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Lo que queda de Messi, el reinado de Mbappé y España, una selección de gente corriente
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Fragmentos de un Mundial

Lo que queda de Messi, el reinado de Mbappé y España, una selección de gente corriente

El jugador francés es el mejor futbolista del Mundial de Qatar y va camino de sentarse en la misma mesa de Pelé y Maradona. España colapsa porque no tiene ningún jugador autosuficiente

Foto: El fenómeno francés. (Reuters/Dylan Martínez)
El fenómeno francés. (Reuters/Dylan Martínez)

Argentina ganó. Pasó de octavos contra Australia, selección hecha de gente que corre, gente que lucha, gente que ha asimilado los principios del fútbol contemporáneo: presión, triangulación, transición, despliegue, llegada por banda, remate. Estos principios grabados a fuego en las canteras de todo el mundo han igualado el Mundial, aparentemente. Australia tiene un fútbol automático hasta que llega a la zona de tres cuartos. En esa zona se gana por la memoria de los aparecidos y Australia no tiene memoria y no tuvo nunca aparecidos, esos jugadores criados en los márgenes para los que la selva del área no es más que una costumbre.

Argentina ganó, con mucho cuidado y a punto de suicidarse por un acantilado que surgió en el último minuto, pero ganó porque un jugador suyo, Messi, que deambulaba sin causa ni razón, encontró una pelota en la intimidad del área y la hizo sonar en las gargantas de toda una nación: gol de Argentina, le llaman. Trescientos cincuenta piernas y la pelota las eludió todas. Messi encontraría oxígeno en la superficie de la luna, quizá ya no sea un genio, pero le quedan las cosas de los aparecidos: mover muebles con la mente, pasar debajo de las puertas, hacer sonar la cristalería de plata cuando nadie mira. Al final del partido Leo se desencadenó por unos momentos y fue hermoso porque fue memoria en un Mundial donde todo suena a viejo, y a la vez, fuera de sitio.

placeholder Leo volvió a tirar del carro de Argentina. (Reuters/Paul Childs)
Leo volvió a tirar del carro de Argentina. (Reuters/Paul Childs)

Musiala. El aficionado del Madrid anda buscando el héroe que pescará Florentino con su red de plata. Musiala dejó todos esos detalles como el rastro de oro que dejan los genios. Tiene 19 años y juega de mediapunta. Pero es del Bayern. Fruto prohibido, entonces. En Musiala se da la lucha entre lo antiguo y lo moderno. No es extremo y, por lo tanto, no es rápido a la manera que lo son todos ahora. Regatea y se desliza por la línea donde se sueldan las jugadas como si esos fueran sus dominios. En cuatro años, puede ser el jugador del mundial o un Ozil olvidado en las afueras de la historia.

Su equipo, Alemania, quedó fuera por segunda vez consecutiva. Cambió el bombardeo sistemático y el terror por la teoría del pase, ideada por Guardiola. En consecuencia, ya no da enormes delanteros letales y no hay nadie que precinte en una caja las grandes ideas de las que dispone. Alemania sin delantero centro es como Argentina con un presidente sordomudo. Una distopía.

placeholder Musiala volvió loca a España. (EFE/Rungroj Yongrit)
Musiala volvió loca a España. (EFE/Rungroj Yongrit)

El colapso de España

España se enfrentó contra Japón en una zona complicada del espíritu: la indefinición. Le valía el empate, pero era mejor ganar y aun perdiendo se podía clasificar como primera de grupo. España jugó una primera parte anodina y con un dominio tan falso como olas de cartón. El fútbol hace como los westerns: pone un grupo humano en peligro para que se decanten las personalidades. Y en cinco minutos de la segunda parte, la roja colapsó. Bastó que Japón presionara en serio para que el primoroso edificio se desmoronara. La lección fue dura: España no puede ganar un mundial porque le falta lo fundamental.

Le faltan jugadores autosuficientes, esos hombres capaces de cambiar el destino de un partido con una cabalgata de 50 metros o una serie de regates encadenados. Por ejemplo, Iniesta era uno de esos y en algunos momentos, como la prórroga de aquella final, podía resucitar a los muertos y sanar a los enfermos. España necesita jugar muy bien y que el plan nunca se tuerza. Y el plan solo sale bien en las películas, y en las españolas tampoco. La Selección solo tiene una marcha, una forma de jugar: presión y ataque, ataque y presión. Si recula, es un coladero, si contraataca, no llega a la portería contraria, y en los momentos donde no pasa nada, se vuelve blanda y porosa y se desliza hacia la derrota.

placeholder Luis Enrique no dio con la tecla. (EFE/José Méndez)
Luis Enrique no dio con la tecla. (EFE/José Méndez)

Ese defecto de la Selección de Luis Enrique: no saber dominar los partidos, es un defecto común a casi todos los equipos recientes. Una Selección como la del 2012 ya no es posible. Se juega demasiado rápido y hay demasiados jugadores que saben morder una línea de pase hasta desangrarla. Un equipo como aquellos italianos de los ochenta o el Atleti de Simeone de hace unos años, no tendría sentido. El área de ningún equipo ha estado sellada en los últimos cinco años. Nadie ha podido. Los extremos y los llegadores y los pases filtrados han evolucionado tanto como los robots de General Dynamics.

