas de los naranjas con escasas excepciones.

placeholder El líder de Ciudadanos, Albert Rivera (c), y el secretario general, José Manuel Villegas (2-d). (EFE)
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera (c), y el secretario general, José Manuel Villegas (2-d). (EFE)

Mientras tanto, los socialistas se lanzaron a una campaña de recuperación del centro, los populares rescataron la credibilidad perdida erigiéndose como alternativa y Vox recogió a buena parte del votante de la derecha y a una enorme facción de la sociedad que clamaba contra el bipartidismo aglutinando el voto de lo novedoso, de la esperanza del cambio.

El tablero político se dio la vuelta y los peores pronósticos se confirmaron en la fatídica noche del 10 de noviembre. Ciudadanos pasaba de ser tercera fuerza y pisarle los talones al PP, a convertirse en el sexto partido del Congreso (por detrás de ERC) con 10 diputados y poco más del 6% de los sufragios en toda España. Rivera dio la cara aquella misma noche anticipando un congreso extraordinario y dejando caer la noticia que nadie quería escuchar en aquel momento. La confirmaría al día siguiente en la ejecutiva poselectoral del lunes 11. Dimitía como presidente de Ciudadanos, renunciaba al escaño y abandonaba la política. Aún hoy son muchos los que se siguen mirando: "No me lo creo todavía. Albert ya no está".

Si un año antes hubieran dicho que el final político de Albert Rivera estaba cerca, nadie lo habría creído. Era diciembre de 2018 y el líder de Ciudadanos saboreaba los resultados de las elecciones andaluzas. "Hay diputados para el cambio, vamos a echar al PSOE de la Junta", gritaba justo al lado de Juan Marín. PP y Cs iban a gobernar en Andalucía con el apoyo de Vox por primera vez en 40 años. Ni siquiera la irrupción del partido de Abascal, que debutó con 12 diputados —un resultado que ninguna encuesta anticipó— fue capaz de quitarle la sonrisa de la cara a Rivera. Ciudadanos por fin entraría en un Gobierno autonómico y lo iba a hacer en uno de los más importantes para su formación.

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