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Por supuesto que a los 'centennials' nos interesa el sexo, solo que no como a vosotros
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Israel Merino

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Por supuesto que a los 'centennials' nos interesa el sexo, solo que no como a vosotros

En las primeras semanas de este año, me ha sorprendido ver una larga lista de artículos sobre el supuesto poco interés que sienten por el sexo los 'centennials', generación novísima a la que orgullosamente pertenezco

Foto: Dos piernas entrelazadas en la cama. (Pexels)
Dos piernas entrelazadas en la cama. (Pexels)
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Estaba en la cama con una amiga —o amigo, es irrelevante para esta movida— cuando recordé de repente que no me gusta nada el sexo. Enseguida, ella/él se dio cuenta de que tampoco y, angustiado, me propuso bailar Chulo Pt 2 —del nuevo disco de la Bad Gyal— y grabarnos para subirlo a TikTok y después sumergirnos en una caída en picado hacia los infiernos de la disonancia cognitiva de los columnistas boomer. Total, según ellos, los centennials somos unos neopuritanos a los que no nos interesa follar.

En las primeras semanas de este año, me ha sorprendido ver una larga lista de artículos en medios de considerable alcance, hablamos de revistas y periódicos gordos, diseccionando de aquella forma —razonablemente bien algunos; otros, en fin— el supuesto poco interés que sienten por el sexo los centennials, generación novísima a la que orgullosamente pertenezco y que aglutina a los nacidos al calor del año 2000.

Como si follar equivaliera, qué sé yo, a trabajo asalariado, describen la generación Z como una máquina aséptica y puritana a la que este asunto le interesa más bien poco; además, también nos dibujan como calculadoras sexuales que tendemos a estudiar cada paso que damos en la cama —o en la ducha o sobre la lavadora o en los prados de Casa de Campo— por miedo o puritanismo o incluso desconocimiento.

Este asunto me hace gracia, pues comparte espacio con el marco miedoso, como una nonagenaria cuando el médico le dice que no cree que le tengan que cambiar más la pila del marcapasos, que está instalando toda la movida del porno: que si los jóvenes vemos más cine erótico que nunca, que si ya no sabemos distinguir la ficción de la realidad, que si ahora vamos por ahí creyendo que podemos follar durante tres horas mientras hacemos malabares con botellas de Puerto de Indias sabor fresa, etcétera.

Foto: Foto: iStock.

Obviamente, a los centennials nos sigue interesando una locura el sexo, solo que no como a vosotros.

Leía el otro día un estudio de cierta universidad que decía que, de media, los centennials tendríamos menos relaciones sexuales al mes que nuestros padres o abuelos. No quiero ponerme el gorrito de papel de aluminio sobre la cabeza y decir, ni mucho menos, que este estudio es falso. Puede ser que follemos menos que ellos, claro, sin embargo, en esta hipótesis se olvidan de incluir un factor tan humano como es el fardar.

La generación Z ha madurado pronto. Demasiado pronto, de hecho. El machacante bombardeo mediático sobre nuestra incapacidad para alquilar un piso —que no sea un atraco a punta de recortada— o las cada vez menos posibilidades, si no se hace algo serio al respecto, de llegar a la vejez por culpa del cambio climático, ha conseguido hacernos muy adultos, aunque seamos todavía mujeres y hombres diminutos, antes de tiempo.

Esta pronta madurez ha provocado que en nuestras conversaciones, como sí harían los adolescentes de otras épocas, no usemos el sexo como una conquista de la que presumir y fardar. Somos (muy) jóvenes todavía, claro, para ya no vemos follar como un trofeo de chapa mala que presumir y relucir. Esa etapa, para bien o para mal, ya está quemada.

