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El descenso de Rodrygo a los infiernos del Bernabéu: el brasileño se estrella contra el gol
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Ángel del Riego

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El descenso de Rodrygo a los infiernos del Bernabéu: el brasileño se estrella contra el gol

El delantero del Real Madrid, pieza vital en la Champions League más épica de la historia, ha visto cómo su juego se ha despojado de magia y gol para caer en la ansiedad goleadora

Foto: El brasileño se lamenta tras fallar un gol. (Reuters/Juan Medina)
El brasileño se lamenta tras fallar un gol. (Reuters/Juan Medina)

Casi toda la literatura que se hace con el fútbol comienza de la misma manera: "recuerdo, cuando era niño…" Si es siempre el mismo comienzo es porque no hay otra manera. El tiempo mítico nace en la infancia y suele morir también en ella. Hay excepciones: los terroristas que se inmolan en los centros comerciales son gente afortunada, siguen viviendo en ese tiempo mítico de paraísos y civilizaciones destruidas.

De forma menos tremebunda, algunos artistas son incapaces de abandonar la edad de la inocencia y eso les avergüenza y les inhibe: andan toda su vida con una sombra monstruosa a la que llaman genio y que les atrofia todos sus mecanismos excepto el de la creación. Fuera de los extremos hay una tribu que sobrevive en su neolítico particular. Son los futboleros. Una masa gigante desperdigada por el mundo, que tiene un espacio secreto que conecta la ruindad de su vida adulta con los cielos inmóviles de su niñez.

Un futbolero es capaz de explicar casi todos los avatares de la cotidianidad a través de las mitologías de su equipo del alma. En eso el fútbol opera en nuestro espíritu de la misma forma que el arte, da igual lo elevado que este sea. Es una representación que nos define de una forma tan concreta que a ratos nos da miedo. De una forma tan confusa que solamente podemos intuir qué es lo que dice de nosotros.

Foto: Los blancos celebran un gol en LaLiga. (Reuters/Juan Medina)

Sabemos muy bien a quien nos gustaría parecernos y esos jugadores se convierten en indiscutibles para nosotros. Se convierten en símbolos. ¡Y ay!, del día que nos traicionan, ese día comienza el tiempo del despecho y el amor se convierte en un trozo de carne agusanada. Acuérdense de Raúl. Fue un segregado del pueblo madridista más esencial. El que nace en las llanuras del Duero, donde el horizonte es un destino y la habitación de los invitados está impoluta y en silencio, llena de espíritus y de fotos de la primera comunión. Es la habitación central de la casa y está prohibido entrar ahí.

Raúl González, icono inolvidable

Raúl surgió de las cenizas de la Quinta y sus facultades eran las admiradas por esa España: inteligencia, astucia, imaginación sin barroquismo (¡las cosas claras!) y arte sobrio y escueto. Una determinación sin violencia y palabras, las justas. Coraje por toneladas y valor sin ostentación. El madridismo se acogió bajo el manto de Raúl como bajo un sudario e hizo suyas sus cualidades. Lo mismo que había pasado con Di Stéfano, se repitió con el chaval de Villaverde.

Raúl no se imponía por el físico o por la técnica, aptitudes terrenales, sino por el espíritu y la inteligencia. ¿Quién no quiere ser así? ¿Qué niño no se ha sentido pequeño y torpe, pero dueño de un espíritu invencible que los demás no saben apreciar? Cuando Raúl se volvió triste y opaco, cuando perdió la ligereza y comenzó a luchar por la supervivencia con goles feos arrancados con dolor, una parte de sus fieles se le volvió en contra. Se organizaron en masa e hicieron un collar con su despecho. Un amor contrariado que propició una guerra civil en el madridismo. La historia de España, vamos. Y que finalizó con la primera carrera de Cristiano retumbando en el Bernabéu.

placeholder Raul González Blanco, en un acto oficial. (AFP7)
Raul González Blanco, en un acto oficial. (AFP7)

Así como el que es torpe en el campo de juego lo será toda la vida fuera de él, no hay nada más admirado que el chico que solamente vive para el regate y el túnel secreto. Suelen ser ensimismados o pequeños, o muy delgados y muy altos. Suelen ser incapaces de defenderse. Suelen ser casi transparentes e incapacitados para el esfuerzo y la rutina. No dan patadas ni les hace falta. Se les respeta y la algarabía del patio se queda muda cuando cogen el balón. De esto no se habla mucho en los telediarios, pero en occidente esta civilización, con sus códigos, se ha extinguido.

Los coches, las pantallas, el miedo al hombre del saco, el ocaso de la masculinidad, todas las reglas y todos los avances acabaron con esas leyendas de los patios. Sudamérica es otra cosa, la eficacia no es una religión; allí sobreviven esos genios. Y en Sudamérica hay violencia de verdad y, por tanto, la poesía es más honda. Es una forma de supervivencia, un instinto, casi una respiración.

