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"Yo arbitraba con el silbato entre los dientes y no se movía ni el Tato"
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una intensa etapa de 15 años en primera

"Yo arbitraba con el silbato entre los dientes y no se movía ni el Tato"

Juan Andújar Oliver dejó huella en el fútbol español por su arbitraje directo. Ganó dos veces el premio Guruceta y siempre estuvo entre los mejores pese a no ser internacional

Foto: Imagen: Irene Gamella.
Imagen: Irene Gamella.

Juan Andújar Oliver, de 72 años, no deja indiferente a nadie. Su estilo directo marcó una época en el arbitraje español, estuvo 15 años en Primera, desde 1985 a 1990, y sus comentarios ahora en los partidos para la radio (RadioEstadio, de Onda Cero) mantienen la misma marca de viveza y espontaneidad. Disfrutó y sufrió de lleno el fútbol de los ochenta y noventa ("era una guerra") que combatió con apenas 1,64 metros de estatura a veces frente a jugadores, aficionados y hasta acomodadores. Ganó dos veces el premio Guruceta y siempre estuvo entre los mejores de Primera pese a que no le dieron la internacionalidad. La palabra que más repite en estas dos horas de charla frenética es 'agradecimiento'. El agradecimiento del niño almeriense que comenzó a 'administrar justicia' en los campos de fútbol pese a la oposición de sus padres, enemigos de un mundo que consideraban procaz.

P. ¿Fue el típico niño que se puso a arbitrar porque era muy malo jugando?

R. Yo era titular, extremo a lateral derecho. Corría muchísimo. No era tan malo, eh. Me gustaba jugar. Yo iba a La Salle, en Almería, y un día el hermano Javier, que era muy deportista, me dio el silbato: 'Ponte a arbitrar'. Yo tenía 13 años. Después, el delegado de los árbitros de Almería tenía un hijo allí, se me acercó y me dijo que me daría un carné para entrar en los campos si me hacía árbitro. Visto y no visto. Pronto gané unas pesetillas para ir gratis al Almería y a otros campos.

P. ¿Quiénes fueron sus ídolos?

R. Tuve tres grandísimos: Ladislao Kubala, Alfredo Di Stéfano y Piro Gaínza, con la inmensa suerte de poder conocerlos cuando ya era árbitro: Kubala como entrenador del Murcia, a Di Stéfano como entrenador del Valencia y del Madrid, y a Gaínza como delegado del Athletic. Se me caía el techo encima cuando entraban a firmar el acta. ¡Yo con los más grandes en el vestuario!

Foto: Borja Garcés durante un partido con el Leganés. (@CDLeganés)

P. ¿Cómo les sentó a sus padres que fuera árbitro?

R. En mi casa a nadie le gustaba el fútbol, a nadie, y no querían saber nada. Les parecía que era un mundo de palabrotas y otras cosas peores. Yo, de hecho, guardaba el uniforme de árbitro en casa de un amigo íntimo. Mi padre fue maquinista de Renfe y mis hermanos, uno ingeniero y otro director de banca. Yo era el más pequeño.

P. ¿Le gustó hacer la mili?

R. Estuve casi dos años en la Marina, tres meses de instrucción en San Fernando, y después hacíamos cartas de Navegación, cartografía, en L'Alcúdia, Pollensa y Palma, en un barco blanco. Se perdía mucho tiempo. Mis dos hijos no la hicieron y estoy muy contento de que no la hicieran.

P. ¿Cuál fue su oficio?

R. Entré en una empresa de administrativo, lo que hoy es la Nissan, después de jefe de ventas de Mercedes, y, finalmente, aprobé unas oposiciones en el servicio de Aguas de Almería. Yo tenía clarísimo que ese era el sustento de mi casa.

P. Porque el fútbol no le daba para vivir.

R. Yo llegué a Primera en 1980 y cobraba 7.000 pesetas por partido y pitaba uno cada 21 días. Después subió a 15, a 30, a 75 y a 100.000 cuando me retiré, en 1990. Cuando me tocaba un partido de Copa, me lo tomaba de vacaciones en el trabajo. Yo nunca tuve vacaciones mientras estuve de árbitro. Estuve dos años en Tercera y cuatro en Segunda. Llegué tarde a Primera porque sufrí una lesión grave de rodilla en un partido en Castellón y estuve temporada y media apartado. Ascendimos a Primera un grupo de jóvenes (Riera Moro, Martín Navarrete, García de Loza, Joaquín Urío Velázquez...) porque José Plaza apartó a algunos veteranos como Fando.

