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El apocalipsis energético tampoco llegará el próximo invierno
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LOS MERCADOS POR FIN RESPIRAN

El apocalipsis energético tampoco llegará el próximo invierno

La Unión Europea solo tendrá que inyectar la mitad de gas que el año pasado para llenar sus reservas de cara a la temporada fría, con España a la cabeza de los países más desahogados

Foto: Un compresor de gas, en Polonia. (Reuters/Cezary Aszkielowicz)
Un compresor de gas, en Polonia. (Reuters/Cezary Aszkielowicz)
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Europa afronta el invierno de 2024 con cierta suficiencia. Desde que los Veintisiete decidieron independizarse —o las circunstancias les obligaron— del gas que enviaba el autócrata ruso, Vladímir Putin, las autoridades comunitarias han repetido siempre el mismo mensaje: esto no es cosa de un año, sino de dos. Salvar los muebles el primer invierno era solo parte del trabajo: pese a que las pasadas navidades las principales capitales respiraban aliviadas, la espada de Damocles, decían los analistas, seguía sobre sus cabezas. La reapertura de la economía China tras el fin de la política de covid cero y las contingencias meteorológicas planteaban dudas sobre la demanda, mientras que el shock de oferta provocado por la invasión de Ucrania no se iba a atajar de la noche a la mañana. Ahora, en la primavera más cálida que se recuerda, esas incertezas continúan, aunque cada día que pasa hay más motivos para afirmar que el apocalipsis energético tampoco llegará el próximo invierno.

Esta vez, la Unión Europea lo ha hecho bien... y ha tenido un poco de suerte. Si el éxito es una combinación de capacidad, esfuerzo y una dosis de fortuna, el viejo continente ha dado con la tecla que le ha permitido aunarlas para dejar atrás la situación de anormalidad vivida desde que el Kremlin lanzó sus tanques hacia Kiev. Como los buenos estudiantes, los Veintisiete concentraron el esfuerzo en la primera mitad de curso —la temporada 2022-2023— y, ahora que se saben la lección, solo tienen que repasar para aprobar el examen. Pese a todo, Gergely Molnar, analista de gas de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), advierte: "No hay espacio para la complacencia".

El director ejecutivo de este organismo global, Fatih Birol, no se cansa de repetir que todavía es demasiado pronto para cantar victoria. Todas las energías, suele decir el economista turco, son necesarias para hacer frente al gran reto de sustituir el suministro ruso, que hasta el año pasado representaba cerca de la mitad de las importaciones comunitarias. Pero lo cierto es que los principales países ya empiezan a dejar atrás las urgencias de los últimos meses, que dieron lugar a medidas improvisadas, y han retomado algunos proyectos que tenían antes de la guerra. Es el caso de Alemania, que el pasado 15 de abril desconectó sus últimas centrales nucleares, cuyo cierre se había pospuesto 100 días ante la incertidumbre con la que se encaraba el pasado invierno.

El clima inusualmente cálido de los últimos meses ha permitido a Europa despejar algunos de los nubarrones que se cernían sobre el presente y pensar más a largo plazo, a través de una estrategia basada en la eficiencia energética, el fomento de las energías limpias, la solidaridad entre los socios —gracias al refuerzo de las infraestructuras de interconexión— y la diversificación de proveedores. Sin ir más lejos, las llegadas de Rusia a través de gasoductos han caído a cifras ridículas y, pese a que el gas siberiano sigue arribando a los puertos europeos por medio de barcos metaneros, el país euroasiático ya solo representa alrededor de un 10% del suministro total, cinco veces menos que antes del conflicto. Estados Unidos, Catar, Argelia y, sobre todo, Noruega han sustituido al proveedor del este como principales suministradores, y ya ningún experto sitúa el cese total del flujo ruso como uno de los principales peligros para la economía europea.

El mercado se ha relajado, como demuestran los futuros del TTF, que se negocian en la Bolsa de Ámsterdam y sirven como referencia para todo el continente. El contrato a un mes se negocia en torno a los 40 euros, en niveles que no se veían desde el inicio de la crisis energética. Ni siquiera el incremento de la demanda china tras la reapertura pospandémica, que desde hace meses se ha mencionado como un factor de riesgo para tensionar el mercado, ha tenido una incidencia relevante. "Las importaciones chinas de gas natural licuado (GNL) aumentarán este año, pero se espera que se mantengan en niveles inferiores a los de 2021", destaca Molnar. El gigante asiático no quiere entrar en una competición de precios con Europa, y prefiere quemar carbón y surtirse a precio de saldo de los hidrocarburos rusos que el viejo continente ha dejado de importar antes que pelearse por los barcos que vagan por el océano en busca del mejor postor.

