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España descarrila en crecimiento de la productividad y se aleja de la eurozona
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INFORME DE LA OCDE Y DE MCKINSEY

España descarrila en crecimiento de la productividad y se aleja de la eurozona

La productividad no avanza. En las últimas dos décadas, se ha estancado. No solo en España, también en la mayoría de los países desarrollados. El problema es que esta tendencia es más acusada en España

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE/Thomas Lohnes)
Christine Lagarde, presidenta del BCE. (EFE/Thomas Lohnes)
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El estudio lo acaba de publicar la OCDE, la organización que reúne a los países más avanzados del mundo, y lo que revela es una realidad incómoda: la economía española tiene un serio problema de productividad. Nada nuevo. Lo relevante es que lejos de mejorar en términos relativos, no se observan avances. Estancamiento. Nada de convergencia con los países más eficientes.

Un dato lo pone negro sobre blanco. De los 40 países miembros, 18 están por delante. A la cabeza de todos, Irlanda, Luxemburgo y Noruega. Pero también, por este orden, algunos de los países con los que debería compararse en función de su tamaño y la importancia de su economía: EEUU, Alemania, Francia o Italia. España, de hecho, también se sitúa por debajo de la media de la eurozona o de la propia OCDE, que incluye a países emergentes como Colombia, México, Sudáfrica o Costa Rica, y que, por sus propias características, cuentan con menor esfuerzo inversor en las variables que influyen en la productividad del trabajo: stock de capital tecnológico, formación de los trabajadores, inversión pública en infraestructuras o intangibles (propiedad intelectual).

La productividad, como se sabe, mide la eficiencia con las que se utilizan esas variables para obtener determinados niveles de producción (el PIB), y lo que revelan los datos de la OCDE es que la productividad laboral en paridad de poder de compra —lo que permite un análisis homogéneo— se sitúa en la eurozona en 71.400 dólares por hora trabajada, pero en España fue de apenas 59.600 dólares. ¿La consecuencia? Obviamente, los salarios se resienten y lo que no es menos importante, los incentivos de las empresas para invertir y ensanchar su negocio se encoge. La pescadilla que se muerde la cola.

Salarios, inflación y productividad

No solo es un problema español. La OCDE ha observado que desde mediados de la década de 1990 se ha producido una desvinculación del crecimiento de la productividad laboral respecto de la evolución de los salarios en la mayoría de los países de la organización. O lo que es lo mismo, la participación de los salarios en el PIB en dos de cada tres países miembros ha caído en favor de los beneficios empresariales. No solo eso. En alrededor de la mitad de los países para los que hay datos disponibles, la desvinculación del crecimiento de la renta laboral real del crecimiento de la productividad se exacerba aún más cuando los ingresos de los trabajadores se ajustan a la inflación. Es decir, disminuye la capacidad de compra de los salarios.

Lo significativo, sin embargo, es que desde el año 2000, y en relación con la media de la OCDE, la posición relativa de España no solo no ha mejorado, sino que se ha alejado. En concreto, se ha distanciado un 0,7% pese a los enormes recursos que se han dispuesto desde entonces, muchos procedentes de fondos europeos a cambio de que España abriera su economía.

En particular, hasta el estallido de la crisis inmobiliaria, que llevó a unos niveles de inversión pública y privada ligeramente por encima del 30% del PIB, un nivel más propio de un país que salía de una calamidad económica (hoy se sitúa en torno al 20%). Irlanda es, con diferencia, el país en el que más ha crecido la productividad, pero en este caso por su papel como plataforma en Europa de las grandes multinacionales tecnológicas de EEUU.

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En el caso de España, el estancamiento de la productividad no tiene que ver directamente con las menores horas trabajadas desde comienzos de siglo. La OCDE ha estimado para España que en 2021 la jornada anual fue equivalente a 1.623 horas, bastante por encima de las 1.340 horas de Alemania (donde menos horas se trabaja) o Dinamarca (1.363). Este cálculo no solo incluye las horas ordinarias realizadas y pagadas, sino también las extraordinarias o, incluso, las no abonadas a los trabajadores por sus patrones. El factor trabajo, de hecho, es la principal tracción que mueve el PIB a la vista del pobre desempeño de la productividad.

Lo que sorprende a la OCDE no es, sin embargo, la evolución de las horas trabajadas sino, sobre todo, el escaso impacto que han tenido en la productividad los avances tecnológicos. De hecho, el aumento de la productividad ha tenido más que ver con el crecimiento del empleo (y por ende de las horas trabajadas) que por la irrupción de nuevas tecnologías o de la introducción de nuevos sistemas de organización del trabajo.

Tecnologías digitales

Se esperaba que la creciente difusión de las tecnologías digitales en la década de dos mil, sostienen los economistas de la organización, desencadenara una nueva ola de crecimiento de la productividad similar a las observadas en el pasado, pero no ha sido así.

