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'The beast (La bestia)': ¿morirá o seguirá vivo el amor romántico?
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'The beast (La bestia)': ¿morirá o seguirá vivo el amor romántico?

Tras su paso por el Festival de Venecia, Bertrand Bonello estrena en cines españoles 'The beast (La bestia)', un compendio de su mejor cine

Foto: Léa Seydoux y George McKay son las parejas de protagonistas de 'The Beast'. (Caramel/YouPlanet)
Léa Seydoux y George McKay son las parejas de protagonistas de 'The Beast'. (Caramel/YouPlanet)

En Veritas Vincit (1919), la película alemana muda de Joe May, una pareja de enamorados intentaba salvar su amor a lo largo de los imperios a través de la transmutación de las almas. Los destinos de Helena/Ellinor/la condesa Helene (Mia May) y de Lucfius/ Ritter Lutz von Ehrenfried/ Prinz Ludwig (Johannes Riemann) se cruzaban primero durante la Roma antigua, en la época del emperador Decio, posteriormente en un pequeño pueblo alrededor del año 1500 y finalmente en una corte real europea en tiempos pre Primera Guerra Mundial. Fue una de las películas más ambiciosas del cine alemán, que intentó emular el éxito y la suntuosidad de superproducciones de la época como Quo Vadis (1913), un film capitular con un mensaje entorno a la sinceridad como único medio para el triunfo del amor y blablablá.

Poco más de un siglo después, The beast (La bestia) del francés Bertrand Bonello recupera la fórmula para hablarnos del devenir de las relaciones entre las mujeres y los hombres y los hombres y las mujeres a través de una pareja que, de la misma forma, se encuentra a través del tiempo: primero en la Belle Époque parisiense, más tarde en Los Ángeles, en algún momento de principios de este siglo y, más tarde, en un 2044 en el que la tecnología promete suprimir las emociones humanas. Como el reverso siniestro de Vidas Pasadas y sus in-yeon o contactos pretéritos, el film de Bonello obliga a sus protagonistas, Grabrielle (Léa Seydoux) y Louis (George McKay) a cruzarse indefectiblemente una y otra vez, y al espectador a ser testigo de las transmutaciones, también, de sus sentimientos y su manera de relacionarse: desde el folletín hasta la alienación, pasando por la desconfianza, el deseo reprimido, el odio.

¿Follan más o follan menos las nuevas generaciones respecto a sus predecesoras? Más allá de las trifulcas intergeneracionales, lo que es indiscutible es el cambio en la manera de contacto -o falta de- entre los sexos. Y si en la película de May la perspectiva optimista venía desde la didáctica -naíf- de pareja, la película de Bonello resulta demoledora. Estrenada en el pasado Festival de Venecia y ganadora del Premio a Mejor actriz para Seydoux en Seminci, The beast es un compendio del mejor cine de Bonello: mutante y esquiva, a ratos recuerda a Casa de tolerancia (2011), ambientada también el el París de comienzos del siglo XX, a ratos a la angustia nihilista de Nocturama (2016).

"La conocí en Roma hace muchísimos años. Lo recuerdo todo perfectamente", comienza a hablar Marcher en la novela. "No había sido en Roma, sino en Nápoles; y no habían pasado siete años, sino casi diez", precisa May Bartram a través de la voz de Henry James. En La bestia en la jungla, la novela corta que James publicó en 1903 y de la que parte esta adaptación de Bonello -que empieza fiel y acaba libérrima-, el escritor neoyorquino busca el sentido de la humanidad en la promesa del amor. Lo hace a través de un protagonista, epítome del hombre -entonces- moderno, preso de una paradoja: la necesidad profunda de amar y el miedo visceral e irracional a hacerlo. Dicho protagonista, John Marcher, se considera un fatalista condenado a la soledad en el caso de no querer arrastrar a su amada a una desdicha abstracta pero acechante, una bestia desconocida, un "algo que hay que esperar, algo con lo que debo encontrarme, afrontar y ver cómo de repente irrumpe en mi vida, seguramente destruyendo toda conciencia ulterior, posiblemente aniquilándome. Por otro lado, puede que únicamente actúe transformándolo todo, atacando por completo la base de mi mundo y abandonándome a las consecuencias que puedan desencadenarse", tal y como explica el propio Marcher.

placeholder Léa Seydoux es Gabrielle, una mujer a lo largo del tiempo. (Caramel/YouPlanet)
Léa Seydoux es Gabrielle, una mujer a lo largo del tiempo. (Caramel/YouPlanet)

Produce cierto consuelo la repetición cíclica de ese sentimiento de desastre del que hablaba Henry James entonces, en pleno alumbramiento del siglo XX, el de las guerras mundiales, y del que habla Bonello hoy, tras las pandemias, con la incertidumbre de una guerra global y con la amenaza del horno climático y el invierno nuclear en el felpudo de casa. Si ellos sobrevivieron, quizás nosotros también.