Ignacio Gistau, consultor del mercado gasista, respira tranquilo: "La gran amenaza para los precios europeos era China y no se está produciendo un rebote bestial. A Europa le beneficia [el escaso aumento de la demanda en ese país], porque la competencia de GNL va a venir de ahí cuando llegue". Pese a que las cotizaciones han caído un 70% desde el inicio del invierno en todos los mercados, incluido el asiático, el antiguo ejecutivo de Gazprom —la compañía estatal rusa— recuerda que siguen triplicando a las que eran habituales durante la década pasada, hasta que la pandemia trastocó la negociación.

En esas condiciones, mejores de las que se preveían a finales del año pasado —pero para nada óptimas—, Europa se enfrenta a su segunda carrera contrarreloj para llenar sus reservas, como ya ocurrió el invierno anterior. Esta vez no solo va a salir más barato —a estas alturas de 2022, los futuros del TTF se pagaban a unos 100 euros, y llegaron a superar los 300 en agosto—, sino que se hará mucho más rápido. Las predicciones de Molnar, una voz muy autorizada en el sector, no dejan lugar a dudas: Europa tendrá que inyectar la mitad de gas que el año pasado para llegar al 1 de noviembre con sus reservas subterráneas al 90% de capacidad, como exige la Comisión.

Esto es así porque los almacenes de los Veintisiete han finalizado la temporada de vaciado —que se cerró el 31 de marzo— al 55,6% por ciento, más del doble que en 2022. Ningún país ha pasado apuros dramáticos durante el invierno, y esto ha permitido rebajar los precios justo en la temporada alta. Al contrario de lo que era habitual hasta ahora, el gas se disparó en verano, cuando en teoría la demanda se desploma, porque las comercializadoras se lanzaron masivamente a acaparar el hidrocarburo para poder cumplir con las normas comunitarias y cubrirse de cara a un inicio de año que podría haber sido mucho más frío. "O comprabas el gas al precio que había o cerrabas tu empresa", resume Gistau.

La situación se repite en 2023, pero con un valor de mercado mucho más reducido, lo que hace que las compañías se lo piensen dos veces antes de liberar el gas almacenado, que compraron a precio de oro y ahora tendrían que malvender, incurriendo en pérdidas latentes que algún día aflorarán, según vaticina el consultor. Esto también ha contribuido a un menor vaciado durante los últimos meses, y permitirá a algunos países, como España, emprender un esfuerzo mínimo para cumplir los objetivos europeos de cara al año que viene.

Dicho de otra manera: el verano pasado se hicieron las tareas para ese invierno y para el siguiente, con una demanda brutal que contribuyó a la espiral de precios. Ahora, en cambio, países como el nuestro pueden vivir de rentas. En otras naciones, como Alemania, que tiene las reservas a dos tercios de su capacidad, o sobre todo Francia, donde apenas superan la tercera parte, el esfuerzo resulta un poco mayor, pero la situación tampoco es dramática. Son datos de Gas Infraestructure Europe (GIE), que reúne a los gestores de todos los Estados miembros, como el español Enagás.

A pesar de este desahogo, el Gobierno se ha tomado muy en serio la llamada a la prudencia de la AIE y ha establecido su propia senda de llenado, que contempla tres metas volantes para cumplir el objetivo marcado por Bruselas de cara al 1 de noviembre. El pasado febrero, la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores) envió una misiva a todas las empresas comercializadoras en las que les obligaba a mantener un 62% de provisiones para el 1 de mayo, un 68% para el 1 de julio y un 76% para el 1 de septiembre, según ha podido saber este periódico. Es la primera vez que España toma una medida de estas características, ya que hasta ahora solo establecía unas reservas mínimas equivalentes al consumo nacional de un número tasado de días que ha ido aumentando a lo largo de la crisis. energética.