Rorygo, un jugador en extinción

Rodrygo, con su físico de niña descosida, es uno de esos supervivientes. De esos que sabemos que lo pasaran mal en el Madrid, de los que siempre están abriendo puertas a los demás, pero nadie se las abre a ellos mismos. Es un Guti en un tiempo menos áspero o un Robinho al que no asesinaron un verano. Un jugador inconcluso, únicamente genio y eso es su salvación y también, su cruz.

Rodrygo siempre tiene un secreto escondido en sus jugadas. Nunca sabes lo que va a hacer. Y cuando lo hace se pone muy serio como si hubiera cumplido la misión con la que ha sido traído al mundo. Provoca discusiones sin fin entre los hinchas. Ese hombre exquisito que pulula por el Bernabéu y tuerce el gesto ante lo voluptuoso de Vinícius, piensa que Rodrygo es el sacrificado y eso es una injusticia ante la que la opinión pública no se puede quedar callada. Ay si Rodrygo jugara por la izquierda. Todo cambiaría y veríamos por fin ese Madrid estremecedor que él sabe que puede ser posible.

placeholder Rodrygo está sufriendo esta temporada. (Reuters/Pablo Morano)
Rodrygo está sufriendo esta temporada. (Reuters/Pablo Morano)

"Firma la petición para que Rodrigo vuelva a la banda izquierda, que es donde fue feliz en la infancia". Incluso sus pequeñas obras de arte efímero, que no acaban en gol, valen para muchos por partidos enteros. Seamos como Rodrygo. Que nuestros mejores deseos choquen contra el larguero y hagan el mismo ruido que los niños al dormir. Son muchos años ya del brasileño y sabemos muy bien lo que es. Es uno de los sublimes y la huella de esos señores es siempre levísima y profunda. Dios los guardé de las zozobras del Bernabéu.

Todavía no ha cambiado el viento con el chico, sea porque tiene una cara donde el tiempo no ha hecho mella (era hombre cuando niño y se ha vuelto niño cuando hombre); sea porque está a la sombra de Vinícius o porque nadie le odia, quizás porque no se le ve como una estrella. Sea como fuere, Rodrygo sigue siendo visto como un chaval con un gran futuro por delante, pero el viento del Bernabéu cambia de un día a otro. Ayer eras una promesa y hoy eres un mamut incapaz de moverse entre el silencio negro de las nieves perpetuas.

El brasileño firmó una Champions épica

La limpieza inmaculada de Rodrigo en todo lo que hace, lo que piensa y lo que siente. Y en como se expresa en el campo. Esa limpieza se ha ensuciado últimamente. Le hemos visto muchos remates al muñeco, obviedades que hace nada le hubieran levantado el velo de la vergüenza. ¿Qué ha pasado? Ha pasado mucho tiempo y Rodrygo ya trascendió su carne mortal para hacerse con la camiseta blanca. Fue contra el City, en aquella Champions, donde el estadio levitó y los muertos jugaron con los vivos. Y Rodrygo sigue sin ser titular. De suplente jugaba con los espíritus con esa cara de niño inmortal que comparte con Akira. De titular no le salen las cuentas.

Para que un genio sea titular en el Madrid tiene que ser un absoluto. Aquel Zidane o este Modric. Para que un delantero sea titular en el Madrid debe ser como un contable. Debe vivir en un infierno de números y gestos; una eficacia que puede ser devastadora para aquel que no esté blindado por un talento expeditivo. Rodrygo es un genio pero no un crack. Y él lo sabe, así que de titular se le ha venido encima el manto de la ansiedad.

placeholder Rodrygo ya es historia del Real Madrid. (Reuters/Juan Medina)
Rodrygo ya es historia del Real Madrid. (Reuters/Juan Medina)

Ha sido expulsado del paraíso y su juego se ha despojado de magia y cuando vuelve la magia, el gol no llama a la puerta. Todo a la mitad y está justo en el reino donde todo se debe finalizar. Ahora su lucha es el gol, pero esa es una lucha pequeña porque es una lucha por la supervivencia. Cada minuto de titular tiene que demostrar su misión en este mundo, y lo sutil, que era el alma del juego de Rodrygo, se volatiliza. Definiciones toscas, falta de precisión, cara de mala leche y un Run-Run en ciernes.

Quizás la culpa sea solo de Cristiano. ¿Ese rendimiento suyo, apocalíptico; a quién se le puede pedir? En el patio, Rodrygo no dejaba que nadie le tocase. Se deslizaba por entre los chavales con esos pasos aprendidos en los sueños y el gol era una llamarada al final del párrafo. Eso lo hemos visto ya en las praderas del Bernabéu. Y ese hechizo permanece. Lo demás no nos importa. Siempre habrá una temporada siguiente. Y quién sabe entonces lo que pasará.

Casi toda la literatura que se hace con el fútbol comienza de la misma manera: "recuerdo, cuando era niño…" Si es siempre el mismo comienzo es porque no hay otra manera. El tiempo mítico nace en la infancia y suele morir también en ella. Hay excepciones: los terroristas que se inmolan en los centros comerciales son gente afortunada, siguen viviendo en ese tiempo mítico de paraísos y civilizaciones destruidas.

Real Madrid Vinicius Junior Santiago Bernabéu
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