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El Real Madrid reina en el desierto marroquí y es oficialmente el mejor equipo del mundo
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El Real Madrid reina en el desierto marroquí y es oficialmente el mejor equipo del mundo

El triunfo en el Mundial de Clubes de Rabat otorga al equipo Ancelotti una tregua en su temporada. Así sembraron el pánico Vinícius y Valverde, lejos de la cacería española

Foto: El jugador brasileño fue escogido mejor jugador del torneo. (Reuters/Susana Vera)
El jugador brasileño fue escogido mejor jugador del torneo. (Reuters/Susana Vera)

Tras un enero de perros en que el Madrid iba deshaciéndose día a día, llegó la final del Mundialito de Clubes. Antigua Intercontinental, ahora más abierta, más inclusiva, con todos los continentes, excepto la Antártida, que siempre rehúsa participar. Era en Marruecos, mundo árabe que comienza a ser el horizonte del fútbol, muchas camisetas blancas y un rival misterioso con un argentino —Luciano Vietto— ex del Villarreal, que fue una estrella en ciernes que huyó de Europa para volver a la vida en Arabia Saudí.

Solo comenzar, el balón es domesticado en el ala izquierda madridista. El sitio donde el Real da rienda suelta a sus apetencias poéticas. Desde Marcelo e Isco, desde Özil y Di María y ahora con Karim, Kroos, Modric, al que se suma Vinícius, el punto de fuga necesario para que la belleza no se convierta en agua estancada. Duró un rato y embelesó el resto del partido. Magia y precisión como aquella canción de Nacha Pop. La jugada no rompió en ocasión. Fue solo un ejercicio de suficiencia por parte de los blancos. El orgullo de quien destila un lenguaje superior.

placeholder Vinícius fue elegido MVP del encuentro. (Reuters/Andrew Boyers)
Vinícius fue elegido MVP del encuentro. (Reuters/Andrew Boyers)

Ese lenguaje son los restos de una civilización antigua. Una civilización que vuelve a la vida cuando sus espíritus incorpóreos aterrizan en una final. Modric, Kroos y Karim. La casa de los aparecidos. Estaban Tchouaméni apuntalando la estructura y Valverde siendo otra vez aquel de principios de temporada: el que está, el que corta, el que va y viene, el que irrumpe en el área y acaba con el partido.

Vinícius emerge sin la cacería española

En el minuto 12, hay una combinación limpísima entre Kroos, Karim y Vinícius, que en un metro le saca tres al defensor y define algo subrayado al palo largo. El fútbol es como el cine, en una actuación conviene meterse en la piel de la forma más natural posible. Vinícius en las definiciones, cuando tiene ese segundo cósmico para pensar, inclina el cuerpo y subraya el gesto, como un felino. A veces se lo pillan. Esta no fue una de esas veces. Fue gol, y cada vez que el balón le flotaba en el pie derecho, un peligro incontenible se cernía sobre la portería del equipo árabe. El brasileño sin violencia, sin la cacería a la que le somete la España provincial, es un caudal arrollador. Un río que corre lleno de meandros y acaba cada jugada en la frente del contrario.

El Real estaba jugando bien. Ágil, con Modric revoloteando y Kroos en las profundidades dándole ritmo al partido. Una jugada de Luka por la derecha, que se para, amaga y pisa la línea de cal para centrar, acaba con un rechace y Valverde, que la caza en mitad del área. Es otro gol que ha caído casi sin querer. Como si el Madrid en las finales se vistiera para la vendimia sin darle demasiada importancia al oponente. Esto ocurría en la única mitad del campo donde se había jugado, el campo del Al-Hilal. Pero los árabes trenzaron una pared y todos descubrimos que a la espalda de Rudiger y Alaba estaba el reino perdido de los mayas. Una extensión enorme, absurda, que el delantero africano recorrió en tres zancadas para batir a Lunin por abajo.

placeholder Fede Valverde y Luka Modric celebran el tanto del uruguayo. (EFE/Julio Muñoz)
Fede Valverde y Luka Modric celebran el tanto del uruguayo. (EFE/Julio Muñoz)

Ahí estaba el peligro del partido para el Madrid. Una defensa donde todo es desajuste. Camavinga no comprende todavía la posición, Rüdiger nunca ha entendido nada y Alaba se desconcentra con demasiada facilidad. Ni tiran el fuera de juego ni abortan las líneas de pase. Todo es un correr hacia atrás como en la cabalgada final de un western. El partido pasó por una etapa valle, donde los ancianos jefes de la tribu merengue se tomaron un merecido descanso. En un balón intrascendente, Vinícius regateó hacia fuera hasta hacerse con el metro preciso y puso un pase con el exterior aprendido en el país de Modric, que abrió la frontera del interior del área.