Con el VAR la picaresca y el juego sucio se ha quedado en la literatura antigua, y perder tiempo es, a partir de este Mundial, un absurdo. Imagínense un Argentina-Italia de los años 80 con los árbitros y la tecnología actual. Las faltas tácticas, las marrullerías, las pérdidas de tiempo. Es posible que ese partido se siguiera jugando todavía, 40 años después, con los dos equipos intentando mantener un 0-0 eterno, un campo plagado de muertos vivientes que ya no recuerdan cuando comenzaron a jugar y el porqué del alargue perpetuo dictado por el cuarto árbitro.

Van Gaal ya está aquí

Luis Suárez llorando a lágrima viva debería ser un apunte trágico, pero no lo fue. El destino de Uruguay lo sellaron sus propios jugadores, incapaces de desplegar todo su talento disponible sobre el campo y mezquinos hasta el sopor con la pelota. De Uruguay lo sabemos todo y cada cuatro años nos embadurnan con su mística. Pierna dura, llegada y un delantero centro. Pero esta vez falló el delantero y todo ese relato sobre los corazones enormes de la pequeña nación, no les valió para pasar.

En silencio avanza Países Bajos. Tiene a un genio detrás, Louis Van Gaal, y el peso de su camiseta es parecido a la de los grandes. Países Bajos es lo de siempre: frágil en defensa y poderosa a ráfagas en ataque. Su centro del campo es un lugar de paso que coloca a sus delanteros siempre en los sitios dulces del área. Es un equipo anfibio que todavía no se ha desvelado, con varios jugadores —Dumfries, Gakpo, Depay, Blind— que no son estrellas ni tampoco lo contrario. Todos tienen deudas pendientes y las llaves del juego y del remate. Todos saben hacer daño y apañar un resultado.

placeholder Louis van Gaal vuelve a estar entre los mejores. (Reuters/Wolfgang Rattay)
Louis van Gaal vuelve a estar entre los mejores. (Reuters/Wolfgang Rattay)

Lo que no conocemos es el motor que mueve a esta selección heterodoxa. ¿Es una ambición sin límites o se conforman con un destino de juguete? Su contrincante, USA, es un equipo que no cambia. Inocente, alegre y atacante, sin medida ni demasiado talento. No tienen miedo, pero tampoco entienden los mecanismos profundos del juego. En teoría, la rapidez actual, la ausencia de pausa en casi todos y lo difícil de dominar los momentos valle de los encuentros, les viene bien a los americanos. En la práctica, la selección naranja, jugueteó con USA como con un hermano menor. Estados Unidos sigue sin penetrar en el secreto del fútbol. Es algo inexpugnable para ellos.

La explosión de Mbappé

Mbappé no juega con desgarro ni desesperación. Es arrogante y mantiene siempre una distancia con los partidos, como si el fútbol fuera solo una de sus pasiones y no la más importante. Tampoco tiene la piel que se le pide al genio. Es muy rápido, dicen los comentaristas. Un gran disparo, repiten otros. Uno de los cinco mejores jugadores del mundo, dijeron en la radio. Juega en el PSG y rechazó al Madrid por una tonelada de oro. Son datos que, uno por uno, lo ponen fuera de la simpatía de los entendidos, pero qué sabrán los entendidos si ellos solo conocen la ley moral y la ley moral nunca es la ley que mueve el mundo, y menos aún el fútbol, tan ciego como la naturaleza y tan justo como la guerra.

placeholder Partido de Francia-Polonia. (Reuters)
Partido de Francia-Polonia. (Reuters)

Mbappé no solo es el mejor jugador del Mundial desde que galvanizó su primer partido —contra Australia— sin apenas correr, sino que va camino de sentarse en la misma mesa que Pelé y Maradona. La mesa de los tiranos auténticos de esta endemoniada competición. Solo Brasil, y su dominio de los entresijos del partido —con Casemiro—, su solidez de otra era y el camino de perlas que vayan dejando sus atacantes, puede evitar la coronación de Kylian como rey en el desierto. Francia jugó contra Polonia otro de sus partidos paradójicos.

Aparenta solidez sin fin, pero le hacen ocasiones con facilidad. No teje en el medio campo porque no puede y tampoco le hace falta. No desprecia la pelota ni está obsesionada con ella. Parece una selección moderna, pero apenas presiona. Para qué presionar, si el partido ya está ganado de inicio. El balón solo tiene que rondar a Mbappé y todas las máscaras se caen. Cuando Mbappé la tiene, todo puede pasar. En su primer gol —el segundo de Francia— marcó con tanta facilidad que solo los niños se dieron por aludidos. Cuánto espacio hay en la portería, piensa uno al verlo disparar. Qué raro que el resto de los delanteros no se hayan dado cuenta. Ya está. El partido ha terminado. Francia está en cuartos. Vayan desfilando y si quieren épica, pongan a Suárez con la camiseta de Uruguay, llorando a lágrima viva.

Argentina ganó. Pasó de octavos contra Australia, selección hecha de gente que corre, gente que lucha, gente que ha asimilado los principios del fútbol contemporáneo: presión, triangulación, transición, despliegue, llegada por banda, remate. Estos principios grabados a fuego en las canteras de todo el mundo han igualado el Mundial, aparentemente. Australia tiene un fútbol automático hasta que llega a la zona de tres cuartos. En esa zona se gana por la memoria de los aparecidos y Australia no tiene memoria y no tuvo nunca aparecidos, esos jugadores criados en los márgenes para los que la selva del área no es más que una costumbre.

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