Esa permanente sensación de fatalidad contagia cada una de las historias de La bestia, desde su comienzo metacinematográfico en el que Bonello, como si fuese una prueba de cámara, provoca que Léa Seydoux, no sabemos si como actriz-personaje o como personaje-personaje se encuadra dentro de un croma verde y actúa el ser atacada por una bestia a la vez tan abstracta como en la novela y al tiempo algo más material y concreta en la imaginación del espectador, para acabar convirtiéndose en píxeles, desmenuzada hasta el átomo digital, en una advertencia de que, por mucho que en algunos momentos nos dejemos llevar por el melodrama o el 'thriller' o la ciencia ficción en cualquiera de sus convenciones, nos encontramos ante una película de amor muy poco convencional. Además, Bonello elige el punto de vista de ella, de Gabrielle, para contar su historia de búsqueda y pérdida. Si en la historia original es él quien siente la fatalidad, en este caso es ella quien la verbaliza.

placeholder 'The Beast' representa un compendio del mejor cine de Bonello. (Caramel/YouPlanet)
'The Beast' representa un compendio del mejor cine de Bonello. (Caramel/YouPlanet)

El destino -o, de nuevo, la fatalidad- ha querido que The beast de Bonello haya coincidido en tiempo con otra adaptación, también francesa, de la novela corta de James, La bestia en la jungla a cargo de Patric Chiah, mucho menos ambiciosa y sugerente. Ya le pasó a Bonello con su biopic Saint Laurent (2014), que coincidió con Yves Saint Laurent (2014), de Jalil Lespert. Aquella vez también resultó vencedor Bonello en las comparaciones y como anécdota quedó la competencia de ambos títulos en los César en las categorías de vestuario, fotografía y diseño de producción.

La película arranca en una fiesta, entre cuadros y tapices, con una mirada entre el naturalismo y la estilización, en una Europa de clase alta y políglota -los personajes saltan del francés al inglés-, con un personaje femenino poderoso y magnético, que atrae las miradas masculinas. Bonello retrata a una Seydoux camaleónica, de una belleza aristocrática en su primera encarnación y gélida en la última. Y Bonello entrelaza los tiempos y los lugares, añadiendo elementos de la ciencia ficción o, más bien desnudando los escenarios hasta, también, la abstracción futurista. Bonello imagina un 2044 en el que los sentimientos no interfieren en la funcionalidad de las personas; pero sin emociones -aunque sean malas o regulares-, ¿qué nos diferenciará de las máquinas, de las inteligencias artificiales? La tecnología va a modificar hasta el último recoveco de nuestra última cromátida, incluso a borrar cualquier rastro de aquello que nos hace humanos. Por aquí también aparece Guslagie Malanda, la hipnótica coprotagonista de Saint Omer (2023), esta vez en un papel mucho más pequeño y menos vistoso, pero que consigue hacer lucir en su pequeño espacio y tiempo.

placeholder Otro momento de Léa Seydoux con Guslagie Malanda. (Caramel/YouPlanet)
Otro momento de Léa Seydoux con Guslagie Malanda. (Caramel/YouPlanet)

El extracto de The beast que conecta mejor con el presente es aquel cuya línea temporal es más próxima al ahora y en la que el personaje de MacKay se muestra en su faceta más extrema. Es apabullante el trabajo actoral del británico, que pasa de poseer un atractivo clásico y aristocrático a, con un cambio de peinado, una transformación de la mirada y una rigidez de movimientos, encarnar una versión de Louis perturbadora e inquietante. Bonello se refiere a esa masculinidad incel -célibe involuntaria-, la de esos hombres que contemplan a las mujeres con una mezcla indisoluble de dolorosa pulsión sexual y temor resentido, que lleva a una catastrófica y violenta desafección entre ambos sexos.

La película de Bonello trenza de manera evocadora e intuitiva los lazos que conectan sus tiempos y a sus personajes. Las imágenes inducen sin imponer, en una experiencia multisensorial que opera en la vista, en el oído, en el sentido del ritmo, en la simbología de los colores, en el foco o fuera de foco de las ópticas, en la intersección entre la disección del píxel y relato ancestral.

Y Bonello mantiene la incertidumbre hasta el final, con ese baile agarrado y emocionante entre los protagonistas al ritmo de Evergreen de Roy Orbison, que canta que cuanto el amor es perenne, dura más allá de los veranos y los inviernos. La cámara gira y se mueve entre el rojo -pasión- y el azul -la ausencia de la misma-, entre la humanidad y la máquina, entre el sí y el no. Entre el "te amo" que sale de las tripas y el robótico "me alegro de volver a verte" de una aplicación de comida a domicilio. ¿Ganará la bestia? Eso ya será The beast quien se lo cuente.

En Veritas Vincit (1919), la película alemana muda de Joe May, una pareja de enamorados intentaba salvar su amor a lo largo de los imperios a través de la transmutación de las almas. Los destinos de Helena/Ellinor/la condesa Helene (Mia May) y de Lucfius/ Ritter Lutz von Ehrenfried/ Prinz Ludwig (Johannes Riemann) se cruzaban primero durante la Roma antigua, en la época del emperador Decio, posteriormente en un pequeño pueblo alrededor del año 1500 y finalmente en una corte real europea en tiempos pre Primera Guerra Mundial. Fue una de las películas más ambiciosas del cine alemán, que intentó emular el éxito y la suntuosidad de superproducciones de la época como Quo Vadis (1913), un film capitular con un mensaje entorno a la sinceridad como único medio para el triunfo del amor y blablablá.

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