P. ¿Cómo era ese fútbol de los 80?

R. El jugador llegaba tarde y ponía la bota a la altura de la cabeza. Ahora se tocan y ya es falta. Era otro fútbol. Había vallas. Desde la grada tiraban almohadillas, botellas... Tú te tenías que poner enfurecido, era una batalla para dominar las situaciones. Estoy feliz con mis guerras, no había rencor ni mala fe. Hoy hay muchísimo dinero, es muy diferente. Pero lo teníamos asimilado desde pequeños: éramos unos privilegiados. A quien toque a un árbitro de Primera, se le cae el pelo. Lo peor es cuando pegan a niños de 14 años, están sin defensa. Yo, cuando llegué a Primera, tuve que dejar de arbitrar a niños, a Alevines, porque los padres y las madres me querían pegar. Yo quería darles explicaciones y ellos solo querían ganar. Era terrible. En el fútbol grande, los árbitros somos reyes, los que hemos llegado y los que están. Ahora tienen nutricionista, preparador físico... Nosotros, si te lesionabas, buscabas a algún 'manitas', subías y bajabas escaleras para prepararte... Era tercermundista. Antes la Policía Nacional se te presentaba, ahora los escoltan con furgones por delante y por detrás. Las veces que he visto yo la luna de Valencia porque me esperaba la afición de Mestalla y yo salía, a las 12.30 de la noche, por otra puerta...

P. ¿Cuál fue su peor partido?

R. Yo era feliz cuando todo iba bien. Cuando sacaba muchas cartulinas, se me amontonaba la faena en la mente y ya no sabía si estaba haciéndolo mal o bien... te tenías que esperar al día siguiente para saberlo. 'Hostia, he acertado' o 'He fallado'. Cuando fallabas, estabas loco por que te dieran otro partido. Mis hijos y mi mujer lo pasaban muy mal. '¡Anda, tu padre anoche, la que ha liado!', ¡Cómo lo pusieron en la radio!', les decían en el colegio o en la frutería. Y mi mujer cambiaba de frutería. Ellos han sufrido muchísimo.

Foto: David Alaba celebra el gol marcado en el Clásico. (Efe)

P. ¿Tanto poder tenía José María García?

R. Yo siempre he sido muy clarito. Un día le saqué la quinta amarilla a Juanito y no iba a poder jugar el derbi Real Madrid-Atlético. Entonces me llamó García, en la Ser, y me quería enfrentar con Juanito, que decía que la tarjeta no era justa. Yo quería dar mi versión. Entonces García me preguntó: '¿El arbitraje para ti qué es?'. Y yo contesté: 'Un 'hobby', como ir de caza o de pesca'. '¡Si lo llego a saber no te llamo!', me respondió. '¡El que si lo llega a saber no me pongo soy yo!', repliqué y le pegué un meneo al teléfono. Desde ese día, leña, leña, leña... Hace cinco años, en un acto de Unidad Editorial, él iba con Inda y yo con Roberto Palomar y Látigo Serrano, me dio la mano y me dijo: 'Me has demostrado que eres un señor'. 'Siempre he sido así, nada más', respondí. Mi cuerpo me pedía otra cosa, pero creo que hice bien. He sido muy perseguido. Me decían barbaridades. He tenido siete presidentes en el Comité de Árbitros y siempre he estado entre los primeros. José Plaza fue el mejor: se partía la cara por los árbitros: si las cosas iban mal, te daba un partido más importante. Los otros han ido a defender su parcela.

P. ¿Cómo fue lo del 'rabillo del ojo'?

R. En mi tierra se dice mucho cuando estás de espaldas o tienes una visión oblicua. Un día expulsé así a Landaburu, del Atlético, y Rafa Recio me lo preguntó en Radio Nacional. '¿Cómo ha visto la jugada?' 'Con el rabillo del ojo'. Tengo un ángulo de visión mucho más amplio.

P. ¿Fue autoritario?

R. Con 1,64 de altura, todos eran grandes: los jugadores, los entrenadores, los árbitros..., y me tenían como un juguete. La única forma de poner orden era sacar tarjeta a todo lo que se movía. Un día Vicente del Bosque, siempre que pasaba a mi lado, movía la cabeza y decía: 'Siempre para el mismo sitio'. Yo, muy enérgico y gesticulante, le dije: 'Ya no me dices más esto: tarjeta'. Y lo admiro mucho a Del Bosque. A los tres o cuatro años ya fue todo una vaselina. Al principio se me metían en el vestuario. Yo lo escribía todo en el acta y después ya nadie entraba. Al final, ya eran todos amigos y me daba hasta vergüenza sacarles tarjeta. Me respetaban. Ya era un compañero con la fortuna de administrar justicia y de hacer cumplir la ley. He denunciado muchísimas cosas escritas y nadie ha hecho caso en la federación. Se corrió la voz: '¡Que viene Andújar!', y se acabaron las tonterías. He sido muy feliz arbitrando. Eso no hay dinero para pagarlo. Estoy muy agradecido.