Eso es lo que sucedió, por ejemplo, en la década de 1880 como consecuencia de la electrificación de los procesos productivos y del transporte. Incluso, en menor medida, por las inversiones en TIC (tecnologías de la información y la comunicación) registradas en la década de los noventa del siglo pasado. Sin embargo, no ha sucedido eso. Lo cierto es que la productividad está prácticamente estancada. Hay quien lo achaca a los posibles efectos retardados de estas nuevas tecnologías o a factores estructurales. O, incluso, a un problema de medición estadística.

Un reciente trabajo de McKinsey incide en la misma línea. La consultora ha observado que en Europa Occidental y América del Norte se han registrado tres micropatrones de desaceleración de la productividad. En primer lugar, la recuperación de la crisis financiera de 2008 ha creado un entorno rico en empleos, pero pobre en productividad. Además, los pocos sectores que están experimentando un crecimiento acelerado de la productividad son demasiado pequeños o se mueven con demasiada lentitud para cambiar las cifras globales. Por último, el desarrollo tecnológico no ha tenido el efecto de impulsar la productividad laboral que tuvo en el pasado.

Foto: Campaña del Black Friday, en Madrid. (EFE/Diego Fernández)

Más máquinas no ha significado producir más, sobre todo en una economía terciarizada, cada vez más dependiente del sector servicios. Entre otras razones, como apunta McKinsey, porque en EEUU alrededor del 60% del potencial de productividad estimado proviene de empresas que han priorizado la eficiencia sobre el crecimiento de la producción a través de la automatización. Es decir, la estrategia se ha basado en ahorrar costes, lo que hace en última instancia a las empresas más rentables, pero no se invierte más porque no hay suficiente retorno.

Para algunos analistas, sostiene McKinsey, este estado de cosas parece una reaparición de la llamada paradoja de Solow de la década de los ochenta, denominada así en alusión al nobel Robert Solow, quien observó en 1987 que el impulso creciente de la era de los ordenadores no se reflejaba en las estadísticas de productividad. La paradoja de Solow original se resolvió, sin embargo, en la década de 1990, cuando unos pocos sectores (tecnología, venta minorista y venta al por mayor) lideraron una aceleración del crecimiento de la productividad en EEUU en tiempos de Bill Clinton en un tiempo en que se consideraba que las grandes oscilaciones económicas habían acabado, y que se denominó la Gran Moderación. No está claro que ahora esté sucediendo lo mismo.

Ensanchamiento de la desigualdad

Existen otras interpretaciones. Algunos economistas sitúan el origen actual de los problemas de productividad, no solo en España, sino en los países avanzados, en una caída de la demanda que hay que relacionar con una menor propensión de los hogares a consumir debido a la irrupción de crisis que son cada vez más frecuentes. Este factor, combinado con el ensanchamiento de la desigualdad, conduce a menores ingresos para los hogares con una mayor propensión al consumo. ¿La consecuencia? Una demanda agregada más baja, lo que a su vez provoca una oferta más estancada porque hay menos incentivos para que las empresas innoven, inviertan y asuman riesgos.

Esta interpretación la comparte el Banco de España. Según una reciente presentación del gobernador, Pablo Hernández de Cos, la caída aguda y de corto plazo de la demanda puede haber disuadido la inversión. En particular, porque ha estado acompañada de un aumento significativo de las incertidumbres. Y cuando hay riesgo en el horizonte, la tendencia a consumir disminuye.

El gobernador, en el Colegio Europeo de Brujas, apunta otra teoría. La caída de la demanda podría haber aumentado el número de personas y empresas financieramente vulnerables. Es en este contexto en el que puede haber aumentado el riesgo de quiebra empresarial y restringido, a su vez, la entrada de nuevos competidores, lo que también sería perjudicial para la productividad.

La esperanza está puesta en que tanto la aceleración de la digitalización como el ensanchamiento del teletrabajo impulsen la productividad, pero eso está todavía muy lejos de suceder. Hoy, por el contrario, lo que crecen son los intangibles en el marco de lo que se ha denominado economía del conocimiento, que incluye factores como la propiedad intelectual, el software, la investigación o la formación del capital humano. Es decir, se está produciendo una desmaterialización de la economía que afecta al incremento del PIB, que lo que mide es, precisamente, la producción. En última instancia, la productividad.

El estudio lo acaba de publicar la OCDE, la organización que reúne a los países más avanzados del mundo, y lo que revela es una realidad incómoda: la economía española tiene un serio problema de productividad. Nada nuevo. Lo relevante es que lejos de mejorar en términos relativos, no se observan avances. Estancamiento. Nada de convergencia con los países más eficientes.

Productividad Salarios de los españoles Desigualdad Banco de España
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