El Barça y el abismo o milagro antes de Navidad
La junta de Laporta se juega perder los más de 20 millones de euros que tiene presupuestados para esta temporada. El Bayern ya arrasó al Barça en su campo en la ida
Para que el Barça se clasifique para octavos de final de la Champions League hoy, el conjunto azulgrana debe ganar al Bayern de Munich y que el Benfica pierda ante el Dinamo de Kiev. Ninguna de las dos opciones parecen probables, aunque sean posibles. Porque en el fútbol todo es posible hasta que el árbitro pita el final del partido y, si no fuera así, ya se habría extinguido como los dinosaurios y nadie sería millonario gracias a la Quiniela o las apuestas. Y es el factor suerte, los intangibles, los "vaya 'usté' a saber" lo que puede pasar, lo único que sostiene la ilusión de que el Barça consiga el milagro de clasificarse para la siguiente fase justo antes de Navidad en lugar de despeñarse en el abismo que supone la eliminación.
Porque, así de primeras, el club azulgrana dejaría de ingresar 20,2 millones de euros (acceder a octavos son 9,6 millones; a cuartos, otros 10,6). Millones que ya están presupuestados por la junta de Joan Laporta en una muestra más de optimismo marca de la casa. Es una cuestión de fe. Única y exclusivamente de fe. Porque aunque el Bayern ya está clasificado y no esté en su mejor momento es mucho más sólido que el Barça. Porque el Benfica juega en casa contra un Dinamo que ya está desahuciado y que ganó a los de Koeman por 3-0 en la ida y empató en el Camp Nou con el de Xavi hace dos semanas.
Así que, se mire por donde se mire, las opciones culés pasan porque las sorpresas, los milagros, se conviertan en realidad. Curiosamente, tanto Xavi como Piqué evitaron ayer poner el acento en lo extraordinario que sería que se clasificaran. El técnico afirmó: "No veo que para ganar al Bayern haga falta un milagro". Y eso a pesar de admitir que el partido es de una dificultad extrema, que los alemanes son un gran equipo y que el Barça, en cambio, está en construcción.
¿Y Piqué? Pues teniendo colgada la etiqueta de motivador y animador oficial, resultó que su tono fue bajo, que dio la sensación de que ni él mismo se lo cree y que reconoció lo que todo el mundo ya sabe, que al Barça "le va la vida" y tiró de la épica de los sentimientos: "Ante el Bayern es un día para demostrar quien es culé de verdad. El amor por estos colores se demuestra en los momentos duros". Vamos, un ponerse la venda antes de la herida de manual. Los culés de verdad seguirán siéndolo pase lo que pase hoy, ¡qué sorpresa! Un discurso rompedor, vaya.
El plan de Laporta
Joan Laporta ha sabido jugar y ganar con los sentimientos de la masa. Los socios le eligieron por mayoría como su presidente tras una campaña en la que la lona gigante que desplegó delante del Santiago Bernabéu fue su único y gran acierto. Porque después, en el día a día y la triste realidad, va dando tumbos. Echó a Messi por no poder pagarle aunque él creía -y bien que lo usó- que sí seguiría, dinamitó a Koeman justo antes de ratificarle y antes de despedirle y ahora se ha puesto en manos de un Xavi en el que él no creía, al que veía verde, tres semanas antes de ficharle.
Todo son fuegos artificiales, promesas y un discurso que se sustenta sobre todo en la euforia, la nostalgia por los buenos tiempos y el desastre de la gestión de Bartomeu. Nada es culpa suya y, por lo tanto, tampoco su responsabilidad. Él hace lo que puede: animar a la tropa, fichar a Dani Alves para subir la moral del vestuario y proclamar que ganarán al Bayern.
Pero fue él también el que tiene ya contabilizados en los presupuestos que el Barça llegaría a cuartos de final de la Champions. Y si hoy no se logra vuelan 20 millones de euros que no se podrán recuperar porque la UEFA no paga la Europa League tan espléndidamente; ganar la final son 14,9 millones de euros y continúa siendo un ejercicio de optimismo extremo pensar que el premio de consolación sería coser y cantar. El plan sería, de nuevo, un truco de ilusionismo.
La burbuja de Xavi
Nadie, ningún entrenador excepto Pep Guardiola, podría haber generado un mayor consenso que Xavi. Es más, el de Terrassa no tiene tantos detractores entre el barcelonismo como Guardiola. La pega es que ha aterrizado en el peor momento posible, con el club en ruina, sin margen para fichar y sin poder echar mano del "esto es lo que hay" de Koeman porque es pecado, aunque sea cierto. Con Pedri y Ansu Fati lesionados, sin delantero y con todo el peso del estilo y los sacrosantos valores sobre sus hombros.
Llegó, cómo no, clasificándose como "optimista" y con el cartel de guardián de las esencias. Y después de perder contra el Betis -ocupando la séptima plaza en la clasificación de LaLiga- y de sostener que su equipo jugó una gran segunda parte, declarar su orgullo por los jugadores y afirmar con seguridad que la afición estaba contenta con el equipo… la burbuja comienza a pincharse. No es culpa suya; son las circunstancias, pero también se vendió su llegada como el milagro definitivo que necesitaba el Barça desdeñando cualquier atisbo o señal de que debía manejar la decadencia en lugar de gestionar una opulencia que ya hace tiempo, mucho antes de que él llegara, se esfumó.
Ahora, hoy, si caen ante el Bayern y no se clasifican para octavos, Xavi deberá seguir llevando el Santo Grial y que parezca una epopeya y no una penitencia. Porque para que la resurrección del Barça sea posible es absolutamente necesario también cumplir con ciertos parámetros como ingresar 20,2 millones de euros por estar en cuartos de final de la Champions, vender a jugadores que cobran un pastón y que no aportan como Coutinho y Umtiti y que desbaratan los planes de 'fair play' financiero y lograr un patrocinador que siga creyendo que el club azulgrana es un buen negocio aunque no esté Messi y peligre la clasificación de la Champions de la próxima temporada. Ahí es nada.
Xavi y Piqué, el entrenador y el capitán, no quisieron ayer tildar como milagro poder ganar en Múnich a pesar de que todos los indicios, todas las estadísticas, todo lo habido y por haber, indica que eso sería lo sorprendente. Y en la negación de la realidad, agarrándose con uñas y dientes a un fenómeno difícil de imaginar, construye el Barça su futuro próximo. No hay nada más navideño que soñar despierto.
Para que el Barça se clasifique para octavos de final de la Champions League hoy, el conjunto azulgrana debe ganar al Bayern de Munich y que el Benfica pierda ante el Dinamo de Kiev. Ninguna de las dos opciones parecen probables, aunque sean posibles. Porque en el fútbol todo es posible hasta que el árbitro pita el final del partido y, si no fuera así, ya se habría extinguido como los dinosaurios y nadie sería millonario gracias a la Quiniela o las apuestas. Y es el factor suerte, los intangibles, los "vaya 'usté' a saber" lo que puede pasar, lo único que sostiene la ilusión de que el Barça consiga el milagro de clasificarse para la siguiente fase justo antes de Navidad en lugar de despeñarse en el abismo que supone la eliminación.