"Somos (muy) jóvenes todavía, claro, para ya no vemos follar como un trofeo de chapa mala que presumir y relucir"

Toda esta madurez, además del proceso lógico de ser gente irreverente y pícara a nuestro modo, ha provocado también que ya no veamos el sexo como ese tabú oculto que provoca un deseo primario que necesitemos alcanzar, como puede ser un libro oculto por nuestros padres en el fondo del armario de las toallas, sino como algo totalmente normal. Tal y como no presumimos de comer o hacer flexiones, tampoco lo hacemos de follar. El sexo ya no es para nosotros un medio con el que conseguir un estatus tan rancio como una colilla apagada en el caldo residual de un cubata en vaso de tubo, sino un fin en sí mismo.

Por mucho que esto se explique, hay todavía una parte del columnismo boomer que no lo entiende. Algunas de estas firmas, atrapadas por el paso de la vida como un flyer arrugado entre el tapacubos de un Tesla Cybertruck, no entienden que los estándares que ellos usaban para medir la sexualidad ya no nos sirven.

¿Ha intentado alguno de ellos hablar de sexo con alguien menor de 25 años? Me juego el brazo derecho a que no.

En la generación Z, tampoco interesan los anuncios sexuales —he visto a alguno de estos que menciono muy preocupado por el tema—. Pero no porque no nos atraigan los cuerpos desnudos y chulísimos, sino porque ya no son un gancho que nos levante pasiones incontenibles que nos inciten a comprar.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

Ahora, un cuerpo desnudo —y probablemente retocado— no nos incita a pillar un perfume; ya no hay representaciones de hombres falsamente musculados, como muñecos Michelin adictos al gimnasio de Sergio Ramos, que nos convenzan de comprar colonias para llevarnos de calle a todas las chicas de la disco, yo sí manejo las frases boomers, ¿habéis visto?

Queremos sexo, sí, pero queremos el sexo como algo nuestro; lo queremos como algo real y accesible y placentero y libre y genial; queremos follar de forma natural, no como una intuición de anuncios de marquesina; queremos que el discurso sexual venga de nosotros, no de agencias de publicidad. Queremos el sexo, precisamente, como lo canta Bad Gyal en Chulo Pt 2: genuino y original, y cuyos tiempos marquemos solitos. Ya no nos interesan esos modelos casposos, viejos en el mensaje, que lo plantean como algo inalcanzable y onírico que solo se puede conseguir previo pago del producto.

Foto: Quinn, de 12 años, sostiene una caja de compresas. (Reuters/Shannon Stapleton)

Hablar de neopuritanismo en estos tiempos —al menos, en la actitud de los centennials— es tan absurdo como hablar del peso del alma o el color de los ladrillos; a los centennials se nos puede acusar de muchas cosas, pero esa no es una de ellas.

Somos la generación que mejor ha abrazado la diversidad sexual (el 17% de los zetas, según las encuestas, nos consideramos parte del colectivo LGTBI), tal y como somos la generación que menos le teme al deseo y el consenso. Ya no babeamos detrás de nadie en las discotecas —esto también le preocupa mucho a algunos boomers—, sino que preferimos pasarlo bien con nuestros amigos y follar cuando toca, con nuestros propios códigos y contextos.

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Todo esto que cuento puede parecer una obviedad, pero no lo es para muchos. No somos ni adictos al porno —sí, las nuevas generaciones consumimos mucho, pero me gustaría ver los historiales de búsqueda de todos los mayores que aseguran no hacerlo—, ni neopuritanos a los que ya no les interesa el placer de los cuerpos.

Vamos, que entre vídeo y vídeo de TikTok, algún polvo cae.

Estaba en la cama con una amiga —o amigo, es irrelevante para esta movida— cuando recordé de repente que no me gusta nada el sexo. Enseguida, ella/él se dio cuenta de que tampoco y, angustiado, me propuso bailar Chulo Pt 2 —del nuevo disco de la Bad Gyal— y grabarnos para subirlo a TikTok y después sumergirnos en una caída en picado hacia los infiernos de la disonancia cognitiva de los columnistas boomer. Total, según ellos, los centennials somos unos neopuritanos a los que no nos interesa follar.

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