placeholder Andújar estuvo 15 años en activo. (MovistarPlus)
Andújar estuvo 15 años en activo. (MovistarPlus)

P. ¿Qué denunció?

R. De querer pagar hoteles, chicas en un sitio... denuncié esas cosas. Hablo claro: pim, pam, pum. Tenía mi carácter, pero nada más.

P. ¿Qué chica?

R. Un chica que quería que ganara el Rayo en un Rayo-Deportivo, en Vallecas, jugándose la Liga el Depor, en la 92-93. Ruiz Mateos, dueño entonces del Rayo, me dijo: 'No pienses mal'. La chica vino al hotel a hacerme una entrevista el día anterior. Y dejó una notita en la habitación. A esa notita le hice una foto y se la envié a la federación, pero la federación no hizo nada. Con la iglesia hemos topado, pensé. Un día antes del partido llegó el delegado del Rayo con la tía y se armó la Marimorena. El delegado del Depor, Barritos, les dijo: 'Os habéis equivocado de hombre'. La chica dejó un abrigo y un bolso en mi vestuario.

P. ¿Para qué?

R. Para dar a entender a los del Rayo que iba conmigo y había solucionado algo. Yo no he aceptado ni un café de nadie. Yo no me fiaba de nadie. Solo quería agua. Era muy raro. Muy severo.

Foto: Vinicius, durante el partido. (Reuters)

P. ¿Por qué no fue internacional?

R. No me mandaron. Como yo defendía mucho a Plaza, Villar me dijo que yo debería haber sido internacional. Yo le repliqué que la culpa era suya porque era quien lo decidía. De todos formas, los que iban eran viajantes o tenían empresas propias. Yo no habría podido irme un martes y volver el jueves. Yo solo fui una vez de juez de línea, en mis vacaciones, con López Nieto y Martín Navarrete. No me propusieron, pero a su vez me mandaron las clasificaciones de Primera y siempre estuve donde tenía que estar. Nunca pensé que estaría 15 años en Primera. A pesar de todos los errores.

P. ¿Y lo del trote cochinero?

R. Eso era Pes Pérez. Yo era un máquina, corría para atrás más que nadie. A veces me iba a entrenar por la noche, sin luz por la calle. Un día me torcí el tobillo y no me paraba nadie porque llevaba gorro y guantes. Cuando volvía, mi mujer me tenía preparada una bañera con agua calentita. Yo he sido muy decente. Cuantos más palos me daban, más fuerte salía a correr, nunca me acostaba sin tener las normas claras, nunca, era muy machacón. Sin psicólogo ni nada. Yo medía los 9,15m de las barreras a ojo de buen cubero, sin contar los pasos. Me inventaba normas. Cuando faltaban cinco minutos para el final, les decía a los 'liniers' que se pusieran la mano en el pecho marcando los cinco dedos. Y si era el final, mano al bolsillo. No tenía que ir a consultar al 'linier'.

P. ¿Pudo disfrutar el juego?

R. Sí, claro, desde dentro disfrutaba de un Guardiola, un Marito Kempes o un Butragueño. ¡Madre mía!, te quedas embobado de la calidad y la elegancia. Por otra parte, cuando tenías a un tío todo el partido protestando y después fallaba un penalti, te daban ganas de decírselo pero te callabas. Ahora se ha perdido el respeto. La sociedad se ha vuelto maleducada. Hay mucho egoísmo y mucha maldad. Ahora los clubes llaman a las empresas y echan a periodistas o les dicen qué tienen que decir. Eso es deshonestidad.

P. ¿Quién fue el jugador más educado?

R. Michael Laudrup, un señor de pies a cabeza. Una vez, en San Mamés, tocó el balón con la mano y le saqué tarjeta. 'No se lo merece', pensé. Me dio vergüenza. Si llega a ser mi última temporada, no se la saco. Nunca he visto a un futbolista tan educado. Bueno, Butragueño, que ahora sí se queja, también era muy educado.