España va sobrada

Lo realmente llamativo es que nuestro país tiene sus almacenes subterráneos a casi el 89% de capacidad, muy por encima de los objetivos parciales y a solo un punto del requisito de la Comisión para el inicio de la temporada de invierno. El año pasado, en cambio, el nivel se situaba ligeramente por debajo de la cota que el Gobierno ha establecido para el 1 de mayo: aunque en aquel momento no estaba en vigor, se trata de una buena referencia que da cuenta del adelanto de la campaña de llenado de 2023, que empezó una semana antes que en 2022 y partió de unos niveles 25 puntos superiores.

¿Cómo se ha podido conseguir esto? En primer lugar, los almacenes encararon el invierno mucho más llenos que el año anterior. La otra clave ha sido la reducción de las salidas respecto a la temporada fría de 2022, cuando estalló la guerra de Ucrania. A escala europea, Molnar calcula que entre el 40% y el 45% del ahorro se debe al descenso del consumo doméstico, gracias a las temperaturas suaves, la mayor concienciación y el incremento de la eficiencia energética. El resto se divide a partes iguales entre la industria —que ha destruido demanda por los parones, cierres o caídas de la producción y, en algunos casos, gracias a la sustitución del gas por otras fuentes más baratas— y la producción eléctrica.

Sin embargo, existen diferencias sustanciales entre las naciones. En España, por ejemplo, las centrales de ciclo combinado han aprovechado el tope al gas para generar una gran cantidad de luz a través de este hidrocarburo, en muchas ocasiones para exportar a Francia en pleno parón de la nuclear de ese país. La sequía, que disminuyó la producción hidráulica y es otra de las amenazas de cara a los próximos meses, también contribuyó a ese proceso —si bien el analista de la AIE espera una recuperación durante lo que queda de año—. Como resultado, el consumo de gas para generar electricidad se disparó un 16% en 2022 respecto a la media de los tres años anteriores, según un estudio del laboratorio de ideas europeo Bruegel, e incluso llevó a España a incumplir los objetivos de ahorro establecidos por Bruselas, pese al desplome en hogares e industrias.

En cambio, la bajada del precio del hidrocarburo ha provocado un alivio en la casación de la luz en los mercados mayoristas, que, pese a la volatilidad, también muestran una clara tendencia descendente durante los últimos meses. Finalmente, no se han producido los temidos apagones, y tampoco ceses de suministro de gas ni paradas masivas de industrias. Incluso la economía alemana, en una situación muy complicada durante los últimos meses, ha cerrado el primer cuarto del año con un crecimiento nulo, que espanta la recesión vaticinada hasta hace muy poco por todos los analistas.

Esta misma semana, el Banco de España presentaba un diagnóstico esperanzador en un capítulo de su informe anual dedicado al sector donde reivindicaba el impulso de las renovables para aumentar la resiliencia del sistema en el futuro. Sin embargo, también hacía algunas advertencias. Pese a la reducción de las importaciones de gas procedentes de Rusia, la dependencia energética del exterior sigue siendo altísima, del 60% para la Unión Europea y el 70% para España. En ese contexto, si los precios no continúan bajando en los mercados internacionales, el regulador ve riesgo de que se deslocalicen algunas empresas hacia los países productores para reducir costes.

Como ocurrió hace un año, el mayor shock no vendrá de la demanda, sino de la oferta. Hasta que las inversiones de los últimos meses no se hagan realidad a mediados de la década, concluye Molnar, el mercado seguirá muy ajustado. En la Europa actual, cualquier problema con un gran proveedor puede disparar los precios y amenazar de nuevo la maltrecha competitividad de la economía comunitaria.

Europa afronta el invierno de 2024 con cierta suficiencia. Desde que los Veintisiete decidieron independizarse —o las circunstancias les obligaron— del gas que enviaba el autócrata ruso, Vladímir Putin, las autoridades comunitarias han repetido siempre el mismo mensaje: esto no es cosa de un año, sino de dos. Salvar los muebles el primer invierno era solo parte del trabajo: pese a que las pasadas navidades las principales capitales respiraban aliviadas, la espada de Damocles, decían los analistas, seguía sobre sus cabezas. La reapertura de la economía China tras el fin de la política de covid cero y las contingencias meteorológicas planteaban dudas sobre la demanda, mientras que el shock de oferta provocado por la invasión de Ucrania no se iba a atajar de la noche a la mañana. Ahora, en la primavera más cálida que se recuerda, esas incertezas continúan, aunque cada día que pasa hay más motivos para afirmar que el apocalipsis energético tampoco llegará el próximo invierno.

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