Apareció Benzema. ¡Por fin! Parecía que el francés se estaba quedando para el merodeo, el último pase, el apoyo en la pared, el silbido entre dientes de los que saben. Pero no. Volvió con la piel del depredador, la de sus últimos años, y puso un 3-1 que parecía una distancia insalvable. El Real jugaba ya a su antojo con los ritmos el partido. Se replegaba consciente de que su defensa era una estructura de papel, sacaba perezoso y gigante el balón con Modric tallando cinco amagues en un segundo, o aceleraba por la derecha. Por la derecha está Carvajal, que lleva medio año opaco o quizás algo peor. Pero esto es una final, y el de Getafe es de los que cuando se insinúa un título comienzan a brillar en la oscuridad.

El caos defensivo

Tiene el lateral madridista un don para intuir cuando una jugada se pone irreversible. Corre entonces con otra determinación, así trenzó una pared larga y explícita con Valverde, que entró en el área resbalando por una pendiente distinta a sus rivales. Le pegó a las puertas del gol con su empeine, un objeto maravilloso del que pueden salir rayos de luz cegadores o combas de efecto inexplicable. El uruguayo es como un carcelero nazi en una película de Visconti. Capaz de la ternura y el martirio en el mismo ramalazo erótico.

Comenzó el carrusel de cambios y todo se dio la vuelta. Sin Kroos ni Modric, el orden se hizo difuso y Vietto acortó distancias rápidamente. Como en todos los partidos del Madrid, desde que el mundo es mundo, hubo un momento donde los contrarios pudieron meterse en el partido, pero no fue así. Es un truco de los blancos para volver a meter al público en la función y para que los niños griten muy alto "que viene el lobo…, que viene el lobo…". Y el lobo llegó bailando la samba. Era Vinícius, que se encontró una pelota en el área en una jugada comenzada por Ceballos y ahora sí definió sin pensar. Al palo largo, que es el suyo, con una comba elástica como su piel y automática como su sonrisa.

placeholder El alemán se vio superado en defensa. (Reuters/Susana Vera)
El alemán se vio superado en defensa. (Reuters/Susana Vera)

Hubo un poco de barullo hacia el final del partido, pero todo estaba finiquitado. Para jugar esta final el Madrid ha tenido que ganar a todos los grandes escualos de Europa occidental. Este es su octavo título de campeón del mundo. El siguiente, el Milan, tiene cuatro. Como dice Mercutio: esto no es un título, es un trofeo, un poco como el Teresa Herrera. Y no le falta razón. Ahora que ya no se cotizan los trofeos de verano, tengamos uno en invierno para echar el tiempo antes de que llegue la felicidad en la primavera.

Los nombres propios

Rüdiger. Es una mezcla entre Drenthe y Spasic: el entendimiento del juego del primero y la baraka del segundo. Un embajador del caos con una sonrisa desarmante.

Camavinga. De lateral izquierdo le da densidad y fortaleza a un mediocampo con más de 100 años de antigüedad. En defensa tiende a cortar hacia dentro y deja una tonelada de espacio en el punto ciego según se va hacia el córner. ¿Un parche, o una genialidad? Todavía es pronto para saberlo.

Kroos & Modric. Realistas en su juego, descansan sobre la piel del partido cuando no tienen el balón, y a ratos, con la pelota en los pies. Nada suena en Europa como sus combinaciones. Nada se parece al aleteo de Modric ni a la profundidad del alemán. Hemos visto en esta final que con Touchaméni y Valverde, es posible la presión, pero también sobrevuela un enorme peligro. Porque la pareja de genios, son transparentes en las contras ajenas.

placeholder Una pareja histórica. (Reuters/Andrew Boyers)
Una pareja histórica. (Reuters/Andrew Boyers)

Tchouaméni.: Enorme como una montaña, inocente como un animal salvaje. El francés no tiene ni una gota de picardía que engrase sus exuberantes cualidades. Más ágil de lo que parece, menos contundente de lo que debería ser. Está en constante aprendizaje, pero la frontal sigue siendo una fiesta para los enemigos del Madrid.

Vinícius. Su juego ya ronda lo exquisito antes de entrar en el área. De todas las cualidades que debe tener un delantero, le falta una: un disparo duro y colocado. Nadie se mueve como él en lo frondoso y cada vez sabe hacer más daño jugando al límite del fuera de juego.

Ceballos. Se mete continuamente en embrollos, pero ahora sale bien de ellos. Y esas jugadas que antes lo condenaban al destierro ahora acaban en gol.

Tras un enero de perros en que el Madrid iba deshaciéndose día a día, llegó la final del Mundialito de Clubes. Antigua Intercontinental, ahora más abierta, más inclusiva, con todos los continentes, excepto la Antártida, que siempre rehúsa participar. Era en Marruecos, mundo árabe que comienza a ser el horizonte del fútbol, muchas camisetas blancas y un rival misterioso con un argentino —Luciano Vietto— ex del Villarreal, que fue una estrella en ciernes que huyó de Europa para volver a la vida en Arabia Saudí.

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