P. ¿Hugo Sánchez era tan duro?

R. Hugo era... tan listo, un ganador nato. Él iba a la guerra y lo hacía todo por ganar. Un día, cuando en El Sadar tiraban bolas de hierro y había que ser muy bragado para ir a arbitrar allí, se lio con Pizo Gómez. Los mandé a los dos a la calle. Y un mes y pico después, en el Bernabéu, ante 100.000 personas, le saco una amarilla a los cinco minutos y no se calmó. Él pensaba que no iba a sacarle nunca la segunda. Entonces hay una falta al borde del área. Schuster me dice: '¡Andújar, distancia!'. Estoy contando los pasos y zurriagazo de Hugo Sánchez a la escuadra. ¡A la calle! Y me dice: 'Yo no te he pedido la distancia'. 'Pero tu compañero sí'. A la calle. Era muy inteligente. Me tomaba el pulso.

placeholder Hugo Sánchez, en una imagen de archivo. (EFE)
Hugo Sánchez, en una imagen de archivo. (EFE)

P. ¿Cómo era Cruyff?

R. Me ayudó muchísimo. '¡Eres el que más deja jugar y yo quiero espectáculo'!, me decía. A sus jugadores les advertía: 'Con Andújar, mirad a otro lado, no quiero tarjetas'. Se comía a Stoichkov, que era un cafre. Cruyff fue un 10 conmigo, lo mismo que Leo Beenhakker.

P. En sus últimos años de arbitraje, usted ya estaba mucho más relajado.

R. Al final, me acercaba a los corrillos de los jugadores y le preguntaba a Arias: '¿Cómo estáis?', y luego a los del Madrid. Rompía el hielo. Solamente tuve un problema con Jesús Gil, hubo una época en que no quise arbitrar al Atlético porque Gil llamaba 'sinvergüenzas y ladrones' a los árbitros. Con Gil era imposible, daba miedo, y pensé que si no vas limpio de mente, mejor no ir. Hubo una temporada que no dirigí partidos del Atlético porque la federación no lo callaba.

P. ¿Dónde pitó más a gusto?

R. En el Norte, entendían el fútbol de otra manera y era feliz. Tuve mis mejores partidos. Estaba más suelto en el campo. Ni cuando iba el Madrid, que era la guerra, tuve problemas. Recuerdo tras un Athletic-Real Sociedad que yo iba corriendo por entre los seguidores, hacia el aeropuerto de Sondika, y no me decían nada. Otro día había tanques en el hotel de Donostia, y otro un aviso de bomba en Atocha. Pero he disfrutado como un enano. Otra vez, en La Rioja, se ponía a cantar la charanga 'El Tractor Amarillo' y me contagiaba y pensaba: '¿Pero qué estoy haciendo?'. En el Mediterráneo, desde Almería, Alicante, Valencia... somos más calientes.

Foto: Ronald Koeman, cabizbajo, en un momento del Clásico. (EFE)

P. Pero antes ha dicho que arbitrar en Pamplona era muy duro.

R. Sí, en un Osasuna-Athletic, 0-1, cuando el Athletic ganó la Liga, 82-83, expulsé a Etxeberria y salí del campo a las dos de la madrugada, lloviendo. Mi coche se lo llevaron a la autovía con metralletas, la policía no podía gobernar aquello, pararon la circulación... Fue el día que más he corrido en coche hasta llegar a Zaragoza. Fue el único equipo que me recusó. Pero después el trato fue exquisito en El Sadar. Estuve muchas veces.

P. ¿Fue sindicalista?

R. Los sindicatos llegaron después de Plaza. En los noventa duró media hora, lo gobernaba un medio de comunicación por la noche. En las dos primeras huelgas que hicimos, la mitad fue a arbitrar. Poner a todos de acuerdo es imposible. Ahora son profesionales. Firman un contrato año a año con la federación y eso no me gusta. Antes éramos más independientes. Yo no podría estar en el arbitraje de hoy. Si no haces lo que ellos quieren, ¡fuera!. Te bajan. Tienes que estar a lo que te digan. El observador, que cobra 600 euros por partido, si eres amigo, te pone bien.

P. ¿Cobran demasiado los árbitros?

R. Es justo que lo ganen porque los futbolistas y los entrenadores también ganan mucho. Nosotros éramos amateurs. Cuando eres libre tomas más decisiones. Cuando te están comiendo el cerebro, llevas un ordenador en la cabeza. El VAR debería estar para cosas importantes, no para chorradas. Los árbitros eluden responsabilidades con los jugadores: '¡No os preocupéis, vamos a ver qué dice el VAR!'. Antes había que dominar 17 reglas de juego y aplicar el sentido común. Ahora todo es muy comedido. Ahora los abruman con las reglas del juego y con circulares de siete u ocho páginas sobre cada entrada. Los pobrecitos van locos. Además, el observador está pendiente de ellos: 'Mira lo que hiciste en el minuto 5'. Salen blanquitos al campo. Velasco Carballo les saca todos los errores. Es muy estudioso. Está de jefe del VAR en la UEFA, de observador en los partidos importantes, de presidente de los árbitros en España, en los partidos de clasificación para Catar... gana un pastón. El otro día Mateu Lahoz dijo sobre la pregunta de si iba a seguir el año que viene: 'Si Velasco quiere'. Mateu cumple 45 años en marzo y, a no ser que vaya al Mundial, se tiene que ir. Eso no puede ser. No puede estar dependiendo de un presidente que ha pillado poltrona porque lo ha puesto la federación. Mateu tiene que estar en Primera. Que hagan como en Inglaterra, que están hasta los 50. Los árbitros son los grandes desconocidos.

Foto: Imagen de su presentación como jugador del Real Madrid.

P. ¿Quién fue su maestro?

R. Ángel Franco Martínez. Aprendí mucho de él. Llegué despistadillo y me acogió. También Guruceta, que en paz descanse, y Emilio Soriano Aladrén. Me arroparon. Todavía ahora, cuando hay jugadas, lo hablamos con Emilio y lo comentamos. Y Joaquín Urío Velázquez, personas fuertes y válidas. Franco Martínez, director de entidad bancaria, fue como un padre para mí.

P. ¿Es cierto que lo de llamar por los dos apellidos a los árbitros vino a raíz de Franco Martínez: para evitar que insultaran al Caudillo en los estadios?

R. Eso es una leyenda. Se ha hecho desde que tengo uso de razón. Antes arbitrábamos con camisa y chaquetilla. En el 72 sacamos amarillas por primera vez. Siempre se nos llamó por los dos apellidos: Andújar Oliver.

P. ¿Cómo explica el gol validado a Francia contra España en la final de la Nations League?

R. Si Taylor no da gol, la UEFA lo fulmina. Hace siete años que existe esa circular: si el balón le da en el culo a Eric García, fuera de juego; si lo despeja mal, gol. Ahora dicen que quieren cambiarla. O estás o no estás. Pero hay que darle caña a los de arriba, no a los de abajo.

Foto: Martínez Munuera señaló penalti tras esta mano de Éder Militao durante el Madrid-Sevilla. (EFE)

P. ¿Los árbitros favorecen al Madrid y al Barça?

R. Eso es un rollo, hablo de mí, pero si el Madrid la ha hecho, la ha pagado. Cuando llegué a Primera, el comité técnico me daba partidos blandengues, facilitos para el Madrid. Y yo pensaba: "Madre mía, qué bien se comportan los del Real Madrid". Hasta que un día, en un Madrid-Zaragoza, el Zaragoza los eliminó y me querían pegar, desde los futbolistas hasta los acomodadores. Lo mismo me pasó cuando el Racing empató en el Camp Nou. Los grandes son los peores. Cuando ganan, halago; cuando pierden, te quieren matar. Cuando los pequeñines ganan a los grandes, estos te piden explicaciones. Yo no doy explicaciones: "Vete 'pa' allá". Como dicen en mi tierra: "Culpicas al gorrión".

P. Usted analiza ahora los partidos en la radio como arbitraba, a corazón abierto.

R. No me reservo nada. Yo arbitraba con el silbato entre los dientes y no se movía ni el Tato. No me daba tiempo ni a pensar. Ahora veo que algunos lo llevan en la mano, tienen unas décimas para pensar. Luego rectifico si tengo que rectificar. Con aciertos y con errores, así eran mis decisiones. Los jugadores me decían: 'Contigo sabemos a qué jugamos'. Yo terminaba ronco los partidos. Hacía filigranas.

Juan Andújar Oliver, de 72 años, no deja indiferente a nadie. Su estilo directo marcó una época en el arbitraje español, estuvo 15 años en Primera, desde 1985 a 1990, y sus comentarios ahora en los partidos para la radio (RadioEstadio, de Onda Cero) mantienen la misma marca de viveza y espontaneidad. Disfrutó y sufrió de lleno el fútbol de los ochenta y noventa ("era una guerra") que combatió con apenas 1,64 metros de estatura a veces frente a jugadores, aficionados y hasta acomodadores. Ganó dos veces el premio Guruceta y siempre estuvo entre los mejores de Primera pese a que no le dieron la internacionalidad. La palabra que más repite en estas dos horas de charla frenética es 'agradecimiento'. El agradecimiento del niño almeriense que comenzó a 'administrar justicia' en los campos de fútbol pese a la oposición de sus padres, enemigos de un mundo que consideraban procaz.

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